Prólogo
"'Cause when I stand oh those folks will run
And tell the tales of what I've become
They'll speak of me, oh in whispered tones
And say my name like it shakes their bones"
- The Old witch sleep and the Good Man Grace,
The Amazing Devil.
El dolor que sentía era el más fuerte que había sentido en su vida, como un fuego arrasando sus entrañas, dejándola sin aliento. Había perdido noción del tiempo, no sabía dónde estaba. Lo único que escuchaba eran sus propios gritos, mezclados con las súplicas de las mujeres que la rodeaban. Lo único que quería era que todo terminara.
Había sucedido muy rápido, en un momento se encontraba recorriendo el campamento, intentando animar a los soldados que la rodeaban, al otro, se encontraba sobre sus rodillas, sangre surcando sus piernas, el terror apoderándose de su cuerpo. Lo que siguió eran solo imágenes en su mente: su primo corriendo por el campamento, con ella en brazos, sus gritos alertando al que se les cruzaba a que abriera el camino; las órdenes precisas de su suegra, intentando brindar calma a la situación; las sábanas de la cama bajo su cuerpo; la sangre empapando todo a su alrededor.
Lo vió entrar por el rabillo del ojo, y toda la ira que sentía, toda la impotencia que estaba viviendo, todo lo que venía acumulando simplemente desbordó. Gritó con todas sus fuerzas, exigió que se fuera, maldijo a él y a los sietes dioses por haberlo puesto en su camino. Alguien lo hizo retirarse, no supo quién, mientras la mujer que la rodeaba intentaba calmarla. El dolor era cada vez más fuerte, no lograba enfocar sus pensamientos. No podía entender cómo estaba en esa situación, porque, aunque no quisiera aceptarlo, muy en el fondo sabía qué estaba pasando.
- Muy bien, ya queda poco. Solo un esfuerzo más- la mujer a su lado dijo, y todo su mundo explotó.
Gritó. Grito como jamás había gritado. Y de pronto todo se volvió oscuridad.
Abrió los ojos, todo daba vueltas. No podía enfocarse, los ruidos a su alrededor no eran más que murmullos lejanos, las figuras borrosas se confundían unas con las otras. Sentía la boca seca, el cuerpo pesado. No había señales del dolor que había sentido antes. Trato de hablar, de moverse para que aquellas figuras amorfas le prestaran atención, la ayudaran. Debieron oírla, porque de pronto el murmullo se detuvo.
Una de las figuras corrió a su lado y posó una de sus manos sobre su frente. Una mujer la miraba compasiva, con una sonrisa amorosa. La Madre, pensó, vino a ayudarme. ¿Pero ayudarla a qué? Mi hijo.
Intentó moverse nuevo, de manera más frenética, pero su cuerpo no respondía. Intentó gritar, preguntar qué había pasado, pero su voz no salía. Quería llorar, pero sus lagrimas no salían, Estaba paralizada, con la cabeza dándole vueltas, y con un nudo en el corazón que amenazaba con matarla.
Vió que una figura se acercaba a los pies de su cama. Su armadura reluciente crujiendo a cada paso, su espada descansando en su costado. Quería reír, aún si no podía hacerlo. La ironía del Guerrero presentándose frente a ella, en medio de su derrota, como si esa fuera la batalla más importante en medio de esa guerra que estaba arrasando con todo. Quizás lo era, pero ella ya la había perdido.
-Descansa- la palabra penetró en su mente, pero no puedo discernir quién la había pronunciado.
Como si fuera un hechizo, sintió como sus parpados comenzaban a cerrarse. Intento luchar contra eso, mantenerse despierta, pero no pudo conseguirlo. Lo último que vio antes de dormirse fue una figura que no terminaba de parecer humana, como una sombra que ocultaba su rostro, mirando hacia la pared de la tienda. El Desconocido había aparecido, y ella entendía que significada.
Se despertó gritando, exigiendo que le trajeran a su hijo. Maldijo a quienes estaban a su lado, maldijo a los siete, y a los antiguos dioses. Maldijo a cada uno de los cinco reyes. Quienes la rodeaban trataron de calmarla lo mejor que pudieron, desconcertados por las groserías que salían de su boca. Cualquiera podría pensar que un demonio se había apoderado de su cuerpo por como actuaba. A ella no le importaba. En ese momento no era Princesa, ni Señora, ni Reina. En ese momento solo era una madre desesperada, aunque quizás ni eso fuera ya.
La carpa en la que se encontraba se abrió de repente. El Joven Lobo apareció para devorar a la cierva moribunda, su pensamiento casi la hizo reír en medio de toda esa locura. Dejó de gritar al mismo tiempo que las mujeres que la rodeaban callaban. El Rey en el Norte parecía más un mendigo que un rey, con su vestimenta desaliñada, su cabello alborotado, y las ojeras que surcaban sus ojos. Parecía solo una sombra de si mismo. Vio como dudaba en acercarse a ella, como si de un animal herido se tratase. La tensión entre ellos podía sentirse en el aire, por lo que el joven solo se animó a dar dos pasos hasta detenerse.
- Demando ver a mi…- no pudo terminar la frase. ¿Qué había tenido? ¿Una niña? ¿Un niño? ¿Un monstruo?
Su marido pareció leer su expresión, porque contestó: - Hijo
Sintió un dolor en su corazón. Había tenido un hijo, un niño al cual no podría ver crecer. Apretó la mandíbula con fuerza, intentando aguantar las lágrimas que amenazaban con aparecer.
- El maestre piensa que no es adecuado que lo veas. No ahora. - dijo su marido, cuidadosamente. ¿Qué tendría su hijo que no querían que lo vea?
- Alt…Robb… Necesito verlo
- No ahora, lo siento. – podía verlo temblar, como si cada palabra que pronunciaba le costara un pedazo de su alma. Volvió a hablar antes que ella pudiera seguir insistiendo: - Necesitan un nombre… no quise…
Nunca había pensado cómo iba a llamarlo. Simplemente había supuesto que su marido lo llamaría Eddard, como su padre. Pero ahora que la decisión caía en ella, no necesitó ni pensarlo.
- Orys- contestó. Como el primer Baratheon, ahora mi primer hijo.
Su marido asintió. Vio como luchaba consigo, como si quisiera decir algo más. No lo hizo, solo se fue casi de forma apresurada.
Lo vio partir y no pudo más que maldecirlo. Robb Stark, el Rey en el Norte, el Joven Lobo, su marido… Su enemigo. Desde ese día, ella iba a ser su ruina. Desde ese día la cierva había muerto y la leona se erguía en su lugar. De ella era la furia, y la escucharían rugir.
