Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


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Capítulo 18:

Planes

No había palabra que saliera de su boca, mi sinceridad la había enmudecido.

Me di la vuelta y tomé la botella de cristal para beber un poco de whisky. Miré al horizonte con el vaso cerca de los labios, pensativo, ansioso por una respuesta de su parte.

—Estoy impactada —comentó.

—¿Por qué?

—Porque me toma por sorpresa, francamente.

Me di la vuelta para mirarla.

—Isabella Swan —masculló—. Ya veo.

—¿Puede hacerlo? —insistí—, ¿puede ayudarla?

Suspiró.

—Llamas mi atención. No creí que hicieras algo así por alguien.

Enarqué una ceja.

—Ya he asumido la imagen que todos pueden tener de mí —dije.

Se quedó en silencio unos segundos.

—Tengo que hablar con ella —respondió finalmente.

Asentí.

—Puedo facilitarle su contacto —ofrecí de forma escueta.

—Los veo en mi oficina este lunes. —Le dio la vuelta al escritorio con las manos en las caderas—. Espero que no sea una broma, senador Cullen, tengo muchas cosas que hacer en contra de los poderosos como usted.

—Nunca bromearía con esto, fiscal Jefferson.

Se alejó de forma cauta.

—Que así sea, senador, que así sea.

Tomó su bolso y se marchó, dejándome en completo silencio. Respiré hondo, ansioso porque este fuera el camino correcto para llegar a la verdad y permitirle a Bella saber la verdad, como también a las mujeres que imploraban ser escuchadas y ayudadas, quizá eso también me ayudaría a saber el origen de Demian.

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Dejé mi maletín en el coche y me bajé con prisa. Pronto se pondría a llover y no quería mojarme. El camino hasta la antigua casa de mis padres estaba atestado de los coches de seguridad y de mis hermanas. Tan pronto como llegué, vi a mi madre, usando un vestido negro como le era costumbre desde que su exesposo había muerto, sobre su cabeza tenía un pañuelo largo del mismo tono, y a juzgar por el movimiento de sus hombros, ella lloraba. A su lado estaba Alice y Rosalie, además de su mano derecha, el jefe de seguridad, Albert, y Susan, la encargada de su agenda y negocios.

—Madre —dije, llamando su atención.

Suspiró y sonrió, corriendo para saludarme.

—Edward, cariño, qué bueno poder verte.

—¿Qué pasa? Me has asustado cuando me pediste que viniera.

Estaba atento a sus gestos, reacio y muy receloso.

—Ha vuelto —me dijo al oído.

Fruncí el ceño.

—Mi madre.

Me quedé en silencio.

—Lo sabías. —Se separó para mirarme—. ¿Cuándo pensabas decírmelo?

—Fue hace poco. Supuse que serías tú la primera en saberlo.

Negó.

—Hola, cariño —exclamó Teresa, mi abuela.

Madre se separó con lentitud mientras la miraba.

—No necesito que me cuides, madre, ¡soy una mujer adulta!

—Una adulta que está ensuciando la familia —bramó la otra mujer, sosteniendo su puntiaguda barbilla mientras la contemplaba con reproche—. No debí dejarte a solas luego de la pérdida de Carlisle.

—Estás pasando sobre mis decisiones, madre, ¿acaso crees que quiero ver a esta niñita babosa? —Apuntó a Rosalie, quien miró al suelo de forma culpable.

Apreté las manos con fuerza.

—¡Toda la familia debe estar reunida! —bramó mi abuela—. Todos —enfatizó mientras me miraba—. El hombre de esta casa ahora es Edward y veo que no lo estás tomando en cuenta, hija mía. ¿Acaso crees que el escándalo que hay en los medios hubiera sucedido si tú dejaras que él tomara el control?

—¿De qué hablan? —pregunté confundido.

—Ten —dijo Alice, mostrándome su teléfono.

