Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es MeilleurCafe, yo solo traduzco con su permiso.
Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to MeilleurCafe. I'm only translating with her permission.
Capítulo 7
Edward abrió los ojos en medio de la noche. ¿Por qué estoy despierto? Cuando giró, sus piernas se movieron con más libertad, una señal de que Mookie no se encontraba en su lugar habitual, dormido sobre los pies de Edward.
El bulto al otro lado de la cama era otra señal de que algo era diferente.
Con un sobresalto, recordó que Bella estaba allí con él. Ella se había separado tanto que prácticamente colgaba del borde de la cama. Acostumbrado a tener todo el lugar para sí mismo, Edward se había estirado en el medio, apartándola en el proceso.
Ella estaba hecha un bollo, cubierta solo por la sábana. No solo él había acaparado el lugar, sino que había tomado la mayoría de la manta. Él cuarto estaba fresco, gracias al aire acondicionado, e incluso dormida ella parecía que intentaba mantenerse caliente sin mucho éxito.
Él pasó una mano por sus hombros. Su piel se sentía muy fría para ser cómodo—él estaba maravillado de que ella siguiera durmiendo así.
Mierda. Furioso consigo mismo, Edward acomodó la manta, cubriéndola con una generosa parte de esta. Ella giró hacia él un poco, farfullando.
—Shh —dijo él de manera tranquilizadora, arropándola firmemente así la manta se mantenía a su alrededor como una capa suave y protectora.
Ella giró sobre su espalda y le tocó el rostro.
—¿Edward?
—Sí, soy yo. Solo soy yo. —Tomó su mano—. Lamento despertarte.
—¿Está todo bien?
—Está bien. Estaba preocupado porque tenías frío —explicó—. Vuelve a dormir.
—¿Cómo supiste que tenía frío?
—Porque prácticamente robé las mantas para mí. —La besó con arrepentimiento—. Deberías estar más cómoda ahora.
Ella soltó unas risitas.
—Te preocupas demasiado. —Él la escuchó inhalar profundo, como si estuviera a punto de quedarse dormida de nuevo—. Casi olvidé que estaba aquí.
—Estás conmigo. Y soy un idiota. Probablemente estuvieras mejor en tu propio apartamento.
—Noooo —dijo ella, su voz llena de sueño y regaño—. Eres un encanto, y quiero que seas mío.
—Soy un… ¿quieres que sea tuyo? —preguntó Edward, divertido—. ¿Tu qué?
—Todo. Quiero todo de ti para mí. O a ti para todo de mí. —Con un suspiro, ella giró sobre su costado y se volvió a quedar dormida. Él la observó por unos minutos antes de acariciar su mejilla con vacilación, no queriendo despertarla pero necesitando tocarla una vez más antes de también quedarse dormido.
Horas más tarde, Bella se despertó de nuevo, esta vez sola. Al principio, se hundió más bajo el edredón, disfrutando del calor. Abrió los ojos con pereza, tomándose varios minutos antes de darse cuenta que se encontraba en un cuarto desconocido. Sonidos provenientes de la cocina llegaban desde el pasillo: el cierre de la puerta de un refrigerador, tazas chocando, el chirrido de una sartén siendo arrastrada por una hornilla.
Ella se quedó allí parpadeando, gradualmente recordando partes y pedazos de la noche previa: la fiesta, muchas personas, calor, alcohol, y el antiguo cuarto de Edward. Ella suspiró con profunda alegría, incluso más agradecida de que Edward la hubiera invitado a quedarse. Corregía varios de los errores de anoche que la avergonzaban. Más importante, le demostraba que él la quería allí con él. Si se hubiera despertado en su propia cama, su baja autoestima hubiera sido peor que una resaca.
Bella rodó, en busca de un reloj despertador. 10 a.m. Tarde, pero no tanto. Qué bueno que era domingo.
Ella se sentó y se estiró. Mookie la observaba impasiblemente desde la cómoda de Edward.
—¿Robé tu cama? —Se puso de pie y extendió una mano hacia él. Él la olfateó y le permitió acariciarlo bajo su mentón, ronroneando más fuerte con cada pasada de sus dedos.
—Mmm, ¿quién es tu papi? —preguntó ella, sonriendo—. De hecho, ¿dónde está tu papi? —Edward seguramente debía estar preparando el desayuno. Ella estaba ansiosa por unirse a él, pero quería quitarse el sueño del rostro primero. Bella tomó su ropa sobre la cómoda y caminó hacia el baño, el sonido de sus pasos escondido por la triste belleza de "Hallelujah" de Jeff Buckley.
Él estaba escuchando música mientras se encontraba en la cocina. Bella sonrió para sí misma. Ella nunca cocinaba sin algo reproduciéndose de fondo.
Le llevó cinco frustrantes minutos colocar su cabello en una coleta, y aún no estaba satisfecha con la manera en que lucía. Bella raramente era su mejor versión cuando recién se despertaba, y en esta mañana en particular, no tenía las ventajas usuales de una ducha, producto para el cabello, y maquillaje. Se encogió de hombros y abrió la puerta.
Edward se encontraba frente a la mesa de la cocina, bebiendo de una taza y leyendo un periódico. Él no podría haberse estado arriba por mucho tiempo, a juzgar por la hinchazón alrededor de sus ojos. Si él se había peinado, estaba medio dormido cuando lo hizo. Este estaba plano sobre su cabeza pero sobresalía al frente. Se veía adorable, y más delicioso que lo que podría ofrecerle para desayunar.
—Oye —dijo, una sonrisa grande iluminaba su rostro—. ¿Cómo te encuentras? —Se puso de pie mientras Bella se acercaba a la mesa, inclinándose en busca de un beso.
—Me siento genial.
—¿Cómo está tu dolor de cabeza? —Edward observó a Bella beber el vaso de jugo de naranja que había colocado en la mesa para ella.
—Sorprendentemente inexistente.
—Eso es bueno. ¿Dormiste bien?
—Dormí realmente bien —respondió ella. Él se veía tan feliz, y eso la hacía feliz. Sus preocupaciones por su apariencia se esfumaron.
—Excepto por un idiota que robó las mantas y acaparó toda la cama —dijo él. Sonrió, pero sus ojos la observaban con cuidado en busca de su reacción.
—Sí —dijo ella, frunciendo el ceño—. Creo que lo recuerdo. Necesitas mantener a Mookie fuera del cuarto. Se está aprovechando mucho.
Edward dejó caer su tenedor con fingido disgusto.
—Lo sabía. Maldito gato. ¿Sabes? Él sale toda la noche y nunca lo veo. Probablemente esté escabulléndose con mis entradas para los Mets.
Bella asintió seriamente.
—Exactamente. Usa tu pase para el metro para ir al estadio. Roba dinero de tu billetera para perritos calientes y cerveza.
—Entonces, regresa a casa y roba las mantas también. Jamás siquiera noté que es un delincuente juvenil felino. ¿Qué tipo de policía soy, de todos modos? —Edward se puso de pie—. Debes morir por un café.
Bella tomó una taza limpia y la agitó frente a él.
—Me lees la mente.
—¿Con qué quieres acompañarlo? ¿Leche? ¿Azúcar?
—Ambas, por favor.
Él lo memorizó y las colocó frente a ella.
—¿Café regular, eh?
Bella asintió.
—Jamás he escuchado esa frase antes de vivir aquí, pero ciertamente conocía suficiente sobre café. —Ella midió una cucharita y añadió una generosa porción de leche—. No puedes crecer en el Noroeste del Pacífico sin beberlo todo el tiempo. Prácticamente crecemos con él.
