Los años habían sido benévolos sobre las tierras de la Roca del Rey. La prosperidad había barrido toda sombra marchita del cruel destino que Skar le había impuesto al reino. Con el incesante avance del tiempo y el paso de las generaciones, pronto todos habían olvidado aquellos tiempos tristes y oscuros de hambre, odio y soledad.

Como lo dicta la implacable ley de la vida, Simba y Nala llegado su tiempo durmieron el sueño que se duerme para siempre y unieron su espíritu al de todos los grandes reyes del pasado que observan silentes desde el profundo cielo nocturno. Con gran pesar pero mucho más adulta, Kiara asumió su lugar en el ciclo de la vida y se celebró la gran fiesta de ascensión de la pareja real al trono de piedra. Aún no habían tenido hijos, los miedos de la princesa habían sido muchos en torno a la vejez de su padre y el misterioso retorno de algunas hienas a los límites del reino. No obstante Kovu, flamante príncipe, se abstuvo de cualquier objeción y acompañó pacientemente a su pareja a través de los últimos días de Simba.

Aquel amanecer era el Amanecer del Honor. Todos los habitantes de la sabana se habían reunido al despuntar el alba para vitorear a su nueva reina y a su nuevo rey. Se habían preparado ofrendas de flores y frutas para la memoria de los reyes ausentes y se murmuraba alguna canción entre los presentes, a modo de respeto.

La alegría estalló al contemplarse el abrazo del muy anciano Rafiki con la pareja real en la cumbre de la roca bañada por el sol. Todo en derredor era una sola exclamación de victoria. La congoja y la emoción podían leerse en el rostro de Kiara: sus ojos lloraban, un poco con dolor, otro poco con entusiasmo. Kovu temblaba y gruñía entre dientes, molesto al saberse presa de los nervios. Detestaba siquiera pensar que luciese como un tonto, había vivido mucho tiempo en la familia y aún así no había aprendido demasiado respecto a ser un rey. Los malos hábitos pueden arrastrarse una vida entera. De todos modos, inspiró profundo, serenó sus pensamientos, y se dispuso a escuchar lo que ese extraño simio tenía que declarar ante ellos y ante el público.

Rafiki alzó una de sus manos al cielo, invocando la bendición de los ancestros; Kovu extendió su mirar al horizonte y en derredor, ¡todo eso sería suyo! Todo, a partir de ese momento. Reparó, entonces, en que hoy esas tierras se le antojaban más fructíferas. Un prado verde, vivaz, espejos de agua tan limpia como el cristal… Incluso el sol parecía brillar más. Todo parecía ser más valioso a partir de ese momento. Todo, todo era de su propiedad… y una gran responsabilidad. Kiara contuvo el aliento; Rafiki comenzó a anunciar a la nueva Pareja Real. Kovu detuvo sus distraídas lucubraciones, debía escuchar. Todos los animales prorrumpieron en sonoras aclamaciones cuando el viejo chamán de las tierras giró sobre sí para impartirles una bendición especial a Kovu y a Kiara hundiendo el dedo en un extraño brebaje. Pero un grito desesperado detuvo todo lo que se estaba haciendo. Una maraña de pelo gris y hedor horrendo había irrumpido impunemente sobre la roca del rey a toda velocidad. Era, al parecer, una diminuta hiena escurridiza y nerviosa que había logrado eludir la guardia de las leonas y ahora arrojaba a los pies de los nuevos reyes el cráneo blanco de algún animal mientras gritaba y carcajeaba "¡Despierta la nueva reina, despierta la nueva reina, tu pesadilla va a comenzar!"

Por unos breves instantes, todos contemplaron estupefactos. Kiara dio un brinco, Kovu un feroz rugido; Rafiki detuvo la calavera entre sus dedos y la diminuta hiena se arrojó temerariamente desde las alturas para evitar ser apresada. Un segundo después se desató la furia y la indignación de los presentes. Se arrojaron a la caza de la intrusa, pero de alguna manera insólita había sobrevivido a semejante caída y se había escabullido sin dejar rastros.

- ¡Búsquenla! – rugió Kovu, ante la mirada aterrada de su esposa. De pronto sintió latir algo muy fuerte en su pecho, algo ardiente. Sí, orgullo. Había rugido su primera orden.

Kiara volvió el rostro desesperado a las leonas, éstas le miraban consternadas.

- ¿No la habían visto? – Se espeluznó la reina - ¿Estaban todas ahí y no la percibieron?

La búsqueda fue infructuosa. Tal vez contase con algún cómplice. El viejo chamán suspiró, algo preocupado. Kiara oteó con temor los huesos que le habían arrojado como un insulto. "Despierta la nueva reina… tu pesadilla va a comenzar."