Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES 18.


Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía

Capítulo 10:

La casa del teniente

Edward sentía que se ahogaba. El agua estaba fría y él había dejado la boca abierta para respirar, por lo que el chorro había logrado darle una buena estocada en su garganta.

Y bueno, él sabía que algo malo podía salir luego de decidir, entre risas, hacer algo de ejercicio al aire libre sabiendo que iba a molestar a la histérica de su vecina. Ahora la risa no era lo que abundaba y sentía que sus pulmones se habían llenado de agua.

—¡Grr! ¡Arr! —Fue lo único que salió de su boca.

Bella suspiró, satisfecha de verlo empapado, y cortó el agua. Lanzó la manguera, se sacudió las manos y luego sonrió.

—Pero, ¡¿qué demonios te sucede?! —gruñó, intentando quitarse el agua de la cara.

Cómo odiaba esa cara de satisfacción que ponía. ¡Definitivamente! ¡Y peor aún cuando se ponía las manos en la cintura!

—¡Aprende a respetar al prójimo! —contraatacó Bella—. Necesito ponerme linda y para eso debo dormir.

—Y yo debo ponerme en forma. ¿Estás loca o qué?

—Ja. Demente.

Ambos estaban frente a frente, posicionados para continuar la guerra sin trinchera. El teniente tenía una clara ventaja tácita ante su experiencia con pesos pesados… e Isabella probablemente era el peor oponente que había tenido nunca. ¡Por Dios! ¡Era terrible!

—¡No vuelvas a poner tu música desastrosa y pasada de moda en ese maldito parlante o acabarás ahogado! —insistió ella, amenazándolo de forma clara.

Edward nunca se había sentido tan ofendido en su vida.

—¿Qué acabas de decir?

Bella enarcó una ceja.

—No puedo creer que digas eso de La Bouche —afirmó, poniéndose una mano sobre las cejas, mirando al césped con el corazón destrozado.

Nadie había tratado así a su grupo favorito.

En realidad, a Bella no le parecía tan mala música y podría disfrutarlo con varios tragos a cuestas, sin embargo, el saber que él disfrutaba de ella con una sonrisa tan fácil, interrumpiendo su sueño, la hacía la peor melodía que podría haber escuchado alguna vez.

Cuando el agua siguió corriendo por el cuerpo del ofendido Edward, con una camiseta apretada a su torso y los brazos tatuados descubiertos, Bella sintió la imperante necesidad de seguir contemplándolo con sus ojos fisgones y desear de forma alocada poder morder los oblicuos que lograba visualizar gracias a que el agua permitía ver a través de tela. El hecho de fantasear por meros segundos con poder descubrir si tenía algún tatuaje en las nalgas o en sus testic…

«¡Isabella! Controla la lascivia, ¡ya! Actuemos con intelectualidad, ¡no pierdas el foco! ¡No eres un hombre!», se reprendió internamente.

—¡Métete esa música en el culo y ve a hacer tus estúpidos ejercicios dentro de tu casa! —bramó—. ¡Necesito dormir! Ábrele paso a los jóvenes y quita esa melodía jurásica de aquí.

—¿Melodía jurásica?

—Revísate las canas antes de ejercitarte.

Edward entrecerró los ojos y abrió la boca, anonadado.

—Me las pagarás —amenazó él—. Un teniente nunca olvida a sus enemigos.

Ella le mostró la lengua, olvidándose de sus cuarenta y tres.

De pronto, vio que se acercaba una furgoneta con forma de perro a la casa de Edward. ¿Qué carajos era eso? Entonces notó que de ella emergían los padres de su desagradable vecino, sosteniendo varias cestas con lo que parecía ser comida, junto a la misma chica rubia que vio en la camioneta aquel día del barro. ¿Quién era ella? Parecía demasiado joven para ser algo del teniente, aunque quizá tenía gustos por chiquillas con dientes de leche.

