Minos III
"Combat, I'm ready for combat.
I say I don't want that, but what if I do?
[...] And I've been the archer.
I've been the prey".
The Archer - Taylor Swift
Contra todo pronóstico, ha aparecido. Fiel a su naturaleza furtiva, aunque ya no parece ella misma: la frialdad de los ojos grises es más como el sólido acero de un hacha que el hielo quebradizo. Las facciones son más solemnes y severas. En una peculiar demostración alquímica, ha transmutado miserias y autocompasión en aprendizajes de otro tipo. Theo aún no sabe cuáles.
Amell está lejos de abandonar su recelo. Un cambio puede ser asombroso, pero no necesariamente bueno. No confía más en la mujer parada frente a él, de lo que confiaría en aquella que huyó luego de asesinar a un hombre indefenso.
—El remordimiento es para quienes no conocen las consecuencias de sus actos, pero sospecho que tú sí las conocías.
La elfa asiente una vez, despacio. Si bien está en posesión de una notable dignidad, su aspecto es más bien deplorable, luce enferma y agotada. Ha insistido en tener esta conversación. Theodore accedió, pues es mejor tenerla ahora que Daveth ha salido a tontear con las pobres mujeres del campamento.
—He conocido personas cínicas…
—No tiene caso mentirte.
Al instante, la voz de Tabris lo irrita. Con una mueca, aparta el pergamino de su regazo.
—¿Quién eres y qué es lo que quieres?
Kallian guarda silencio, aunque no aparta la mirada. Hacedor, está tan pálida y ojerosa. Theodore casi agradece que tuviera el descaro de regresar, en ese estado no hubiera logrado volver a Denerim o siquiera a Lotherin.
—Todo lo que no es verdad en su totalidad, es una mentira. No me interesa escuchar tus excusas.
Theodore vuelve a su lectura, ya tiene suficientes problemas tratando de arreglar su vida como para cargarse la responsabilidad de entender a quien no se entiende ni a sí misma. Él todavía está intentando descifrar a Jowan, comprender la carga de Duncan y vislumbrar hacia dónde se encamina la próxima batalla.
—Por favor, escúchame. No habrá mentiras.
Jowan mintió y omitió. Era su hermano y ahora ni siquiera sabe dónde está. Ophelia, su hermana de sangre, manipuló y asesinó; la última vez que Theo la vio fue mientras los templarios la arrastraban por la gran puerta de la finca Amell. Alec murió una tarde lluviosa en Kirkwall; mientras que el último recuerdo que tiene de Kieran es el de un pequeño de cabello castaño y ojos azules que lloraba abrazado a la pierna de su padre, los gritos de Revka al fondo del pasillo: ese día era a Theodore a quien los templarios escoltaban fuera de su hogar. Theo partió con toda la compostura que Ophelia no pudo reunir en su momento, porque no le iba a dar el gusto a nadie de verlo patalear y -solo el Hacedor sabía- quizá hacer daño a alguien más. Theodore recuerda que Kieran le suplicó no dejarlo solo. Quiso consolar al menor de sus hermanos, pero el cuerpo congelado de Alec era una memoria muy fresca todavía. Theo se limitó a sonreírle desde el último peldaño y dio media vuelta para nunca más volver.
—Justo lo que un mentiroso diría —se mofa, haciendo un gran esfuerzo para espantar los recuerdos.
—No puedo decirte… —Kallian suspira y a él le duele el preámbulo saturado de impotencia y vergüenza. Amell se da cuenta de que no ha superado del todo el escollo, que más bien intenta desesperadamente hinchar las velas de su barco, esperando que el viento le ayude a escapar—. No estoy segura de qué soy.
Amell eleva la vista y observa como la elfa pone la mirada en sus manos, contemplándolas horrorizada. Una imagen que le inspira a la vez compasión, repugnancia y recelo. No pocas veces la atrapó en una situación similar y siempre se preguntó cuál sería la historia detrás de ese hábito.
—Vaya, eres un verdadero enigma. —La mirada herida que le dirigen los ojos grises lo hace titubear—. ¿Qué es lo que te preocupa? ¿Que alguien se entere de lo que has hecho? —susurra con molestia—. Ve sin cuidado, Tabris. No soy un soplón, pero tampoco esperes que lo niegue si alguien me pide testificar.
