La oscuridad toda parecía enclavarse y pender de los hombros de Kiara, sintiéndose aquélla como si arrastrase el peso unánime de la noche, con su dolor y melancolía. Cada paso que daba pretendía llevarle a casa, no obstante avanzaba con el desgano de quien ha caminado largos años sin cesar. Llevaba la cabeza baja, los ojos heridos de tanto llorar y las orejas hacia atrás. El eco lejano de gruñidos desdibujados le hizo entornar la vista y suponer que aquella noche había habido buena caza, quizá para los suyos, quizá para los otros.

Al descender la última colina próxima a su hogar, una sombra pareció desprenderse del contorno oscuro y salir súbitamente a su encuentro.

- ¿Kiara? ¡Kiara! – Kovu había vuelto de su búsqueda desenfrenada y le había extrañado no hallarle en el cubil. - Vitani dijo que partiste sin dar explicaciones, ¿te encuentras bien?

Kiara no dijo nada; su asalto le había tomado por sorpresa y aún no había calculado lo que iba a decirle… si es que debía decírselo. Su endeble semblante no hizo más que minar de alarma la mente del nuevo rey.

- ¿Pero qué te ha ocurrido? ¿Has llorado? ¿Por qué no dices a dónde vas? ¿Cómo voy a protegerte si no sé ni dónde hallarte?

- Kovu, yo… - la voz de Kiara se quebró. Él frunció el ceño.

- Encontré el rastro de las asquerosas alimañas que traspusieron los límites de la Roca del Rey esta mañana.

- ¿Sí…?

- Eran dos. Huyeron a través del campo hasta el manantial. Allí se pierde su rastro, es evidente que se hundieron en el agua – Kovu miró en derredor, ofuscado. – Pero no existen señales del camino que tomaron después de mojarse las patas. Es como si hubiesen volado. Pero hemos organizado a los habitantes de la pradera y les cercaremos, no podrán moverse sin ser vistos.

- Kovu,… - Kiara intentó una suerte de confesión acerca de sus temores y sentimientos, pero no supo escoger el momento.

- ¿Me oyes? – el rey presintió que su derrotero de información le había entrado por una oreja y salido por la otra. Y añadió, con más vehemencia - Los encontraré. Perseguí su rastro a través de la maleza, fui el único que pudo olfatearlo con total claridad. Ya he advertido a los demás animales que ninguna traición será pasada por alto y cualquier ayuda prestada a esas pestes será cobrada con creces por mi propia mano. Creo que les ha quedado claro… No seré benevolente con los enemigos. Les haré pagar por su ofensa. Por cierto,… a tus súbditas no les vendría mal una reprimenda. Son tan eficaces en la guardia como una camada recién parida.

Kiara dejó caer la mirada, consumida por la tristeza.

- ¿A quién has visto? – inquirió Kovu, en un gruñido; el mutismo de la leona no hizo menos que crisparle los nervios. Ella se sintió dolida ante su actitud.

- A nadie. No importa.

Y sin más, eludió a su compañero para continuar la marcha hacia la Roca del Rey.

Pero Kovu no era Simba; se volvió rápidamente. Kiara traía en la piel un aroma a muerte. A muerte, pastizales secos y frutos crocantes, como los que solía emplear Rafiki en sus rituales.

- ¿Puedes decirme qué demonios has estado haciendo? – le espetó, furioso. Detestaba que le dejaran con las ideas inconclusas, mucho más en situaciones tan alarmantes como las de aquella jornada.

- No he estado haciendo demonios. – respondió ella, desdeñosa.

- Pues a mí no me lo parece.

- A ti… ¡el único juicio válido es el tuyo!

- Pues ha demostrado ser superior al tuyo en muchas ocasiones.

- No en las que valen…

- ¿Cómo dices…?

La voz del león se agravó, más de lo habitual. La ira de Kiara estalló; ¿acaso pretendía infundirle temor? ¡Ella no era una súbdita más, ni una oponente, ni muchos menos una hija!

- Lo lamento – dijo, irónica hasta las lágrimas. – Lamento que mientras desplegabas todo tu portento y tu gloria en el campo de batalla yo no estuve ahí para deslumbrarme.

El rostro de Kovu pareció desfigurarse ante el atrevimiento, ¿qué le había dicho? Pero rápidamente perdió el hilo y el interés en el fundamento de sus berrinches, Kiara era una cachorra mimada y todo parecía dolerle el doble.

- Kiara,… - suspiró, reteniendo un enorme disgusto. – Entiendo que lo que hemos vivido hoy te ha afectado. Pero, ¿quieres dejar de ser tan exagerada? Puedo comenzar a pensar que no eres...

- ¿No soy qué? – el rugido de dolor de la leona sonó más bien como un penoso aullido. - ¿No soy buena para gobernar? ¿Pierdo los estribos? ¡¿No sirvo como soberana ni para gruñirle a mis edecanes el pecado mortal que han cometido al desprotegerme?!

- Ki…

- Puedes pensar lo que quieras. – dijo ella, dándole la espalda. Kovu cercenó su retirada anteponiendo de un salto su propio cuerpo. Kiara oyó su gruñido y frenó en seco.

- Y también puedo pensar que me insultas deliberadamente. – él susurró. Durante un leve momento, Kiara permaneció congelada. No hubiera esperado tal reacción, estaba más habituada a los leones como su padre. Leones longánimos, dispuestos a hablar, pacificadores, sabios. Pero Kovu no era así y esta vez papi no estaba allí.

Sus ojos se abrieron, hasta límites insospechados; oteó a uno y a otro lado del campo y tomó conciencia horrorizada que se hallaba sola. Sola con él. Durante un segundo fugaz, fue como si el león que tenía ante ella no fuera el que una vez había conocido.

Se agitó, llorosa; ¿Kovu era incapaz de percibir su dolor? ¿Sólo sabía reaccionar de aquellas formas? La imagen penetrante de Zira surcó su mente atemorizándole. ¿Cuántas formas de crueldad le habría enseñado a su hijo? ¿Y qué tal si ahora, que habían muerto todos, Kovu decidía mostrar su verdadero rostro?

- ¿Y bien? – rugió él, impaciente. - ¿Dónde has estado y qué has hecho?

- Despidiendo a un viejo amigo. – respondió la Reina, sintiéndose humillada y en peligro. – Rafiki ha muerto. Si es que tiene relevancia para ti y deseas saberlo.

- ¿El anciano ha…? – Kovu cerró el hocico. No dijo nada más, ni plasmó en su rostro expresión alguna. Comprendió lo ocurrido pero sin embargo no ofreció el hombro para llorar ni unas palabras de consuelo. – Vamos a casa, Kiara.

Ella obedeció, rabiando para sus adentros. Hubiera deseado contención, una redoma para reunir sus lágrimas, ánimo, aliento. Pero aún le faltaba conocer muchos aspectos de la inclemente niñez de Kovu que le habían moldeado así el carácter. Infantil, caprichosa, Kiara esperaba que todo el mundo se comportara tal y como ella esperaba; no como eran en realidad. Y arriesgarse siquiera a pensar que Kovu ocultaba aristas extrañas en su personalidad le helaba la sangre. No dijo nada más, ni se rehusó a obedecer a su esposo. Pero la situación le había abierto los ojos; el león no era como lo pintaban.