Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
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Capítulo 5:
La granada
Era todo tan silencioso.
Esos ojos verdes. Ah, cuando brillaban de esa manera me hacía recordar aquella fantasía vivida hacía tan poco tiempo atrás.
—No sabía que estabas aquí —musité.
Tragó mientras me contemplaba.
Me ponía muy nerviosa.
—Tampoco yo —dijo.
—No era mi intención espiar tus momentos de intimidad —agregué—. Haz como que no estuve, de todos modos no es de mi incumbencia.
Seguía todo tan silencioso. La noche parecía habernos apretado en su acontecer sombrío y melancólico.
—Es imposible que haga eso, Isabella.
Respiré hondo y dejé de mirarlo para pensar con la cabeza fría.
—Bueno, ese es tu problema, no el mío —aseguré—, no es de mi incumbencia y no me interesa ahondar en tus asuntos personales.
Esta vez sentí cómo volvía a tragar.
Me acerqué al escritorio y cerré los legajos.
Se me escapó un suspiro.
—Entiendo lo que dices —susurró—. Espero no haber molestado tu trabajo.
No contesté. Necesitaba el silencio porque mi voz estaba mitigada por una bomba de sentimientos contradictorios.
Tomé mis cosas y caminé hacia adelante, directo a la puerta, pretendiendo salir para tomar un poco de aire y fumar otro cigarrillo, pero los legajos eran tantos que dos cayeron delante de él. Reaccionó con rapidez, agachándose para tomarlos antes que yo.
—Estoy trabajando en la presentación de los casos de extravíos para denunciarlos públicamente —dijo—. Se lo prometí a todos los niños que han sufrido aquellas situaciones. A veces creo que Demian ha sido parte… —Frunció el ceño, mientras sus ojos brillaban de una profunda tristeza; fue inevitable ver los surcos de lágrimas que habían caído bajo sus párpados, lo que desató una fuerte sacudida en mi corazón—. Busqué muchas veces protegerlo, pero creo que con esto abro aún la oportunidad de demostrar que mis intereses son reales y que estos niños y madres merecen una respuesta y una compensación por la ineficiencia de nuestro país y yo, que prometí hacer lo mejor por él.
Me entregó los legajos, y producto de la rapidez con la que los tomé, sentí sus dedos en los míos. Y no, no era fácil para mí, menos cuando volvía a recibir su calor. Solo podía asemejar la sensación con la búsqueda de alejarse de los placeres autodestructivos, tentada nuevamente por la cercanía de la fuente de estos. Mi rencor seguía aquí y él buscaba la forma de recordarme lo que había hecho, pero la lucha no era fácil en contra del amor que sentía por aquella fuente adictiva… Edward.
Retiré mis manos de inmediato, dándole un escueto gracias.
—Me alegro de que pienses en Demian. Espero que hayas encontrado a quien divulgó la información, de verdad.
Era la primera vez que veía un sentimiento de tanto dolor en sus ojos.
—Aún no puedo, pero estoy en eso. He buscado la forma de que esto haga sentir que la fundación comandada por mi padre está comprometida, incluso cuando no soy realmente el principal gestor de esta labor por la cual siento mucha admiración por él. Confío en su decisión de elegir a Elizabeth y a ti, Isabella, para liderar con convicción.
Sus manos temblaban, y al ver otra vez esas cicatrices cubiertas por los pequeños tatuajes, mi estómago se contrajo sin remedio. Pero no, no era de mi incumbencia, ya no, porque no era una mujer que iba a permitir migajas, siendo una insignificante amante que buscase cuidar de sus trincheras oscuras, quizá crueles, y vivencias grotescas que eran parte de su ensombrecido mundo, en el lugar al que fui invitada como un juguete de conciliación consigo mismo, era un hombre adulto y yo una mujer que no significaba luz, porque simplemente había sido una amante, una forma de escapar de sus mierdas, de lo que no podía sostener por sí mismo. Sí, él era guardián de su hogar doloroso, pero Hades sabía que debía vivir con ello, aprendiendo de aquel lugar hosco, siendo un constante ejemplo de lo que era la maldad, pero también lo que significaba conocer quiénes merecían pertenecer a los duros sitios del Tártaro y los que eran merecedores del eterno descanso. Pero su oscuridad destrozaba aquello, se había adueñado de un submundo tan ruin, donde no le había importado hacerme daño, ¿en qué quedaba Hades, que no había interferido hasta que otras personas quisieron llevarse a su gran Perséfone. ¿Por qué caí en ello? ¿Por qué pensé que esto era una poética forma de amor cuando él solo destilaba odio hacia mí? ¿Este era el plan? No iba a conseguirlo y no podía perdonar algo así.
—Y yo me alegro de que sepas que todo esto nunca vino de mí —añadí.
Su ceño se frunció mucho más.
—Entiendo.
Sentí que sus ojos me penetraban.
—Estuviste llorando —afirmó.
—Edward, creo que no…
—¿Qué te ha ocurrido?
Bufé.
—Por favor, detengamos esto, eso es asunto mío…
—Me preocupa —insistió.
—Sí, claro. Vive tu mierda tranquilo, ¡yo no tengo la culpa de que seas un maldito ser humano que tiene tantos enemigos! —bramé—. No permitiré que vuelvas a actuar como si te importara porque no es así, ¿y sabes qué?, probablemente no soy como las otras mujeres que has conocido, no caeré en tu juego, me has hecho demasiado daño y yo no permito que lo hagan, menos un hombre como tú. Ve a mentirles con tus demonios a cualquier otra, menos a mí. Aunque… creo que quien mejor te entiende ahora es esa periodista. Espero no le hayas dicho que has sufrido en la vida, porque eso no es cierto, nada de lo que has dicho y hecho es cierto, todo en ti es mentira.