Era una noticia de primera plana en uno de los tantos medios importantísimos del mundo. En letras mayúsculas y una fotografía de mi madre evidentemente borracha, anunciaban a todo el mundo el escándalo que ella había provocado a la salida de un conocido restaurante de la ciudad. Me bastó leer solo unas pocas líneas para entenderlo todo.

—Solo fue un error —susurró mi madre.

—¡Emborracharte como siempre! ¿Eso es un error? —Mi abuela estaba furiosa—. ¡La familia ahora está en el ojo del huracán! ¡No te crie para hacer estos escándalos! Dios santo, ¿qué vas a decir ahora?, ¿qué van a pensar de la mujer que fue la primera dama de este país? ¡Es una vergüenza!

—Están buscándola por todos lados, señora Cullen —aseguró Susan—. De hecho… dos grandes compañías de moda me han pedido que deje de patrocinarla.

El rostro de mi madre se descompuso.

—¿Ves lo que haces? —Teresa caminó hacia nosotros y tomó a su hija de la mano—. Por eso he venido, para cuidarte.

Alice y Rosalie me miraban, buscando una respuesta, pero las evadí.

—Todos quieren una entrevista de su parte —insistió Susan.

—Nadie dará entrevistas, ¿está claro? —dijo Teresa, mirándonos a cada uno—. De momento solo habrá silencio… a menos que Esme quiera hundirse más de lo que está.

—Creo que es bueno que descanses un poco —le aconsejé—. Ya veremos qué hacer.

Una de las empleadas la llevó hasta su habitación, mientras Teresa las acompañaba.

—Edward —me llamó Alice—. ¿Tú sabías de esto?

Negué.

—Claro que no.

—No te creo —me susurró.

—¿De qué hablas?

Se acercó más para que el resto no nos escuchara.

—Sé perfectamente que tú estás involucrado, ¿o me equivoco?

Tomé su muñeca y la llevé hasta el jardín.

—¡Oye! ¡Déjame!

—Ten cuidado con lo que hablas. Esta casa tiene ojos y lo sabes.

Se cruzó de brazos.

—Lo sabía.

—¿Qué? ¿Acaso tienes algún reparo?

—¿Qué pretendes?

Tragué.

—Mantener a nuestra madre a raya.

Enarcó una ceja.

—Rosalie no puede saber de esto, sabes que es demasiado para ella.

—Lo sé.

—Pronto sabrás por qué hago todo esto.

—Es peligroso. Madre es peligrosa.

Asentí.

—Los medios pueden saber más de lo que imaginas, cosas de las que ni tú ni yo tenemos certeza, pero estoy dispuesto a correr el riesgo.

—¿La abuela lo sabe?

Negué.

—Mantente en silencio.

—Está bien, yo…

El sonido de mi teléfono nos interrumpió. Cuando vi que se trataba de Sharon, la fiscal y hermana de Adam, tuve que pedirle a mi hermana que me diera un momento.

—Sharon —dije.

—Edward, esto es importante.

—¿Qué ocurre?

—Hablaré con Isabella Swan. Creo que tengo más información de la que pensé.

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Isabella POV

Dejé el café en la mesa y acomodé la espalda en el sitial de la cafetería. Estaba algo exhausta. Jasper me siguió, poniéndose frente a mí. Me enseñó la caja de donas anaranjadas y sonreí.

—Las Krispy Kreme de calabaza —exclamé, dando un pequeño aplauso—. Qué bueno que te acordaste.

—Sabes que tengo buena memoria.

Le di un mordisco y suspiré, disfrutando del sabor. Eran mis favoritas.

Jasper sonreía mientras bebía café.

—Y que las necesitaba —agregué.

Chocó su café con el mío y volvió a beber.

—Extrañaba verte —me dijo—. La vida de adultos apesta.

—Podría ser peor.

Sonrió.

—Tienes razón.

Hubo un cómodo silencio entre los dos, sin embargo, decidí levantar la voz.

—¿Cómo está tu pequeña? —inquirí.

