Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía

Capítulo 3:

Nuevos vecinos

Isabella sacó un pie del coche y de inmediato vio que el letrero de "venta" que había en la casa vecina había sido retirado y que había un camión de mudanza ahí. Parecía un pájaro mirándolo todo hasta que entró a su cómoda casa de aspecto minimalista y moderno, con cientos de flores, cactus y suculentas.

—¡Mamá! —exclamó Tony, recibiéndola con un abrazo.

En cuanto se acogió en los brazos de su hijo, ella soltó el aire y le contó todo. Ambos tenían mucha confianza, la correcta entre una madre y su pequeño (ya no tan pequeño), sin avanzar en más barreras que pudieran entorpecer su relación. Para Bella, tener la libertad de emocionarse con su hijo y que él recurriera a ella de la misma forma, era todo lo que necesitaba en la vida.

—No tienes que sentirte así, sabes perfectamente que ese trabajo no te gustaba… Eres una psicóloga tremenda, mamá, estar ahí era perderse…

—Lo sé, pero… tu universidad…

Tony puso los labios en una línea, cansado de que ella siguiera pensando tanto en él.

—Podré conseguir una beca, tú sabes que puedo hacerlo. Y el conservatorio…

—¿Y mis caprichos? —inquirió, haciendo un puchero.

Tony rio y la envolvió en sus brazos, cobijándola.

Su madre era algo alocada e independiente en su máximo esplendor y, la verdad, se sentía orgulloso de tenerla. Desde pequeño todos preguntaban quién era esa guapa mujer que iba por él a la escuela y con orgullo decía "es mi mamá". Quería ser el hijo perfecto y a veces temía no ser lo suficiente para una madre tan increíble como lo era ella.

—Puedes seguir con tus terapias para las mujeres y…

—Sabes que no es suficiente.

—Y buscar algo más —añadió.

Suspiró y asintió.

Era momento de buscar algo más, algo que les permitiera vivir un poco mejor. ¿Por qué había de costar? Ella había estudiado la psicología con su hijo en el vientre, luego siendo un bebé y así, sin peros y solo con la ayuda de su familia, porque el padre de su hijo era un mequetrefe estafador sin remedio. Esto debía ser pan comido.

—¿Veremos Sex & The City? —inquirió Bella.

Tony sonrió y le tomó la mano.

—Vamos a por ello, pero primero… ¿no sería bueno que te dieras un baño? ¿Qué ha ocurrido?

—Esa es otra historia, de otro imbécil.

.

Los padres de Edward Cullen, el teniente leyenda del Oriente Medio y el ejército estadounidense, estaban alucinados por tenerlo en la ciudad de nuevo, aquella ciudad que lo había visto crecer. No por nada, haberlo recibido con osos de peluche, pasteles decorados con payasos y un sinfín de regalías propias de un niño, eran su única manera de recordarles que para ellos siempre sería su pequeño. Aunque, bueno, Carlisle no lo había visto crecer, no desde que era un bebé, pero haber llegado a su vida cuando ya tenía seis años había sido su mejor regalo, así como el haber podido escucharle decir papá.

Carlisle y Esme eran dos adultos mayores de sesenta que estaban comenzando a sentir el nido vacío. El saber que su hija Rose pronto iría a la universidad y que este año sería el último en la preparatoria, significaba muchos sentimientos encontrados; pero todo mejoraba al saber que, sin duda, su nieto había llegado para cambiarles la perspectiva de todo… y vaya que era así. Acostumbrados ya a ver que la juventud cambiaba todos los años, sobre todo siendo rotundos acompañantes de la iglesia, no era de esperar que ver a su nieto de diecisiete años fuese tan diferente a su padre, en todo sentido.

Ness miró a sus abuelos y corrió a abrazarlos, mientras su padre sonreía, cruzado de brazos ante la visión que más esperaba contemplar. A nadie realmente le importó más allá que su nieto tuviera los párpados brillantes y las uñas esmaltadas de rojo, tampoco que usara tantos aretes divinos en sus orejas y que, bueno, su entusiasmo y voz no fuesen en absoluto las de un chico masculino y dedicado a hacer suspirar a las chicas. Cuando su abuela le corrió el cabello de color turquesa y le palpó las mejillas, adulando su maquillaje, este no pudo sentirse más feliz. Realmente su familia era idéntica a su papá, con quien sentía la mayor de las conexiones, aunque nadie lo entendiera, especialmente sus colegas militares.

Rosalie era la más entusiasta a decir verdad, teniendo casi la misma edad y estando más sensible que de costumbre, vio en él un amigo, uno de verdad, y no tardó en abrazarlo y suplicarle que fueran juntos el primer día del último año de preparatoria.