Su rostro tembló.
Cuando dimensioné todo lo que dije sentí mucha culpa, pero me obligué a olvidarla.
—¿Y sabes qué? No me importa lo que vi, de seguro sigues envuelto en esa rabia producto de tu hijo, algo que ya me tiene sin cuidado.
Hubo un momento de silencio.
—Tienes todo el derecho a sentirte así. Demian, al menos, entendía perfectamente que jamás ibas a dañarlo.
Me crucé de brazos y tragué.
—Me habría gustado que tú fueras igual.
Iba a pasar por su lado para marcharme, pero algo me impidió dar un paso adelante.
—¿Cómo está Demian? —inquirí.
—Está bien, he podido mantenerlo lejos de todo esto… Y te ha extrañado.
Se me ennudeció la garganta.
—Espero, en un futuro, poder verlo. Ahora necesito irme, con permiso.
Me marché con rapidez, sujetando los legajos con fuerza mientras le escribía a Emmett para que me esperara muy cerca de la salida. Pero cuando salía del lugar, Aaron, segundo senador del distrito, salió de su moderno coche, lo que me sorprendió bastante.
—Hola, Isabella —dijo con una sonrisa cauta, pero dulce.
—Hola —respondí con una sonrisa similar.
Edward salió antes de que pudiéramos seguir hablando, encontrándonos en medio de la situación.
—Edward, buenas noches —saludó Aaron.
—Buenas noches —contestó Edward.
Suspiré.
—Tenga buena noche usted también —le comenté al flamante hijo de Carlisle.
Lo ignoré, fingiendo que no estaba consciente de su presencia en el lugar.
—Lamento haber venido de forma improvisada, pero necesitaba hablar unas cosas con usted.
Levanté mis cejas.
—¿Conmigo?
Siguió sonriendo.
—Es lo que he dicho.
Reímos.
—Lo siento, estoy algo distraída.
—¿Puedo invitarla a comer algo? Creo que podríamos hablar con mayor tranquilidad, sobre todo por el bien de la fundación.
—¿Qué pretendes con ella? —inquirió Edward, rompiendo todo silencio.
Aaron suspiró; parecía muy irritado con la manera desafiante que solía utilizar con él.
—Algo que solo le compete a quien lidera esto, la señorita Swan —respondió de forma tajante.
—Mientras sea algo que ayude a esta fundación, estaré agradecida. Aceptaré solo una copa de vino, debo volver pronto a casa.
—Con gusto —me respondió—. Hasta luego, Cullen.
No escuché respuesta y yo no me di la vuelta para comprobar si efectivamente se había marchado o seguía ahí, mirándonos.
Le indiqué a Emmett que siguiera el coche de Aaron, el cual recorrió unos cuantos kilómetros hasta entrar a un lugar discreto y muy fino. Claro, no era un lugar al que todos pudieran entrar, como siempre que se trataba de algo como esto.
—Déjeme ser franco, señorita —exclamó luego de ofrecerme la silla y sentarse frente a mí—. Usted se ve muy bien esta noche.
El verano ya terminaba en un par de semanas, por lo que nos ubicamos en un lugar al aire libre. Estaba fresco y la noche se sentía agradable.
—Muchas gracias —respondí, segura de estarlo.
—Me ha gustado el cambio en su cabello y en su estilo, se ve juvenil, tal como usted. Me agrada entender, bajo mi manera de ver las cosas, que ha decidido seguir su estilo sin tapujos, ¿no es así?
Me reí.
—Me he quedado al descubierto con usted. Sí, he querido ser yo, al fin.
—¿No hay algo mejor que eso? En esta sociedad que decimos ser tan avanzada, ¿por qué seguimos cumpliendo cánones ridículos?
Sonreí de forma melancólica.
—Comprenderá que no es fácil para una mujer viuda de alguien tan importante actuar como lo que me gusta, ser una chica libre, que le guste mostrar las piernas, mi escote, ¡disfrutar de mi juventud!
Suspiré.
—Hágalo. Si usted entrega cosas maravillosas como las que planea en la fundación, pues que así sea, todo lo demás pasará a segundo plano.
—Le agradezco, hay personas que probablemente no lo entenderán, ¿y sabe qué?, dejó de importarme. He tenido que seguir las reglas de personas a las que jamás le he importado, ahora soy libre y pronto sé que lo seré con todas sus letras.
Noté el interés por que siguiera hablando del tema, pero preferí enfocarme en el mesero que se acercaba a pedir la orden.
—Yo solo quiero una copa de vino para esta noche, debo ir pronto a casa.
—Al menos déjame hacerte probar un pequeño aperitivo, nada más.
Sonreí.
—Está bien.
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Los bocadillos estaban crujientes y sabrosos. Estaban cubiertos de queso fresco, albahaca, tomates asados y miel. Junto con el Merlot que había elegido para beber, la combinación se volvió muy agradable y memorable en la bomba de sabores suaves.
Aaron me miraba bastante, por lo que no sabía qué hacer al respecto; mis mejillas estaban rosadas y no sabía cómo tomar aquel gesto tan difícil de interpretar.
—Tengo albahaca entre los dientes, ¿no? —pregunté de buen humor.
Levantó las cejas y negó, devolviéndome una sonrisa suave.
Aaron era un hombre muy atractivo y relucía en calma. Era muy dulce, educado y cuidadoso, su temple y educación combinaba a la perfección con sus ojos profundos, risueños y su sonrisa sincera. Bueno, además, no cabía duda que tenía un encanto abrumador.
