Capítulo 1:

"Back then I was dauntless
And dawn could never know
And my weakness made me weep less
Than I would ever show you"- The Calling, The Amaizing Devil.

- Me mataré- afirmó de repente, mirando a través de la ventana- Lo juro, madre. Si tengo que quedarme, me mataré.

Sentía a sus espaldas como su madre caminaba de un lado al otro, pensando qué más decirle. Llevaban allí demasiado tiempo, encerradas en esa habitación, en un ida y vuelta entre amenazas y consuelos fallidos.

-Este lugar tan… frio. Prefiero morir antes de pudrirme acá - agregó.

Sintió como su madre suspiraba, claramente perdiendo la paciencia. Nunca antes habían estado en esta situación. Ella siempre había sido la hija obediente, jamás se había quejado de nada que sus padres le impusieran, nunca había traído problemas.

- Elia, estamos en un primer piso querida, simplemente te lastimarías. - la sintió sentarse, claramente agotada. Se mordió la lengua para no reír, nada podía sacar de quicio a la Reina de los Siete Reinos, nada más que sus hijos.

Seguía con su vista clavada en lo que se encontraba más allá de la ventana. Invernalia se encontraba cubierta de nieve, la cual, mientras los habitantes del lugar caminaban, se teñía de gris, gris como todo en aquel maldito lugar. El frío que se colaba, aún con la ventana cerrada, no hacía más que helarle la sangre. ¿Qué había hecho en su vida para que los siete dioses la torturaran con tal destino? Simplemente no podía aceptarlo.

- Bueno… encontraré la manera.

- Deja de comportarte como una tonta, querida.

Elia se volteó, indignada.

- ¿Tonta? ¿Te parece que me comporto como una tonta?- su voz, por primera vez en lo que iba de esa lúgubre visita, comenzaba a elevarse.- Yo soy la que se va a quedar aquí, en este frío y vacío lugar. ¡¿Y todo por qué, madre?! ¡¿Por qué?!- La furia emanaba por cada poro de su piel. El control que intentaba mantener desde que su madre le había dado la noticia, se había roto por completo.- Te diré por qué. ¡Porque el maldito de mi padre no pudo casarse con esa estúpida y muerta Stark!

Cersei se levantó de un salto de su asiento, golpeando una de sus manos en la mesa.

- ¡Ya fue suficiente!

Elia se calló en el acto. Su pecho subía y bajaba por el esfuerzo de tragarse sus palabras, y sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. Sabía que había cruzado un límite, que había dicho cosas que no podía decir. ¿Quién sabe quién podría haberla escuchado?

La Reina se acercó a ella despacio, como si de un animal herido se tratase. Apoyó ambas manos en los hombros de su hija, mirándola directamente a los ojos.

- No debes decir esas cosas, eres más inteligente que eso. Las paredes tienen oídos, ¿acaso lo has olvidado? Entiendo que estés enojada, créeme, lo hago, pero debes comportarte.

- Pero mamá…

- ¡Eleanna!- su nombre salió como una advertencia, a pesar de no levantar la voz.

Respiró profundo, las lágrimas brotaban sin control de sus ojos.

- Lo siento…-susurró, su voz comenzó a temblar.

Cersei levantó una mano y, con sutileza, barrió una de las lágrimas que habían alcanzado su barbilla.

- Respira- le dijo.

Acomodó los cabellos de la niña suavemente, mientras ella se calmaba. Ubicó un mechón, negro como las plumas de un cuervo, detrás de su oreja y le sonrió.

- Es que no lo entiendo- murmuró la muchacha. Había dejado de llorar ya, pero su voz seguía temblando.- ¿No le basta con casar a Joffrey con aquella niña Stark?

Entendía que un matrimonio era importante para unir a las dos familias, para afianzar la lealtad del norte, aún cuando su padre ya no estuviera en este mundo. Ofrecer a Joffrey, el heredero al trono, en matrimonio con la hija mayor de los Stark debería ser suficiente. No solo uniría a ambas casas, si no que le daría al norte, a su debido tiempo, una Reina de los siete reinos. En este panorama, un segundo matrimonio le parecía exagerado. E injusto.

- Lo sé, querida. Pero no hay punto en discutir, ya sabes como es tu padre, no cambiará de parecer. Los Dioses saben que lo he intentado.

Recordó las marcas que había llevado su madre en su mejilla los primeros días del viaje. No era la primera vez que veía a su madre con moretones, y estaba segura que no sería la última tampoco. Los llevaba como medallas, siempre levantando su cabeza con orgullo. Jamás la había visto esconderlos. De cierta forma, Elia sabía que su madre no mentía: se había quejado lo suficiente para que la paciencia de su padre se hubiera acabado.

-No sabemos todavía qué dirá Lord Stark- la joven princesa ya respiraba normalmente, su furia extinguiéndose lentamente.

Si tan solo fuera Myrcella a quien su padre quisiera dar en matrimonio, las cosas serían muy diferentes, ambas lo sabían. Su pequeña hermana, con su carácter dulce y su personalidad tranquila, aceptaría la situación sin prestar ninguna resistencia y se conformaría con aquella elección de su destino. Quizás hasta pudiera ser feliz con aquel que se convertiría en su marido. Pero Myrcella era demasiado pequeña todavía para comprometerse.

- Aceptará, querida. Lord Stark es un viejo amigo de tu padre, no podrá negarse. Además, tu padre es el Rey, y como Rey quiere que las cosas se hagan a su manera.

- Odio este lugar mamá, es tan… muerto.- un sollozo salió de su garganta.

- Lo sé, pero así son las cosas. - le acarició la mejilla con cariño antes de agregar - Te casarás con el heredero de los Stark, ya está decidido. Y si, posiblemente no seas feliz en este lugar, ni con tu marido; quizás nunca llegues a amarlo. Odiarás cada día de tu vida, cada segundo que pases a su lado, hasta llegar a odiarlo con lo más profundo de tu ser.

Bajo el agarre de su madre, podía sentir su cuerpo comenzar a temblar.

- Pero lo soportarás, Eleanna, porque eres una mujer fuerte. Y algún día ese muchacho te dará hijos, y ellos se convertirán en la razón de tu vida. Harás todo por ellos, cualquier cosa.

Elia le sonrió tímidamente, sabía que estaba hablando por experiencia propia.

- Además - aflojó su agarre y la miró directamente a los ojos- sabes lo que dicen: ten a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más.

- ¿Los Stark son nuestros enemigos, madre?- preguntó la muchacha.

- Todos menos nosotros son enemigos.

Respiró profundo. Toda la situación parecía irrisoria. ¿Desde cuando se comportaba de esa manera? Nada de eso parecía real. Se sentía como si fuera… No pudo evitar reír por lo bajo.

- Me siento como Joffrey en uno de sus berrinches.- susurró un tanto divertida.

Vio a la Reina sonreir. Era típico de su hermano montar una escena cuando algo no era como él deseaba.

- Créeme, te veías como Joffrey en uno de sus berrinches.

La niña dejó escapar una sonora carcajada, realmente divertida.

- Ahora- agregó su madre, mirándolo de arriba abajo- será mejor que te arregles y cambies esa cara, tenemos un banquete al que asistir.