Las pisadas de Kiara y su aplomo eran propios de una leona adulta y su aproximación no había pasado desapercibida para las demás. Se deslizaba con la elegancia de un completo felino, dibujando su silueta en el rojizo del atardecer, descendiendo de la Roca del Rey con celeridad pero con reserva también. Llevaba tensa la cruz y al dar el brinco final sobre la tierra pareció agazaparse como dispuesta a atacar. Se hallaba molesta y no intentó ocultárselo a sus leonas. Ellas le otearon preocupadas, sabían de lo imperdonable de su descuido y se sentían avergonzadas. No lograban explicarse cómo había pasado.

Kiara no era una soberana de carácter – y no era secreto. Así que su alarde de ferocidad quedó circunspecto a la frustración que le había producido sentirse humillada y desprotegida, máxime en circunstancias tan especiales. Simba siempre había titubeado respecto a su solidez como soberana (sin más razones que su propia inseguridad como padre), y lo acontecido aquella mañana no había hecho sino despertar en su hija furtivos fantasmas que le hacían sentir inútil y ridiculizada. Parecía como si su padre hubiese estado en lo cierto y ella no avivase el más mínimo respeto en sus súbditos, de modo tal que se atreviese alguno a escalar incluso la Roca del Rey para reírsele en el hocico. ¿Sería así? ¿Por qué no había atinado a reaccionar siquiera? Si era una pequeña hiena, un redrojo de huesos que bien pudiese haber aplastado con una zarpa. Pero no. Kiara no había reaccionado. ¿Por qué no? Blandió el rabo, con más furia hacia ella misma que hacia las otras, y les dirigió su tono más rígido.

- ¿Cómo es posible que esto ocurra? – disparó, iracunda. Las demás fruncieron el entrecejo, perplejas. No había excusas. - ¡Se supone que somos familia, descendientes de Mufasa! ¿No hemos aprendido nada en el pasado? ¿Dónde ha quedado la fortaleza inquebrantable de las leonas de mi madre y de mi abuela?

Algunas subordinadas dejaron caer la mirada; muchas eran jóvenes, novatas en aquello de ser edecanes, y algunas, incluso, no habían conocido a Sarabi en vida, sólo los últimos años de Nala. Ellas dos sólo eran leyenda, una leyenda de esfuerzo y coraje que las más viejas instaban a imitar. Kiara sintió remordimientos por su manera de hablar.

- Sé que no soy quizá la soberana que esperaban. – se sinceró. Algunas leonas se sobrecogieron, abriendo los ojos de sorpresa. Kiara se embebió en resignación – Sé que no tengo el temple de Sarabi ni la osadía de mi madre, Nala. Es más, sé que quizá algunas de ustedes teman por la solidez de mi gobierno.

Kiara comenzó a caminar entre ellas; las demás le rodearon, conmovidas.

- Sólo les pido tiempo. – continuó la reina – Y su fuerza. – Alzó los ojos al cielo casi nocturno, su corazón se estremeció con recuerdos. – Mi padre ha sido diligente en mi educación. No deshonraré su memoria, ni estropearé todo por cuanto luchó. – volvió a mirarles con sus pupilas ardientes – Sólo les pido fuerza. Su fuerza.

Las demás leonas se aproximaron a la reina y friccionaron sus flancos unos contra otros de manera afectuosa. Aquí y allá se oyeron algunos ronroneos aliados. Estamos contigo, parecían decir. La vieja Tama y su hijo Boro entrechocaron hocicos con ella, habían sido muy próximos a su madre y a su abuela. También estaban allí Kila, hija de Mheetu, hijo de Sarafina; Ngare, del linaje de Tojo; Kiara alzó los ojos y vio; Incluso Vitani, y todo el grupo de los otrora rebeldes se le acercaban fielmente. Tal vez eran sólo miedos suyos. Tal vez sólo debía recordar quién era.

Suspiró, oyendo aún los gañidos amistosos de las fieras; sintió entonces mucha sed y nostalgia, como si necesitara conectarse con los que ya se habían ido. Intentó, pues, algunas palabras que pusieran en orden a su manada y le permitiesen escabullirse a solas con sus pensamientos.

- Les agradezco vuestra lealtad… - comenzó. Las demás sonrieron afables, pero poco a poco el rostro de Kiara se transmutó en uno más severo. Las demás se contaminaron de esa angustia y permanecieron en silencio.- Les agradezco… Pero lo que ha ocurrido hoy me ha demostrado que hemos abandonado la precaución desde que las hienas se fueron. Sí, he oído los rumores de supuestos avistamientos, no estoy sorda ni me desentiendo. Pero cierto es que ninguna de nosotras las había visto con sus propios ojos,… hasta esta mañana. Y ése fue precisamente nuestro error; su error; aguardar a la primera tarascada para admitir estar en las fauces del enemigo. Ninguno de nuestros jóvenes machos creyó conveniente examinar las fronteras con mayor ahínco, ofreciéndose a redoblar esfuerzos en conjunto con su Rey, ni nuestras hembras pensaron quizá extremar cuidados esta mañana en particular, de otro modo hubiesen guardado una estricta vigilancia, como antes. Y no es excusa haber nacido después de mi madre y no haberle conocido nunca o ser demasiado joven. Son leones, y acaban de equivocarse. Es un lujo que no pueden prodigarse si quieren sobrevivir como tales. Tenemos enemigos, y si no cerramos filas nos comerán con todo e hijos. No los culpo por sus errores. Pero no permitiré nuevos.