—Solo… —Negó y suspiró—. No quiero ser inoportuno, señorita, pero tampoco pretendo mentirle: solo me gusta mirarla, claro, si eso no le molesta.
—¿Mirarme?
—No va a negarme lo obvio, usted es realmente muy hermosa.
Me reí, un tanto nerviosa por el cumplido.
—Realmente no quiero incomodarla.
—No, descuide, a pesar de todo, lo que menos hace un cumplido sincero es incomodarme.
Sonreímos.
—He de decir que la admiro. A su edad no debe ser fácil todo esto. Y no quiero sonar como un patán, pero creo que Carlisle fue un hombre muy afortunado.
Miré la copa de vino y bebí por unos segundos.
—¿Le molesta si me fumo un cigarrillo? —inquirí.
—En absoluto.
Mientras lo encendía, seguía sintiendo su mirada. Al momento de concentrarme en su rostro, noté que seguía sonriendo, pero de forma suave y tímida.
—Sé que el tema de mi querido Carlisle Cullen, quien fue como un padre para mí, no es grato para usted, ya sabe, escuchar su nombre ligado a usted como si desapareciera y solo fuera su viuda, tornándola invisible.
Boté el humo y por primera vez sentí que alguien daba en el clavo respecto a mis verdaderos sentimientos al respecto.
—No es fácil para una mujer que siempre quiso valerse por sí misma.
—Creo que lo hace perfectamente, por eso quiero brindarle mi apoyo en sus labores. Sé que Edward es reticente al respecto, pero usted está a cargo y no voy a darle vueltas a la idea de que en esto Carlisle hizo sus designios, hoy es usted y la señora Masen, a quien respeto profundamente.
—Le agradezco mucho. Lo que más necesitamos es ayuda, sea cual sea, mientras sea sincera y en favor de la labor que estamos comenzando a realizar.
Sus ojos brillaron, y como imaginé, él no tomó ninguna gota de alcohol, cosa que me había prometido, ya que iba a conducir, pero tragó su vaso de agua con bastante intensidad.
—Me gusta su pasión, eso hace que sea inspirador, será una gran vocera para todas esas mujeres.
—Realmente espero serlo, me lo he propuesto luego de escuchar sus experiencias.
Suspiró.
—Algunas son más jóvenes que usted y ni hablar de esas mujeres que llevan años buscando a sus hijos.
Carraspeó, como si el tema le afectara.
—Noto que el asunto le afecta… Bueno, espero no incomodar con mi comentario…
—En absoluto, puede preguntarme lo que desee. —Miró el plato vacío y los finos cubiertos cruzados sobre este—. Solo pienso en la idea de perder a un hijo y siento una gran desazón, no quiero ni imaginarme lo que eso ha provocado en ellas, es imposible ponerse en su lugar, pero la empatía es fundamental.
—Imagino que usted tiene hijos.
Hizo un mohín difícil de interpretar.
—No, no he podido tener hijos, digamos que se ha hecho una eterna agonía, siempre quise ser padre, pero me niego a hacerlo sin una historia de amor.
Sonreí.
—Aún puede hacerlo.
Sus ojos intensos repasaban mi rostro con interés.
—No he encontrado a la mujer correcta y quiero que eso suceda antes de tener un hijo, pero el tiempo pasa y…
—Aún es joven, estoy segura de que la encontrará.
—¿Eso crees?
Reí.
—Claro que sí. Es… un hombre interesante y dudo que le falten pretendientes.
Esta vez quien rio fue él.
—No estoy tan seguro.
—Oh, vamos, no me lo niegue, es guapo y muy inteligente, Carlisle lo consideraba como un hijo más.
Levantó las cejas y terminó su vaso de agua.
—Gracias por el cumplido, pero creo que eso no ha sido suficiente para encontrar el amor.
—Lo entiendo. A veces el destino no está dirigido a ello.
—¿Cree en el destino, señorita Swan?
Tragué.
—Creo en el destino que nos deparan nuestras decisiones y debemos ser fuertes ante los inconvenientes que existirán en el camino.
—Es usted muy madura, Isabella.
—Tuve que serlo desde que era una niña.
Asintió, como si me comprendiera realmente, su mirada gritaba conexión y profundidad.
Me sentí acompañada.
—Bien, solo quería comentarle mi apoyo, pero también invitarla a un encuentro a favor de la niñez que se realizará este sábado. Espero pueda estar presente como representante de su fundación, en ello podrá generar la atención que su buen acción merece. Y espero no ser inoportuno, pero me gustaría llevarla para que no se sienta fuera de lugar, entiendo que puede ser algo nuevo para usted.
—Gracias, de verdad —respondí.
—Confío mucho en usted. Es inteligente y sé que puede brindar muchas cosas maravillosas. No necesita de Carlisle, con el respeto y cariño que tengo por él. Señorita Isabella, puede hacer las cosas por sí misma y sé qué hará la diferencia respecto, el mundo en el que nos desenvolvemos, quiera o no, ya es parte de usted, pero sé que lo cambiará, al menos para quienes más la necesitan. Y he de decir que, de cierta forma, le sienta muy bien el nuevo cambio.
—No creí que se notaría —dije con mucha sinceridad.
—Créame que, al menos para mí, no ha pasado desapercibido. Ha sido una curiosidad saber cómo llevarla a algún lugar y conocerla, pero no me malinterprete, solo hablo desde mi lado… Creo que debe olvidarlo, no quiero incomodarla.
—Ha sido agradable la comida, señor…
—Dime Aaron, por favor. Sé que soy unos años mayor que tú, pero eso no quiere decir que seamos un igual.
Sonreí.
—Siga siendo usted, se lo pido desde mi lado político… y como hombre, me gusta verla iluminada y sé que para los demás, tarde o temprano, les significará frescura y una nueva forma de confiar en Carlisle, uno de los pocos hombres honorables que existieron en la política de nuestro país. —Suspiró y miró hacia la mesa—. Me habría encantado que su hijo mayor hubiera tenido la misma manera de actuar y de calar hondo en la bondad de nuestro quehacer.
Tragué.
—Sé que han tenido una historia de enemistad…
—No sé si llamarlo así. Si le soy franca, no me siento a gusto sabiendo que es el brazo derecho de su madre, esa horrenda mujer, Esme. Él siempre ha sido un hombre sin escrúpulos y no quiero que eso afecte a mi distrito y la memoria de Carlisle Cullen, que fue como un padre para mí.
Me retorcí disimuladamente, incómoda de escuchar lo que decía. De cierta forma, escuchar que alguien hablase mal de él delante de mí me afectaba muchísimo. Ah, ese espacio crédulo de mí, ¿cómo mantenerlo a raya?
—Bueno, es un tema que no debería hablar con usted, es muy aburrido y es una peste tener que darle cátedras sobre ese hombre que sé que ha tenido que soportar con mucha paciencia. —Se acercó un poco, permitiéndome ver los elegantes gemelos en las mangas de su traje—. Tengo mucha fe en usted. Dará una frescura inmensa a este mundo oscuro.
—Gracias —fue lo único que pude decir por algunos segundos—. Y dime Bella. Somos un igual, ¿no?
Sonrió con suavidad.
Aaron era un hombre agradable, calmo y educado, parecía estar pendiente de hacerme sentir bien, sin buscar mi incomodidad ni menos sobrepasar la confianza que le estaba dando. Me agradaba muchísimo y había sido capaz de calmarme luego de todo lo que había vivido hacía un rato.
Quizá no sería la única vez que saldría con él; sabía escuchar y parecía muy interesado en hacer acciones que pudieran ayudarme, y eso lo agradecía enormemente.
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Luego de que me acompañara hasta el coche junto a Emmett, me metí en él y me mantuve en silencio, pensando en Aaron. Era un hombre en extremo agradable y muy guapo. Pero lo que realmente se había quedado en mi cabeza había sido su descripción sobre mí. No pensé que pensara eso, pero logró resurgir aún más mis fuerzas, aquellas que necesitaba para seguir con todo esto.
—¿Todo bien, señorita? —preguntó mi guardaespaldas, mirándome a través del espejo retrovisor.
Noté lo que se estaba preguntando, ya lo conocía lo suficiente para leer sus ojos azules.
—Sé lo que estás pensando, debiste ver que el senador Cullen estaba en el mismo lugar que yo.
Suspiró.
—Sí. Pero también noté la expresión de ambos. No quiero incomodarla ni menos entrometerme en su vida, pero he de decir que, de alguna forma, ser un guardaespaldas no solo significa evitar los peligros físicos, sino también los peligros emocionales —dijo.
Me quedé en silencio por un momento.
—Las cosas son difíciles. Quisiera retroceder el tiempo y no haberme involucrado con él.
—¿Sabe algo? Ese pensamiento solo nos deprime, señorita. Si me permite contarle algo personal, quiero decirle que estuve cerca de casarme. Ella nunca me amó, lo supe cuando me contó de su embarazo. Las fechas no coincidían, ¿sabe? Nunca pude ser el padre de ese niño. Estaba usando mis contactos y a quienes defendí para tener una mejor situación, pero solo se convirtió en la amante de algunos hombres adinerados. Hoy aprendí que, aunque piense en devolver el tiempo para olvidarla, eso solo sirve para dañarme. Creí en ella, no puedo culparme, porque el culpable fue la otra persona.
Desvió su mirada del espejo retrovisor, mientras buscaba las palabras correctas. Me había quedado muda.
—Lo siento mucho —susurré.
—Descuide. Ya no es algo que me genere preocupación, pasó hace demasiado tiempo y las heridas han sanado. Solo espero que se mantenga ocupada en lo suyo y no desee cosas imposibles de que sucedan, el tiempo pasa y finalmente olvidamos cuando la persona evidentemente no es la correcta.
—Gracias, Emmett.
—A usted, por permitirse confiar en mí.
La llegada al departamento fue en silencio. El resto de los automóviles de seguridad se estacionaron en el lugar privado, mientras Emmett me seguía para subir a la recepción con la tarjeta de ingreso. Iba a saludar a los trabajadores de seguridad de la entrada y a las recepcionistas, pero me quedé congelada cuando vi a Rosalie temblando mientras tomaba agua, sentada en una de las butacas rojas. Tenía el maquillaje desparramado en el rostro y este mismo hinchado por las lágrimas. Solo vestía ropa deportiva y un bolso medianamente grande, al que se abrazaba.
—Rosalie —exclamé, trotando hasta ella.
Me contempló, muy sorprendida.
—Señorita, no podíamos permitirle la entrada —dijo una de las recepcionistas.
—Lo sé.
—Bella —fue lo único que dijo antes de pestañear con dificultad.
Se veía muy débil.
—Emmett, llevémosla al departamento, por favor —supliqué.
Estaba soporosa y en cuanto mi guardaespaldas la tomó entre sus brazos, su cabeza cayó a su hombro como si se tratara de una muñeca.
—Bella —masculló en un último aliento.
—Creo que debemos llevarla al hospital —dije.
—No —gimió—. No… No he hecho… nada malo.
Respiré hondo, marqué la clave de mi departamento y llegamos a él más rápido que de costumbre. Volví a digitar la clave y abrí la puerta, dirigiéndome de inmediato hacia el salón, en donde se encontraba Serafín, quien se levantó enseguida al ver a Rosalie.
—¡Dios mío! —vociferó—. Señorita Cullen.
—Estaba abajo, Serafín, ¡no sé cuánto tiempo estuvo esperando! —gemí.
Emmett la puso sobre el sofá, pero ella estaba muy sujeta a él, por lo que no pudo separarse. Mi guardaespaldas acomodó sus cabellos con delicadeza y carraspeó al contemplarla.
—Cielo santo —dijo mi mayordomo—, ¿qué le ha sucedido? Oh, señorita Cullen.
—Trae una infusión de lavanda, por favor.
—Claro, mi señora.
Cuando Rosalie soltó lentamente a Emmett, estos se miraron por algunos segundos hasta separarse en su totalidad.
—Todo estará bien —le susurró para calmarla.
—¿De verdad? —inquirió.
—Lo prometo.
Finalmente Emmett le sonrió y se levantó para ponerse detrás de mí con las manos juntas, mientras la rubia sostenía la mirada en él.
—Aquí tengo la infusión de lavanda —exclamó Serafín.
La tomé y me acomodé junto a ella para acercarle la taza de lavanda.
—Voy a preparar algo ligero para comer. —Serafín parecía muy preocupado, pero sabía dar el espacio de privacidad—. Pueden llamarme ante cualquier situación.
—Gracias —susurré.
—Con permiso, señorita Swan —agregó Emmett, acomodándose el abrigo negro con la mano en la comisura de sus pantalones, donde de seguro guardaba su arma.
—¿Se va? —inquirió Rosalie, levantándose lentamente.
Vi cómo mi guardaespaldas tragaba.
—Yo…
—Me siento más segura si está usted.
Miré a Emmett, sintiéndome algo… curiosa por la forma en la que se había convertido el diálogo.
—Descuida, él estará acá. Protegerá el vestíbulo, nada malo ocurrirá aquí.
Asintió y se acurrucó en el sofá. No dejó de mirarlo hasta que se fue, por lo que cerró sus ojos e hizo una mueca de dolor.
—¿Necesitas algo más?
Puso su atención en mí y asintió.
—¿Puedo quedarme aquí contigo?
Aquello me descolocó, pero asentí.
—Sí, aquí estás segura.
Le ofrecí la infusión de lavanda y de inmediato se la llevó a los labios; parecía posesa por un poco de calor. Me senté a su lado, mientras Emmett miraba a la ventana con las manos entrelazadas, actuando como un robot.
—Me he sorprendido al verte. ¿Quieres que te deje en alguna habitación? Tengo una para…
—No quiero estar sola —me interrumpió.
Suspiré.
—No lo estarás, te lo prometo. No estás obligada a contarme, sé que no confías tanto en mí.
Su mirada gritaba ayuda, no sabía qué hacer realmente.
—Confío en ti, Bella. Me he equivocado tanto contigo, ¡he sido un monstruo! —chilló, volviendo a llorar.
Se me ennudeció la garganta.
—No necesitas recordar esas cosas.
—Nunca quise hacerte daño, pero la presión, el dejarme llevar por mi madre, la imagen falsa que tenía sobre ti, no merezco que me perdones, lo sé, y ni siquiera debería estar aquí; me ayudaste sin pensarlo y yo…
—Rose… ¿Puedo decirte Rose?
Asintió.
—Claro que imagino todo lo que tuviste que vivir y lo que necesitabas demostrar, la rabia, la venganza y esa insistencia de tu madre por mostrarme como una villana provocó tu confusión, son emociones que desglosan cómo muchas veces nos involucramos en los sentimientos de otros. No necesitas la aprobación de esa mujer. Sé quién es ella en tu vida, pero debo ser sincera contigo. ¡Tu vida no puede continuar siendo manipulada por lo que Esme quiere de ti! Es tuya, Rose, solo tuya y no mereces ser una esclava de sus órdenes.
Me escuchaba con tanta atención. Vi miedo en sus ojos, pero comprensión, entendimiento y una luz, como una puerta que de pronto esbozaba la iluminación al final de un pasillo oscuro, rodeado de incertidumbre, sin saber hacia dónde ir hasta que ahí estaba, permitiéndonos salir de una prisión agobiante.
—Vi un artículo que hablaba de ti.
Fruncí el ceño, sin comprender de qué se trataba eso y por qué lo mencionaba después de lo que acababa de aconsejarle.