Habían pasado muchos días sin vernos ni poder platicar de esta manera.

—Vaya, muy bien. A pesar de que se acerca su cirugía, no estoy tan nervioso como creí, así que he aprovechado de verla crecer. La noto muy feliz.

—¡Eso es maravilloso! Sabes perfectamente que estaré contigo ese día.

—Gracias por todo, Bella.

—En lo que pueda, siempre te ayudaré.

—Has hecho suficiente por mí, querida amiga.

—Y aún no aceptas que te ayude con la universidad.

—Eh, descuida, que ya estoy cerca de entrar.

—¿Todavía irás por la economía? —le pregunté.

Esperé su respuesta con atención.

—Sí, creo que esto es lo mío —aseguró.

—Estoy de acuerdo.

Jasper había estado ahorrando dinero para ir a la universidad, algo que solo podía permitirse ahora. Antes, con su trabajo precario y malas oportunidades, tenía lo mínimo para hacer que su hija recibiera lo mejor posible, el resto era inaccesible.

—Estoy muy orgullosa de ti, Jasper. En serio.

Me apretó la mano y nos sonreímos.

—¿Y tú? —inquirió.

—¿Y yo qué?

—La universidad, sabes a qué me refiero.

Suspiré, algo pensativa.

Claro que lo tenía en mente, la universidad era mi sueño y siempre estuve dispuesta a cursarla, pero las adversidades me habían impedido terminarla.

—Eras la primera en clase, Bella…

—Las cosas no fueron fáciles.

—Creo que deberías pensar en retomarla.

—Quizá tengas razón.

Iba a continuar hablando, pero vi que el coche de seguridad de Edward pasó delante de mis ojos. Tras unos segundos me di cuenta de que él salió de un Mercedes Benz negro. Se acomodaba el traje gris y miraba hacia ambos lados antes de ir un paso adelante, hasta que me encontró ante sus ojos.

—Edward —musité.

Jasper miró también y su rostro cambió, volviéndose serio y rígido.

—Veo que este tipo suele esparcir su mierda estés donde estés —gruñó.

Los ojos verdes del senador me contemplaban, siempre con ese dejo de lujuria que me comía las entrañas, hasta el punto en el que debía contener los espasmos de mi cuerpo, espasmos de profunda necesidad.

Tuve que beberme el café para calmar un poco los nervios que me provocaba su contemplación.

—Buenas tardes —dijo Edward.

Se veía sorprendido.

—Buenas tardes —respondí con quietud.

—No sabía que solían frecuentar este lugar.

—Nosotros tampoco sabíamos que tú lo hacías —manifestó Jasper, evidentemente tosco con sus palabras.

Los ojos del senador lo evitaban, realmente desinteresado en su presencia.

Dios, odiaba que actuara de esa manera.

—¿Interrumpo algo? —nos preguntó él, apretando la mandíbula.

—Sí —le contestó mi mejor amigo.

Era evidente que Edward intentaba contener el aliento producto de la rabia. Y bueno, Jasper no toleraba, siquiera, respirar su mismo aire.

Krispy Kreme, ¿eh? —exclamé.

—Sí, suelo venir cuando… necesito calmarme del trabajo y los problemas —susurró.

Enarqué una ceja.

—Con permiso —agregó, entrando rápidamente a la tienda.

No fue agradable verlo alejarse sin siquiera poder saludarnos.

Maldita sea.

—Pedante hijo de puta. —Jasper parecía apretar los dientes a medida que hablaba.

—Vamos, no hagamos problemas —pedí.

—Bien, me quedaré en paz.

Suspiré.

—Ya es hora de volver a la oficina. Quiero fingir que me interesa estar ahí y luego marcharme. —Tomé mi café y mi bolso—. Tú también puedes irte antes, no necesitas pasarte todo el día ahí.

Rio mientras tomaba el maletín.

—Créeme que lo que más quiero es quedarme. No tienes idea de cuánto me gusta esto.

