- ¿Deseas alguna otra cosa?
- No. Déjame experimentar esta victoria a solas.
- Como desees. – la leona oscura volvió sus pasos en pos de la boca de una gruta, con claras intenciones de emerger de ella hacia la pastura. Recortó su silueta contra el intenso sol del mediodía y se detuvo, volviendo la vista atrás – Enviaré a comprobar que las aguas descienden, como lo has previsto.
- Nunca te ha faltado fe en mí. – musitó como respuesta la carcomida voz de un macho desde las profundidades. Menguada, cansina, denotaba cierta vejez pero todavía pujanza.
- Y no me faltará nunca. – respondió la hembra, suavemente, con dignidad. Llevaba sobre su piel el tono lóbrego de la hierba reseca al devorarle el fuego, y sus ojos, eran trozos de cielo. Parecía lucir sobre su lomo una lozana juventud, quizá fuesen aquellos sus primeros años como adulta. Su nariz pálida y su complexión vigorosa le otorgaban una estampa preciosa, como el de una experimentada exploradora. En la punta de la cola llevaba amarradas unas hebras grisáceas, como distinción, quizá, o amuleto. El viejo león observó cómo se marchaba sin decir nada.
- ¡Karoo! – le llamó. Ella volvió el rostro nuevamente. – Ve en paz. Lo has hecho bien.
Karoo dibujó una tímida sonrisa fatigada, pero satisfecha. Asintió levemente y se alejó de allí.
El viejo macho se tumbó, envuelto en calurosa penumbra; oteó la boca de la cueva y la luz proveniente del exterior. Observó alejarse a su joven guardiana y sonrió. Nunca había hallado mejor sostén para sus obras desde que le hubo conocido, ni mejor confidente ni asistente, ni custodio. Quizá, incluso, se aventuró a pensar que la unión entre ambos hubiese suplido sus primitivos motivos por la fuerza que daba el sólo hecho de tenerle cerca. Era tan ciega la fe que ella le profesaba… Era casi como su hija, aunque por esto él tuviese el alma repleta de conflictos. Inspiró, presintiendo cerca el sueño, pero su aliento era muy débil por momentos, y fue presa de una enfermiza tos.
Gañó, sacudió su melena entrecana con furia. Le molestaba el paso de los años. Recordó entonces que para vivir eternamente debía apegarse al plan trazado. Se repuso, exhaló agotado, pero se tranquilizó a sí mismo evocando viejos recuerdos de gloria. Pronto la historia daría un giro inesperado, y nada de lo pasado prevalecería en el presente. Sí, debía reposar y esperar su momento. Esbozando una sonrisa siniestra se recostó, todo lo largo que era en la seguridad de su cueva y durmió.
Afuera, a prudente distancia, un grupo de leonas aguardaba pacientemente a la portavoz del líder. Karoo se acercó con templanza, si bien los sucesos de los últimos días avivaban en ella un espíritu de lucha y emoción. El tiempo se acercaba, sin dar tregua, segundo a segundo.
- ¿Karoo? – alguien murmuró con ansiedad. Karoo era tan misteriosa… esa extraña afición suya por hablarle a las estrellas la rodeaba de un halo sobrenatural y atemorizante por momentos. A pesar de ser muy joven, era instintivamente respetada por sus tías, primas y hermanas, por esa cualidad espiritual que le había resultado natural nomás nacer. Por esto le habían legado casi por reflejo la mediación entre su rey y ellas. Después de lo vivido con él, en extremo sorprendente, sólo confiaban en alguien con cierta confidencia para con los espíritus para estos menesteres.
La portavoz llegaba en silencio, acrecentando las expectativas del resto y atormentando sus nervios.
- Tres de ustedes, hermanas mías. El rey pide que se alleguen a donde las aguas corren sin estancarse. – Karoo se había detenido, perfectamente erguida en medio de ellas, controlando su ansiedad responsablemente, pero susurrando a causa de la emoción – Partan de inmediato, debemos saber si es posible cruzar al otro lado.
Durante unos segundos, el resto de las leonas se dispuso en círculo e intercambió miradas. Eran todas leonas de pelaje pardo, brillante pero tostado, casi de un color café. Era inevitable pensar que se hallaban todas emparentadas. Fuertes, sanas, y de estoica voluntad, a simple vista lucían de temple estable y determinado.
- Yo iré – se ofreció Kamanjab con decisión. Era una de las leonas de mayor edad, incluso llevaba grabadas en la piel las cicatrices de una vida de lucha y experiencia. Pero sus ojos brillaban ante la esperanza de cruzar el río como si se tratase de una cachorra. Esta esperanza hizo nido en dos hermanas más, Narok y Didieni, quienes se apuntaron a secundarle con premura. De pronto la tensión se desperdigó en cada corazón presente, esbozándose en leves risitas nerviosas, aplacadas por la solemnidad del momento. Karoo sonrió.
- Que así sea – dijo – El día está cerca, ¡Vayan!
- Seguiremos las estrellas del Norte. – susurró Kamanjab en voz baja. Sus hermanas asintieron y partieron de inmediato.
Karoo perdió su mirada en su pequeño grupo de avanzada; suspiró y embriagó su alma de expectación, mas de pronto una voz le atrajo, desde detrás de su espalda.
- Aún no comprendo por qué rechazas lo que por naturaleza es tuyo.
