Minos II
"But I know you'll take me with you
We'll live in spaces between walls [...]
Now I'm sleeping in the backyard
Passing out as night turns into day".
Gilded Lily - Cults
Se tambalea hasta un árbol. Es un roble viejo de extraordinarias raíces. El viento mece las ramas extensas y retorcidas. Una brisa salpica su rostro. Kallian se deja caer contra el tronco inmenso como en los brazos de una madre. En la almohada de musgo hunde la cara.
La lluvia cesó definitivamente, pero el ventarrón provoca un gemido ensordecedor en todo el bosque. Kallian se lleva las manos a las orejas, temblando más de cansancio que de frío y aberrando del momento en que mató a Fergus Cousland, pues ésta le parece la ira del Hacedor exigiendo venganza por la muerte de un mártir.
El cielo protesta en la lejanía con un potente trueno, una manada de lobos aúlla. Siente ella una renovada ira en su corazón también y el remordimiento palidece. No obstante, cierra los ojos, abrumada por el agotamiento. El corazón le late con fuerza. Tiene la boca seca. El roble se agita violentamente.
—¿No es sagrado? —Kallian susurra de repente en la oscuridad con voz ronca—. Un trono, es nuestro trono.
Kallian abre los ojos despacio, apesadumbrada por una terrible somnolencia. Se acomoda sobre la espalda con cuidado. Le crujen los huesos y las piernas la está matando.
—Y aquél es nuestro reino.
Es una preciosa memoria: la primera vez que se encaramó en la rama más alta del vhenadahl. Dificultosamente, Kallian estira la mano para rozar la corteza con los dedos, trayendo a la vida la sensación que el recuerdo custodia. No tenía miedo cuando escalaba el vhenadahl. Era libre.
Los cuervos anuncian su llegada. Un revuelo de aves negras que se acomodan como soldados sobre la balaustrada cuando él da una señal que sólo ellos perciben. Siempre lo recibí con una sonrisa y la mejor disposición. Habría cruzado los océanos del mundo a capricho suyo. Esa tarde, como muchas otras, caí sobre una rodilla, sin mirarlo a la cara.
Algo debió disgustarle, niña. Al marcharse me había dejado como único premio un corte a lo largo del muslo izquierdo. Pero yo siempre usé mis cicatrices con dignidad. No debía ser mayor que tú aquella noche en el río, cuando mi padre me arrojó la poción hirviendo en el rostro. Él entonces descubrió dos cosas: que no había nada que pudiera hacer que yo no soportara, y que la sangre de los titanes aún tenía secretos para él. Yo le ayudé a descubrirlos.
Yo era su favorito, uno de varias decenas de hijos, el único digno de seguirlo. Niña, yo di todo por él. La sangre, la vida, la cordura y la libertad eran insignificantes ofrendas en su altar. Sacrifiqué aún más en su nombre. A los demás, pero ante todo a mí mismo.
Nada me ha quedado. Tú no sabes nada sobre el sacrificio, niña.