—Lo arreglaré —sentencia, recobrando la compostura.
—Muy amable de tu parte, aunque me cuesta imaginar cómo se arregla la vida de un hombre muerto… O la de su familia. —Enarca una ceja, dedicándole un gesto de asco—. ¿Sabes? No tuve el placer de conocer al heredero Cousland en vida. —Amell se pone de pie y se acerca lentamente hasta ella, que se ha tensado y lo mira con desconcierto—. Cuando te vi apuñalar a un soldado herido, pensé que se trataría de una rencilla personal. Luego, huiste aterrada. Inspeccioné el cuerpo y no pude reconocerlo, pero otros sí. "Ha muerto por sus heridas" dije y no necesitaron más. Estaba infectado, la corrupción de los engendros tenebrosos ya corría por su sangre, pero a ti eso no te exime de ninguna manera. El rey y su gente no dudaron en que se trataría de una emboscada de esas criaturas. Después de todo, hacía más de un mes que había partido. Si tienes suerte, a nadie se le ocurrirá indagar más con la horda tan cerca de Ostagar, pero si fuera tú yo no dormiría tranquilo. Duncan aprovechó para hablar de lo que él y yo vimos en Pináculo, el rey ha prometido justicia para la familia Cousland.
—¿Por qué no dijiste nada?
—No lo hice para protegerte a ti —aclara—. Protegí a los guardas grises. Si se supiera que una recluta de la orden va por allí asesinando nobles sería otro escándalo que no podemos permitirnos.
—Por supuesto —coincide ella genuinamente.
—Quiero saber por qué, Kallian —exige—. Me parece justo saber el motivo detrás de todo. Explícame qué tienes tú qué ver con un Cousland.
—Yo…
—Esa es la mirada de alguien que está a punto de mentir.
—No, yo quiero decirte la verdad.
—En ese caso, te estás mintiendo a ti misma, lo que es peor.
Kallian cierra los ojos y aprieta los puños, puede verla tragar saliva con esfuerzo.
—Algo horrible pasa conmigo —murmura en el silencio de la tienda. Las velas se han consumido casi por completo y la luz oscila, despertando sombras tétricas en el interior de la carpa—. N-no es una excusa…
—Por supuesto que no lo es —interrumpe con severidad. Ella vuelve a tragar saliva y asiente repetidamente con los labios apretados.
—No lo es. No quiero justificarme, solo… Solo quiero tiempo. —La voz se quiebra y de un plumazo, el coraje ya no está allí. Los ojos grises viajan de un lugar a otro, trémulos y nublados de lágrimas sin derramar. De pronto, la sensación de que está escuchando la confesión de un condenado a muerte lo hace estremecerse—. Tú eres el único que podría detenerme y vengo a suplicarte que no lo hagas. No me atrevo a pedirte que confíes en mí, que me ayudes, pero necesito que no obstaculices mi camino.
Una potente carcajada la interrumpe.
—Déjame ver si estoy entendiendo… ¿Tú vas a andar por ahí apuñalando gente y yo tengo que hacer como si no supiera? ¿Te has vuelto loca?
—No —replica con toda seriedad, recompuesta—. No asesinaré a nadie. Hagamos un pacto, si está bien para ti.
—No tienes nada que yo quiera.
—Si no he muerto para entonces, cuando esto haya terminado podrás denunciarme ante el rey… o la reina —declara, haciendo caso omiso de su negativa. En seguida, un deje de tristeza (de compasión), se cuela a la expresión de ella—. No creo que puedas entender las consecuencias de rehusarte y entorpecer mis planes, pero me gustaría que tuvieras en cuenta que las habría.
Amell lo entiende en el acto y sonríe de medio lado.
—¿Es una amenaza?
—Una recomendación.
—Eres mucho peor persona de lo que suponía, Tabris —dice con seriedad—. Yo confiaba en ti.
—Lamento haberte decepcionado, Theodore.
—Me estoy acostumbrado —responde con amargura—. Tengo una condición, quiero saberlo todo.
—La ignorancia es dicha.
—No, nunca lo ha sido.
Amell no pudo salvar a Jowan, a Anders o a Ophelia. Theodore ya carga en su consciencia con suficientes hermanos a los que vio y no vio cambiar, hermanos a los que perdió.