Karoo fijó sus ojos en Damara, entendiendo perfectamente que hacía referencia al puesto de líder de las leonas, cosa que Karoo rehuía constantemente de modo inexplicable.
- Sabes que eres mejor que yo para eso. – insistió Damara ante su mutismo.
- No discutiré sobre eso. – susurró Karoo con aire grave. Dio dos pasos, intentó alejarse, pero Damara dio un brinco bloqueándole la retirada. Karoo echó hacia atrás las orejas y elevó el lomo.
- ¡Pero, mírame! – exhaló Damara con benévola indignación - ¡No he dicho una sola palabra, y tú ya las organizaste! Ni siquiera reparan en mí para decidir acatar tus órdenes o no.
- No discutiré contigo, Damara.
- ¿Por qué no? – Damara fue eludida por un rápido movimiento de Karoo - Me niego a que desoigas mis razones, ¡alto ahí!
La portavoz se detuvo luego de avanzar unos metros. El sol declinaba, sentía profundos deseos de contemplar el cielo nocturno. Pero aquellas palabras empañaron con amargura sus pensamientos.
- No haré de un día glorioso una penosa disputa, Damara. – suspiró. Detestaba tanto perder el tiempo en ello… - ¡Falta tan poco! Sabes cuál es tu posición. Y no habrá discusión.
Las leonas restantes observaron en silencio. Damara soltó un quejido, casi como una súplica.
- Eres el espíritu de la manada…
Karoo volvió el rostro exacerbada.
- ¡Y tú la hija legítima de Taivadu!
La mirada de Damara se ensombreció.
- El está muerto. No significa nada ahora.
- ¡No es cierto! – Karoo viró sobre sí, acercándose. No se explicaba el por qué de tan poca satisfacción – Taivadu fue nuestro líder durante mucho tiempo. Fue quien nos protegió, nos dio hogar y comida. ¡Honra su memoria en vez de desdeñar de ella!
- Otras pueden hacerlo antes que yo. – Damara resopló, enfadada casi hasta las lágrimas.
Karoo aplacó su voz, casi susurrando.
- Kamanjab, Narok… Las primeras hijas de Taivadu son ancianas muy amadas, Damara. Su tiempo para dar a luz ha pasado. Es por eso que el rey te ha designado para unificarnos, para restaurar el reino, ¿no te sientes honrada por eso? Me decepcionas.
- ¿El rey? – Damara masculló, iracunda – Ese anciano…
Su tono intentó pasar inadvertido, pero Karoo logró oírle. Respingó, sobresaltada.
- ¿Cómo te atreves…?
Damara trepidó, descubierta. Fue entonces cuando dos leonas más intervinieron, para evitar una reyerta inútil y violenta. Kaolán brincó ante las narices de Damara, interponiendo su cuerpo como escudo entre ambas.
- Nunca hemos sobrevivido solas. – Dijo a Damara con sabiduría – No sabemos qué puede haber allá afuera. Él vino a llevarnos al camino de la prosperidad, no cuestionemos su saber.
Damara detuvo sus palabras, suspirando. No deseaba pelear con sus tías ni el resto de la familia. Sólo,… ¡estaba tan asustada! ¿Por qué, en toda la faz de la sabana, debía resultar ella elegida para tal tarea? ¿Por qué no una leona más arrojada? O más valiente,… o más determinada. Karoo exhaló, de acuerdo con la oportuna intervención de Kaolán. Volvió sus pasos nuevamente hacia el ocaso, dando la discusión por concluida. Pero antes de marcharse oteó una vez más a Damara.
- Él nos salvó. Y te sugiero que acates su voluntad. Tal y como todos esperan que lo haga yo. – Volvió su vista al frente, titubeó y volvió a mirarla – Alístate, por favor. Cuando las exploradoras regresen tal vez sea el momento de partir.
Sin más, dirigió sus pasos hacia el horizonte buscando algún lugar propicio para serenarse en paz. Damara dejó caer la mirada, afligida. Kaolán tomó un mechón gris de los muchos que llevaba anudado en la punta del rabo.
- Ata esto a tu mechón – dijo, y le extendió la garra – te traerá buenaventura. Nunca has compartido esta costumbre con nosotros. Es hora de que empieces.
Damara observó cómo la otra leona daba vueltas con dificultad sus zarpas sobre el mechón de su cola, hasta dejar las hebras grises bien anudadas.
- Kaolán… - musitó con temor - ¿Crees que todo resultará bien?
Kaolán le sonrió con bondad, lucía tan trémula como un cachorro apenas parido.
- Querida, sabes que ya no podemos vivir aquí. Las hienas han diezmado nuestra familia de manera horrenda. No las esperábamos, no estábamos listas, tú lo sabes, lo has visto. Viste cómo tu padre intentó resguardarnos.
Damara dejó escapar una lágrima pero no dijo nada. Kaolán cobró valor para continuar.
- Si no hubiera sido por el milagro de habernos topado con éste rey que ahora tenemos… - suspiró, eludiendo la tristeza de unos recuerdos atroces. Volvió a mirarle, pero esta vez esperanzada – No te preocupes tanto. Todo ocurre por alguna razón, ¿lo ves? Él tiene un hijo que rescatar, nosotras una vida nueva que iniciar. ¡Los grandes espíritus nos han reunido para ver nuestros sueños cumplidos! No temas, Damara, aférrate a nosotros. Prepárate para tu gran destino. Todo un reino te espera.