—Estaba en internet; era un medio independiente, muy conocido en redes sociales, por cierto, pero oculto hacia el resto, aquel mundo ajeno de la ciber información, dominado por las masas que llevan inyectando ideas y esbozos falsos de la vida diaria, ya sabes, la televisión, el periódico que afirma tener la razón. —Suspiró—. Mencionaba algo que llamó mi atención y, de pronto, todo se iluminó en mi cabeza. Hablaba tan bien de ti, de cómo habías manejado todo con serenidad, de tu atrevimiento ante las formalidades de mierda que nos rodean a nosotros, esto que somos, un círculo del carajo que nos moldea, este mundo de la política tan vil. Destacaron el cobarde ataque de algunos medios, la defensa de algunos hacia mi madre sin fundamentos razonables, todo porque ella vistió como la primera dama de este país. Sonreí cuando vi que aludían a la manipulación de ella, de los comentarios de pasillo que mencionaban su soberbia, su patológico control hacia todo lo que le rodeaba. —Sus ojos se pusieron llorosos—. Pero tú eras frescura, no porque estuvieras casada con mi padre y rompieras estúpidos y rígidos moldes impuestos por la sociedad y la élite que significa vivir esto, eras frescura porque habías sobrellevado la mierda con mucha capacidad, ingenio y también habían rumores de pasillo, claro, que decían cuan amable eras, cómo habías dejado una huella en el grupo de mujeres diseñadoras que antes nadie consideraba, tu forma de ser ilumina, eres una nueva líder para cientos de mujeres que buscan a sus hijos. —Su voz se quebró mientras mi garganta continuaba apretada—. Infundes paz, confianza y una capacidad brillante para llevar adelante las necesidades de quienes nunca han sido escuchados. Papá sabía por qué tenías que ser parte de esa fundación, él jamás dejaba las cosas a medias, sin pensarlo, era tan sabio, tan… inteligente. Estás rompiendo con muchas cosas que odio, Bella, me inspiraste a salir de este infierno. No quiero ser una cobarde, tengo dos años más que tú y he hecho todo lo que me han ordenado, ¡tú has sido valiente y continúas con tus ideales! ¿No es hermoso? Bella, por Dios, ese artículo abrió mi mente, la gente está notando lo que puedes cambiar, lo que significa que existas, necesitaban de ti, de alguien que tomó la mano de una mujer como yo, que quería dañarla por ideas estúpidas, lo hizo cuando más lo necesitaba y no dudaste ni un segundo en sostenerme. Sin ti habría muerto y sin ti, mujeres, aquellas que buscan a sus hijos, las mujeres que se sustentan solas intentando mostrar su talento, ¡incluso la vida de quienes trabajan contigo! Por favor, perdóname.
Me quedé pasmada con cada palabra que había salido de su boca. Había calado profundamente en mi interior y no sabía cómo procesarlo todo.
—Claro que te perdono, Rose —susurré.
Respiró hondo y sonrió, volviendo a llorar de forma honda. Podía sentir su dolor.
—Me he dado cuenta de todo lo que he hecho, nada ha sido parte de mis decisiones, ninguna ha nacido de mí, sino todo lo contrario —afirmó—. Dejé a mi flamante prometido. —Lanzó una carcajada amarga—. Nunca lo he amado, ¿cómo casarme con alguien si no siento esa llama que debe nacer naturalmente en ti? No puedo concebirlo. Se lo he dicho a mi madre y me ha…
—¿Qué hizo? —exclamé.
Se abrió la sudadera, mostrándome su cuello. Tenía rasguños que aún sangraban.
—Ha querido abofetearme, pero logré evadirla, sin embargo logró dañarme el cuello con sus uñas y sus anillos. Estaba enardecida, Bella, pensé que iba a matarme, no dejaba de decirme que había hecho añicos su reputación, que no sabría qué decirle a la familia King, que era tan importante, que estaba echando por la borda mi futuro, ¡pero yo no necesito a un hombre ni a su puta familia para ser feliz ni ser exitosa! ¡Quiero que eso sea por mí!
Jadeó después de liberar su rabia; era lo que necesitaba.
—Me he ido, Bella, y me siento inútil, incapaz de dar un paso adelante sin recordarme que no sé hacer nada con mi vida. He dependido de ella en todo y ni siquiera sé que camino tomar, pero solo pensé en ti porque, cuando quería matarme, fuiste tú quien me contuvo.
—No eres inútil, Rose. —Le tomé una mano y ella no se alejó como antes—. Saliste de una dura zona de confort que acostumbraste a utilizar para evitar los problemas con tu madre. ¿Y sabes qué? También me sentí inútil durante mucho tiempo. Me sacaron de casa a la fuerza, sin un solo dólar, estaba en la calle y solo tenía diecisiete años. —Mis ojos escocieron—. Tuve que trabajar vendiendo en zonas aledañas, lo hacía por otras personas que me daban miserias, todo eso mientras terminaba la preparatoria, solo quedaba un mes, por suerte. Luego busqué otra cosa y… acabé limpiando para una empresa de prestigio y me llevaron a la oficina principal de tu padre.
Asintió y bajó la mirada hacia nuestras manos.
—Él cambió mi vida, ¿sabes? Cada día me recordaba e imponía una imagen muy mala de mí. No había podido solicitar el ingreso a ninguna universidad por… asuntos muy duros. Era lo que tanto quería, pero se me hizo un imposible. La imagen de mí misma estaba rota, era una mujer que ya no quería tener sueños por temor a que estos siguieran sin cumplirse. Pero trabajé arduamente para mejorar el concepto que tenía de mí misma y me prometí conseguir mis sueños cuando fuera posible. Carlisle me dio una mano, me contuvo y me recordó muchas veces de lo que era capaz. —Sonreí con nostalgia—. Protegió mis lágrimas, instaba a continuar a pesar de… un dolor muy inmenso que llevaba en mi interior por algo que no puedo contar. —Suspiré—. Tu padre era un ángel en la tierra y nuestro lazo se hizo inquebrantable. Puedo asegurarte de que nunca toqué un solo peso de él, cada vez que quería ayudarme yo le pedía que me diera algo que hacer, y luego de mucho insistir, decidió que era buena idea que comenzara a ayudarle con su biblioteca y seguimos haciéndonos muy cercanos, confiando en ambos.
Pestañeó y frunció ligeramente el ceño.
—Hablas de él como si se tratara de un padre… —Se rio y sacudió la cabeza—. ¿Qué estoy hablando?
Tragué y separé mis manos de ella, conteniendo el temblor de éstas.