Acompañé sus carcajadas mientras nos metíamos al ascensor.

De pronto, pensé seriamente en la posibilidad de que él me sucediera, considerando las inmensas habilidades que presentaba, pero sabía que nadie estaría de acuerdo, especialmente…

—Con permiso —exclamó Edward, poniendo su mano entre las puertas del ascensor, impidiendo que cerraran—. Espero que no les moleste.

Él y yo nos contemplamos y mi corazón se deshizo en emociones.

—En absoluto —respondí de forma queda.

Fingir. ¡Ah! Qué difícil era. Moría de ganas de subir mis manos por su pecho y besarlo.

El espacio era reducido, por lo que acabó muy cerca de mí. Oler su perfume se hizo inevitable, su piel permitía que este se uniera a él sin inconvenientes. Era maravilloso. De no haber sido por la música de fondo, nuestras respiraciones habrían inundado el ascensor.

—Espero esté teniendo un buen día, señorita Swan. —Pude sentir sus jadeos a medida que me hablaba—. Señor Whitlock, le recuerdo que sigo siendo muy importante en esta compañía, aunque usted no lo quiera —agregó, mirando a mi mejor amigo—. Con permiso.

El ascensor había llegado a nuestra planta, por lo que él no tardó en marcharse a la primera oportunidad que tuvo, dándonos una mirada intensa, en especial a mí.

—Ese maldito…

—Jasper —lo llamé, siguiendo sus pasos furiosos.

—Solo viene a jodernos la existencia —aseguró.

Lo llevé hasta mi oficina y cerré la puerta con cuidado.

—¡Basta ya! —exclamé, volviéndome hacia él—. ¿Qué pretendes? ¿Armar un escándalo?

—Está bien. —Suspiró y levantó las manos—. Tienes razón. Sé que debo controlarlo, pero cada día lo detesto más. No tolero los tipos como él. No me gusta que se acerque a ti.

Suspiré.

—Jasper…

—Bella —insistió—. Hay ciertas cosas que quisiera confesarte…

Alguien tocó la puerta, por lo que no pudo continuar. Confusa me acerqué y la abrí con lentitud. Era Edward.

—¿Vuelvo a interrumpir? —dijo, mirándome con atención.

—No —espetó Jasper—. De hecho, debo volver a trabajar.

—Perfecto —respondió el senador—. Quería hablar con la señorita Swan.

La piel me picaba por sus manos.

—Claro. —Asentí—. Puede sentarse… senador.

—Hablamos más tarde, ¿te parece? —me dijo Jasper antes de marcharse.

—Gracias, Jasper.

Una vez que Edward y yo nos quedamos a solas, el silencio continuó siendo un ruin cómplice de nuestro deseo mutuo, con la añoranza impuesto en cada gesto que salía de nosotros.

—Sé que me odia, no te preocupes por eso —aclaró—. No es muy diferente a lo que siento por él, si te soy franco.

—Ustedes, los hombres, actúan como tontos. Comenzarán a hartarme, no tengo paciencia para esto.

Enarcó una ceja.

—No me mires así —le recalqué—. Ninguno tiene razones para odiarse.

—Tú.

Fruncí el ceño.

—Cuando haces ese gesto con tus cejas me das aún más la razón. —Se acercó un poco, poniendo las manos en el escritorio, frente a mí—. No tengo razones suficientes, solo sé que lo detesto, cada vez que te mira como lo hace me resulta desesperante.

Me sonrojé contra mi total voluntad. Era la aspereza de su voz profunda y varonil, que me hacía temblar de placer.

—Somos amigos.

—Lo sé, y sé que te conoce muchísimo y lo bien que te hace tenerlo cerca. Soy un orangután, lo sé, pero me es inevitable, porque no creo que él te vea como tú lo haces.

—No digas eso. ¡Es estúpido!

Estaba irritándome toda esta situación. ¡Por supuesto que estaba equivocado!

—Sí, es cierto.