—¿Ves? Ese es el tipo de cosa de la que quiero saber más —dijo Edward—. Sé que es lluvioso allí. Sé que Seattle es un gran paraíso bohemio. Y sé que el monte Rainier es uno de los más altos en el continente norteamericano. Pero quiero saber todo sobre dónde creciste.
Bella agradecidamente aceptó la rosca que él le ofreció. Estaba tostada un poco más oscura de lo que a ella le gustaba, pero no iba a quejarse. Desayunar con Edward era perfecto.
Él le ofreció varias tiras de tocino y acercó el recipiente de la mantequilla a su plato.
—Forks es un pueblo realmente pequeño en la península —dijo ella—. Mayormente ha prosperado por la explotación forestal. Es un lugar popular para la pesca porque está muy cerca de muchos ríos y el océano Pacífico. Pero la industria con mayor crecimiento son las correcciones. Hay dos prisiones locales.
Edward asintió en comprensión.
—Entiendo. ¿Cuál es la población?
—Poco más de tres mil personas.
—¿Tres mil? ¿Todo el pueblo es de tres mil personas?
—Así es.
—Diablos, tenemos más que eso en esta cuadra.
Bella rio.
—Lo creo.
Edward la miró con una nueva comprensión.
—Debe haber sido un gran shock para ti, mudarte aquí.
Ella bebió otros sorbos del delicioso y robusto café, el cual era exactamente del tipo con el que había crecido. Trajo muchos recuerdos mientras hablaba sobre Forks.
—No en realidad. Asistí a la universidad de Washington en Seattle —le recordó ella—. E hice un posgrado en la universidad de Pennsylvania, así que viví en Filadelfia por un par de años.
Él hizo un ademán con su mano para restarle importancia.
—No puedes comparar a Filadelfia con Nueva York —dijo él, salteando su mención sobre Seattle y yendo directamente al rival de su ciudad.
—Oye, Filly es increíble —replicó ella, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos—. Muy infravalorada. Mucha historia, asombrosa arquitectura, fantásticos museos, excelente comida…
—...y el peor equipo deportivo que hay —resopló Edward.
—Oh, va a ser así. —Bella tamborileó su dedo índice sobre su antebrazo como una institutriz—. Hay más sobre una ciudad que los deportes.
—Aquí, claro. Pero es, ya sabes, Nueva York.
—¡Vamos! Incluso la Gran Manzana no tiene el Independence Hall. Esa es la cuna de la historia de Estados Unidos.
Él puso los ojos en blanco exageradamente.
—Claro. Entonces, ¿la estatua de la Libertad no significa nada para ti?
—Técnicamente, se encuentra en las aguas de Nueva Jersey. —Sus latidos se aceleraron con el desafío de seguirle. Se sentía bien: divertido, inesperadamente seguro… y casi como juego previo.
—Pero la isla es parte de este estado. —Él se inclinó hacia adelante y pronunció cada palabra con cuidado—. La Estatua de la Libertad jamás estará en otro lugar que no sea Nueva York. No me importa lo que un cartógrafo borracho diga.
—Por eso —dice ella, empujando un dedo en el aire frente a la nariz de Edward—, es que casi todo el resto del país odia a Nueva York. Hay mucho más del otro lado del río Hudson. Sería buena idea que consideres eso a menudo.
Él se enderezó y extendió sus brazos a sus costados.
—Es una mirada neoyorquina del mundo.
—Oh, por Dios —gruñó ella.
Edward soltó unas risitas.
—Eres graciosa. —Se puso de pie y la ayudó a pararse de su silla—. Me gusta pelear contigo.
—Sí, bueno, tú eres agotador —dijo ella, pero no podía esconder su sonrisa.
—Espero no estar agotándote. Quiero que regreses esta noche. Aún sigue en pie la cena, ¿cierto?
—No me la perdería —dijo ella, esperando todavía ver ese brillo en sus ojos. Él no decepcionó—. ¿A qué hora me quieres aquí de vuelta?
—¿Qué tal a las seis? —Edward comenzó a juntar los platos de la mesa.
—Me parece bien. —Bella terminó el resto de su café y llevó la taza y su plato hacia el fregadero. Eran casi las once treinta, lo cual le daba mucho tiempo para regresar a su apartamento y prepararse.
Edward se dio la vuelta y se apoyó contra el fregadero, azotando su pierna con un paño de cocina.
—¿Pasta está bien?
—Pasta suena perfecto. —Había una ventana sobre el fregadero, y el sol entraba por detrás de él, resaltando las mechas pelirrojas que sobresalían alrededor de su cabeza. Sus ojos lucían más verdes, más coloridos en la resplandeciente cocina.
—Debería ponerme en marcha. Quiero ir a lo de mis padres para ver si necesitan ayuda para limpiar lo de anoche. Y tengo varias paradas para recoger cosas que necesito para la cena. Puedo dejarte en el metro. —Él vaciló, y Bella sintió que había un debate interno en su interior.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Él la miró con sorpresa, y entonces complacido de que ella lo viera de verdad.
—Estaba pensando… ¿tienes planes para mañana?
—En verdad, no. —Ahora era turno de ella para dudar—. No me molestaría pasarlo contigo si quieres —añadió.
Edward sonrió. Quiero. Oh, sí quiero.
—Hay un gran evento en la isla Governor mañana. Muestra de arte, comida, música, lo que se te ocurra. La banda Dave Matthews tocará allí por la noche. ¿Te interesa?
Los ojos de Bella se iluminaron.
—Eso suena genial. Me encantaría ir contigo.
—Bien. Es un plan, entonces. Y, ya sabes… —Él dio unos pasos hacia ella—. Estaba pensando… —Se encontraba serio ahora, sus ojos oscureciéndose con un cierto calor—. Podrías traer una muda de ropa contigo cuando regreses. Para mañana.
Un delicioso temblor la recorrió.
—¿Te refieres a que me quede aquí contigo?
—Sí.
—Eso me ahorraría el metro de vuelta a mi apartamento. Qué considerado de tu parte —respondió Bella en voz baja. Envolvió sus brazos alrededor del cuello de él.
—Sí, bueno, no soy nada sino considerado. —La miró a los ojos atentamente—. Aunque solo si tú quieres.
Como un eco pronunciado del propio deseo de él, Bella contestó «Sí quiero». Se paró de puntitas de pie para besarlo, y él respondió con un suave tarareo y labios expectantes. Sus brazos la rodearon por la cintura y él la acercó aún más, su agarre tan firme como una promesa. Bella se fue de su apartamento a regañadientes, pero con una satisfecha sensación de anticipación.
La muchedumbre en la plataforma del metro era pequeña para una tarde mañana de sábado. Por primera vez desde la tarde de ayer, Bella encendió su teléfono para encontrar varios mensajes preocupados de Angela.
¿Estás bien? Es tarde y no has llegado a casa. Espero que estés divirtiéndote.
Entonces,
¿Estás con Edward? ¡Será mejor que esto sea bueno!
Y finalmente, a las nueve a.m. esta mañana,
Estoy preocupada ahora. ¡Escríbeme o llámame!
Bella se había olvidado por completo de su compañera de piso. Maldiciendo por debajo de su aliento, rápidamente presionó su nombre de contacto.
La llamada fue directo al buzón de voz.
—Ang, soy yo. Estoy bien. ¡Lo siento mucho! Me quedé dormida en lo de Edward. —El tren estaba llegando, y Bella apenas podía escucharse a sí misma por encima del ruido—. Estoy volviendo a casa. Bueno, por ahora. Te veré allí o hablaremos luego.
