Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total, di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Capítulo en edición, mi amada editora está de vacaciones (te quiero, Karla)
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Capítulo 13:
Un whisky… o tres
Ella dio unos pasos hacia adelante, imaginándose bebiendo un Apperol Spritz en esos vasos grandes y helados. Se le hizo la boca agua.
—¿Dispuesto a sorprenderme? —preguntó ella, levantando una de sus cejas.
—Si eso es lo que quieres, claro que sí —respondió Edward, quitándose el saco para quedar en camisa y corbata delante de los delatadores ojos de Isabella.
La camisa le quedaba apretada y estaba tan bien puesta en su pecho amplio que marcaba con orgullo el cuerpo atractivo del teniente. ¿Lo peor de todo? Ser testigo de cómo se la arremangaba hasta la mitad del antebrazo, mostrando poco a poco sus tatuajes. La psicólogo estaba perdiendo la cabeza.
—¿Y por qué? —indagó ella, renuente a confiar en él.
—Pues… No me gusta verte llorar.
—Una gran desventaja para ti, ¿eh, teniente?
—A ti te gusta seguirme cuando quiero proponerte olvidar y esa también es una desventaja para ti —respondió Edward de manera directa—. Quieres que te haga olvidar, a que sí.
Bella tenía desencajada la mandíbula al escucharlo hablar con tanta seguridad, sobre todo teniendo tanta razón, por lo que se mantuvo digna mientras respondía:
—En realidad, quiero saber qué tan aburrido puede ser un militar.
«No sabe ni de lo que habla», pensó el teniente.
¿Aburrido? Eso jamás.
—Apostemos —dijo él.
Bella enarcó una ceja.
—¿Qué quieres apostar?
Su sonrisa brilló de manera extraordinaria.
—Si te hago pasar una buena noche y te das cuenta de que los tenientes somos divertidos, tendrás que cortarme el césped.
Bella entrecerró sus ojos.
—Bien. Pero si te emborrachas serás tú el que tendrá que cortarme el césped —aclaró ella.
Edward no pudo dejar de sonreír. ¿Emborracharse? Eso ni hablar, era un roble incapaz de caer con algo tan insignificante como el alcohol.
Era una apuesta ya ganada.
—¿Y qué ofreces en este lugar? —preguntó Bella, todavía de brazos cruzados, a la espera de saber qué era lo que tenía por ofrecer.
—Primero, la mejor música. —Tomó su mano, lo que electrificó a Bella, y tiró de ella para que se acercaran a la pista de baile.
El DJ era un conocido de Edward y permanecía en su labor hacía años, bueno, desde que él era un jovenzuelo buscando divertirse. No era de extrañarse que se reconocieran enseguida y más aún al haber pasado tantos años en un lugar emblemático de San Francisco, una discoteca que se había logrado mantener vigente desde los ochenta. Edward era un crío y se colaba para bailar al son de los Bee Gees, grupo que comenzó a volverlo loco desde que vio Fiebre de Sábado por la Noche. Ahora ya pasaba de los cuarenta y tres y se sentía el mismo crío dispuesto a divertirse, y vaya que extrañaba hacerlo. ¿Si pensaba volver a intentarlo con la histérica de su vecina? Claro que no, pero… vaya que le gustaba la idea de mostrarle cómo era divertirse con él.
—¡Mike! —gritó Edward, llamando la atención del DJ, un hombre de cuarenta y siete que llevaba una familia tradicional de día y la locura de la música por la noche.
Era un ejemplo de lo que significa estabilidad hogareña, al menos con una esposa genial que se dedicaba a sus labores como maquillista. Edward siempre envidió su gran capacidad de llevar el amor de esa manera. Aunque verlo ya era un gran tesoro, ¡había pasado demasiado tiempo desde la última vez!
—¡Teniente! —exclamó Mike, incrédulo al verlo—. ¡Has venido…!
Se quedó en silencio cuando vio a la mujer que acompañaba a su solitario amigo.
—¡Hola! —añadió el DJ cuando vio a la mujer que acompañaba a su siempre solitario amigo.
Bella se mantuvo quieta, pero no ocultó una sonrisa. Siempre que podía se encargaba de demostrar que era una mujer hermosa y difícil de olvidar. Y para Mike aquello era claro, no podía creer que hubiera una mujer tan hermosa, ¡y estaba al lado de su siempre solitario amigo teniente! Esa sí que era una sorpresa.