Vitani y Tama se otearon perplejas, ¿Kiara intentaba imponer autoridad? Por primera vez en su vida parecía ansiar reprenderlas, aunque con cierta torpeza. Ser fuerte y convincente nunca le había sido muy natural, antes bien era una joven insegura e ingenua. Las leonas más viejas acataron la reprensión no sin un dejo de incredulidad, pues la conocían. Las más jóvenes quizá sintieron algún temor verdadero. Pero no las ancianas, que sabían lo que Vitani y Tama. Kiara intentaba proyectar alguna estampa que infundiera respeto y seguridad,… y estaba muy bien,… aunque a ellas no les asustara.

Sin decir nada, la manada entera bajó la cabeza. Kiara supo que su insulso esfuerzo no había hecho mella en aquellas que le habían visto nacer. Esto le frustró aún más. En verdad quería ser como su padre, o más bien como su abuelo. Necesitaba consejos. Sí, iría a ver al anciano Rafiki.

- ¡Las cazadoras, a su obra! – ordenó, con templanza. Un segmento grande se desprendió de su manada y se puso de pie de inmediato ante la reina – Vayan. Esta noche no las acompañaré. ¡Las nodrizas, a su obra! – Las más jóvenes, a las que el tiempo de la caza no les había llegado, se apiñaron en torno a los niños - Guarden a esos cachorros con su vida. Estamos en la mira y ellos serán el primer blanco. Llévenlos al interior de la cueva, no permitan siquiera que exploren después de la puesta del sol. El prínc… El rey Kovu regresará pronto de su recorrida, espérenlo.

Las cazadoras no esperaron más directivas, marchando con avidez; sin embrago Kiara volvió grupas, reconsiderando sus planes.

- ¡Boro, Sakerhe! – clamó.

Los dos jóvenes - los únicos dos machos además de Kovu – ya habían alcanzado edad para aprender a cazar al pie de las leonas. Y como su porte fuera ya fuerte, partían con ellas a menudo, seguros de serles muy útiles desplomando animales gracias a su peso, aunque poco supiesen aún de estrategia. Al oír a Kiara se detuvieron instintivamente y le miraron.

- Regresen. – Ordenó la reina – No creo conveniente dejar solas a las nodrizas, pueden ser tomadas por sorpresa. Kovu puede retrasarse.

Ambos leones asintieron, sin siquiera discutirlo. Volvieron en pos de la reina pero fueron interrumpidos por Vitani, que se adelantó velozmente.

- No, Kiara, los necesitamos. Se acerca la hora en que ya casi no hay crías.

Kiara frunció la nariz, incómoda. Vitani prosiguió, dejando en evidencia la escaza observación de su Señora.

- La estación seca está sobre nosotros. Las manadas se mueven. Sólo hallaremos adultos formidables; necesitamos a los leones.

- No hay sólo búfalos en el campo, Vitani. – respondió Kiara, con irritación.

- No, es verdad. – Respondió la otra – Pero si no hallamos cebras o antílopes tu manada no comerá. – Entornó los ojos – Ni tu Rey.

Kiara no pudo evitar alzar un belfo, molesta. Boro y Sakerhe observaron el atrevimiento de Vitani con cierta desaprobación; ella prosiguió con audacia.

- ¿Por qué dejar librada al azar la obra de las cazadoras, cuando pueden contar con dos hermanos que pueden tumbar piezas de gran porte?

- ¿Y qué propones? – Resopló Kiara - ¿Qué desampare a las nodrizas por una noche con cena?

- Yo puedo quedarme a cuidarlas en lugar de los muchachos. – apuntó Vitani rápidamente. – Ellos nos son útiles y además están aprendiendo. Sería un desperdicio doble: nos arriesgamos a hacer ayuno y ellos no adquieren experiencia. Yo cuidaré a las nodrizas hasta que regrese mi hermano, y así cubrimos ambas necesidades.

Durante un leve lapso, Kiara hubiera jurado que había sentido cómo se le erizaban los pelos de la cerviz; sin embargo, mantuvo la boca cerrada ante la lógica aplastante que demostraba su súbdita. Boro y Sakerhe aguardaron; no estaba en sus planes introducir algún comentario que desatase una tormenta. Pero les fue imposible ignorar los hechos y tomar nota. Kiara blandió el rabo, tensa.

- Que así sea. – ordenó; y Vitani emprendió una marcha ligera en pos de la cueva.

Le fue imposible a la reina saber con certeza si Vitani escondía algún regocijo malicioso, la leona no había hecho gesto alguno. Pero temía que aquella osadía le sirviese como estribo para intentar cuestionarle nuevas directrices en el futuro. Vitani tenía talante, y uno de los más férreos… por primera vez en su vida, Kiara comenzaba a plantearse andarse con ella con cuidado. No le había insultado, sólo importunado; pero por alguna extraña razón eso le molestaba. Si Vitani se creía capaz de redargüirle, pronto otras lo intentarían. Y Kiara era la reina, no una mera compañera de juegos.

- Vuelvan con las cazadoras. – ordenó a los machos, que aún le observaban, absortos. Ellos leyeron en sus ojos cierta irritación al verse forzada a acatar una mejor opción, pero se mantuvieron callados.

Kiara berreó para sus adentros tan pronto como aquellos le dieron la espalda; debía adquirir autoridad, lo antes posible.