—Esperaré a que cumplas tus amenazas, y cuando eso ocurra, le diré a tu mamá lo que haces con la adorable vecina —jugueteó, cruzándose de brazos.

Edward carcajeó como si le hubiera hecho una muy buena e irracional broma.

—¿Acusarme con…?

Volvió a reírse de forma histérica, mientras Bella seguía contemplándolo. En otra ocasión se habría inquietado con lo guapo que se veía carcajeando, pero prefirió no pensar en eso.

—Tengo cuarenta y tres años, vecina, no me importa que lo hagas.

—¿Sí?

Esme Cullen vio a Bella mientras su hijo le daba la espalda, sin percatarse de su llegada. La mujer se acercó a paso lento, manteniendo su adorable sonrisa.

—Entonces no va a importarte que le cuente ahora de tus amenazas.

—¿Qué? ¿Dónde…?

—¡Buenos días! —canturreó Bella, cambiando su semblante a uno dulce y adorable.

Edward olvidó su fuerza, su imponencia y sus temibles momentos en el medio oriente en el momento en que supo que su madre estaba ahí.

—Hola, mamá —dijo en un hilo de voz.

Bella sonrió de forma burlona.

—Hola, cariño. ¡Qué agradable verte! —Esme ignoró a su hijo y acarició el hombro de Bella, quien seguía llevando pijama.

Edward sintió que su boca se tornaba desabrida.

—Justo pensábamos en ti con mi esposo. Vinimos a invitarte a tomar desayuno.

Isabella hizo una mueca. No esperaba ese tipo de invitación, ¡menos viniendo de la familia del Teniente de Mierda!

—¿Dónde? —intentó averiguar Edward, muy receloso.

—¡A tu casa! ¿Cuál más? ¿Por qué? ¿Hay algún problema, hijo mío?

El teniente apretó los dientes y negó cuan niño pequeño.

—¡Fabuloso! Moríamos por pasar otro día contigo, ¡no te vimos por tanto tiempo que solo quiero disfrutarte cada vez más! —Le apretó la mejilla ante los ojos de una Isabella conteniendo la risa—. Ven con nosotros, hija, ¡nos la pasaremos tan bien!

A Bella se le volvió a desfigurar la cara. Entonces suspiró, imposibilitada de negarse a la ternura del par de adultos mayores que la invitaban a pasar un momento juntos, así que se disculpó para cambiarse e ir a la casa de su desagradable vecino.

Al menos, Tony debía seguir durmiendo, como cada sábado, era difícil que se levantara antes de las diez. Esperaba llegar a buena hora para pasar la tarde con él.

.

Rosalie estaba enfurruñada en el sofá mientras Puntito tiraba de su abrigo. Ella solo quería dormir un sábado hasta tarde luego de la ajetreada semana en la preparatoria, pero sus padres la habían obligado a levantarse para ir a casa de su hermano mayor.

—¿Y Ness? —le preguntó a Edward, quien estaba entrando a casa con el cuerpo aún mojado—. ¿Y a ti qué te pasó?

—No responderé a tu segunda pregunta. Ness está durmiendo, ¿qué esperas? Es sábado, no se levanta antes de la diez de la mañana —respondió, evidentemente de mal humor.

Rose refunfuñó hasta que ingresaron sus padres y con ello una desconocida. Cuando la vio, usando tacones rojos y un traje de dos piezas, sintió admiración. Vaya, ¡le parecía tan hermosa!

—¡Hola! —saludó ella, acercándose a la desconocida.

Bella vio a la chiquilla con cierta sorpresa y la saludó.

—¡Soy Rose! —destacó.

—Es mi hija menor. Apenas ha cumplido los dieciocho, es su último año de preparatoria.

Isabella se sorprendió de sí misma al sentirse aliviada de saber que esa chiquilla tan hermosa era la hermana de Edward y no algo similar a un interés amoroso, porque vamos, ¡de pronto podía tener gusto por las mujeres jóvenes y…!