Mike le dio una mirada a Edward, pidiendo explicaciones, pero él se limitó a ignorar.
—Después de mucho tiempo —le contestó el teniente.
—Veo que has llegado definitivamente a la ciudad.
—Ya sabes que volvería.
—Pero no con compañía. Soy Mike —se presentó el DJ.
—Mucho gusto, soy Bella —respondió ella.
Era encantadora y Mike no pudo despegar sus ojos de ella hasta que Edward le dio un fuerte codazo, lo que a ella no le pasó desapercibido.
—¿Algo que quiera escuchar en especial? —le preguntó el hombre, interesado en su respuesta.
Bella suspiró y miró el lugar, queriendo divertirse como antaño.
—Bee Gees —dijo, impresionando a Edward.
«¿También le gustan los Bee Gees?», se preguntó el teniente, de pronto… maravillado.
—Entonces que se sume a la lista de baile —dijo Mike, acomodándose los auriculares para entrar en acción.
Edward se puso las manos en las caderas y contempló a Bella, que llevaba su mismo traje de dos piezas, mostrando sus esbeltas piernas con sus hermosos tacos.
—¿Quieres algo para beber? —inquirió, mostrándole la barra con luces neones.
Bella sonrió, recordando la apuesta y asintió, sabiendo que en esta el que perdería sería él.
.
Tony estaba sintiéndose culpable nuevamente, con ambas manos sobre sus muslos mientras miraba hacia el suelo, notando cómo se formaba la noche. Cuando sintió una mano en su hombro, supo de inmediato que se trataba de Ness.
—¿Qué haces tan solitario? Te he buscado por todas partes —afirmó, sentándose a su lado.
Suspiró.
—Le he vuelto a hacer daño a mamá.
—Tony…
—Es que no sé por qué me persigue, por qué venir aquí.
—Quizá necesita encontrarte de alguna forma —respondió Ness, tomándole la mano con suavidad.
Tony apretó aquellos dedos largos y tibios y volvió a suspirar.
—Digamos que… imagino que tu mamá te ama demasiado para dejarte ir. ¿Le has ocultado algo?
Miró a Ness a los ojos y sintió que había dado una puñalada en su corazón.
—Algo muy importante.
—¿Por qué?
Tony estaba cabreado, porque no era capaz de asumirlo por el miedo que le inculcó el imbécil del padre de su progenitor.
—No tienes que decírmelo, en realidad creo que puedo imaginar a qué le temes.
Ambos se contemplaron y en el instante Ness tomó su rostro y lo besó con todo su cariño, juntando sus labios junto a los de Tony con naturalidad. Su beso fue amplio, completo, vivo y lleno de ternura, sin segundas intenciones, solo con la atracción benévola de dos adolescentes que disfrutaban de una necesidad abrumante por acompañarse de perpetuo cariño. Tony se separó para respirar y en el preciso instante se miraron a los ojos, sabiendo lo que había ocurrido. Ness estaba consciente de que quizá podía perder a la única persona que le importaba aparte de su familia, pero no pudo evitarlo, desde que lo vio supo que era… que era magnífico.
Pero entonces fue Tony quien tomó su cuello y lo acercó, dejándose llevar ambos en un intenso beso que nunca olvidarían.
.
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—¿Qué te parece una copa de champaña para comenzar la noche? —preguntó Edward.
—Prefiero el whisky —contestó Isabella.
Edward sonrió de oreja a oreja. Era una respuesta de ensueño y algo machista, pero… ¿de verdad estaba empecinada en encantarlo? Le gustaba que fuera a lo más duro, sí que sí.
—¿A las rocas?
—Seco.
Otro impacto a su corazón. Sí que era una mujer ruda.
—Ven conmigo.
Bella se paseó por el lugar, sin querer demostrar lo entusiasta que se sentía de encontrarse en un lugar que al fin pudiera distraerle de todo lo malo que le había sucedido en su vida, porque como la mujer orgullosa que era, demostrarle eso a Edward, ese maldito teniente, era una barbaridad.
Ambos se sentaron en cada taburete rojo y se apoyaron en la barra amarilla, a la espera de que el barman se acercara.
—Hola, ¿algo especial? Tenemos promociones…
—Dos whiskies secos —intervino Edward, mostrándose bastante suficiente—. Con Jack Daniel's.
