Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


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Capítulo 7:

Gentil necesidad

"Ahora bien, esto podría ser un error

(...) Pero estos sueños que tengo contigo no pueden ser reales

(...) Aunque esto no es justo para los dos

Tal vez sólo soy un tonto

Todavía te pertenezco

Donde sea que estés

(...) Lo que arriesgo por estar cerca de ti

Estos campos de mina nos alejan

(...) No me di cuenta de todo lo que perdí hasta que las luces se apagaron

Y no saber lo que estás haciendo me torturó

(...) Estamos rotos de muchas maneras

Pero nos juntamos lentamente de nuevo..."

Isabella POV

Desperté de golpe, inquieta y con taquicardia.

Me toqué los labios, reviviendo el beso que había ocurrido en mis sueños. Se sentía tan real, que conocer la realidad resultaba un barbaridad e injusticia.

Todavía pensaba en él, lo que era normal, no había ser humano que lograra olvidar de un momento a otro a la persona que amaba. ¿Era un capricho?, podía ser, pero no iba a obligarme a oprimir mis sentimientos; quería dejarlos volar, ocupándome de lo que realmente merecía mi atención.

—Sí, claro. La lista de invitados ha sido una sorpresa, pero nos complace poder alistar el lugar para celebrar su cumpleaños. La señorita Swan no quiere escatimar en gastos y espera que las invitaciones lleguen a sus manos para escribirlas con su puño y letra, es algo muy importante para ella —decía Serafín desde la sala.

Toqué la pared y lo miré. Llevaba su camisa blanca e impecable con su moño en el cuello, que combinaba con el negro de sus pantalones.

—Perfecto. Es un placer cerrar negocios con usted. Hasta luego.

Hubo silencio, el cual rompí.

—Hola —saludé.

—Señorita —dijo en respuesta, manteniendo su sincera sonrisa.

—Gracias por las gestiones, no sería lo mismo sin ti.

Me acomodé en el sofá y él se sentó con elegancia.

—Hago lo que puedo por quitarle estos protocolos de encima —afirmó.

—Es lo que más valoro. —Sonreí—. Es tan aburrido.

Se rio, pero se tornó serio poco a poco.

—Lo que sucedió anoche me ha preocupado. Rose se veía muy cansada. Le agradezco su gesto, señorita.

—Me alegra que se fuera con su hermano, se ve que se necesitan mutuamente —dije.

—Así es —musitó.

Se habían marchado en la madrugada; Edward iba a llevarla a su departamento, lo que me dejaba aún más tranquila.

—Ahora —estiró el brazo y me mostró las invitaciones en blanco; probablemente ya habían llegado—, esto es lo único que falta.

Sería una noche protocolar, pero no menor, pues era el cumpleaños de Carlisle. Merecía un reconocimiento y mucho más.

—A pesar de todo, estoy emocionada, ya sabes, disfrutar de verlo reconocido una vez más —respondí.

—Es lo que siempre ha merecido. Ahora, no tiene por qué hacerlo de inmediato, tome un buen desayuno y…

—En realidad, puedo hacer las dos cosas a la vez. —Me reí—. Usaré la pluma. Estoy emocionada por este cumpleaños, estoy más valiente, sé que podré con ello y mucho más.

Me besó una mano y se levantó.

—¿Café?

—Sí, por favor.

Me acomodé en el escritorio, un viejo mueble que había encontrado por remate en los suburbios de la ciudad; había pensado en enviarlo a restauración, pero quería hacerlo yo. Le había puesto rosa pastel, y en mis momentos de mayor soledad, había pintado unas cuantas florecillas que, si bien no eran perfectas, me tenían muy satisfecha. Extendí los sobres y las invitaciones, mirándolos en el proceso. Tomé la pluma con cuidado y me decidí por escribir la primera, que sería para Edward.

"Estimado senador Edward Cullen

Me es grato invitarle. mediante esta carta, a la fiesta de cumpleaños de nuestro querido, respetado y admirado esposo, padre y abuelo. Carlisle Cullen, un momento de encuentro intimo con quienes fueron y son las personas más importantes de su vida.