Las puertas del metro chillaron al abrirse, y Bella fácilmente encontró un asiento. Varios adolescentes, un hombre y una niña que parecían padre e hija, y una señora mayor se encontraban en el vagón. Los adolescentes se inclinaban hacia el otro, cubriendo sus bocas con sus manos mientras se reían y hablaban. Bella se preguntó por un momento si se reían de ella, y entonces decidió que mayormente era su imaginación. ¿Es un verdadero paseo de la vergüenza si no tienes nada de qué avergonzarte?
Salió rápidamente de la estación y pasó por una de sus pastelerías favoritas antes de regresar a su apartamento. Su mente planeaba sus tareas en las horas antes de su regreso a lo de Edward: ducha, buscar prendas para esta noche y para mañana (¡mañana!); hablar con Angela si estaba en casa; y quizás lavar su ropa si había tiempo.
Bella giró la llave en el picaporte de la puerta de su apartamento y abrió la puerta.
—¿Ang? —No hubo respuesta. Pasó por la cocina y la sala, y entonces por el pasillo hacia el cuarto de Angela. La cama estaba hecha, y no había señales de su compañera de piso. Debió haber ido a lo de Ben.
La adrenalina que había sido el respaldo de Bella durante las últimas dieciocho horas de repente se agotó. Una vez que llegó a su propio cuarto, se quitó los zapatos en el rincón y dejó caer su cartera en el suelo. Su cama y su manta de repente se sentían más seductoras que el beso que había tenido hace una hora; y se desvistió tan rápido como pudo, dejándolas en una pila. Con un movimiento rápido, apartó las mantas y se metió dentro, gimiendo ante la frescura de las sábanas. Bella acomodó su cabeza sobre la almohada y se quedó dormida con el pensamiento de que la próxima vez que lo hiciera, sería de nuevo con Edward, en la cama de él.
Eso fue lo último de lo que estuvo consciente, hasta que escuchó la voz de Angela.
—¿Bella? Oye, ¿estás bien?
—Mmm —masculló Bella, despertándose. Le sonrió a su amiga para dejarla tranquila—. Sí. Solo cansada.
—Lamento despertarte, pero estaba preocupada.
Bella se sentó y echó un vistazo a su reloj despertador. Eran casi las dos treinta.
—No, está bien. De todos modos, debería levantarme. —Se estiró y jaló a Angela así su compañera de piso se sentaba al borde de su cama—. ¿No recibiste mi mensaje?
—Lo hice, gracias. Pero aún así estaba un poco asustada.
—Por supuesto que lo estabas —dijo Bella, riendo—. No lo olvides, estaba con un policía.
—Lo sé. No estaba segura de si eso lo hacía era mejor o peor.
—Ja. Te informo que Edward fue un perfecto caballero.
—¿En serio? —Angela sonrió—. ¿Estás decepcionada?
—No. Bueno, no de él. Me agoté después de varios tragos, y me quedé dormida. —Bella se encogió de hombros, y entonces exhaló con un suspiro que sopló varias mechas lejos de su rostro—. Pero está bien. Él fue muy bueno al respecto. Así como su familia.
—Eso espero. Patearía su trasero si te lo hiciera pasar mal por eso —dijo Angela con indignación—. Y bien, su familia… ¿es buena? ¿Te agrada?
—Es maravillosa. Ahora sé de dónde lo saca Edward. —Cada vez que pensaba en Edward y su familia, especialmente su cariño natural con Charlotte, sonreía de nuevo.
Angela veía los cambios que tenía Bella cada vez que mencionaba el nombre de Edward. Su compañera de cuarto y mejor amiga lucía feliz y relajada, y completamente cómoda al hablar de cómo había conocido docenas de personas, algo que nunca le había sido fácil para ella.
—Parece que lo pasaste genial, cielo —dijo suavemente. A Angela le agradaba este oficial de polícia incluso más ahora, aunque solo lo había visto una vez.
—Sí. Realmente lo hice —contestó Bella. Su dulce sonrisa se transformó en una satisfecha—. Iré a lo de Edward de nuevo esta noche para cenar, y te lo diré ahora: no me esperes en casa hasta mañana por la noche.
—Oh, ¿en serio?
—Sí, en serio. Ya hemos acordado que me quedaré allí. —Las palabras se asimilaron, y Bella se sonrojó y jugó con su manta. Se preguntaba cómo sobreviviría a la cena.
Angela hizo un baile de victoria.
—¡Sí! Ya es hora que tengas un poco de acción.
—No podría estar más de acuerdo. Temía que estuviera secándome allí.
—¿Realmente ha pasado…? ¿No desde Peter?
—Angela. —Bella inclinó la cabeza y sonrió—. Eres mi mejor amiga. ¿No crees que te hubiera contado si hubiera estado teniendo sexo con alguien más que yo misma? —Echó un vistazo al reloj alarma y se bajó de la cama—. Diablos, se está haciendo tarde. Será mejor que me meta en la ducha.
El agua se sentía excepcionalmente refrescante después del calor y la humedad de ayer. Bella cerró los ojos y levantó las manos hacia el rociador, permitiendo que rebotara en sus palmas. Pensó de nuevo en su inminente noche con Edward. Con un temblor, dejó caer sus brazos y permitió que el agua mojara su cabello.
¿Era mejor saber con anticipación que pasaría la noche con Edward esta noche, eufemísticamente hablando? ¿O hubiera sido mejor que fuera más espontáneo? Bella sonrió a pesar de la bola de nervios en su estómago. Lo que realmente importaba, se dio cuenta con rápida claridad, era que sucedería, y que ella lo quería. Ambos lo querían.
Presionando sus manos contra la pared bajo el rociador de la cucha, movió sus caderas hacia atrás en una pose espontáneamente sexual. Su mente divagó, imaginando lo que sería tener a Edward detrás de ella, su alto cuerpo moldeado contra el suyo y su piel presionada tan firmemente contra la suya que nada, ni siquiera el agua que caía, pasaba entre ellos.
Ella inhaló y cerró los ojos, todos sus pensamientos ahora en Edward. Eso la calentaba mejor que la ducha, y la emocionaba justo debajo de su piel donde el agua no podía llegar. Bella llenó sus manos de jabón y las deslizó por su estómago, sus piernas y trasero, preguntándose si a Edward le gustaría su cuerpo. Él no le había dado alguna razón para pensar lo contrario.
Ella no se preocupaba por si él la complacería; lo que ella había visto hasta ahora era perfecto. Y no podía esperar a hacer más que solo mirar. Finalmente, ella podría usar todos sus sentidos con Edward: tocar, saborear, olfatear, y escucharlo en los momentos más íntimos. La novedad de todo podría destruirla.
Bella se secó y se colocó un poco de maquillaje. La ropa se apilaba en su cuarto mientras ella cambiaba de parecer una y otra vez sobre qué vestir. Finalmente, se puso un par de jeans y una blusa sin mangas color marfil, entonces un bolero color zafiro oscuro. Después de hurgar el fondo de su armario, encontró un pequeño bolso y metió unos shorts, una camiseta y un cambio de ropa interior para mañana, así como un neceser con una cantidad ridícula de artículos de aseo personal que necesitaba para incluso una noche.
Una parada más en el baño: peinó sus pestañas con sus dedos y revisó su lápiz labial. Se apresuró hacia la cocina, el cuaderno de notas que colgaba de la pared junto al refrigerador se meció con su movimiento, y ella tomó la pequeña caja de cupcakes que había comprado temprano. Angela, que había salido para encontrarse con Ben, dejó una pequeña nota sobre la mesa.