—Que sean cuatro —añadió Bella.
Ella también se mostraba bastante suficiente.
—Claro —respondió el barman, que vestía acorde a la realidad del lugar: con muchos colores.
Cuando sirvió los cuatro vasos previamente helados, Bella miró a Edward mientras hacía un camino con sus dedos por la superficie de la barra hasta alcanzar el vaso. Mantuvieron el contacto visual cuando ella misma se bebió el whisky de un solo trago, arrugando suavemente los ojos y haciendo un sonido de placer adolorido.
Para Edward, aquella reacción solo hizo que se le apretaran los pantalones.
—Extrañaba uno de estos, no como whisky barato de los cerdos… Disculpando a los cerdos —musitó.
Él enarcó una ceja y también se sirvió el trago en un solo segundo.
—¿De qué hablas?
Bella apretó la mandíbula por hablar más de la cuenta.
—No tiene importancia.
—¿De verdad? No lo parece —aseguró el teniente, volviendo a elevar una ceja.
Entonces ella suspiró, como si en un segundo quisiera explotar con un vómito verbal difícil de contener.
Nunca sintió tantas ganas de desahogarse hasta en ese minuto.
—Mi jefe y su socio. Querían mofarse de mí a pesar de haber sido varios años gerente en Recursos Humanos de su sucia empresa, dejando de lado mis verdaderas intenciones en mi profesión. ¡Ja! Creían que podían sacarme, pero he renunciado, no sin antes decirle sus verdades. ¡No tengo la culpa de que ese maldito vejete cerdo no sea capaz de satisfacer a su esposa y menos de que mi antiguo jefe pasara viendo pornografía en horas de trabajo porque su esposa no quería tener sexo con él! —exclamó—. Y renuncié. No les di el derecho a despedirme, menos a esos cerdos que toman whisky barato, ¡baratísimo y malo!
Edward levantó las cejas al verla tan furiosa y sintió una inmensa atracción al verla tan fuerte y necesitada, a la vez, de ser contenida. Pero sabía que era una mujer dura de roer y él no estaba para estar conteniendo histéricas… ¿o sí?
Decidió hacerse el tonto con respecto a eso.
—Entonces bebamos más whisky de buena calidad, digo… por los cerdos —jugueteó Edward, actuando como si lo que dijo su acompañante improvisada no fuera más que una broma.
Bella suspiró y le regaló una sonrisa burlona, solo para ocultar su deseo irrefrenable y poco concreto para ella de poder seguir expresando todo lo que no había podido con nadie por miedo a parecer débil, algo que nunca en su vida se había permitido… excepto con su hijo, con quien ahora ni siquiera se atrevía a hacerlo porque él la necesitaba fuerte y era ella quien debía contenerlo.
Edward era un hombre inteligente y a pesar de tener la apariencia de un tosco teniente tatuado intransigente, su capacidad para interpretar emociones y ponerse en el lugar de cualquiera, incluso si era la vecina histérica. No tardó en preocuparse, pero mantuvo su lejanía porque sabía que era un caso perdido tratar de contener a una mujer que, además, le estaba apretando el pantalón a medida que mostraba más el tajo de su falta, dando un vistazo preciso de la piel lustrosa de uno de sus muslos.
—Por los cerdos —dijo entonces, tomando su segundo vaso de whisky, esperando a que ella se lo bebiera junto a él.
—Por los cerdos —afirmó.
Chocaron sus vasos y con sus cejas enarcadas dieron un trago hondo, para luego sentir el calor en sus gargantas y estómago.
—Dos más, por favor —repitió Bella, incapaz de darse cuenta de que, bueno, el whisky nunca era buena compañía para una mujer menuda y pequeña como ella, y que ya comenzaba a marearse sin siquiera mover más que las manos en la fiel butaca que le sostenía el culo.
Edward suspiró y se aseguró de que fuese a estar bien luego de otro whisky, en especial porque… ¡Diablos! Estaba viendo todo doble. No era un bebedor frecuente, de hecho, lo había dejado desde que se convirtió oficialmente en el teniente más aclamado y condecorado de su generación. Beber no era algo común en un hombre que acostumbraba a levantarse a las seis mil horas a trotar y preocuparse de tener el desayuno listo para su hijo.
«¿De qué te sirven los músculos ahora, soldado? ¡Acabarás cortándole el césped!», dijo su voz interior.
—Hey, ten cuidado, acabarás cortándome el césped —le dijo, sin darse cuenta de cómo estaba perdido en esos ojos marrones tras unas pestañas largas y coquetas.
Maldita sea, ¿no podía pestañear más rápido? Parecía un sueño hecho realidad.
—¿Qué? —inquirió ella, concentrándose en los tatuajes del teniente. No se había dado cuenta de que eran tantos y que marcaban tan bien su piel, en donde lograba ver algunos vellos que imaginó rozándose con la suya, que era suave…
Cerró las piernas de un solo movimiento.
—Eso, probablemente tengas que cortarme el césped por emborracharte —agregó Edward, con la voz mucho más ronca.
Isabella estaba ruborizada por el alcohol y los pensamientos impúdicos que brotaban de su loca cabeza, por lo que esa misma voz ronca de teniente solo parecía magnetizarla a él.
—No, no, no. —Le hizo un movimiento cerca de la cara, negándole con el dedo.
Edward le tomó la mano en el momento y la levantó en un solo segundo, acercándola a su pecho.
Estaba enardecido.
«Sí, sí, sí, soldado, es una enemiga con más poder del que puedes controlar. ¡Haz retirada! ¡Retirada antes del ataque!», volvió a decir su consciencia.
Edward ignoró las llamas de su cabeza.
—Bueno, que estoy en desventaja, tengo que demostrarte que soy más que un teniente y que puedo ser el hombre más divertido que has conocido en tu vida.
Bella seguía aferrada a sus brazos. Sobria habría huido en un segundo, pero ahora parecía que sus manos buscaban el contacto caliente del teniente.
—¿Sí? ¿Cómo lo harás?
Estaban tan cerca que él pudo seguir oliendo su perfume, ese maldito perfume que moría por descubrir entre sus piernas.
El pantalón estaba más apretado que nunca y sentía que algo iba a salir por la comisura… y ese algo estaba siendo muy difícil de controlar.
«Cuida tu metralleta, soldado».
—Enseñándote que puedo bailar muy bien.
Bella entrecerró sus ojos.
—¿Sí? Pues tengo que verlo.
Una canción de Sade hizo un suave intercambio con los Bee Gees. Lovers Rock era la entonada perfecta para que ambos lograran unirse al resto, que estaba entonado con la romántica y sensual melodía que enlodaba lo que, para ellos, era una impensada noche que comenzaba a ser más que divertida, era… diferente y eso lo sabían.
—Quiero ver qué tan bueno es el teniente para bailar —insistió ella, subiendo sus manos por sus brazos, realmente más tímida de lo que en realidad era.
Edward estaba bastante desinhibido y eso solo fue culpa del alcohol. Tomar a Isabella de las caderas podía considerarse un acto temerario, como entrar a la jaula de una leona enfurecida, pero su valentía fue suficiente.
—El mayor detalle es sincronizarte con la otra persona mientras se miran a los ojos —consignó el teniente.
—¿Y qué más? —inquirió Bella, subiendo hasta su cuello.
—Dejarse llevar.
Sade seguía manteniendo su suave voz al ritmo del R&B y los movimientos de Edward eran, de cierta forma, una oda al sexo. Bella podía sentirlo tan cerca, moviendo sus caderas, que por un segundo se sintió derretida en ese torso fuerte que apretaba sus pechos.
—Creo que ahora quiero algo frío —musitó ella, pasando su muslo por su cadera, apretándolo a él.
Edward tragó.
—¿Frío?
—Tengo calor.
—¿Por qué?
Bella botó el aire y se lamió el labio inferior al ver la boca del teniente cercana a la suya, esbozando un aliento divino con aroma a whisky y menta.
Se morían por besarse y solo bastante un empuje perfecto, una última mirada.
Y ambos sintieron el calor del otro, entrando por sus bocas, con la única intención de desbordar una pasión mezclada con rabia y desesperación.
Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia. Me hace tan bien poder darles unas buenas nuevas, ¡porque estos están cada vez más cerca! ¿Qué me dicen del gran acercamiento entre Tony y Ness? ¿Y entre Bella y Edward? ¡Dios mío! ¡No se imaginan lo que se viene! ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
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Este año ha sido tan difícil, tan complejo, con tantos altibajos, pero aquí estoy, cumpliendo mis sueños y dándoles todo lo que puedo, ¡las quiero mucho!
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