—Estoy cansada de llorar, pero todavía quiero hacerlo —musitó—. Quiero quitarme estos pensamientos de la cabeza.
—¿Qué pensamientos?
Su barbilla tembló.
—Sigo sintiendo que no vale la pena vivir.
Me angustié de solo escucharlo.
—Rosalie, necesitas ayuda.
—¡Lo sé, lo sé, lo sé! —chilló otra vez.
Parecía estar entrando en una crisis de pánico, porque se sujetaba el pecho y el cuello constantemente.
—Emmett, por favor ayúdame —fue lo primero que pude decirle.
Temía que se hiciera daño.
Mi guardaespaldas se acercó con suavidad, lo que llamó mi atención; claramente no era el tipo de hombre que, ante alguna situación, se tomase las cosas con tanta calma.
—Oye, tranquila —le dijo él, tomando sus hombros.
Rosalie respiraba de manera agitada, pero mirar a Emmett parecía tranquilizarla.
—Shh…
Ella asintió mientras continuaba llorando, hasta que el temblor cedió progresivamente.
—Aquí esa mujer entrará. Protejo a la señorita Swan y estaré aquí, con ella nada malo sucederá y usted… —Suspiró—. Usted podrá con esto, lo veo en sus ojos. Ha salido de ese lugar y aunque será difícil, debe aceptar sus heridas y comenzar a sanarlas con las personas idóneas. Aquí, esta noche, está segura y esa mujer que la ha dañado no volverá, se lo prometo.
Rosalie se volvió lentamente a acomodar en el sofá, dejando de llorar, y entonces sonrió.
—Muchas gracias, señor…
—Emmett McCarty. Un gusto.
Serafín llegó con un sándwich de queso y Rosalie lo tomó con rapidez.
—Gracias, Serafín, yo… Me impresiona que aún recuerdes mi sándwich favorito. Tan simple, pero hacía mucho que no lo hacía con tu toque. Fundido y con orégano.
El aludido sonrió y asintió.
—Claro que no voy a olvidarlo, nunca —respondió.
Suspiró.
—Gracias, de verdad y… perdón por la manera en que he sido con todos.
—Ya habrá tiempo para que se perdone a usted, señorita Cullen, que es a quien debe pedírselo realmente.
Ella se mantuvo con las cejas levantadas y pronto sonrió y apretó los labios.
—Tienes razón.
Bebió la infusión de lavanda y se relajó hasta quedarse dormida en medio del sofá, doblada e incómoda.
Me partía el corazón.
—Emmett, ¿puedes llevarla a la otra habitación? Por favor.
Él me contempló enseguida y asintió.
—Quédate cerca, creo que se siente muy segura contigo —musité.
Mi guardaespaldas volvió a asentir y una mirada indescriptible cruzó por su rostro. Me costaba interpretarlo, y peor aún con esas gafas negras.
Emmett tomó a Rose y esta se movió un poco, acomodándose para seguir durmiendo. Debía estar demasiado cansada como para notarlo. Finalmente la acostó en la cama que había en la habitación que tenía extra y la arropó con cuidado y suavidad, algo que no había visto en él.
—Gracias —dije.
Se estremeció al escucharme y me miró.
—Lo siento, estaba pensando…
—Solo dije gracias. —Sonreí—. De seguro tiene miedo de volver a ver a esa mujer, y esa amenaza es su propia madre.
Se aclaró la garganta.
—Señorita, le he visto marcas en la espalda mientras intentaba sostenerlas, imagino que no la he visto.
Fruncí el ceño.
—¿Marcas…?
—Es con un cinturón, estoy seguro.
Tragué.
—Dios mío, ella debió hacérselo.
Mi guardaespaldas estaba conmocionado.
—Ha hecho bien en acudir con usted.
—Nunca le haría daño ni quiero que alguien lo haga.
Asintió.
—Me quedaré afuera de la puerta para estar pendiente del lugar. El resto del equipo está rodeando todo el lugar, como siempre.
Apreté los labios.
Sabía lo que tenía que hacer ahora.
—Llamaré a su hermano mayor, sé que está pendiente de ella. Obviaré a la más pequeña, Alice, comprendo que necesita alejarse un poco de toda esta mierda —susurré.
—Está bien, señorita. Estaré pendiente, pues… Imagino que llegará hacia acá.
Miré hacia la ventana, contemplando la noche.
—Es probable.
—Pues estoy aquí.
—Lo sé.
Me fui hasta la sala y tomé el móvil. Aunque me resistía, mis manos temblaban ante la idea de tener en frente a Edward. Podía actuar como si él no fuera importante para esta situación, pero quería que Rosalie tuviera el apoyo de su hermano, era necesario para ella, o que, al menos, supiera lo que estaba pasando con su hermana. Además, ¿qué importaba ya? Ya estaba actuando con madurez y debía continuar en enfocarme únicamente en mis propósitos; no iba a permitir que un hombre me comiera los sesos, había muchos en este mundo como para permitirme siquiera llorar por él. Quizá, cuando dejara de amarlo, porque iba a suceder, claramente, sí, ahí, Edward pasaría a un completo olvido.
—¿Está segura? —me preguntó Serafín.
Di un salto y me di la vuelta.
—¿Cree que es buena idea que venga a su nuevo hogar?
Me mordí la mejilla interna.
—Es la mejor manera para olvidarlo. No se olvida evitándolo, sino enfrentando la realidad —susurré.
—Sé que suena coherente, maduro y realista, y que puede ser una opción correcta para usted, está acostumbrada a mantenerse rígida para que nadie la dañe desde lo que ha sucedido con la muerte del señor Cullen, pero ¿cree que funcione?