¡Pásalo bien! Te veré… cuando sea.
(PD: Dale como al puño de un dios furioso.)
Bella estalló en carcajadas. Angela daba muy buenos consejos.
Cerró la puerta con llave y salió del complejo de apartamentos, yendo hacia la estación de metro de la Primera Avenida. El sol seguía estando alto; entre el calor y la humedad, cada aroma a lo largo de la calle parecía intenso, más potente. Eso era Nueva York, como había aprendido una y otra vez: tomabas lo malo con lo bueno.
El tren L llegó en menos de cinco minutos. A veces, si el vagón no rechinaba tanto (y ella era capaz de encontrar un asiento), el ritmo repiqueteante era casi tranquilizador, una cadencia que complementaba sus pensamientos y la ayudaba a evitar que sus pensamientos se precipitaran muy lejos. Ella quería tomar esta noche un paso a la vez. De lo contrario, se perdería de disfrutar la compañía de Edward mientras se concentraba en disfrutar del resto de Edward que vendría.
Desde que se mudó a Nueva York, no había conocido a alguien que realmente la seducía sexualmente. Desconfiada y a la defensa, ella no iba a la cama de alguien con facilidad. Que ella estuviera activamente planeando treparse a Edward como a un árbol hablaba mucho de lo radicalmente que ella había cambiado en las últimas semanas. No era solo él; era ella. Finalmente había conocido a alguien que le gustaba y agradaba lo suficiente para querer intimidad con ella—para anticiparlo incluso.
Bella hizo conexión de trenes para tener una pequeña caminata hacia el apartamento de Edward. Se preguntaba si Edward estaría esperándola de nuevo, aunque ella no tenía problemas para encontrar el edificio de apartamentos. No había señal de él afuera, por lo que tocó el timbre para su apartamento.
—¿Bella? —La anticipación era evidente en su voz incluso a través del audio chisporroteante del antiguo intercomunicador del edificio.
—Hola, Edward. —Ella se preguntaba si su sonrisa era evidente.
—Adelante, entra. —Un fuerte zumbido abrió la entrada principal justo cuando Edward abría la puerta de su apartamento. Él tenía puesto jeans y una camisa verde oscuro con las mangas enrolladas hasta sus codos, junto con la enorme sonrisa que la había atraído la primera noche que se habían conocido. "Girlfriend" de Matthew Sweet retumbaba en alguna parte detrás de él.
—Hola.
—Hola. —Él la tomó alrededor de su cintura y la llevó adentro mientras cerraba la puerta con una patada. Bella soltó una risita corta y sorprendida antes de quedarse sin aliento al tener la boca de Edward sobre la suya. Era un encantador beso de bienvenida, que duró justo lo suficiente.
—Estoy contenta de que estés aquí.
—Yo también. —Sus ojos brillaron como agua bajo la luz del sol—. ¿Tienes hambre?
¿Alguna vez no lo estoy?
—Muy.
Edward tomó su manó y caminaron hacia la cocina. Una fragante salsa marinara lentamente hervía en la estufa, mezclándose con el distintivo aroma a albahaca fresca y ajo cortado en una tabla de cortar de madera sobre la encimera. Bella cerró los ojos e inclinó la cabeza.
—Todo huele fantástico.
Edward esperó un instante, observando la sonrisa encantada en su rostro, antes de contestar.
—Espero que te guste. Supongo que esta es la primera vez que he cocinado para ti. —Un tono nervioso se asomó en su voz.
—Bueno, preparaste el desayuno esta mañana. Creo que esto va a ser mucho más espectacular que una rosca. No quiero denigrar tus habilidades para preparar una rosca, por supuesto.
—Por supuesto. —Señaló a la caja que Bella tenía en su mano—. ¿Qué es eso?
—Traje varios cupcakes a pesar que me dijiste que no lo hiciera. —Su mirada le advirtió que no discutiera—. Quería contribuir con algo.
—Supuse que eso querrías. —Metió los cupcakes en el refrigerador y tímidamente sacó una pequeña caja—. Compré unos cannolis de todos modos. Son de Fortunato Brothers, y son lo mejor.
—Entonces, ¿eres un esnob del cannoli también? —preguntó ella, bromeando.
—Diablos que sí. —Edward tomó un recipiente de penne fresco del refrigerador—. El agua casi hierve. ¿Crees que podrías cuidar de esto mientras preparo un poco de vinagreta?
Ella puso una cara.
—Intentaré no arruinarlo.
Trabajaron en una rutina doméstica sincronizada por los siguientes quince minutos, sin decir mucho. Pero la silueta de Bella tiraba de la concentración de Edward, y sus ojos estaban irresistiblemente atraídos a ella cada ciertos minutos mientras ella lavaba la lechuga o revisaba el agua de la pasta. Ella se estiró en busca de una cuchara de madera grande que colgaba cerca de la estufa, su blusa se subió al estirarse, y su trasero y los músculos de sus piernas se tensaron visiblemente bajo sus jeans. Cuando ella volteó hacia Edward con la cuchara en su mano, lo pilló mirando.
No que a ella le importara.
—Eh. ¿Puedo probar la marinara?
—Solo si me dejas ayudar… Ven. —Él tomó la cuchara y revolvió la olla, probando una muestra entonces—. Está caliente. —Con cuidado, la llevó hacia la boca de ella, observando cómo abría sus labios y sorbía lentamente.
Bella cerró los ojos y mantuvo la salsa en su boca como si fuera un vino, tarareando con aprobación.
—¿Está bueno? —La miraba con esperanza.
—Excelente. Ahora realmente quiero comer. —Una vez que el penne estaba listo, ella lo vertió en el fregadero y abrió el grifo.
—Vaya, vaya, vaya, Chef Boyardee. ¿Qué haces?
Ella señaló al colador.
—Lavar la pasta.
—¿Para qué?
—Para quitar el almidón.
—Acaba de pasar los últimos nueve minutos en agua hirviendo. No tiene nada para quitar. —Bella enarcó una ceja, era aún más educado que reírse, y Edward tosió y tomó un tenedor para pasta.
—Ten. —Se ubicó detrás de ella y se estiró para cerrar el grifo, deslizando sus brazos a los costados de ella. Con un pequeño paso, su contextura alta rodeó la suya, un acercamiento bien recibido. El borde del botón de sus jeans presionaban contra su espalda, como una pequeña mecha que podría prenderse fuego dentro de ella.
Bella se reclinó, su cuerpo fácilmente encajando contra el de Edward. Él presionó sus brazos contra ella mientras usaba el colador, revolviendo la pasta para quitar el resto del agua. El vapor subía por el fregadero, caliente y húmedo, en sincronía con las corrientes de deseo que la recorrían. Bella se encontraba a segundos de girar en los brazos de Edward cuando él carraspeó y dio un paso atrás a regañadientes.
—Está listo.
Bella colocó la salsa en una fuente con un cucharón mientras Edward transfería la pasta a un bol. La ensalada, el aderezo, y el pan ya estaban listos sobre la mesa. Mientras se sentaban, él masculló, «Casi lo olvido», y entonces se dio la vuelta y tomó un bol de cebollas picadas de la encimera. Cuando él se inclinó para verterla en la ensalada, el brazo de Bella se estiró para detenerlo.
—Eh… ¿podemos dejar las cebollas aparte? —Hizo una mueca ante su impulsividad, no queriendo parecer grosera.