El encuentro se realizará el sábado 30 de septiembre a las 21 horas en el antiguo jardín familiar.

Lo espera atenta y afectuosamente

Isabella S."

Finalicé con mi firma y la dejé a un lado, recordando algunas cosas que eran inevitables. Suspiré y tomé el sobre, metí el papel y finalmente pasé mi lengua en la orilla de la solapa para sellarla.

Sería una tarde larga, pero necesaria.

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Edward POV

Desperté con sudor y palpitaciones. Me sostuve de los edredones y luego me senté al borde de la cama, buscando respirar. Sabía que había tenido una pesadilla, pero no recordaba de qué trataba realmente.

Respiré hondo y me levanté, algo desorientado y torpe. Tomé mi teléfono e ignoré la gran cantidad de mensajes y llamadas que había dejado a un lado desde ayer y miré la hora. Vaya, apenas eran las seis de la mañana.

Caminé por el pasillo entre bostezos, mirando el sol de reojo, volviendo a pensar con lentitud.

Aquella pesadilla me había dejado emblandecido, mis rodillas temblaban y el sudor comenzó a transformarse en la fuente de un duro frío que recorría mi espalda. Y no, seguía sin recordarlo; los sueños eran un pasar infinito en aquel descanso natural, pero se esfumaba en cuanto abría mis ojos, las sensaciones estaban dentro, devorándome. A veces consideraba irónico el cómo intentaba dormir una noche sin despertarme, pero aun cuando lograba descansar más de tres horas, la situación resultaba imposible para detener las pesadillas. Al menos no las recordaba.

Pero como cada mañana, Isabella volvía a mis pensamientos, pero no solo por lo que había ocurrido con Rosalie en su departamento hacía tres, sino por lo que Alice acabó diciéndome. No dejaba de pensarlo, en ello, en buscar ayuda; Isabella lo había dicho también y no dejaba de encontrarle razón a lo último que acababa de decirme, y tenía razón, ella no era mi terapia ni quien iba a salvarme de mis oscuridades. Había pasado tanto tiempo sumergiéndome en un odio profundo que esparcía a cada individuo que cargaba con la mala fortuna de encontrarse en mi camino y entorpecerlo, sin notar en cuánto había perdido.

Respiré hondo y puse mi laptop sobre la isla de la cocina. Lo miré desde la lejanía mientras preparaba café, volviendo a sentir palpitaciones. Una vez que estuve listo, tomé la taza y me senté frente al aparato, buscando el contacto de un médico que pudiera ayudarme. Era uno de los mejores psiquiatras del país y vivía en Washington D.C. Aproveché el impulso y le escribí, usando mis influencias para conseguir una sesión que pudiera ayudarme.

—Hazlo por ti —me dije antes de enviarlo—, eso es lo más importante… y por mi hijo.

Una vez que envié la solicitud para acudir a terapia, relajé mis hombros, como si un peso se hubiera ido de encima. Y no, mentir sería un pecado: tenía miedo, muchísimo miedo.

De pronto, sentí unas pisadas que arrastraban un coche de juguete. Mi sonrisa emergió, y al darme la vuelta, vi a Demian restregándose los ojos.

—¡Pá! —exclamó, dando brincos por mis pies.

—Oye, te has despertado muy temprano.

Movió sus dedos para que lo tomara entre mis brazos y así lo hice. Mi hijo abrazó mi cuello y se sentó en mi regazo.

—Pa-papi —insistió entre tartamudeos—. Contigo.

Sonreí nuevamente.

—Sí, estoy unos días sin trabajar, me quedaré contigo, recuérdalo. —Le atrapé la nariz con mis dedos suavemente—. Me haces muy feliz.

—Amo mucho.

—Yo también te amo, DeDe.

Demian había sido la primera persona que me permitió decir un "te amo". Nunca lo había dicho, por temor a verme vulnerable, lejano a la imagen que debía proyectar, lo que, sin duda, había dejado un hueco en mi pecho que no supe que existía hasta que lo vi, apenas nacido y abandonado.

