Lujuria I
«Amor, que al corazón gentil de súbito
enciende, a éste apresó de bello cuerpo
que me quitaron; y aún me daña el modo.
Amor, que a todo amado a amar le obliga,
de su belleza me apresó tan fuerte
que, como ves, aún no me abandona.
Amor a morir juntos nos condujo,
y a aquel que nos mató Caína espera».
-Infierno, V
En cuanto Kallian pone un pie dentro del claro, una saeta hiende el aire y pasa silbando junto a su oído. La elfa no se detiene de inmediato, todavía está expuesta. Opta por derrapar sobre la tierra, con ayuda de la inercia da una voltereta y termina bocarriba entre los juncos luego de un abrupto viaje a través de la vegetación y las rocas. La respiración agitada, sudor en la frente y la armadura cubierta de lodo, sujeta la daga y comienza a moverse.
Silencio. El croar de un sapo. Silencio. La corriente del río más allá, cada vez más cercana. Rumor de las hojas sacudidas por el viento. El maldito sapo. Agua escurriendo sobre grandes piedras. El sapo de nuevo. Olor a musgo. Kallian deja de arrastrarse. Maniobra hasta quedar en cuclillas, mueve la daga en su mano derecha, buscando el mejor agarre. Hay un intervalo de respiraciones y un momento para rogar que el impulso sea suficiente. Luego, salta y el arma se hunde sobre la carne putrefacta. Hay que actuar rápido o alertará a los otros. El cráneo es difícil de perforar, pero ha adquirido práctica.
Más allá, una ráfaga de fuego azul. Hay pánico entre los enemigos y en ella misma. Siluetas envueltas en fuego que tras de sí dejan un olor repugnante. Si ha de ser sincera, lo prefiere a arrastrarse por el fango.
—¡Tenemos que alcanzar una posición elevada! —grita Alistair al encontrarla, un rato después.
Está de acuerdo, es una maniobra que ya tienen estudiada. Kallian señala con un movimiento de su cabeza la colina, donde descansan las ruinas de la torre que han estado buscando.
—¡Theodore, Daveth, Jory! —los va llamando. El enemigo había logrado dispersarlos y era imperativo reunirse si querían acabar el combate de una vez—. Necesitamos alcanzar las ruinas.
Luego de eso, la atención de un pequeño grupo de genlocks se concentra en ella. Kallian corre, nunca ganaría en un combate frontal contra esas criaturas. Se esconde entre la maleza, fijándose de continuar en dirección correcta hacia la torre. Sube a un árbol, sigilosa.
A tientas busca el morral donde guarda las bombas que Duncan le enseñó a usar a lo largo de su viaje hacia el sur. Avanza poco a poco entre las copas de los árboles, asegurándose de no pisar en falso, pues perdería el factor sorpresa, moriría, o peor, se rompería alguna extremidad.
En la mano acaricia la superficie fría de un frasco, los genlocks que la han perseguido están cada vez más cerca, su mirada gris los acecha. Una bomba gélida explota sobre ellos cuando están en el lugar correcto. Kallian cae desde el árbol sobre el primero, apretando los dientes cuando su piel toca al gélido monstruo. Recobrando el equilibrio, logra que el filo de una de sus dagas le seccione la garganta. Se apresura, el efecto de la granada no durará mucho. Se arroja sobre el segundo engendro, que a su vez se prepara para atacarla en cuanto el efecto del frío se haya disipado. Kallian saca un cuchillo de combate, esquiva el rígido golpe del martillo con facilidad, agachándose para clavarle el puñal en el muslo y derribarlo para encargarse de él más tarde.
El impulso la hace caer y antes de poder ponerse de pie, el otro genlock, ya recompuesto y con un hacha en cada mano, gruñe de forma espantosa. Kallian comienza a temblar. El suelo no es bueno, piensa con desesperación, retrocediendo sobre su espalda. Levántate, el suelo es el peor lugar en el que podrías estar.
Kallian comienza a buscar la bolsa con las bombas que cuelga de su cadera. La encuentra; no obstante, no tiene tiempo de lanzar la granada. Una ráfaga invernal detiene al monstruo y un proyectil impacta contra su cabeza después, aplastándosela sobre el suelo.