—¿No eres fanática? —La mano de Edward quedó en el aire, aún sosteniendo el bol.
—No. Para nada.
—De acuerdo. —Él lo dejó en la encimera—. Un fetua a las cebollas, entonces.
Bella sonrió débilmente.
—Lo siento.
—No, no. No digas que lo sientes. —Él presionó sus manos contra el borde de la mesa, centrando su atención en ella—. Puedes hacerme saber si no te gusta algo. Quiero que lo hagas. ¿Sabes? Estás segura al contarme lo que sea. —Fue una respuesta inesperadamente intensa, pero sus palabras aterrizaron suavemente. Bella sabía que si alguna vez dejaba su corazón por completo en sus manos, él respetaría su ocasional fragilidad. Impulsivamente, ella se inclinó y besó su mejilla.
—Oh, gracias. —Con un ademán ostentoso, él roció queso rallado sobre su comida—. Pero deberías saber que hay cebollas en la salsa. No esperes a que las quite ahora.
—Ja. Me iré.
Edward rio.
—La próxima vez, encontraré una receta que no las utilice.
—Buena suerte con eso. Las cebollas se encuentran en todo, excepto quizás los panqueques.
Él bajó la vinagreta con cuidado, una expresión de asombro en su rostro.
—¿No debes añadir cebollas a los panqueques?
—No si planeas usar almíbar —contestó Bella con soltura—. Agh.
—Ahora me lo dices.
Ella llevó un bocado de penne a su boca y casi gimió con el sabor agridulce de la salsa.
—¿Cuándo aprendiste a cocinar así?
—Supongo que cuando me mudé solo y fue evidente que era cocinar o pasar hambre. La comida rápida te cansa y se vuelve desagradable muy rápido. —Él echó un vistazo rápidamente abajo y reconsideró el menú. Algo así de desastroso a menudo encontraba su camino a su camisa. No me avergonzaré a mí mismo esta noche.
—Ya regresaba a la casa de mis padres para cenar muchas veces, ¿sabes? No que a mi madre le molestara. Pero pensé, oye, puedo aprenderlo yo mismo. —Edward se encogió de hombros.
—Esto es increíble —dijo Bella, por tan simple que fuera, la comida era lo mejor que había probado en mucho tiempo—. Entonces, ¿cuáles son tus mejores platos? Apuesto a que tienes varias especialidades.
Él frunció sus labios, concentrándose.
—Encontré varias maneras increíbles de cocinar lomo de cerdo. Y puedo hacer un pollo asado genial. De hecho —dijo él, asintiendo—, eso estará en el menú la próxima vez que vengas a cenar. Lo que espero que sea muy pronto. —Captó su mirada y sonrió.
—Incluso aprendí a cocinar pirogi. No lo hago muy a menudo porque lleva mucho tiempo, pero tengo una excelente receta de… —Diablos. Esto dio un giro equivocado, imbécil—, la familia de mi exnovia. Son polacos.
Los ojos de Bella se agrandaron con sorpresa, y echó un vistazo nerviosamente a Edward antes de observar fijamente su cena. Este sería el momento perfecto para contarle sobre esa conversación con Alice de ayer.
Sabiendo nada de lo que realmente pasaba por la mente de Bella en ese momento, Edward asumió que él la había molestado y siguió adelante.
—Me gustaría probar comida asiática. No sé mucho sobre ella, más que pedir comida china. Lo cual realmente no es lo mismo. —Él bebió un trago de vino—. ¿Crees que te gustaría ser mi conejillo de Indias si lo hago?
—Me encantaría. Apuesto a que sería realmente bueno. —Dilo. Dilo. Dilo.
En los segundos que ella vaciló, Edward se apresuró a cambiar de tema.
—Y bien, háblame de Forks. Quiero escuchar más sobre tu vida creciendo en Washington.
Bella no podía soportar llevar la conversación de vuelta a Tanya. Su falta de valor la distraía, y dio una respuesta de memoria.
—No hay mucho qué decir. Tuve una vida aburrida de niña.
—Apuesto que no es así. —Él persiguió varios pedazos de pasta alrededor de su plato con el tenedor antes de finalmente pincharlos—. Apuesto a que tuviste una vida de misterio e intriga. Y leña.
—Mucha leña, menos misterio e intriga —dijo ella, pensando en los camiones que pasaban por el corazón de Forks. Eran ruidosos de una manera que era tan diferente a los vehículos que fluían por Manhattan todos los días—. La industria sigue presente, pero no tan fuerte como solía serlo.
—Pero tu papá no trabaja en ello, así que eso probablemente no te afectó tanto.
—No directamente. Pero cuando los tipos pierden sus trabajos, tienden a emborracharse mucho, especialmente si no pueden encontrar más trabajo.
Edward asintió en comprensión.
—Eso sucede en todas partes. Pero cuéntame sobre ti —presionó él.
—¿Qué quieres saber? —Realmente no hay mucho para contarle. La vida en Forks no era como en Brooklyn.
—¿Qué tenías puesto en tu primer día de escuela? ¿Cuál era tu libro favorito? ¿Qué le dijiste a tu maestra del tercer grado que te metió en problemas? Porque sé que lo hiciste —dijo él, señalándole con una rodaja de pan de ajo.
Ella fingió indignación.
—¡No lo hice!
—Ajá. Son las calladas como tú de las que todos tienen que cuidarse.
—Bueno, si debes saber, fue en cuarto grado. La maestra iba a castigar a Tyler Crowley por algo que él no merecía ser castigado, y la corregí.
—De alguna manera, puedo verte sermoneando a la maestra. —Él sonrió al pensar en una Bella joven, sus manos empuñadas, juntando valor para hablar.
—Estábamos afuera por el receso y un perro se acercó al patio. Tyler lo persiguió hasta que este corrió hacia la calle. Le dije que era su culpa que el perro estuviera en la carretera, así que tenía que asegurarse de que no fuera embestido por un coche. Nuestra maestra lo vio salir corriendo y le gritó. Ella iba a darle detención, pero le dije que yo lo hice así el perro no salía lastimado.
—¿Qué pasó?
—Nos dio detención a los dos. —Bella lamió la salsa de su tenedor, y la vista hizo sentir mareado a Edward. Él se distrajo a sí mismo con más ensalada.
—Así es la justicia estadounidense para ti. Sé todo sobre eso. —Él sonrió irónicamente.
—Pero valió la pena. El perro estuvo a salvo.
—¿Qué dijo tu papá? —Edward quería saber más sobre el jefe. Él tenía una fuerte corazonada de que conocería a su padre algún día, y cualquier información sería útil.
—Él fingió estar molesto conmigo. No debíamos salir del patio durante las horas de escuela. Intentó inculcarme que esas reglas están allí para protegernos. Pero sé que estaba orgulloso de mí.
—Él debería haberlo estado —dijo Edward—. Decías la verdad. Pagaste un precio por ello, pero eso a menudo sucede. —Hubo un silencio por un momento—. Parece que tú y tu padre tienen una muy buena relación —dijo él, tratando de incentivarla.
—La tenemos. Él es un tipo increíble. Lo respeto mucho. Él trabaja muy duro, y siempre es justo con todos. Él es callado, pero no es el tipo de hombre que habla por el hecho de hablar.
Edward asintió.
—Suena mucho como tú.
—Eso es verdad. Probablemente sea como a él. —Bella bajó la mirada a su regazo y jugó con su servilleta por un momento—. Mi mamá, por el otro lado, jamás deja un trecho de silencio en la conversación sin llenar. Ella es mucho más sociable que mi papá. A los dos les importan las personas, ella simplemente lo demuestra con más facilidad que él —añadió, su voz llena de evidente cariño.