Suspiré y me quedé mirándolo con los ojos entrecerrados.

—¿Me seguiste? —inquirí con una ceja enarcada.

—Sabes perfectamente que no. De hecho, sí quería verte. Supuse que estabas acá, pero no pensé encontrarlos comiendo ahí.

Me levanté de la silla y me acerqué a su rostro, poniendo mis manos sobre el escritorio, imitándolo.

—Pues son mis donas favoritas.

Sus ojos se oscurecieron.

—Me habría gustado saberlo antes.

Sonreí y me abracé a su cuello.

—Él es mi mejor amigo —insistí, mirándole los labios—. Yo solo te quiero a ti.

Su mirada continuaba guiándose por mis movimientos.

—No necesitas morirte de celos —susurré.

Sus ojos se incendiaron.

—Y realmente espero que no me hayas seguido —insistí.

Se rio.

—No haría algo que te distanciara de mí, no soy lo suficientemente idiota para querer perderte.

Me tomó la quijada y me acercó a su boca. Lo besé con furia y Edward tomó mis caderas y me instó a que me subiera al escritorio. Una vez que me tuvo arrodillada, me tomó entre sus brazos y me mantuvo abrazada.

—El único hombre que quiero que me toque eres tú, Edward —exclamé.

Apretó mis nalgas y muslos y yo rodeé su pelvis con mis piernas.

—Solo tú puedes hacerlo, porque eso es lo que yo quiero.

Le acaricié el pecho con uno de mis tacones. Di un brinco cuando lo tomó de forma ágil y abrió mis piernas para pegar su entrepierna con la mía.

—Aunque debo ser sincera —aclaré, llamando su total atención—. Me gusta verte muerto de celos.

Volví a besarlo y hundí mis dedos en su cabello, tomándolo desde la nuca. Sus manos se acoplaron a mis caderas y luego a mis senos, que cabían muy bien en ellas. Acabó llevándome en sus brazos hasta la puerta, en donde acabé con la espalda pegada a ella y su cuerpo contra el mío. El senador me respiraba en la cara y podía apostar a que quería sonreírme.

—Es mejor ser precavidos, ¿no crees? —me dijo, cerrando la puerta con seguro.

Me excitaba la idea de saber que estábamos rodeados de más personas detrás de las paredes.

—Más te vale mantenerme en silencio —agregué.

Solo hubo jadeos y el resto fue automático. No hubo necesidad de alguna en pensar, únicamente necesitábamos dejarnos llevar.

—Buen día para traer vestido —me susurró al oído.

Me reí mientras lo sentía besarme el cuello, y a su vez deslizaba las tiras de mi ropa por mis hombros. Volvió a sostenerme entre sus brazos, pero dejé de percatarme del exterior, pues cerré mis ojos de placer. Tras mi espalda sentí la pared con la cual choqué con suavidad.

—Mírame —me dijo al oído.

Obedecí y lo primero que vi fueron sus ojos verdes.

—Realmente quería verte.

Besé su frente y él cerró sus párpados.

—Creí que le habías dicho a Jasper que para distraerte comías donas.

—Pues estás en lo cierto, para distraerme, y tú no eres eso —agregó.

Me besó el cuello y la mandíbula, mientras masajeaba mi culo con sus grandes manos.

—Tienes razón, Edward Cullen —jadeé.

Tiré de su camisa y lo volví a besar, deseando que continuara tocándome. Él metió su mano por debajo de mi ropa interior y delineó la piel de mi intimidad con mucha suavidad, arrancándome un pequeño gemido.

—Silencio —ordenó, poniendo su mano en mi boca.

Le mordí los dedos y me calló con un beso.

—Date la vuelta —pidió.

Me ayudó a hacerlo y me sorprendió verme frente a la pared de ventanas que daban a la gran ciudad de Nueva York.

—Todos podrían ser testigos de lo que estamos haciendo en este momento —me susurró al oído.

Tomó mis pechos y los apretó con suavidad.