La elfa gira la cabeza, esperando descubrir a Amell como el invocador de los hechizos. Su sorpresa es grande al advertir una figura femenina acercándose un paso a la vez. Tiene el andar de un felino. Su aspecto descarta de inmediato la posibilidad de que se trate de una maga del Círculo. Camina con seguridad hacia Kallian antes de alzar un bastón y rematar con un rayo al genlock que aún se hallaba respirando.
—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?
Kallian se queda quieta, incapaz de escapar de los ojos dorados que la examinan. La mujer se detiene a una distancia de unos cuantos pasos, apoya el bastón contra el suelo y arquea una ceja.
Pese a tener la mano cerca, Kallian no hace amago de empuñar la daga. La maga le ha salvado la vida, lo cual le indica, en primer lugar, que es una hechicera poderosa y, en segundo, que no está, necesariamente, frente a un enemigo. La elfa inhala y exhala profundamente, tratando de normalizar el latido de su corazón y la velocidad de su respiración.
—¿Te ha comido la lengua una de estas criaturas? —Asiente en dirección a los monstruos que ha derribado. Entrecierra los ojos, examinándola; mientras tanto, Kallian intenta descubrir por qué esos iris le recuerdan a alguien—. ¿Qué eres? ¿Un buitre? ¿Un carroñero que intenta picotear unos huesos tiempo ha blanqueados? —La mujer cambia el peso a su pierna izquierda y alza el mentón—. ¿O solo una intrusa que viene a esta espesura infestada de engendros tenebrosos en busca de presas fáciles? ¿Tú qué dices, mmm? ¿Carroñera o intrusa?
—Ninguno de los dos —replica. Con un movimiento precavido, señala en dirección a la torre, que queda a su espalda—. Los guardas grises fueron los dueños de ese lugar. —El amortiguado sonido de unos pasos provoca que su oreja izquierda se mueva ligeramente—. Soy Kallian Tabris, recluta de los guardas grises, y estoy buscando un cofre con documentos que pertenecen a mi orden.
La humana entrecierra un poco más los ojos antes de mover el bastón para quedar en una postura que la hace lucir menos amenazante. Kallian toma la oportunidad y se pone de pie, muy despacio.
—Llevo algún tiempo observándoos. "¿A dónde van?", me preguntaba. "¿Por qué estarán aquí?". Y ahora pretendes perturbar unas cenizas que nadie tocaba hace mucho tiempo. ¿Por qué?
El ceño fruncido vuelve evidente la sorpresa que esa noticia causa en la elfa. ¿Vigilados desde hacía tiempo? Kallian nunca percibió la presencia de otros que no fueran sus compañeros o engendros tenebrosos. Animales, acaso.
—No le respondas. Parece una chasind, y eso significa que puede haber más cerca.
Alistair es el primero en emerger de entre los árboles y arbustos. Una expresión de recelo en su cara. Momentos después, se unen a ellos Theodore, Daveth y Jory, armas listas, actitud igualmente desconfiada. Kallian se adelanta algunos pasos, estirando los brazos para interponerse entre la joven humana y sus compañeros de orden.
—Oh, ¿temes que caigan los bárbaros sobre ti? —se mofa la maga.
—Sí, las caídas son malas… —contesta Alistair con ironía, pero su postura se ha relajado bastante.
También Daveth y Jory bajan poco a poco sus respectivas armas. No así Theodore, quien no deja de dirigirle miradas de recelo a ambas mujeres. No cabría esperar menos. De hecho, es un alivio saber que Amell no es el ingenuo sin remedio que ella creyó al salir de Denerim.
—¡Es una bruja de la espesura! Nos convertirá en sapos si le damos la oportunidad.
Daveth pretende que su aseveración sea un susurro, sin embargo, la hechicera lo oye sin problema. Ríe con ironía. No parece molesta tanto por el comentario, como por la estupidez que implica. Kallian tiene que concederle la razón, no ha sido exactamente la más brillante ni oportuna de las observaciones.
—¿Bruja de la espesura? Qué fantasías más absurdas son esas leyendas. ¿Acaso no sabéis pensar por vuestra cuenta?
Amell finalmente ha abandonado la posición tensa. Por la forma en que ha comenzado a mirar a Morrigan, saber que está ante una que es como él y, al mismo tiempo, tan diferente, instala en sus ojos un brillo de curiosidad.
—Me ayudó —declara Kallian al fin—. Me salvó de unos engendros. —Gira para depositar toda su atención en la joven—. Como dije, estamos buscando unos documentos que le pertenecen a la Guardas Grises.
—Buscan algo que hace mucho ya no está aquí.