—¿A quién te pareces?
—Oh, mucho más a mi papá. Tengo su color de cabello y ojos. Mi mamá es rubia rojiza con ojos azules. Es tan bonita —dijo Bella.
—Bueno, eso suena como tú.
Ella negó con la cabeza.
—No, ella es mucho más…
Él levanta su palma antes que ella pudiera pronunciar alguna palabra más.
—Creo que sé lo que vas a decir. No lo hagas.
Bella frunció el ceño ligeramente.
—Pero…
—Jamás quiero escucharte hablar de ti así —la interrumpió—. Eres perfecta. Y no me refiero como una supermodelo. Eso no me podría importar menos. —Él sonaba casi brusco, así que suavizó su voz—. Tienes una verdadera belleza en ti. Lo vi por fuera desde el comienzo, y lo veo cada vez más por dentro. Y me deja jodidamente boquiabierto.
Ella había estado sacudiendo la cabeza cuando él comenzó a hablar, pero al momento que terminó, se había detenido, en silencio por un instante.
—Edward.
Él le dio un apretón a su mano.
—¿Qué, cariño?
—Ni siquiera sé qué decir cuando me dices cosas así. —Ella cerró los ojos, y al principio él creyó que iba a llorar. Cuando los abrió, no había lágrimas, sino que una expresión de silenciosa gratitud—. Siento que de alguna manera ves la persona que siempre intento ser. No creo que alguien realmente se haya molestado en mirar, pero eso no importa ahora. Querría que tú seas el que me ve. —Las últimas palabras fueron dichas en casi un susurro.
—Eso es bueno —masculló él—. Porque no quiero que nadie más mire. —Él se había cruzado de brazos sobre la mesa, y Bella tomó sus muñecas para separarlos ampliamente. Edward la observó, su expresión perpleja pasando a una de placer mientras ella se subía a su regazo. Ella colocó sus piernas a cada uno de sus costados así estaban mirándose de frente.
—Esto es agradable —dijo él, tratando de mantenerse calmado—, pero es un poco difícil comer el postre de esta manera.
—¿El postre no puede esperar?
—Mmm —aceptó, sus manos en su cintura—. Esto es mejor.
—No —dijo Bella—, esto lo es. —Ella jaló de él fuerte y rápido, sus labios y corazón ansiosos.
Las manos de Edward se habían movido a su espalda, presionando su pecho contra el suyo, exactamente dónde él lo quería. Permanecieron así por un tiempo, besándose de una manera que era caliente pero no apresurada. Cuando finalmente se separaron, Edward sintió su sonrisa mientras él le daba varios besos pequeños alrededor de su boca.
—Tú dijiste que no me disculpara por algo que quiero. Espero que no deba decir que lamento eso —dijo Bella.
—Jamás tienes que disculparte por sentarte en mi regazo. Puedes hacer eso cuando quieras. Bueno, quizás no cuando estoy conduciendo. —Edward carraspeó y brevemente echó un vistazo por la ventana—. Deberíamos… No, olvida eso. —Su pecho se infló gentilmente contra el de Bella mientras inhalaba profundamente—. Ha pasado un año desde que Tanya y yo rompimos. He tenido varias… citas casuales desde entonces —dijo, vacilante, aunque sus ojos permanecieron en los de Bella—. Estoy limpio. Pero también tengo cuidado. Confío en ti; simplemente creo que deberíamos ser inteligentes.
Bella lo comprendió de inmediato, agradecida de que él tuviera el valor de mencionarlo.
—Estoy de acuerdo. Mi último novio y yo rompimos hace casi dos años. No he salido con nadie, a menos que cuentes los tragos desastrosos después de trabajar que nunca fueron más allá del bar. —Ella puso los ojos en blanco, y entonces se puso seria de nuevo—. Pero solo para que lo sepas, también estoy limpia. Y también quiero ser inteligente.
—Eso es bueno. —Otro beso, y Edward unió sus manos contra la espalda de Bella—. ¿Sabes? —dijo pensativamente—. Estoy bastante lleno ahora mismo. Creo que el postre puede esperar.
—Yo también —dijo ella rápidamente.
—Bien. Puedes relajarte por un par de minutos, y yo me encargaré de los platos. —El absurdo cliché de ponerse algo más cómodo prácticamente bailaba por la mente de Edward, pero él logró contenerse de decirlo.
—Puedo ayudarte —ofreció Bella.
—No —dijo él firmemente—. Eres mi invitada. Yo me encargo. No me llevará mucho tiempo.
Él la llevó hacia la sala y entonces terminó de limpiar la cocina. Ella paseó por el pequeño espacio, acompañada por la música del iPod de Edward que fluía por los parlantes en la sala.
Bella deslizó su dedo índice por el borde de su copa de vino mientras se detenía frente a su biblioteca. Varios estantes estaban llenos de CDs; otros tenían docenas de libros. Bella inclinó la cabeza para echar un mejor vistazo a los autores y títulos. En la parte superior, libros sobre justicia criminal. Volúmenes enciclopédicos sobre música y arte. Varios libros de tapa dura sobre los Knicks, incluyendo "Los Valores del Juego" de Bill Bradley. Ficción de Raymon Carver, James Lee Burke, y John Irving. Una antología de Jack London. Y varios libros de Annie Proulx. Bella estaba sorprendida de que Edward no tuviera más novelas de autoras femeninas, pero se reservaba un veredicto hasta que pudiera preguntarle al respecto.
A juzgar por los sonidos con volumen reducido que venían del fondo del apartamento, Edward había terminado de meter los platos en el lavavajillas. Bella caminó hacia el cuadro sobre la chimenea y se sorprendió de la similitud a la pintura que colgaba en la sala de la casa de los padres de él. Ambos eran paisajes urbanos, aunque este era diferente en composición. El artista pintó los edificios así estaban prácticamente solapándose al otro. Las chimeneas eran prominentes, y había un hogar y lo que parecía ser una figura humana en el frente.
—¿Te gusta eso? —Edward había venido a la sala y se encontraba detrás de ella.
—Así es. Me gusta que no haya mucho color. Parece un poco Cubista —dijo ella.
Él sonrió y colocó un brazo a su alrededor.
—Exactamente. El artista es Joaquín Torres García. Era originalmente de Uruguay, pero estudió en Europa. Era amigo de Pablo Picasso.
Bella señaló la palabra "TABAC", la cual aparecía en uno de los edificios.
—¿Qué quiere decir eso?
—Es una palabra francesa que significa tabaco. Tuve que buscarla —dijo él, una confesión que de alguna manera se ganaba más el cariño de ella—. Jamás la había escuchado antes, pero no es como si hubiera estudiado el idioma. Me hace pensar que es una escena de París.
—Mmm. Apuesto a que tienes razón. —Bella jamás había ido a París, pero imaginaba que podía ser cruda y llena de gente, como García lo había pintado aquí—. Puedo ver por qué colocarías esto en tu sala. —Ella se dio la vuelta para verlo—. Es una escena de una ciudad en alguna parte, y eso es tan de ti. Está en tu sangre.
Edward estaba jugando con un mechón de su cabello que había caído frente a su hombro. Su expresión se volvió seria y su agarre en ella se intensificó. Ella inhaló, no exactamente por ansiedad sino por un reconocimiento similar de que todo estaba a punto de cambiar.
—¿Bella…? —Su voz se fue apagando, pero él no necesitaba terminar. Ella asintió en respuesta a su pregunta apenas pronunciada.