—Es un buen chico —dijo Carlisle, dándole un abrazo fraterno a su hijo.

—Lo es —afirmó.

—Lo has educado bien.

—Es lo que más deseo recordarme y seguir haciendo.

—¿Cómo fue todo con lo del ejército?

—Ya está, me he ido. Ya sabes que las bromas eran intolerables y por poco le destrozo la cara al comandante. Sabes que nadie se mete con mi chico, en especial por su forma de ser.

Carlisle siguió sonriendo y le ensució la nariz con un poco de pastel, lo que a ambos les hizo sonreír.

—Eres mi hijo especial, siempre estaré orgulloso de ti.

—¿Cómo va el negocio? —inquirió Edward, no queriendo llorar por las palabras de su padre.

Si bien, era un hombre liberal para su hijo, se había acostumbrado a aguantarse los sentimientos para no verse débil, una mala ganancia de la milicia.

—Bastante bien. A mamá Esme los perros la adoran.

Carlisle y Esme tenían un negocio familiar de peluquería canina y veterinaria, a la cual le iba muy bien.

Luego de charlar un poco, Ness se acercó a su padre y tiró de su brazo grande y tatuado para susurrarle algo.

—Amo a mi familia —fue lo único que dijo—. ¡Podré ponerme todo lo que quiera sin temor a que otros ineptos me miren de mala manera!

Edward sonrió y le besó los cabellos. Estaba tranquilo de haber tomado la decisión correcta.

—La preparatoria de San Francisco te encantará.

—Espero tener buenos amigos.

—¿Crees que te costará tenerlos?

—Ni en broma, sabes cuáles son mis encantos.

Él solo rio y mientras eso ocurría, su familia los contemplaba, notando cuán diferentes eran. Edward era un hombre de aspecto rudo y cuerpo fuerte, intimidante y bastante masculino, con unos brazos tatuados que eran la envidia de los hombres y el deseo de las mujeres; solitario, serio y que acostumbraba al más ácido sarcasmo. En cambio, Ness, su hijo adolescente, era dulce, excéntrico, alejado de los paradigmas de género, amante de los colores y de los brillos, sin temor alguno a que los demás se giraran a preguntarse si era un hombre, una mujer o un esperpento.

Luego de la bienvenida y la comida, era momento de que fueran a conocer la nueva casa de ambos, por lo cual la familia los acompañó, ya que el camión de mudanza ya había llegado. Cuando se quedaron mirando el gran hogar que les esperaba, hogareño, pulcro y con un amplio jardín, imaginaron en conjunto una gran calidez y un nuevo comienzo.

—Me encanta, papá —dijo Ness, palpándole el hombro.

—Espero que te guste tu habitación —añadió.

Cuando iban a dar un paso al frente, Edward y su hijo vieron cómo se acercaba corriendo su gran kuvasz negro de sesenta kilos, su can que tanto esperaban.

—¡Puntito! —gritaron ambos, dispuestos a recibirlo entre besos y abrazos.

El perro era tan grande que por poco bota al imponente Edward Cullen, su emoción era inmensa y su autocontrol ante la felicidad un completo fiasco.

Isabella había notado que había llegado gente a la casa de al lado, una que era dividida únicamente por una valla de madera moderna y también minimalista. Como era una cotilla de primera y su hijo estaba preparando los bocadillos, salió de puntillas con su bata para fisgonear a los nuevos vecinos. Cuando estaba dispuesta a asomar la cabeza para ver mejor, un perro inmenso comenzó a correr hacia ella, un perro que de querer atacarla, la mataría sin remedio. Entre ladridos y una lengua larga, buscándola como un desquiciado, no encontró nada mejor que correr desesperadamente mientras chillaba de desesperación, llamando la atención de su dueño, el teniente Edward Cullen.

—¡Puntito! —gritó Edward con voz enérgica, corriendo hacia él para sostenerlo del collar.

Pero el perro estaba obsesionado con la mujer. Cuando Edward la vio, huyendo despavorida con esa bata pegada al cuerpo y el cabello ondeando por los aires, supo de inmediato que el obsesionado no solo era su perro, sino él también.


Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, como ven, son capítulos cortos, por lo mismo, mientras su entusiasmo esté, seguiré subiendo capítulos muy seguido. Ya se van a conocer estos dos, dejando ver lo que tiene que estallar, ¿se reconocerán? Uff, ni se imaginan. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco sus comentarios, durante la tarde estarán sus nombres como muestra de agradecimiento, espero volver a leerlas, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus palabras, su cariño y su entusiasmo, de verdad gracias

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