—Te prepararé el desayuno, ¿quieres leche con chocolate? —inquirí.

Asintió con una sonrisa.

Lo acomodé en su silla y preparé su leche mientras lo oía jugar con su coche de plástico; cada vez que lo hacía, sentía más deseos de recurrir a terapia y poder darle una niñez acorde a un buen padre, nunca iba serlo si continuaba con esto.

Le entregué el biberón y enseguida comenzó a beber, hambriento y cómodo en su lugar.

—Siempre haré todo por ti, ¿lo sabías? —le susurré mientras besaba sus cabellos castaños.

A pesar de que él, a su corta edad, no comprendía a cabalidad lo que estaba diciendo, sabía que cada palabra que significara dulzura y calor era suficiente para él.

—Eres un niño maravilloso —añadí.

Se rio y me besó la mejilla con su boca manchada de leche.

—Señor Cullen, es muy temprano —exclamó Anna, amarrándose la bata.

Me reí.

—Descuida, no podía dormir y este pequeño solo desea estar conmigo. No te preocupes de nada, hoy haré el desayuno. ¿Qué quieres para comer?

Anna me miraba sorprendida.

—Yo… Solo lo que usted quiera.

Suspiré.

—Creo que he sido muy duro contigo en algunas oportunidades, Anna —comenté mientras buscaba algunas cosas en la nevera—. Permíteme recompensarte.

Mi ama de llaves sonrió con timidez.

—Muchas gracias, señor.

Me propuse preparar algo elaborado, pero rápido.

Algo había calado en mi interior desde aquel día.

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Había llegado a mi oficina para dejar todo listo antes de tomarme unos días de esta mierda. Las reuniones se habían aplazado, pero eso no significaba que dejaría todo a la deriva. Los proyectos, la búsqueda de mayor ayuda de parte de distintas fundaciones, pero por sobre todo, el alistar mis pendientes en la que más me importaba: la que mi padre pidió fundar.

—Señor Cullen —exclamó mi asistente, abriendo una rendija de la puerta.

—He dicho que no accedas sin tocar —regañé.

—Lo siento, es que ha llegado una carta para usted y me pidieron que se la entregara cuanto antes.

Bufé y cerré mi laptop.

—Bien, ¿de qué trata? —inquirí mientras me ponía unos dedos en el puente de mi nariz.

Me dolía la cabeza del estrés.

Se acercó a paso lento y me dejó un sobre muy elegante de color rojo.

—Bien, déjame solo —bramé.

Abrí el sobre en cuanto estuve a solas y me sorprendí. Era la letra de Isabella. La leí con rapidez, no una, sino dos o tres veces. Era la invitación al cumpleaños de mi padre.

Dejé la invitación a un lado y me puse las manos en el rostro, apoyado de los codos en el escritorio.

Antes de que pudiese analizar un poco más, alguien abrió mi puerta de manera rápida, mientras dos de mis asistentes le impedían el paso de forma firme.

—Senador, no pudimos hacerle entender que no puede ingresar sin su consentimiento…

—Hola, cariño —exclamó Charlotte, entregándole el abrigo de piel a uno de ellos.

Dejé ir el aire con cuidado.

—Charlotte —susurré.

Contuve la furia de verme interrumpido por ella, así que me levanté para saludarla.

—Todo está bien, pueden dejarnos a solas —ordené.

Ella sonrió mientras los miraba y luego se dio la vuelta con la misma expresión.

—No parecen estar acostumbrados a ver a una mujer tan bonita, ser tu novia es bastante nuevo, ¿no? —dijo, tomándome el rostro para besarme con suavidad, todo esto ante la mirada de los asistentes, que se marcharon enseguida.

—No necesitas hacer eso —musité, dándome la vuelta.

—Bueno, ¿quieres que sea tu novia? Esto hacen los novios.

Sonreí de forma agria.

—Nunca lo hicimos hace tantos años.

Suspiró.

—Lo nuestro siempre fue especial y lo sabes, por lo mismo, sigues deseando que te ayude.

