La tarde estaba tranquila, calurosa y estúpidamente tranquila, Marinette estaba en el mostrador de la cafetería, tenía un codo sobre la barra y su barbilla en su mano, miraba a través de las ventanas del lugar a la gente pasar e ignorar la cafetería, no había ni un cliente, sus compañeras estaban sentadas en una de las mesas jugando con sus teléfonos y hablando.
No era el mejor lugar para una cafetería, a veces sólo tenían un solo cliente, a veces eran buenos días y tenían más de diez, pero era una cosa que pasaba poco.
Ella volvió a suspirar, si hace tres meses le hubieran dicho que dejaría de diseñar y que renunciaría a una buena empresa para huir de él, ella habría reído de lo tonto que sonaba, pero aquí estaba, en una parte olvidada de París en una cafetería que ni Dios conocía y todo por culpa de su gran orgullo.
Su teléfono a veces sonaba y mostraba el número de él, ella no lo había bloqueado, no sabía por qué, él no llamaba mucho, sólo una o dos veces por semana, sus mensajes eran cortos como "tenemos que hablar" o "no puedes huir para siempre" pero A) ella no quería hablar y B) ella sí podía huir por siempre, confiaba en que él no la encontraría.
Sus compañeras a veces hablaban con ella, pero ella no tenía ánimos para ello, también veían con interés cuando su teléfono sonaba y ella lo silenciaba o cuando ella hacía una mueca de molestia al ver que en la TV de la cafetería hablaban de una empresa o de un rubio en particular.
Algunas tenían la teoría de que lo conocía y se habían peleado, pero otras sólo reían diciendo que eso sería imposible.
Esa tarde todo estaba tranquilo, lo estaba, hasta que la puerta se abrió y entro un cliente, un cliente que hizo voltear su mundo y tensarse, él avanzo y se sentó en una de las mesas y una de sus compañeras se acercó.
—Té y una porción de cheesecake de fresa.—pidió él y la chica fue a la cocina del lugar.
Marinette llamó rápidamente a otra de sus compañeras y le pidió que cuidara su puesto mientras corría a la cocina, obviamente él la había visto.
Ella entró a la cocina y detuvo a su compañera que estaba haciendo él té.
—¿Qué haces?—preguntó sorprendida.
—Yo haré su té y trae un cheesecake sin azúcar.
Su compañera asintió y buscó lo que se le pidió, al terminar ella llevó el té y el postre y se sentó en la misma mesa que él.
—¿Qué haces aquí?—preguntó luego de cruzarse de brazos.
Él bebió su té y pensó un momento.—Aún recuerdas cómo me gusta el té.—sonrió débilmente—Y con respecto a tu pregunta, estoy aquí porque te niegas a contestar mis llamadas o mensajes, Marinette.
—Señorita Dupain-Cheng para ti.—dijo apretando los dientes—El hecho de que no quiera contestar tus llamadas debería hacerte entender que no quiero hablar contigo.
—Si no quisieras hablar conmigo, Marinette,—él ignoró la advertencia—me hubieras bloqueado, pero no lo hiciste.—él probó el postre y tarareó—Sin azúcar, eh?
—Odias lo dulce...—susurró—Y que no te bloquee no significa que quiera verte.
—No puedes huir para siempre.—repitió como en sus mensajes.
—No fui yo quien huyó.—ella le recordó—No fui yo quien ignoró al otro por un estúpido malentendido.—ella se inclinó hacia él con el rostro reflejando dolor y molestia.
—Y no fui yo quien negó nuestra relación frente a todos y luego lo llamó un estúpido malentendido.—él le devolvió la misma mirada llena de dolor.
—¡Nunca dijiste qué éramos!—ella gritó en un susurro.
—¿Y llevarte a una cena dónde estaba mi familia para presentarte no significaba nada, no?
Marinette agradecía que no hubieran clientes y que sus compañeras, aunque atentas al chisme, estaban lejos y no podían oír lo que hablaban.
Sus ojos le ardían de aguantar las lágrimas.
Él se movió inquieto y se sentó erguido.—Como sea,—dijo tranquilo pero su voz era dolida—sólo vine a pedirte que hablaras con mi madre,—ella lo miró con la pregunta en su rostro—sigue preguntando por ti y no sé de qué otras maneras o en qué idioma decirle que fuiste tú quien terminó todo, entonces,—él arrastró la palabra—habla con ella y acabemos con esto de una vez.
—No tengo su número...—ella susurró.
—Ya te lo enviaré luego.—él se levantó y la miró—En un mes volveré a Londres, habla con ella antes de que me vaya, no quiero que me llamé todos los días por lo mismo.
Marinette se sorprendió al escuchar eso.—¿Es... por... mi culpa?—ella preguntó con lamento en la voz.
—No, sólo tengo asuntos que atender.—él buscó su billetera y sacó un billete y lo puso en la mesa—Adiós, Marinette.
A ella no le gustó cómo sonaba su nombre en esa despedida, prefería cuando el susurraba su nombre con adoración y amor en su oído cuando ella se aferraba fuertemente a él o cuando estaban solos y reían de cualquier estupidez.
Ella se levantó y dio un paso al frente y él no se movió, ese era el momento para pedirle que no se fuera, para decirle que lamentaba haberlo lastimado, que lo sentía y lo lamentaba todos los días, que se quedará en París, aquí, con ella, pero todas esas palabras quedaron atrapadas en su garganta y ni un sonido salió de ella y en el rostro de él se vio la decepción y la resignación, él se volteó y salió por la puerta en la que había entrado.
Marinette sintió como si todo su cuerpo fuera a romperse, ella volvió a sentarse y miró el billete, era demasiado para lo que había pedido, con enojo -hacia ella misma- ella tomó un trozo del postre y lo comió, no sabía bien, nada sabía bien, todo sabía a bilis y lo odiaba.
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En Wattpad pueden escuchar la canción, va muy bien con el capítulo jajaja ;;
Angustia, me gusta xd
Hasta el siguiente c:
