Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Capítulo 39:

El conocerle

La tensión los tenía con el alma en un hilo.

Aunque lo que más les importaba era saber que estaba sano, la idea de poder darle una imagen a su hijo los llenaba de emoción.

—Quiero que vean bien en la pantalla —continuó el médico—. Está moviéndose, ¿eh?, creo que le gusta escuchar su voz.

Fue inevitable sonreír, algo que nacía con naturalidad cada vez que sabían o hablaban de su renacuajo.

—Eso que ven ahí —el médico apuntó a una zona específica, pero ninguno de los padres lograba interpretarlo— es una nenita que gusta de darse vueltas en el vientre de su madre.

—Creo que se parecen… Espere, ¿qué? —exclamó Edward, cayendo en cuenta de lo que acababa de decir el profesional.

—Es… ¿una niña? —preguntó Bella, para luego llevarse las manos a los labios.

—Una niña —repitió el teniente, intentando volver a la realidad.

—Sí, es una niña, no tengo dudas al respecto.

Los dos se contemplaron, saboreando la nueva noticia con una sonrisa que sí, representaba toda la felicidad que sentían.

—Se ve todo muy bien, nada de qué preocuparnos.

Isabella sentía que, a pesar de todo, se sentía feliz. ¿Cómo no si sabía que tendría una hija? Se imaginaba tantas cosas con ella, pero sobre todo lo que significaba poder pasar tiempo a su lado.

—Es una niña —insistía Edward, diciéndolo una y otra vez.

La única oportunidad que tuvo para verlo fue con Rosalie, pero esto no se comparaba.

De inmediato sintió la necesidad de protegerla a toda costa. Y pensar que podría ser como Bella lo volvía extrañamente loco.

Y estaba sana, lo que en realidad los tenía aún más satisfechos.

—Debido a tu edad debemos tener todo bajo control, ¿de acuerdo? La próxima ecografía y los exámenes complementarios los agendaré para una semana más.

Sí, era su bebé, la niña de mamá y papá.

Estaba creciendo muy rápido y se estaba notando en la ecografía. Eso significaba que debían preparar la noticia para sus hijos y el resto de la familia, pues se estaba haciendo notar. La idea resultaba espeluznante y emocionante a la vez.

Luego de verla por un rato más, todos se sentaron frente al escritorio y esperaron a las recomendaciones.

—Es bueno que hagas ejercicio durante el embarazo. Tú conoces mucho más lo que sientes, así que sabes lo que debes hacer y lo que sentirás durante el proceso. Aun así, como sabes, las sensaciones pueden cambiar en cada embarazo, por lo que debes hablarme si algo te parece extraño, ¿de acuerdo? —le dijo el médico a Bella—. Y el padre debe consentirla, ¿no es así? Ella debe estar en paz, por el bien de las dos.

Edward asintió, pues tenía muy claro que lo haría, fuera como fuera la relación que tendría con Bella.

Luego de la sesión y de agendar una nueva fecha con el médico, ambos salieron en la ensoñación de saber que pronto tendrían una niña.

—Nunca creí que tendría una hija —comentó Bella, sintiéndose extrañamente reconfortada y atemorizada a la vez—. Y está muy sana.

El teniente la contempló y otra vez deseó que se pareciera a ella.

—Yo tampoco. Supongo que me convertiré en el padre sobreprotector, pero no podré evitarlo —musitó—. Cuando cuidaba de Rose siempre me pregunté cómo sería tener una y ahora podré cuidar de mi propia hija.

Ambos suspiraron.

—Ella será amada —aseguró la futura madre—, muy, muy amada.

—Te aseguro que así será, siempre me tendrá y tú también.

Se siguieron mirando y finalmente desviaron su atención.

—Se está comenzando a notar —susurré—. Debemos decirle a nuestros hijos.

Asintió.

—Ni siquiera sé cómo comenzar —le dijo el teniente.

—Tengo una idea, y no sólo para ellos, sino también para nuestros padres.

Él sonrió.

—Entonces debemos actuar rápido.

Bella asintió.

.

La psicóloga sostuvo la ecografía y cerró los ojos, ansiando poder conocerla. No solo estaba asimilando la existencia de su nueva hija, sino también de que efectivamente ya la estaba amando.

Sintió la presencia cercana de Edward, por lo que se desconcentró de sus pensamientos.

—Misión cumplida —dijo él—. Sana y salva en tu hogar.

—Ha sido un día importante. Gracias por ser parte de esto —susurró Bella, recordando lo que vivió con su ex.

A pesar de que había pasado mucho tiempo de aquello, seguía siendo un recuerdo no grato, pues James no era un padre enteramente preocupado, algo con lo que había tenido que lidiar. Si bien, el aporte económico jamás fue un problema, había cosas que el dinero nunca podría comprar.

—Es mi deber como padre. En realidad, las gracias son para ti…

—Tienes todo el derecho a vivir el proceso, tanto como yo.

Tal como ella, Edward mantenía ciertos recuerdos difíciles de olvidar, recuerdos que Bella conocía perfectamente. Si bien varios de ellos estaban inmersos en su inconsciente como padre, ahora todo podía pasar a segundo plano. El entusiasmo por vivir el proceso completo lo llenaba de tal forma que no podía dejar de sonreír, aun cuando la existencia de su renacuajo había llegado de sorpresa y en el momento en que nadie pensaba que podía pasar.

Ambos padres habían asumido la existencia de su nueva hija con madurez y templanza.

—¿Puedo quedarme con una? —preguntó él, apuntándole a las fotografías de la ecografía.

Ella sonrió.

—Claro que sí.

El móvil de Edward comenzó a sonar y levantó las cejas al ver que quien lo llamaba era Lindsay, la enfermera de la preparatoria. Estaba sorprendido, no esperaba que lo llamara tan pronto después de intercambiar sus números luego de que ella le preguntara si sabía reparar lavadoras y un desperfecto en el fregadero; no le había parecido mala idea ayudarla, sobre todo al saber que cuidaba de su madre en situación de discapacidad y en terapia paliativa por un agresivo cáncer de seno.

—Descuida, contesta —dijo Bella al verlo en aprietos.

—¿De verdad…?

—Claro —insistió.

Edward apretó el botón para responder la llamada y enseguida recibió un "hola" de su parte.

—Hola, Lindsay —saludó.

La expresión de Bella cambió de manera radical.

No esperaba que tuvieran sus números.

La garganta de Isabella se apretó y se dio la vuelta para que él no pudiera verla. Estaba sintiéndose tan mal por todo lo que le estaba dando vueltas en la cabeza, que prefirió fingir que todo estaba bien para no parecer una loca. Ni siquiera ella quería sentirse así, por lo que obligarse a mantener la calma fue una obligación.

—Claro, puedo ayudarte, pero…

Bella tragó y lo miró.

—Ve, tengo algunas cosas que hacer en casa —afirmó, como quitándole importancia.

Sabía que estaba mintiéndole, pero prefería ignorarlo.

Edward se quedó un momento en silencio, sin saber qué decir. Sin embargo, se recordó que debía darle libertad y espacio a Isabella y no invadirla con la maternidad.

—Claro, nos vemos pronto.

—Nos vemos pronto —respondió ella.

Él guardó las ecografías y salió para marcharse en su camioneta, dispuesto a quedar con Lindsay para ayudarla tal como prometió. Sin embargo, la idea de marcharse luego de todo lo que había pasado, parecía incómoda.

Bella suspiró y se fue hasta el escritorio de su oficina para preparar las nuevas sesiones de su taller, esperando que aquello le despejara la cabeza de Edward y luego se enfocara en el futuro maravilloso que venía a cuestas con su hija, a quien esperaba conocer pronto.

.

Tony había llegado a casa con el estómago en la mano; en su mochila traía las invitaciones al festival de talentos de la preparatoria, antecediendo al baile de otoño, por lo que estaba preparándose para entregársela a su madre.

La psicóloga estaba inmersa en el silencio, no porque estuviera pensativa, sino al contrario, sentía que su cabeza estaba en blanco, como temerosa de adentrarse a sus verdaderos sentimientos.

Su hijo la contemplaba desde el umbral de la puerta de la sala, suspirando al ver la tarjeta que iba a entregarle.

—Hola, mamá —exclamó.

Bella se dio la vuelta y le sonrió, aunque el gesto no llegó a sus ojos. Parecía muy cansada.

—¡Qué bien! Ya llegaste —respondió.

Tony le besó la frente y se sentó frente a ella.

—¿Qué ocurre? —le preguntó su madre.

—Estaba ansioso por mostrarte algo, pero también estoy nervioso —confesó—. Toma.

Le entregó la invitación y Bella la recibió con curiosidad. Cuando la abrió, leyó con rapidez y sonrió, realmente sorprendida.

—¿De verdad vas a estar presente en el show de talentos? —le preguntó ella, acariciando su rostro con mucho orgullo.

—Sí, espero que puedas estar ahí esa noche.

—Por supuesto que lo haré.

Lo abrazó y éste le correspondió de la misma manera.

—Estoy muy sorprendida, de verdad, ¿qué ha pasado que quieres participar? Y créeme, ¡también estoy muy feliz! Eres el principal talento de esa preparatoria, ¡todos quedarán encantados…!

—Mamá —exclamó Tony, sorprendido con la felicidad que emanaba su madre.

¿Y cómo no?, si sabía que su pequeño (no tan pequeño) era el chico más talentoso del mundo. Todos debían conocer al adorable Anthony, tanto que su pecho se inflase del orgullo.

Lo amaba profundamente.

—¿De verdad estás feliz? —preguntó el adolescente.

—Por supuesto —respondió la madre.

Él le sonrió y continuó abrazándola, porque sí, se sentía amado, cada día más libre y valiente.

—Y no creas que voy a decirte qué presentaré.

—¡No seas así! Cuéntame.

—Quiero que sea una sorpresa. Ya verás.

Bella suspiró y le besó los cabellos como cuando era niño, mientras imaginaba cómo se vería con su hermana entre sus brazos.

—Estás muy pensativa, mamá.

—No es nada. ¿Quieres nachos con queso mientras vemos…?

The Big Bang Theory.

—Eso será.

Ella notaba el entusiasmo de Tony y la manera en que su rostro se dibujaba de felicidad cuando se trataba de pasar tiempo juntos, así que se prometió jamás dejarlo solo, así tuviese sesenta años, porque donde quiera que estuviera, iba a esperarlo con los brazos abiertos. Sólo esperaba que la llegada de su hermana no provocase algún conflicto y que la amara.

.

Edward se limpió las manos y se puso a contemplar la cocina.

Al menos todo había quedado en su lugar.

—¡Muchas gracias, Edward! —exclamó Lindsay, acercándole otro vaso de agua.

Él bebió, sediento, mientras ella lo contemplaba de forma atenta. Cuando se dio cuenta de lo que hacía, evadió la imagen con rapidez. Pero ¿cómo culparla? Era muy difícil quitar la mirada de Edward cuando la camiseta se le mojaba y pegaba al cuerpo.

—Bien, ya he probado los quemadores y están en perfecto estado. Qué bien que no aceptaste la oferta de ese embustero, esto sólo necesitaba un par de arreglos y ya estaba.

—Gracias por ofrecerte a ayudarme —dijo ella—. Me salvaste de esto; no soy lo suficientemente capaz de hacerme cargo a solas de esta casa.

—Descuida, no es nada. Y creo que estás equivocada respecto lo último, porque sé que puedes hacer eso y mucho más. Enfrentar lo que ha de haber sucedido en este último tiempo ya lo es, de a poco te adaptarás.

—Cuidar de mamá ha sido muy difícil, sólo estamos ella y yo. —Suspiró—. Ha sido difícil retomar la vida laboral mientras intento mantenerla bien tras todos los síntomas de su enfermedad.

Edward asintió y le sonrió con suavidad.

—Imagino que debe ser complejo, pero lo sabes enfrentar, has podido y sé que seguirá siendo así. Y ya te lo dije, si necesitas ayuda, saber cómo encontrarme.

Lindsay le provocaba ternura y el verla vulnerable era algo difícil de evadir. No le gustaba presenciar esas cosas sin hacer algo, situación que siempre había sido su gran impedimento para continuar como teniente en zona de conflicto. De alguna forma, ayudar al resto se había convertido en su manera de enmendar la culpa que sentía por las vidas que no pudo salvar.

—Muchas gracias, Edward. Y a propósito —corrió hacia la alacena y sacó una caja de chocolates—, te tengo esto.

El teniente levantó las cejas ante la sorpresa de su gesto.

—No tenías que…

—Es una muestra de agradecimiento por tu ayuda. Los hice yo, me gusta hacer chocolates en mis tiempos libres.

La caja era dorada y mostraba la decoración de los bombones: estaban cubiertos de líneas color oro, plata y blanco, le había hecho unas decoraciones muy bonitas. Eran muy finos.

—Vaya, deberías dedicarte a esto —aseguró Edward, mirándola con entusiasmo—. No sabes cuánto me gustan los chocolates.

—Me alegra que te gusten. —Lindsay sonrió, mostrando sus hoyuelos—. La verdad es que hago chocolates a medio tiempo. Mi sueño es poder tener una chocolatería y pastelería.

—De sólo imaginarlo se me hace agua la boca.

Desde niño era su gusto culposo, pero ahora parecía que tenía un antojo incontrolable por esos dulces. Decir que era un pequeño antojo era insuficiente.

—¿Lin? —preguntó alguien, entrando a la cocina.

Era una mujer enflaquecida con un turbante en la cabeza, quien caminaba con apoyada de un bastón. Se veía muy enferma, pero aún era capaz de caminar.

—Oh, ¿estoy interrumpiendo?

Lindsay se rio ante las palabras de su madre.

—Para nada. Creí que estabas durmiendo.

—No, para nada, quiero disfrutar un poco del tejido ahora que me siento un poco mejor.

Ella miró a Edward, sorprendida del hombre guapo que estaba delante de sus ojos.

—Mucho gusto, soy Anna —dijo la mujer.

—Mucho gusto, señora, yo soy Edward —exclamó el teniente, estrechándole la mano.

—¿Por qué no me dijiste que había visita? —le preguntó a su hija—. Sobre todo si es tu novio…

—Oh, no, mamá —interrumpió Lindsay—, él es el padre de un alumno de la preparatoria. Ha sido muy gentil. Vino a ayudarme con el problema del horno y no quiso cobrarme.

—Pues muchas gracias. ¿Qué tal si cenas con nosotras?

—Lo agradezco, pero ya debo irme. Se ha hecho tarde y de seguro mi hijo ya debe estar en casa.

—Ah, por supuesto, los hijos merecen nuestro tiempo. ¡Ha sido un gusto conocerte!

Anna lo abrazó; parecía ser una mujer muy cariñosa. Edward le correspondió con un gesto amable.

Lindsay acompañó a Edward a la salida para despedirse y se disculpó por las palabras de su madre.

—Descuida, ha sido divertido.

—Espero verte nuevamente en la preparatoria —confesó ella.

El teniente asintió y se marchó, mientras veía la hora, sorprendido del tiempo que había transcurrido. No pensó que sería tan tarde.

Miró su teléfono para comprobar si tenía algún mensaje nuevo, encontrándose con uno de su hijo, que le informaba que estaría en casa de Tony.

Eso significaba que podía volver a casa de Bella.

Por alguna razón, sentía culpa por haberse ido de su lado a casa de Lindsay en el momento en el cual estuvo con ella, y a la vez, sabía que eso no tenía sentido.

Luego de conducir hasta el vecindario, Edward tocó a la puerta, esperando a que ella le abriera, sin saber que Bella había quedado extrañamente inquieta desde que supo que se reuniría con la enfermera de la preparatoria.

Ella estaba sentada frente a su escritorio, intentando terminar de reunir los antecedentes adecuados para exigir la indemnización de su antiguo trabajo por el despido que consideraba arbitrario y desmesurado. Si bien, se había prometido no dejarse pisotear por ese engendro de su exjefe, la cabeza le daba vueltas en otros asuntos, quitándole completa atención a lo que debía realmente preocuparle.

Desde su lugar escuchaba las risas de Ness y Tony, que estaban viendo por undécima vez una de las temporadas de The Office. Aquel sonido le provocaba una sensación de calidez, pero también le recordaba que, de alguna u otra forma, debía serle franca a ambos y contarles que tendrían una hermana menor. Aquello la devolvió a Edward, a quien no podía quitarse de la cabeza. Aunque le costaba admitírselo a sí misma, desde que habían visto la ecografía juntos tenía unas intensas ganas de compartir el sabor de la noticia a su lado.

Sacudió la cabeza y luego la escondió entre sus propias manos, desesperada por quitarse todo eso de encima.

A veces sentía que estaba mejor antes de conocerlo; su vida estaba resuelta, lo único que la había perturbado había sido el despido y tras eso todo habría acabado, pero ahora tendría una niña y vería a Edward toda su vida…

Dio un brinco cuando escuchó el sonido del timbre y su corazón se le aceleró de manera desbocada, por lo que caminó rápidamente a la puerta, avisándole a los adolescentes que ella iría a abrir. En cuanto se encontró con Edward, con el cabello más desordenado de lo normal y los dedos cubiertos de la grasa que había tocado mientras arreglaba algunos electrodomésticos de Lindsay. Miró la camiseta más ajustada a su cuerpo y sus tatuajes, luego a su rostro y finalmente a sus ojos color verde esmeralda.

—Hola —dijo él, dando una suave sonrisa—. Siento interrumpirte, pero Ness me comentó que estaba aquí y quería verlo, el ingrato apenas me ha saludado hoy, y aunque no lo creas, soy un padre muy protector y exagerado con protegerlo.

Edward se dio cuenta de que hablaba demasiado cuando ya era demasiado tarde.

Se puso nervioso.

—Hola —respondió Bella, tocándose el vientre de manera inconsciente—. Creí que estarías ocupado por más tiempo —añadió, pero sin saña.

—Preferí venirme antes a casa, ya se está haciendo tarde y tengo muchas en qué pensar.

—¿En qué?

Él sonrió.

—En mi hija.

A Bella le fue imposible no seguir sus pasos y también sonreír.

—No creí que estuvieras pendiente de eso…

Se quedó callada en cuanto notó lo que estaba diciendo; no quería delatar los prejuicios que había adquirido tras todo lo que sucedió con James.

—A pesar de que todavía me cuesta procesarlo todo, verla y comprobar una vez más que está ahí, esperando a que la conozcamos, me resulta suficiente para pensar gran parte del día en ella… y también en ti.

—¿En mí?

Edward apretó los labios.

—Cada día que pasas te ves más linda de lo que eres.

—Y mi vientre está creciendo muy rápido —contestó ella, buscando la forma de no detenerse en su cumplido.

—Lo sé.

—Es tiempo de que lo sepan, ¿no crees? Tony y Ness merecen saberlo.

—¿Qué necesitamos saber, mamá? —preguntó el adolescente, sorprendiendo a ambos padres.

Habían escuchado.


Buenas tardes, primero quiero pedir una disculpa por la demora. Tuve fuertes momentos durante estas semanas y a pesar de querer avanzar, me era imposible, el tiempo era nulo. Me entristecería que esto afectara su entusiasmo, no es mi fin ni tampoco lo que quiero, espero puedan perdonarme, ya que estuve haciendo todo lo posible para dejar tiempo perfecto para continuar de manera más rápida y relajada. Ahora bien, pronto vendrá un intenso clímax que espero que las mantenga locas por leer. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco sus comentarios, en un rato dejaré todos sus nombres como agradecimiento a su granito de arena para permitirme continuar escribiendo, espero volver a leerlas, cada gracias que ustedes me dan es invaluable para mí, su cariño, su entusiasmo y sus palabras lo son todo, de verdad gracias

Aquí estoy, cumpliendo mis sueños y dándoles todo lo que puedo, ¡las quiero mucho!

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