—¿"Ya no está aquí"? Porque lo has robado, ¿no? Eres una… bruja… artera y ladrona.
Kallian se limita a relajar su postura, mirando a Alistair con súplica y censura.
Theodore todavía lanza descaradas miradas de curiosidad en dirección a lo que le resulta anómalo. Todo -casi todo- es nuevo para el que fue cautivo de altas paredes de piedra durante toda su vida. Sin embargo, el recelo enturbia el color amatista de sus ojos también. Theo se acerca y estira el brazo libre para recibir el cofre con (la anciana ha prometido) los tratados de los guardas. Tiene la cortesía de no comprobar el contenido, cree que sus compañeros ya han insultado bastante a la bruja y si el cosquilleo sobre la piel, causado por una magia diferente a la suya, le dice algo, es que se trata de una bruja poderosa.
Se acomoda el cofre debajo del brazo, apoyándolo sobre su cadera.
—Gracias por devolverlos.
—¡Qué modales! Siempre están en el último lugar donde buscas. ¡Como las medias!
Theo no puede suprimir la sonrisa que el enésimo comentario disparatado de la anciana le provoca. Habría sido interesante tener a una instructora como Flemeth, allá en el Círculo, donde todo es tan rígido. Quizá es justamente por eso que Flemeth nunca pisó uno. Al joven Amell no dejan a acometerle momentos de comprensión como éste, en los cuales los pequeños detalles incómodos del pasado, la ansiedad sin explicación y los anhelos irracionales finalmente cobran sentido: el Círculo de Magos no era el lugar donde debía estar.
—No me hagas caso, ya tienes lo que buscabas.
—Entonces es hora de que te marches.
Morrigan resopla y su madre la reprende con otro comentario sardónico. La joven es altiva, fina y grácil como suele ser las damas con famosos apellidos. Tiene una mirada penetrante, fría e inteligente. Posee, al mismo tiempo, una libertad propia de lo salvaje.
—Ah, bien. Te enseñaré el camino de salida del bosque. Sígueme.
Aburrida y resignada, Morrigan pasa entre ellos para abrir la marcha. Theo se despide de Flemeth con un cabeceo y da media vuelta para seguir a la joven bruja.
—Niña elfa —escucha la grave voz de Flemeth a sus espaldas y Theo de inmediato busca a Kallian con la mirada. Se nota rígida, pero gira sobre los talones para atender el llamado de la anciana—. Para recordar quién eres tienes que asesinarlo.
La anciana ríe y lo que parecía serio, luce ahora como otro disparate más, pero Theo está viendo a Kallian y en su expresión solo hay solemne resolución.
—¿A dónde ha ido?
Al semblante del viejo guarda acude la incertidumbre. Sus ojos se ensombrecen aún más bajo el ceño profundamente fruncido con el cual aguarda la respuesta. Theodore traga saliva y mueve la cabeza de forma afirmativa.
—Sí. Ella… —Las palabras se le atoran en la garganta—. El rey la ha hecho llamar —explica, pero su propia preocupación al escucharse no hace sino dispararse. Permitir que la recluta que odia al rey (y asesina nobles) se reúna con ese mismo rey no suena en lo absoluto como una buena idea. El saber mutuo sobre la persona que no es Kallian Tabris (porque solo el Hacedor sabe qué sí es) espesa el silencio hasta que Theodore agrega—: Está con Alistair. Tabris no es buena en el combate frontal. No… No intentará nada.
Una fugaz tristeza surca los ojos del comandante, quien aparta la vista y permanece en silencio, abstraído durante un rato. El mago no se atreve a hablar y espera. Es una tarde fresca, el clima generalmente caprichoso del verano ha tenido a bien brindarles una tarde apacible. Theo presiente que es la calma antes de la tormenta.
—Me iré pronto, lo sabes. —En voz baja, Duncan parece confesarse. El joven mago siente un nudo formarse en su garganta.
—Nos iremos contigo —replica, hablando en plural para que la magnitud de sus palabras no pese totalmente sobre él, aunque no planea obligar a nadie a seguirlo.
Y sin duda es extraño que esté dispuesto a seguir al comandante a ese destino, cuando el horizonte de su vida justo acababa de ampliarse, pero Amell tiene algunos principios y la lealtad es el más importante de todos. El Círculo no era el lugar donde debía estar y una sensación que intentó asfixiar se lo recordó todos los días. En cambio, mientras le reafirma al comandante su determinación, reconoce lo natural que es para él estar aquí parado y asegurar que dará la vida por un país que ni siquiera es el suyo.