«Ya déjate de pensar», se volvió a reprender.

—Soy Isabella —respondió ella, dándole una sonrisa maternal.

Bueno, no es que tuviera ese mitológico instinto maternal, pero verla le produjo ternura. La verdad era que, sin querer asumirlo en su totalidad, Bella siempre deseó tener una niña. Sabía que eso eran tonterías y que amaba enormemente a Tony y que la experiencia entre tener una niña o un niño no era algo que dictaminara el sexo de su bebé, pero a pesar de eso, siempre imaginó qué se sentiría haber criado a una nena, por lo que con frecuencia veía a las demás chicas adolescentes como esa hija que nunca pudo tener porque, bueno, ser madre nuevamente era algo utópico, ya no tenía la edad para eso y estaba segura de que pronto le llegaría la tan espesa menopausia precoz, pues su madre la tuvo cuando apenas cumplía los cuarenta y cinco. Y bueno, imaginarse cambiando pañales otra vez no estaba en sus planes.

Los Cullen habían preparado un desayuno magistral que abrió el apetito voraz de Isabella. Mientras los veía preparar café, miró hacia las paredes, en donde colgaban fotografías del teniente, pero también algunas en las que él salía abrazando a un pequeño bebé.

—Es mi nieto —dijo Esme mientras sonreía de llana alegría y mucho orgullo.

Isabella levantó las cejas mientras miraba, intentando pasar desapercibida, a un malhumorado Edward, quien alzó la cabeza al segundo.

—Pero es un vago, debo decirlo, aún no se levanta —exclamó Carlisle entre carcajadas.

Ella no imaginaba que el teniente tenía un hijo. Por las fotos, se atrevía a imaginar que debía ser ya más grande.

—Es un chico inteligente —añadió el abuelo Cullen, también con mucho orgullo en sus ojos—. Pero ya tiene dieciocho y me gustaría tener un nieto más pequeño para volver a sentir esa hermosa sensación.

Rosalie, al escuchar a su papá, se hundió en la silla y tan pronto como tragó, comenzó a sentir que iba a vomitar.

—¿Qué edad tiene? —inquirió Bella, muy curiosa.

—Diecisiete —espetó Edward, bebiéndose el café como quien mira a su enemigo mortal.

Bella enarcó una ceja.

—Bueno, los adolescentes son algo nuevo para mí, estoy pasando por ese vagabundeo y separación del niño al que tanto estaba acostumbrada —exclamó.

Todos se quedaron sorprendidos.

—¿Qué? ¿Tienes un hijo? —preguntó Rosalie.

—Sí, tiene la misma edad —respondió.

Edward se había atragantado con el café.

—¿Qué edad tienes? —inquirió.

—Cuarenta y tres —dijo.

El teniente estaba apretando las piernas, aunque eso fue poco adecuado para su tonta cabeza… inferior.

¿Cuarenta y tres? ¡Se veía más joven! Lo peor de todo era que la idea de saber que era una mujer experimentada, de su misma edad y que parecía sacada de sus más lujuriosos sueños la hacía irresistible.

—Oh, ¡sus hijos y ustedes tienen la misma edad! —chilló Rosalie—. ¡Podrían ser buenos amigos!

Bella suspiró, pensando en ello. Su mayor angustia era que Tony realmente se sintiera solo. A veces se sentía tan mal de no saber cómo llegar a él y que fuera sincero respecto a lo que vivía…

—¡Y ustedes también! —añadió la hermana del teniente.

Ambos interpelados escupieron sus cafés y se cruzaron de brazos, mirando hacia otro lado.

—No creo que eso sea posible —dijo Bella—. ¡Oh! Se me hace tarde. —Fingió mirar al reloj—. Tengo muchas cosas por hacer.

—Pero… ¿No vas a quedarte a probar más? —preguntó Esme.

