Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Capítulo dedicado a Liliana Macías. ¡Feliz cumpleaños!


Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía

Capítulo 4:

El encuentro

Por un momento se quedó estático, ¿de verdad era posible que una mujer fuera tan, pero tan preciosa, corriendo con medio muslo desnudo, los pechos saltando por doquier y el cabello pegado a la cara? Sí, era posible. Y ni por asomo se pudo quedar en paz cuando esa mujer, al verlo, corrió a su encuentro para aferrarse a él como si se tratara de una tabla salvavidas.

—¡Quíteme a ese perro de encima! —le chilló en la cara, mientras él olía su cuello y le veía el inicio de las tetas pegadas a su rostro.

Fue instantáneo. Bella no pensó en otra cosa que subirse a sus brazos y Edward por instinto la recibió.

—¡Ya! ¡Puntito! —regañó el teniente, haciendo que el perro cesara su acoso. En un segundo se sentó frente a ellos y sacó la lengua, a la espera.

Ella temblaba. No es que no le gustaran los perros, es que simplemente aquel can parecía un oso a punto de devorarle el culo.

Entonces se dio cuenta de que estaba abrazada a un hombre que no conocía, que tenía el pecho grande y fuerte como sus brazos, mostrando unos músculos sólidos y despampanantes, con varios tatuajes en su piel. Al subir, acariciando aquel cuerpo con cierto entusiasmo, el que le generaba cuando tenía fantasías en la oscuridad de su cuarto, vio a un hombre guapísimo de ojos verdes y pestañas largas, con una mandíbula marcada con algo de barba creciente. Fue instantáneo, casi se le cayeron las bragas. Se había quedado sin habla, intentando conectar el filtro "sesos-boca".

Edward Cullen era un teniente bien cotizado, no podía negarlo, pero con frecuencia consideraba demasiado aburrido el asunto del cortejo y era realmente muy malo para ello. ¿El romance? Una mierda aburrida. ¿El sexo? Un placer demasiado fácil de encontrar para considerarlo en el último tiempo, sobre todo porque la belleza se había convertido en un frecuente estándar moldeado. Cuando esa mujer tensó aún más los brazos a su cuello, menuda, pequeña, delicada y chillona, se preguntó qué tan fácil podría encontrar a una como ella, porque vaya, a los cuarenta y tres no era fácil dar con… Vaya mierda, no se había adentrado a mirar la forma de su piel, ni las pecas, ni los labios rosados ni menos esas pequeñas tetas redondas y bien moldeadas. No tuvo tiempo de pensar en una erección simplemente porque tenía la cabeza demasiado noqueada para darse cuenta de que llevaba una desde el momento en que las imágenes indecorosas comenzaron a dar vueltas.

No se separaron en ningún segundo, no hasta que Isabella vio la camioneta roja aparcada en la entrada de la casa vecina. Enseguida bufó y abrió la boca como una leona a punto de atacar. ¡Era él! ¡Aquel maldito que la había bañado en barro y que no se acercó por ningún segundo a ayudarle!

—¡Quíteme las manos de encima! —gruñó.

Edward salió de su estado de ensoñación y la soltó en automático. ¿Qué carajos le pasaba?

Bella, varios centímetros más pequeña que él, se cruzó de brazos como una nena pequeña y lo enfrentó con la mirada. No podía creerlo, era él, aquel maldito…

—¡Usted! —le gritó.

—¿Qué? ¿Qué hice? —Edward alzó la voz, no acostumbrado a que le gritaran. ¡El teniente era él!

—¡Usted me lanzó al barro y no se tomó ni un segundo en ayudarme! ¡¿Qué hace aquí?! ¿A qué ha venido? —seguía chillando ella.

Edward no sabía qué demonios estaba hablando y entonces Isabella se dio cuenta de que él ni siquiera se había dado el tiempo de notar que había dejado en el suelo a una mujer, ¡y peor aún!, ¡una mujer como ella! No sabía qué la ofendía más, si el que no la hubiera ayudado o que simplemente había sido tan invisible que ni la notó.

—Espero que se haya comido el barro que le lancé con mi carro—. Bella le acribilló el pecho con el dedo índice, sin detenerse a disfrutar de lo duro que era.

Se dio la vuelta, muy ofuscada, dispuesta a entrar a su casa por una buena vez, pero Edward estaba tan furioso que se puso delante de ella.

Oh, no, ¡oh, no! ¡Ella era la dueña del coche que se había dedicado a salpicarle toda esa mierda en la cara! ¡Ella!

—Ah… ¡Usted fue! —dijo él.

—¡Yo qué! —espetó la mujer.

—¡Usted me ensució! ¡Usted fue!

Sonrió de solo recordar aquel placentero espectáculo.

—¡Y con mucho gusto! —respondió, cruzada de brazos y mirándolo desafiante.

El teniente entrecerró sus ojos y apretó la mandíbula. No podía comprender su desfachatez. En cuanto recordó tan lindas tetas, prefirió enfocarse netamente en su cara, y entonces su precioso rostro comenzó a parecer demasiado insostenible para él.

—¡Ahora lárguese de aquí! ¿O qué? ¿Me ha seguido?

Edward sonrió de forma pedante.

—Vivo aquí. ¿Seguirla? ¿Quién se cree que es usted? No necesito seguir a ninguna histérica.

Bella se llevó una mano al pecho mientras abría la boca, muy ofendida.

—¿Histérica? ¿De qué hablas, baboso?

—Gracias por la bienvenida, vecina —siguió diciendo Edward, maldiciendo al diablo por darle el peor de los destinos: una vecina como ella—. ¡Te mereces el barro!

—¡Y tú también! —le respondió Bella con rabia.

Los dos tomaron caminos opuestos, cabeza gacha, mandíbula tensa y manos empuñadas.

—¡Puntito! ¡Ve a por ella! —añadió el teniente en venganza.

El can emprendió carrera a Bella, sacando la lengua con desesperación, solo con el fin de olerla y jugar. Cuando ella lo vio, acercándose con ansiedad, corrió entre gritos hacia adentro de su hogar. Edward carcajeó y se golpeó el muslo con la palma de la mano, sosteniéndose el vientre.

—¡No debiste mudarte aquí! ¡Ya verás porqué! —amenazó Bella, sacando solo la cabeza desde casa.

Los dos se dieron una mirada prometedora y se marcharon, atrincherándose cuan guerra dentro de sus hogares.


Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, ya con estos dos iniciando las chispas. ¡Son dinamita! Morirán con lo que sigue, estos dos no tienen filtro. ¿Cuándo un nuevo capítulo? Pues depende de ustedes, de su entusiasmo y participación. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco sus comentarios, durante la tarde estarán sus nombres como muestra de agradecimiento, espero volver a leerlas, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus palabras, su cariño y su entusiasmo, de verdad gracias

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