El rostro de Edward se relajó justo cuando el estómago de ella se sentía como si estuviera desplomándose al suelo. Nervios. Bajo su piel, ella era una ardiente bola de nervios, todos ellos corriendo en diferentes direcciones. Ella estaba nerviosa con anticipación, con vergüenza, y más que todo, con deseo.
La música cambió, y una suave melodía de guitarra llenó el cuarto. Edward la jaló hacia él y rodeó su espalda con su brazo derecho, sujetando su mano contra su pecho con la izquierda. Él cantaba al ritmo de Ray LaMontagne, su propia voz un susurro firme.
When you came to me with your bad dreams and your fears
It was easy to see that you'd been crying
Seems like everywhere you turn catastrophe reigns
But who really profits from the dying
I could hold you in my arms
I could hold you forever
Se mecieron juntos durante el resto de la canción, y Bella asimiló la letra como si cada verso estuviera escrito para ella. Las palabras eran hermosas, y la ayudaban a sentir de nuevo como si Edward pudiera verla por completo, y todo lo que había allí —lo bueno, lo débil, lo vivaz y lo inadecuado— era exactamente lo que quería.
It's my worried mind that you quiet
Place your hands on my face
Close my eyes and say
Love is a poor man's food
La canción terminó, y Edward soltó a Bella así podía tomar su mano.
—Ven conmigo —masculló, y la llevó hacia su cuarto.
Él encendió las pequeñas lámparas a los costados de su cama para tener la suficiente luz para ver, pero que no resplandeciera. Como si estuviera inspirado por la letra, él sostuvo su rostro en sus manos pero mantuvo su mirada en la suya antes de besarla. Él dirigió el baile también, su boca abriéndose contra el de ella, sus labios tirando suavemente de su labio inferior, queriendo más.
En segundos, la lengua de Edward estaba acariciando la suya, y Bella gimió cuando el beso se intensificó. Se separaron momentáneamente, recuperando el aliento. Esta noche, ellos tenían todo el tiempo del mundo.
Bella comenzó a desabotonar su camisa, sus dedos temblaban pero aún así eran ágiles. Una vez que la camisa estaba abierta, ella deslizó sus manos por la camiseta, rondando en los músculos del pecho que se encontraban debajo. Apartó la camisa de sus hombros y se la quitó por completo.
Menos restringido, ella jaló de su camiseta y la pasó por sobre su cabeza mientras Edward soltaba unas risitas.
—¿Es mi turno ya? —preguntó él, su voz baja y profunda.
Él deslizó sus manos por los brazos de ella y las descansó sobre sus hombros antes de quitarle el bolero. Sus dedos bailaron inesperadamente a lo largo de su espalda, haciéndole cosquillas.
—¿Qué haces? —preguntó ella, riendo.
—Buscando botones o un cierre. Tiene que haber algo sujetando esto, ¿cierto?
Ella negó con la cabeza.
—Nop. Se saca directamente.
—Fácil acceso. Me gusta eso. —Muy lentamente, la quitó hasta que Bella se encontraba de pie con su sostén y jeans.
Edward exhaló, más como un suspiro que una respiración. Él colocó una palma contra su mejilla en una amable caricia. Aunque estaba extremadamente tentado a tocar otras partes de ella primero, creía que ella necesitaba el tipo de seguridad que vendría de mirarla a los ojos.
Bella dio un pequeño paso atrás y se quitó los pantalones, agradecida por el sostén color rosa viejo y las bragas a juego que ella amaba pero raramente vestía. Impulsivamente, ella los había comprado en una tienda de lencería hace un año, pensando que no tenía uso real para estos pero optimista de que algún día alguien tendría la oportunidad de verlos. Ese día había llegado.
Ella tuvo un rápido momento de aquí vamos. Había un poco de ansiedad —¿luzco bien?— pero fue superada por un anhelo que era tan rico y profundo como un río de terciopelo. Ella deseaba a Edward, estaba muy segura que él la deseaba, y había esperado el tiempo suficiente.
Un gemido bajo se escapó de la garganta de Edward.
—Oh, Dios… eres… —Él jamás terminó esa frase, simplemente tragó fuerte. Rápidamente, él comenzó a desabrochar sus propios pantalones, pero Bella lo detuvo.
—Permíteme.
Edward observó mientras ella con cuidado desabrochaba el botón y bajaba su cierre lentamente. Su respiración era pesada, concentrada con anticipación. Ella bajó sus jeans, y entonces le permitió hacerse cargo para que él pudiera quitárselos, lo cual hizo en tiempo récord.
Él se encontraba frente a ella en sus calzoncillos, su pecho fuerte y firme y dando paso a un vientre plano. Ella deslizó la punta de sus dedos sobre sus músculos, finalmente disfrutando de la sensación de su piel después de desearlo desde que lo había visto medio desnudo en la cancha de baloncesto. Ella rozó el tatuaje de trébol ligeramente, trazando los bordes antes de bajar por su abdomen.
Edward estaba casi hipnotizado por sus caricias, tan afortunadamente diferente al de todas las demás. Había un fuego en este pero no lo consumía; ardía lo suficiente para hacerle desear más, para hacerle querer tocarla a cambio. Acarició sus pechos sobre el sostén de encaje, pasando sus manos sobre los pezones ya duros y ansiosos, antes de jalarla hacia él.
Allí, contra su vientre, estaba la tentadora evidencia de su excitación. Bella lo abrazó mientras se besaban, y entonces llevó una mano entre ellos. Lo acarició, amando la sensación de dureza bajo el suave algodón.
Edward gimió y cerró los ojos, dejando caer su cabeza sobre el hombro de ella. Desde esta posición, él podía ver el broche de su sostén en su espalda. Él lo desabrochó, buscando su rostro, preguntando de nuevo; y ella asintió. El sostén se retiró fácilmente con un ligero tirón de los breteles. Con un movimiento rápido y elegante, ella se agachó y se quitó las bragas.
—Es tu turno de nuevo —dijo ella, manteniendo su voz firme.
—Cierto. —Edward se quitó la ropa interior y la lanzó a un rincón.
Oh. Oh. Parecía que todo de él era alto, largo y duro, excepto por la mirada en su rostro, la cual era suave y lujuriosa. La anticipación de tenerlo dentro de ella era abrumadora; y su cuerpo, ya encendido con deseo, se encontraba a punto de detonar.
Ella jaló de su mano hacia la cama pero él la detuvo, apartándose ligeramente así podía verla por completo.
—Bella —dijo él con reverencia, acariciándole su vientre y sus caderas—. Eres como las mejores obras de arte. Hermosa. Única. Siempre fascinante. Puedo ver cien cosas diferentes en ti cada vez que te miro.
Repentinamente cohibida, Bella agachó la cabeza.
—No soy…
—Shh. —Él llevó su dedo índice contra sus labios—. Lo eres. Dios, eres todo lo que sabía que serías desde la primera vez que te vi.
Las lágrimas se acumularon en sus ojos.
—Gracias —susurró ella. Se acercó a él, moviendo su mano por su pecho y alrededor de su espalda, bajando entonces a su trasero antes de volver y bajar a su vientre. Ella lo tomó en su mano—. Creo que eres… magnífico.
Él gimió, permitiéndole tocarlo y disfrutando la sensación porque era… bueno, era lo que era, pero más que eso, era Bella. Eran sus manos en él de nuevo, pero no en su pecho esta vez. Se encontraban donde él las había querido desde que sus fantasías con Bella comenzaron esa primera noche en el bar Chelsea.