Me sentía en la cima del mundo mientras Edward me tocaba.

—Todos ellos, allá abajo —agregó—, todos tras las paredes.

Hizo que pusiera las manos en la ventana y tomó mis caderas para pegarme a su pelvis.

—Hazme el amor ante todos ellos —le pedí.

Me bajó las bragas con cuidado y me volvió a tocar. Eché la cabeza hacia atrás y él me besó el cuello y la mejilla. Cuando sentí que entraba en mí con lentitud y las pulgadas de su intimidad me llenaban hasta las entrañas, dejé escapar un gemido fuerte e incontrolable. Sus movimientos siempre eran gráciles y esta vez no fue la excepción.

—Sht —me calló.

Nuevamente puso su mano en mi boca, impidiéndome que pudiera seguir gimiendo. Con la otra mano libre tomó mi vientre y me hizo agacharme, volviendo a penetrarme con mayor profundidad. Mis pechos chocaron con el cristal de la ventana y yo intenté sujetarme de la misma, inquieta por el placer. Sentía que mis piernas temblaban.

—Nos oirán, Isabella —me susurró entre gruñidos—. Sht.

Me hizo levantar los pies para sacar las bragas y de pronto me las metió a la boca.

—¿Puedes verte en el cristal? —inquirió, tomándome la barbilla.

Asentí, contemplando mi reflejo.

—¿Puedes verte ahí, en medio del paisaje que hay delante de nosotros? ¿No te sientes la reina del mundo?

Hizo mi cabello a un lado y continuó besándome los hombros y el cuello, mientras me hacía el amor frente a la gran ventana de mi oficina, que daba a toda la ciudad.

«Sí, Edward, me siento la reina del mundo… Y tú eres el rey de este».

Apretó mis senos y pellizcó los pezones al mismo tiempo que me olía los cabellos, hundiendo su nariz cerca de mi nuca. El calor que transmitía y su aroma profundamente atractivo no aminoraban el deseo inconcebible que me provocaba.

Un pequeño grito pudo salir de mi boca, pero fue amortiguado por la tela que tenía dentro. De mi barbilla caía un hilillo de saliva que descendió por mi cuello y luego a mis senos. Edward pudo verlo por el reflejo y noté el apasionante cambio en sus ojos ya oscurecidos.

—Ven aquí, cariño —me susurró, dándome la vuelta.

Volvió a tomarme entre sus brazos y me llevó hasta el sofá, donde acabé hundida entre él y Edward, que me acorraló con sus manos a la altura de mi cabeza. Metió un dedo en mi boca y quitó la ropa interior.

—Está muy húmedo —dijo—. Es una mezcla perfecta de ti.

Me ruboricé cuando vi que lo olía y cerraba sus ojos ante el placer que le provocaba.

—Maldita sea, Edward —gruñí.

Lo tomé desde las solapas de su camisa y lo atraje hacia mí.

—Me pone tanto que me mires así —añadí.

—¿Así cómo?

Ah, ¡carajo!

Lo besé con pasión y lo abracé con mis piernas. Edward me penetró con fuerza y me sacó otro gemido. La locura se apoderó de nosotros y cada instante juntos fue una oda al éxtasis y al placer. Apreté mis paredes cada vez que se hundió a mayor profundidad y de él solo escaparon gruñidos viriles que pronto se convirtieron en sensuales lamentos lascivos. Abrí mi boca, dispuesta a advertirle que estaba corriéndome, pero su beso ocupó mi último respiro hasta acabar en un orgasmo explosivo que me hizo temblar desde los pies a la cabeza. Cuando sentí su simiente cayendo por mi sexo, él acabó en temblores furiosos y bestiales dando sus últimas estocadas, las que finalmente cedieron en un espacio de liberación mutua que nos indujo a un estado aletargado y calmo.