—No, Theodore. —Duncan da media vuelta para dedicarle toda su atención. El mago teme lo que pueda oír a partir de ahora, el semblante grave del mayor anuncia solo malas noticias—. Eres un muchacho inteligente, debes haberte dado cuenta de que la Ruina no acabará en Ostagar. Lo que se hará aquí es frenar temporalmente su avance, dejar que la vanguardia se estrelle contra nosotros. Ferelden tendrá que aprovechar el tiempo que le estamos comprando y hallar la manera de terminar con la Ruina antes de que salga de su territorio. Tal proeza caerá sobre otros hombros.
Haberlo presentido no hace que sea más fácil escucharlo. Theodore pasará un tiempo escudriñando cada momento desde su salida de la torre, buscando el momento en que el plan se retorció, porque está seguro de que no era tal el objetivo desde el principio; el sacrificio debe ser siempre la última opción. ¿Cuántas oportunidades se agotaron antes de que Duncan se sintiera obligado a confesarle esto?
—¿Por qué no retrocedemos? Podemos esperar refuerzos, sino de Orlais, de las Marcas Libres, Antiva, Nevarra…
—Ningún reino o imperio acudirá a rescatar a Ferelden —le interrumpe, sacudiendo la cabeza con un gesto pesaroso—. Dependemos de los guardas grises, y la orden ha ido mermando en número y poder los últimos años, ahora somos apenas algo parecido a un ejército. Si quieren tener la oportunidad de detener la Ruina antes de que consuma el mundo, deberán recuperar el reino. Si no salvan a Ferelden, la corrupción se extenderá por Thedas. Los tratados que has rescatado de la hechicera en la espesura son su única oportunidad.
—Te necesitamos, Duncan.
—Debo estar al frente de la orden cuando inicie la batalla. No me queda mucho tiempo, de cualquier manera.
Theodore agacha la cabeza, tensando la mandíbula. Lo había sabido, que Duncan no planeaba salir de Ostagar, pero había guardado la esperanza de equivocarse.
—No me dejarás ir contigo, ¿verdad?
—No eres un mago guerrero, Theodore. Sería un desperdicio —explica en completa calma, acaso tratando de transmitirle esa misma serenidad al muchacho—. Aún no. La orden debe sobrevivir, esos tratados sólo serán útiles en manos de un guarda.
Inhala lentamente, sintiendo sus ojos escocer, pero sin llegar a derramar una sola lágrima. Eleva a mirada una vez más, encontrándose con los ojos negros del comandante. Le mira con confianza, quizá con cierto orgullo que se parece mucho al paternal. A Amell nunca nadie lo miró así.
—Te debo mi vida y, más aún, mi libertad. Pienso pagar mi deuda —asevera, conteniendo el temblor de sus extremidades—. ¿Qué necesitas que haga?
Duncan sonríe con un deje de alivio, estira una mano para apoyarla sobre su hombro derecho y asiente.
—Lo harás bien, muchacho, y no estarás solo.
Theodore frunce levemente el ceño mientras estudia el rostro de Duncan, tratando de comprender a qué se refiere. Una vez que lo ha descifrado, abre mucho los ojos.
—¿Ella también?
—Kallian será tu alfil. Cuando tú, como comandante, sepas mover esa pieza, te sorprenderá lo que puede lograr. Sin embargo, debes tener cuidado. El alfil imita uno de los movimientos de su reina, tú debes recordarle lo que es en realidad.
—Lo sabías —exhala Theo. Duncan asiente y retira la mano de su hombro.
—Su situación era precaria y yo apreciaba a sus padres, pero no la saqué del calabozo de Denerim por piedad, Theodore. Vi potencial, como en ti y los otros reclutas... Como en Alistair —agrega el guarda comandante tras un ligero titubeo y Theo junta las cejas un instante antes de relajar su expresión una vez más—. Ahora el único consejo que puedo darte es que no confíes nunca en ella, sino en la clase de persona que es.
Durante el lapso de silencio que sigue, Amell asimila el peso de la responsabilidad que el comandante está poniendo sobre sus hombros.
—¿No dejarás que ninguno de los que ahora son reclutas pisen la batalla en el valle?
Duncan no desmiente ni afirma y se limita a mirarlo fijamente.
—La orden debe prevalecer.