—¿Mantener las cosas en paz? —pregunté.
Negó.
—Verse.
—No sé de qué hablas…
—El señor Cullen lo intenta, ¿no?
—¿Intentar qué?
—Alejarse de usted.
Por unos segundos no supe qué decirle. Me había quedado sin palabras.
—Dudo que ante lo que hizo haya sido difícil mantenerse alejado, menos ahora que…
—Sé lo que sucedió y le creo, pero a veces las cosas no siempre son fáciles de sobrellevar. Usted ha sufrido y no tiene idea de cuánto la entiendo y la sostengo, algo que seguiré haciendo siempre, pero el señor Cullen está aterrado.
Fruncí el ceño.
—Sé que lo dices porque le tienes aprecio, pero ya es un adulto y prefirió dejarse llevar por eso, miedos, quizá, o ser sincero al respecto, demostrando lo que pensaba de mí.
Sonrió con tristeza y bajó la mirada al suelo.
—¿Sigue amándolo?
Se me ennudeció la garganta.
—Sé que no será fácil dejar de hacerlo, pero sucederá…
—Estoy orgulloso de que quiera actuar con madurez y hacer las cosas como corresponden, dejando el rencor, o al menos no demostrarlo, enfocarse en sus planes para luego dejar atrás todo esto, pero se hará daño —me interrumpió—. Ambos se están haciendo daño.
—Él ya tiene un plan y es continuar las cosas con su exnovia, no creo que el dolor sea mutuo.
—Los ojos del señor Cullen al mirarla, esa forma en la que la recorría y sonreía, creyendo que nadie lo miraba, pero yo sí. Había cambiado. Lo conozco desde que es un pequeño de dos años, señorita, y cuando usted apareció en su vida, vi a ese pequeño lleno de luz.
Sentí muchas ganas de llorar.
—Claro, ahora es un adulto de treinta y tres, han pasado los años, y ahora era ese hombre que siempre soñé ver en una pequeña acción como sonreír. Solo lo vi cuando la contemplaba. Siempre lo sospeché. —Me tomó la mano—. Sus acusaciones fueron detestables y en cuanto la perdí de vista corrí hasta él para gritarle. La había juzgado por algo que jamás haría.
—Serafín, no sabía.
—Me arrepentí, señorita.
Suspiró.
—Él guarda tres fotos suyas.
El llanto se agolpó en mi pecho, no sabía cómo lidiar con las emociones.
—Un día lo vi en medio de la fundación, cuando fui a darle una visita a Elizabeth. Nunca notó que lo había encontrado en medio de ello, pero fui testigo de cómo sostenía sus fotos, todas de su rostro, y acariciaba la zona de las mejillas con el dorso de sus dedos, como si imaginara que la tenía en frente y…
—Basta, Serafín —lo interrumpí—. Esas fotos…
—No estoy mintiéndole, señorita Swan, nunca sería capaz de algo tan bajo.
Enmudecí.
—Lo sé —musité.
Aguantaba las lágrimas y el temblor en mi vientre.
—Y le ha regalado una de las granadas de cristal que el señor Cullen pidió que compartiera a la mujer que más calaba en su interior—. Contuvo el aliento unos segundos, perdiendo, con mínimos gestos, la compostura que siempre le caracterizaba—. Ellos siempre se sentaban en el suelo, en el despacho. El señor Carlisle solía mostrarle revistas, libros y cuadros preciosos. Edward tenía catorce años y siempre fue muy inteligente; se sumergía en los libros, en especial los de mitología griega. Y de pronto, sintió atracción por ese mito, de…
—Hades y Perséfone —lo interrumpí.
Asintió.
Tuve tal estremecimiento en mi corazón, que simplemente apreté su número y lo llamé, con una sensación desesperada que me resultó imposible de identificar.
—Isabella —dijo.
Se oía pasmado, como si buscara comprobar si había escuchado bien.
—Sí —contesté—. Quería decirte que Rosalie está conmigo.
Oí un jadeo.
—¿Qué ocurre? Isabella…
—Acudió a mí porque necesitaba escapar de tu madre. Solo quiero que lo sepas, ella no querrá contarte, pero sé que tú le haces bien. Ha demostrado que quiere que la contengas y protejas.
—¿De verdad puedo ir? —musitó.
—Te daré la clave de acceso.
.
Sentí el llamado del ascensor, avisándome que alguien estaba en la planta.
Serafín se había ido a la cama, pues alegó que necesitaba descansar. Lo entendía.
Abrí y ahí estaba, vistiendo un suéter rojo, unos jeans ajustados a sus caderas y un blazer negro sobre sus hombros.
Sentí su olor enseguida.
—Bella —masculló.
No dejaba de mirarme, ni siquiera cuando cerró la puerta detrás de su espalda.
—Hola de nuevo.
Tragó y arqueó las cejas.
Dio unos pasos adelante, acercándose a mí. Seguí sus labios y luego su mano, que elevó unos segundos, frenando a un par de centímetros de distancia.
Y ahí sentí, con toda su intensidad, el amor que sentía por él.
Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, al fin he podido terminar con él para ustedes, ha sido un mes muy difícil para mí, espero puedan disculparme. Pero ¿qué les ha parecido el capítulo? Qué difícil es luchar por olvidar mientras el amor nos abraza, sin querer soltarnos. ¿Y Rosalie con Emmett? Es el comienzo de algo maravilloso. Y las palabras de Serafín, que ayudaron a recordarle quién era el hombre al que amaba. ¡Cuénteme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas.
Agradezco sus comentarios, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, sus comentarios, su entusiasmo y su cariño me instan a seguir, de verdad gracias
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