Se sentó en mi escritorio mientras mostraba una de sus piernas, ayudada por su vestido carmesí que llevaba un tajo en la caída.

—¿Has podido desviar la atención? —inquirí, algo harto de tenerla tan cerca.

—Tal como me has pedido. La prensa está encendida con algunas estupideces causadas en el congreso, decidí que era buena idea dar cobertura a la traición del famoso demócrata de Smith en favor de los republicanos.

Asentí.

—Es una correcta manera de erradicar la imagen de esa pobre viuda tras lo que acontecerá cuando sea el cumpleaños de mi padre.

Su rostro cambió de la suficiencia a la seriedad.

—Claro, has conseguido algo bueno.

—¿Qué? —inquirí a juzgar por su expresión.

—Siempre haré lo que tú me pidas, me salvaste de una gorda, pero tarde o temprano tendrás que contarme lo que sucede —susurró.

—Ten a Isabella lejos del ojo de mi madre.

—Sé que recibiré las balas, Edward, pero a diferencia de esa mocosa, soy capaz de mucho y ella jamás me afectará.

Tensé mi mordida, pero me mantuve en silencio.

—¿No te molesta que esté la prensa afuera, esperando a que salgamos juntos? —preguntó de pronto.

La contemplé.

—¿Los has atraído?

Sonrió.

—Tu madre solo enfocará su odio en mí. Soy hija de un acaudalado empresario francés, nada de lo que haga hará que se me mueva un solo cabello, ¿o quieres que la loca de Tanya continúe poniendo a esa viuda en los ojos de tu madre? Digamos que, hipotéticamente, la obsesión de esa mujer crezca cuando sepa que no fue invitada a la celebración del hombre que le cumplió sus caprichos, ¿prefieres su odio en contra de Isabella o contra mí? —Sonreía, muy segura de cuál sería mi respuesta—. Yo tuve la idea, y aunque sé perfectamente lo que esto significa, sabes que aquí me tienes. Esme no me asusta, pero mantener a Isabella lejos es lo único que te motiva, ¿no?

Tragué y me alejé para acomodarme el traje que ella había desordenado.

—Sé que ella es… —Suspiró—. Supongo que no debo repetirlo.

—Todo con tal de que ella quede alejada de esta mierda.

—Entonces es momento de irnos, cariño —susurró, acercándose a mí para abrazarme desde el vientre, tocando mis manos en el intertanto.

—¡Aléjate! —exclamé de manera automática.

Me acerqué a la pared y respiré hondo.

—Lo siento, a veces olvido que no puedo tocarte —dijo.

Asentí.

—Esto es un contrato, has firmado y espero que se quede en ello.

—Siempre cumplo mi palabra.

—Perfecto.

—A veces quisiera que fueras más humano —añadió en cuanto me di la vuelta—. A pesar de lo duro que eres con todos, incluyéndome, sé que esa mujer toca todo de ti, hasta ese corazón que buscas esconder.

Suspiré y me giré nuevamente.

—No voy a mentirte, Charlotte: sí, es a ella a quien quiero, por la misma razón te he pedido, de forma muy egoísta, que quites a todos los que pueden dañarla —confesé.

Pestañeó y miró hacia otra dirección.

—Es curioso, ¿no? Cuando estábamos juntos y te llevé a participar en los intercambios, nunca me molesté. Hay algo peor que verte con otra mujer, y es que ella sea quien ha logrado sacar tus sentimientos, tanto así que eres capaz de estar lejos con tal de mantenerla a salvo de lo que tú y tu familia significan. —Su voz se quebró a medida que hablaba, pero era una mujer orgullosa, que nunca se permitía más, lo que agradecí—. Sí, es más difícil.

—Nunca he podido corresponderte de la misma manera, Charlotte, eso lo sabes hace diez años.

Asintió.

—No voy a contradecirte, pero quería saber lo que ya era evidente.

Cerré los ojos un momento y luego la miré.

—Es Isabella, no puedo imaginarme una vida sabiendo que la han dañado —susurré.

Sonrió.

—La viuda te ha calado, ¿eh? La esposa de tu padre.