—Nena —dijo, su voz tensa—, esto se siente tan jodidamente increíble, pero quizás ahora sería un buen momento para pasar a la cama.
Ella se estiró sobre su costado a lo largo del edredón, extendiendo su mano en un gesto que era tanto una invitación y un pedido. Edward la sostuvo y se acostó a su lado. Él pasó sus dedos por los suaves mechones castaños que habían caído por su espalda, separándolos con los dedos. Una vez más, llevó sus labios a los de ella, deslizando sus manos a lo largo de su cintura y caderas. Bella cerró los ojos, levantándose en respuesta a sus manos y boca mientras él besaba su cuello y entonces sus pechos.
Para él, eran perfectos; encajaban con su tamaño y contextura. Amaba su suavidad y las puntas delicadas que se despertaron para recibir su caricia. Con silenciosa adoración, él plantó suaves besos a lo largo de su pecho, y entonces tomó un pezón en su boca, explorando con su lengua, llenándose de valor mientras escuchaba los suspiros de Bella.
Edward llevó una mano entre sus piernas, sus dedos tocándola ligeramente al principio. Ella gimió, separando sus piernas aún más, y él la exploró con más firmeza. Él deslizó uno, luego dos dedos dentro de ella, y los retiró, trazando y provocando.
Bella enterró su rostro en su cuello mientras él seguía acariciándola; aprendiendo qué caricias prefería, usando su respiración acelerada como guía.
—Déjame verte —susurró él. Quería verla en este momento, queriendo nada más que verla y sentir el placer que le estaba dando. Bella estaba acostada sobre la almohada, esquivando sus ojos al principio. Cuando finalmente encontró su mirada, la adoración que ella vio allí la llevó más cerca de su clímax. Sus jadeos se transformaron en chillidos que retumbaban entre ellos mientras ella era arrasada por su orgasmo.
—Bella —susurró él—, eso fue la cosa más sexy que he visto.
Ella le agradeció silenciosamente con sus ojos y la sonrisa más dulce que él había visto. Aún sin hablar, ella comenzó a acariciarlo de nuevo, amando la piel que era suave de una manera que era tan diferente a cualquier otra parte de su cuerpo.
—Oh, dios —gruñó él—. No tienes idea de lo increíble que se siente eso.
—Oh, creo que sí. —Ella rio, tomando su mano y presionándola contra ella una vez más por unos segundos, solo para probar su punto.
Él se estiró hacia la mesa de noche junto a la cama y logró abrir una gaveta. Victoriosamente, él sostuvo un envoltorio.
Bella se lo quitó de las manos.
—¿Puedo?
—Como si te fuera a decir que no a ti. —A él le encantaba su entusiasmo travieso.
Ella abrió el paquete y cuidadosamente sacó el condón, entonces se sentó. Con un suave empujón, hizo que Edward se acostara boca arriba. Con cuidado, ella colocó el condón sobre su largo, y él tuvo que contener una sonrisa ante la expresión de concentración en su rostro.
Cada pequeña cosa que ella hace es mágica… Todo lo que ella hace simplemente me excita…
Edward la tomó en sus brazos, guiándolos así los dos estaban acostados de nuevo. Él se movió así se encontraba entre sus piernas, deslizando una mano alrededor de su espalda baja. Con su otra mano, se ubicó y presionó dentro de ella casi por completo. Soltaron un jadeo al unísono, un coro de liberación y alivio.
Cada movimiento dentro de ella traía una sensación fresca que eclipsaba todas sus otras experiencias. Esto era intensidad y facilidad, calor y pasión, llegar a casa y descubrimiento dichoso. Edward cerró los ojos mientras su mente regresaba a su paseo por el museo, cuando él había sabido que nunca querría estar allí con otra mujer. Estar con Bella era como dar pasos donde cada uno borraba la necesidad de estar con alguien más. Este, él sabía, era otro paso, pero uno más largo que cualquier otro.
Su mano cálida sostuvo su rostro. Edward abrió los ojos y vio su maravilla reflejada en la expresión de ella. Ella rodeó sus piernas alrededor de sus muslos y soltó un chillido de nuevo, su cabeza y cuello arqueándose mientras se corría. Fue suficiente para precipitarlo hacia su propio orgasmo, y él soltó su nombre con una última embestida.
Pasaron los minutos antes de que él pudiera moverse. Él bajó cuidadosamente así sus cuerpos se encontraban piel a piel, amando el contacto y la mezcla de sus aromas, un dulce perfume de sudor y sexo. Con su cabeza gacha, Edward colocó cariñosos besos en su rostro y cuello.
—Cariño, eres… eso fue… —Edward sacudió la cabeza como si intentara encontrar las palabras correctas.
Bella estaba pasando sus dedos por su cabello perezosamente, su mirada rondando en su rostro, tan cerca al suyo.
—Increíble —susurró ella, completando su frase. Su cuerpo se sentía como si se hubiera desarmado y ensamblado descuidadamente, sus extremidades casi inútiles.
—Maravilloso —continuó ella—. Increíble.
—Todo eso y más —dijo él suavemente. Con las piernas enredadas, permanecieron acostados juntos, relajados y callados excepto por las ocasionales palabras de adoración.
La tenue luz creaba siluetas en lugares aleatorios alrededor del cuarto. Edward trazó una sombra con forma de luna bajo el pecho de Bella mientras ella se encontraba sobre su costado, queriendo memorizar tantas cosas sobre su cuerpo para los momentos en que no podían estar juntos. Él esperaba que no fueran tan a menudo.
Después de un rato, Edward se colocó unos pantalones pijama y caminó hacia la cocina. Regresó al cuarto con dos cannoli, un cupcake, y dos tenedores. Finalmente comieron el postre mientras hablaban sobre Nueva York y el concierto del día siguiente. Hicieron una lista de todos los museos que querían ver. Según Bella, si eran capaces de visitar uno en cada uno de los días libres que tenían juntos, lo completarían al año siguiente. A ella le gustaba estar reservada con tantos meses de anticipación. Representaban unos planes firmes, y eso llenaba su pecho.
Y más tarde, Edward se estiró hacia Bella con su mano derecha mientras su izquierda se escabullía por debajo de la almohada en busca del condón extra que había colocado allí. Ella lo abrió por él, recibiéndolo una segunda vez, y se movieron juntos suavemente, ya siguiendo el curso de su nuevo ritmo íntimo. Edward apreció cada jadeo y gemido que ella pronunciaba debido a él. Cuando la respiración de ambos regresó a la normalidad, Bella bostezó, aunque intentó esconderlo.
—Estás cansada —dijo él, sonriendo.
—Sí —admitió—. El sexo fenomenal hace eso.
—Fenomenal. Exactamente. —Él apagó las lámparas así el cuarto estaba envuelto en la oscuridad—. Espero que no te moleste, pero planeo agotarte mucho entonces.
—¿Molestarme? Jamás. Voy a agotarme contigo cuando sea. —Ella se acurrucó de nuevo contra él así estaban haciendo cucharita. Edward se acercó aún más, un brazo alrededor de su pecho y el otro alrededor de su cintura. Bella descansó su mano sobre la que Edward tenía en uno de sus pechos.
Se quedaron dormidos juntos. La mujer que había dormido sola por dos años y el hombre que estaba acostumbrado a estirarse sobre el colchón compartieron la cama con gusto, cerrando cualquier distancia entre ellos. Las manos de Edward eran cálidas; las mantas, suaves; y Bella se sumió en el sueño más profundo que había tenido.