—¡Se lo agradezco mucho! ¡Prometo que seré yo la próxima en invitarlos!

Los ancianos sonrieron y asintieron, mientras Rose hizo una mueca nerviosa, comprendiendo que la había cagado con sus palabras. Luego le pateó la canilla a Edward, que a pesar de estar de mal humor producto de su vecina, no pudo aguantarse las ganas de mirarle el culo mientras ella caminaba hacia la salida.

—¡Ve a despedirla! —le ordenó su hermana.

Edward puso los ojos en blanco y lo hizo, levantándose de mala gana.

—¿Qué? ¿Viniste a despedirte de mí? —preguntó Bella.

—Ya calla la boca, tengo cosas por hacer —gruñó Edward.

—Prometo vengarme de ti —susurró, dándole una radiante sonrisa.

Edward quiso mostrarle la lengua, pero se contuvo.

—Vete al infierno —canturreó ella.

—Las brujas pertenecen a él, ¡no yo! —espetó por última vez el teniente, cerrando la puerta con la rabia acumulada.

.

Bella respiró hondo y entró a la preparatoria de San Francisco, sabiendo que esto podría significar muchas cosas desde ahora hacia adelante. ¿Si es que pensaba ser parte de una comunidad de adolescentes? No. ¿Que si pensaba ganar una mierda de dinero luego de ser gerente en una empresa? Tampoco. Pero ahí estaba, dispuesta a ser parte de la comunidad educativa escolar solo para estar más cerca de su hijo.

—¡Señora Swan! —exclamó la subdirectora, una mujer delgada con cabello liso y anteojos que tapaban la mitad de su cara.

—Señorita —dijo sin mirarla.

—¡Oh! —La mujer se rio nerviosa—. Señorita Swan, ¡bienvenida!

—Gracias.

—Pase por acá, la presentación para los alumnos será en un minuto.

Bella asintió y caminó con suficiencia por el pasillo, usando sus lustrosos tacones de color púrpura y un vestido ajustado del mismo color. Esperaba ser bien recibida, en especial por su hijo…

Dios, estaba muy nerviosa.

Cuando llegó hasta el salón informativo escolar, los alumnos ya estaban sentándose en las sillas, mientras a ella la esperaban en la primera fila, en donde ya estaban sentados todos los padres con aportes para la comunidad escolar.

—Siéntese aquí, por favor —le pidieron.

Iba a hacerlo, ya despreocupada, sin embargo, cuando vio que la persona que estaría a su lado en aquellos asientos no era nadie más ni nadie menos que el teniente Edward Cullen, se le cayeron los legajos que tenía en la mano, llamando la atención del aludido sin remedio.


Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, lamento la demora, pero necesitaba un poquito de tiempo para mí y ahora ya me tienen de vuelta, ¿qué les ha parecido? Ahora ambos se encontrarán en la preparatoria y las cosas irán cada vez más entretenidas. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco sus comentarios, en breve estarán aquí en modo de agradecimiento por acompañarme, espero volver a leerlas, cada comentario es importante para mi, su cariño y su entusiasmo

Ya ven que ante más entusiasmo, más rápido habrá capítulo

Recuerda que si dejas tu review recibirás un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben poner su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá

Pueden unirse a mi grupo de facebook que se llama "Baisers Ardents - Escritora", en donde encontrarán a los personajes, sus atuendos, lugares, encuestas, entre otros, solo deben responder las preguntas y podrán ingresar

También pueden buscar mi página web www (punto) baisersardents (punto) com

Si tienes alguna duda, puedes escribirme a mi correo contacto (arroba) baisersardents (punto) com

¡Ahora estoy en Wattpad con "EN EL TERRENO DE JUEGO! Síganme y voten por la historia, estaré subiendo capítulos cada dos día / / www ( punto) wattpad (punto) com / user / BaisersArdentsWriter

Cariños para todas

Baisers!