Edward se acomodó a mi lado mientras intentaba respirar con normalidad. Lo miré, ciertamente hechizada ante sus facciones y me mantuve en silencio mientras buscaba la forma de recobrar el aliento luego de lo que acabábamos de hacer. Al contemplarnos nos sonreímos y él no tardó en acariciarme las mejillas con sus manos desnudas.

—¿Has acabado con tus celos?

Enarcó una ceja al escucharme.

—¿Qué? ¿Vas a negarlo? Por supuesto que estás celoso.

Se rio y suspiró.

—Sí, lo estoy —respondió—. No esperaba venir a por ti y encontrarte con él.

—¿Vas a seguir pensando esas cosas?

Miró hacia otro lado.

—Lo intentaré. No puedo hacer más, es tu mejor amigo y sé que te conoce perfectamente. Te hace feliz.

—Tú también.

Sus ojos brillaron.

—Y solo quiero que tú me tengas así —musité—, entre tus manos, medio desnuda luego de hacerme el amor.

Le di un pico en los labios y acabó sonriendo otra vez.

—Bella, tengo algo que comentarte…

El sonido de mi puerta me hizo saltar. Edward instó a que me levantara y yo aproveché de acomodarme el vestido y ponerme los tacones. Busqué mi ropa interior por toda la oficina, pero no podía encontrarla.

—Demonios —musité—. ¡Mis bragas!

Edward puso su dedo índice contra los labios para que guardara silencio mientras guardaba mi ropa interior en el bolsillo de su traje.

—¿Señorita Swan? —insistió Jasper detrás de la puerta.

Respiré hondo y abrí.

—Hola, ¿qué ocurre? —pregunté.

—No quería importunar, pero ha venido a verte tu padre.

Cerré los ojos con fuerza.

Diablos. ¡Lo había olvidado por completo!

—Cielos, sí, yo le pedí que viniera.

Sentí el calor de Edward en mi espalda.

—Siento estar haciéndole perder tiempo, señorita Swan, sepa disculparme —dijo el senador, acomodándose los gemelos.

Jasper y él se miraron de manera atenta. La tensión podía palparse.

—¡Bella! —exclamó mi padre, llamando mi atención.

—Oh, papá.

Corrí para abrazarlo. Lo extrañaba mucho.

—Vine a verte en cuanto tuve un momento libre, la verdad es que…

Dejó de hablar cuando vio a Edward.

—Buenas tardes, soy Edward Cullen. Mucho gusto —dijo el senador, extendiendo su mano.

Mi padre lo contempló fijamente, negado a saludarlo.


Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, sepan disculparme por siempre estar demorándome, pero la vida me consume enormemente. Gracias a Dios ya todo está poniéndose en su lugar y he podido avanzar más de lo que había hecho antes, espero pronto librarme de las responsabilidades que me han estado consumiendo últimamente y poder tener el tiempo que siempre he necesitado para escribir a tiempo completo. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco los comentarios de Teresita Mooz, joabruno, Jade HSos, Karensiux, Makarena . L , Mensafrescaa, Tata XOXO, Hyacinth85, Esterm patymdn, Yesenia Tovar 17, NarMaVeg, Gan, Liliana Macias, Valentina Paez, Laliscg, beakis, miop, Santa, Jocelyn, Elizabethmp, ari Kimi, valem0089, assimpleasthat, Ceci Machin, merodeadores . 1996 , Iva Angulo, Ana Karina, Adriu, seiriscarvajal, natuchis2011b, Cassandra Cantu, Yiruma san, ELLI11 O . x, MarielCullen, almacullenmases, angelaldel, SaraGVergara, Pam Malfoy Black, jupy, CelyJoe, saraipineda44, morenita88, Mapi13, Naara Selene, cavendano13, Cinthyavillalobo, Esal, Anita4261, Belly swan dwyer, Wenday 14 , wendy andino, melucha76, KRISS95, Fallen Dark Angel 07, AndreaSL, Angel twilighter, SanBurz y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, sus comentarios, su entusiasmo y su cariño me instan a seguir, de verdad gracias

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Cariños para todas

Baisers!