Minos I

"Allá está Minos rechinando horrible.

Las culpas examina en el ingreso;

y como se relía juzga y manda.

Digo que cuando el alma mal nacida

llega ante él, de todo se confiesa;

y aquel definidor de los pecados

ve el puesto del infierno que merece".

-Infierno, V.


Se siente enferma. Tose con violencia, como si se ahogara. Se inclina sobre un árbol en busca de estabilidad. Limpia el lodo de las mejillas con un movimiento furioso. Justo cuando cree que esto ha acabado, de un impulso se arrodilla para vomitar. Al finalizar, se limpia los labios con la manga izquierda y echa el cuerpo hacia atrás hasta quedar recargada sobre otro árbol.

El frío de la noche se filtra debajo de su ropa. Arriba el cielo ha empezado a despejarse. Transcurrirá un lapso considerable sumida en aquella consternada quietud, antes de que, fortuitamente, reconozca una de las constelaciones que aprendió a identificar durante los paseos nocturnos con su padre.

Fue hace mucho tiempo. Incapaces de conciliar el sueño, Cyrion y ella solían caminar por la elfería y escalaban a algún tejado para contemplar el cielo. El cabello de su padre era oscuro todavía, resaltando el recóndito parecido entre ellos. Sin saber por qué, a Kallian le reconfortó aquel hecho durante los años de niñez que restaron tras la muerte de su madre.

Cierra los ojos, sólo así puede ver el rostro de su padre como solía ser. Su cabello oscuro ya un poco largo, ojos grandes de un pálido azul, la risa discreta, fino como un hilo de plata. Sonríe. La mano de Cyrion, tibia cuando se la extendía para ayudarle a subir. Su voz era profunda y tierna. En sus ojos habitaba la paciencia. Papá la desconocería ahora.

Viejos engranajes se ajustan dentro de su cabeza y la máquina comienza a funcionar. Es un monstruo, le dice Theodore Amell con su mirada. Es un monstruo, le dice la sangre ajena en el antebrazo y el grito ahogado de un hombre moribundo. Es un monstruo, le gritan Soris y Vaughan también. Bestia con correa, aseveran Duncan y Anora. Monstruo. Monstruo. Monstruo.

Su sonrisa se torna en risa y luego se convierte en un sonido horrible que tiene intención de volverse llanto. Al cabo de un rato, el brote de histeria se apaga, poco a poco. Su oído percibe la agitación de Ostagar a lo lejos.

A su espalda, el bosque y las criaturas que lo habitan; frente a ella, el solitario sendero. Hace rato que paró de llover, la quietud que impera le provoca cierto desasosiego. Inhala el aire fresco, con los ojos cerrados, antes de impulsarse hacia arriba para reanudar la marcha.


Le tiemblan las rodillas. Cada paso es una breve tortura. Ya ha caído varias veces, ha vuelto al bosque y ha salido de él. Odia y ama los árboles tanto como cuando era niña. Se le ocurre, en algún momento entre los titubeos y los arranques de coraje, que echa de menos las murallas, la ciudad. El bosque la rechaza porque a ella también le repugna este lugar.

Acobardada al escuchar los cascos de un caballo, se interna otra vez en ese mundo incomprensible, en cuya discordancia quizá encuentre las respuestas que le hacen falta, piezas con las que completar su tapiz.

—No eres ni la sombra de lo que solías ser.

Su oído desconoce la voz, pero su corazón la distingue como la melodía en sus sueños, hace mil años. Una riada de emociones aventaja sus reacciones. Kallian, petrificada, espera que la dueña de la voz la alcance.

—¿Qué estás haciendo?

—¿Perdón? —logra proferir, confundida.

Respira con dificultad y busca los ojos. Son dorados, implacables y extrañamente humanos. La elfa tiene ganas de echarse a correr.

—Estás perdida —le dice con un tono socarrón. Kallian abre la boca para hablar, sin conseguir articular una sola de las palabras—. No, no hace falta que respondas, niña. Es muy obvio.

—No estoy… —Kallian tiene la impresión de que su trémula voz perturba la quietud de este instante en la semioscuridad del bosque.

—Ah, así que no solo estás perdida… también extraviaste la otra parte. Sí, sí, claro. Te hace falta una mitad, ¿no es así? —pregunta y se echa a reír estrepitosamente, aunque el bosque permanece imperturbable—. Me pregunto cuánto tiempo atrás… Oh, ¿podría ser? El Velo…

La mujer camina en círculos alrededor de Kallian, quien intenta seguirla con la mirada.

—Por favor, parad… —pide con patente angustia.

—Oh, pero es cierto, solo eres una niña. Veamos, ¿aún no encuentras el camino? Ya has tardado bastante. No podrás ser tú hasta que estés completa, ¿o quizá sea mejor que permanezcas así? Sería cruel. Separados siempre es cruel. Necesitas encontrarlo o aprender de una vez por todas a ser tú… sin él. De otro modo, te controlará o te eliminará. A ninguno de los dos le importa.

Sus ojos bien abiertos, fijos sobre la anciana. Siente un hormigueo por todo el cuerpo.

—N-no entiendo.

—¿No? —se mofa con su voz ronca—. Hmm, no estás preparada y no haré el trabajo difícil por ti, niña.

Su interlocutora ríe una vez más antes de empezar a alejarse, sin despedirse de ninguna manera. Kallian no cree que pueda mover un solo músculo para detenerla, pero aún no puede dejarla ir.

—¿Cómo…? Lo que perdí… Lo que sea, ¿cómo puedo encontrarlo?

La mujer se vuelve, una sonrisa apretada en sus labios, una de esas raras miradas que no la traspasan. Allí, se dice Kallian con desesperación, allí está. La memoria de un sueño. Un resplandor, tiempo, un nombre, un… algo.

¿Qué es?

¿Qué era?

Lo sabe, pero como las cenizas en el viento, se disipa.

—Un paso a la vez. Toma mi consejo: recuerda, recuerda quién eres, completa o incompleta, eres una del Pueblo, lo que has perdido debes encontrarlo allí. Busca tu nombre. ¿Quién eres realmente? No seas un misterio para ti misma. No te desvanezcas otra vez. No lo recuerdas, ¡ja! No, no puedes … Hazte el favor y deja de dar lástima.

—No tengo idea de dónde empezar a buscar —dice Kallian al borde de la desesperación—. O qué es lo que estoy buscando.

Los ojos que fulguran luz dorada, durante un brevísimo momento la miran con desaprobación. Luego, la anciana sacude la cabeza con paciencia. Se acerca lentamente y le estampa el pulgar en la frente. No pasa nada durante un rato. La mujer ha cerrado los ojos, en una actitud de concentración. Por su parte, Kallian procura tranquilizarse respirando profundamente, pero está cada vez más ansiosa y asustada.

—No quiero ser un monstruo —dice atropelladamente.

La anciana, sin abrir los ojos, le regala una sonrisa ladeada.

—¿Y si ése es tu papel?

—No lo quiero.

No obtiene respuesta inmediata. La otra mujer se queda en silencio de nueva cuenta. El punto en que el pulgar ejerce presión comienza a arder.

—Ahí está, me temo. Nunca tuvo un hogar que lo recibiera tan bien, pero lo estás matando. Qué ironía… No serás tú hasta que haya muerto, pero para eso debes encontrarlo.

La elfa no tiene tiempo para procesar lo que acaba de decirle. El escozor sobre la piel se vuelve intolerable. Kallian retrocede un paso, tratando de apartar el rostro. Sus pensamientos se disuelven en una neblina densa. Ha perdido el sentido antes de tocar el suelo.