—No necesito que lo repitas.

Se cruzó de brazos y asintió.

—Sigo junto a ti, te debo esto y mucho más; me acunaste cuando perdí a mi hijo y me salvaste de Peter, eso es suficiente para mí.

Peter… ¿Cómo olvidarlo? Un cretino, capaz de lo peor… Ahora estaba muerto; por un lado había sido parte de aquello, no directamente, pero parte de ello, sí. Yo no era una blanca paloma.

—No tienes que recordarlo. —Saqué un cigarrillo de mi traje y lo encendí mientras caminaba hacia la ventana—. Agradezco lo que haces, Charlotte, pero no quiero que vuelvas a sentir que me debes algo al respecto.

—Entonces, tómalo como una muestra de apoyo; ella estará a salvo, nadie sabrá que ustedes están juntos —aseguró.

Tragué.

—No lo estamos.

La sentí suspirar.

—Ten cuidado, Edward, ella no parece una mujer que acepte que un hombre tome decisiones en contra de su voluntad, aun sea para mantenerla segura.

La miré mientras dejaba ir el humo.

—Parece dura y capaz de mucho.

Me quedé en silencio, porque tenía razón.

—Quizá ya sea demasiado tarde, imagino que la has herido.

Sonreí con tristeza.

—Lo hago con frecuencia, pero ahora duele y no sé qué hacer con esto.

Se acercó con cuidado.

—Es inherente a ti, pero si estás a tiempo, cuídala, está más segura contigo que sin ti.

No supe qué decirle.

—Todavía creo que puedes dejar tu zona de confort. No lo hiciste conmigo y sé que era porque no fui la indicada, pero ella… —Apretó los labios por unos segundos—. Sal de tu zona de confort —insistió.

Me tendió su mano, por lo que me puse los guantes y finalmente se la tomé.

—Los medios nos esperan y tu madre olvidará la existencia de Isabella, tenlo por seguro.

Era lo que deseaba.

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Me senté frente a la mujer, mirando con nerviosismo hacia su rostro. Era famosa en el estudio de la salud mental, por lo que debía estar acostumbrada a ver a distintas personas reconocidas del país; supuse que era un paciente más para ella.

—Edward, mucho gusto, soy la Dra. Weber.

Me miró los guantes y enseguida bajó la mano que esperaba tomar con la mía.

—Puedes ponerte cómodo, no voy a hacer preguntas que no quieras tocar por el momento, pero quiero que sepas que puedes confiar en mí, no voy a hacer eco de esto, no es ético y siempre me aseguro de hacer mi trabajo de la mejor manera posible.

Debía tener cuarenta años o más; llevaba un cabello cano hasta el mentón, el que contrastaba con su piel olivácea. Se veía sencilla, sin alardear de su gran trayectoria y profesionalismo.

—¿Siempre analizas a las personas? —inquirió con una sonrisa.

Levanté las cejas.

—Veo que sabe leer el lenguaje no verbal.

—Verás —suspiró y se acomodó en el sofá—, parte de mi trabajo es observar, aunque creas que eres muy complejo de entender.

Apoyé mis brazos en mis muslos mientras entrelazaba mis dedos entre sí, mirándolos, incapaz de concentrarme en lo que estaba a punto de hacer.

—Y sé que no lo piensas por egocentrismo, es porque no encuentras el idioma para entender siquiera lo que ha ocurrido en tu vida, ¿no es así?

Me aclaré la garganta y la miré; se veía compenetrada en su labor.

—Podemos comenzar por conocernos, ¿estás de acuerdo, Edward?

Asentí, preparado para sentirme un niño otra vez.

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Caminaba en medio de la oscuridad, enfrentándome a los sonidos de mi móvil, los que eran frecuentes debido al trabajo. Mi plan siempre era mantenerlo apagado cuando me tomaba algunos días de descanso, pero desde que había sucedido lo de Rosalie me mantenía atento. Lo único que me mantenía tranquilo era que estaba acompañada por mi hijo y por Anna.

Hoy había sido un día muy largo; no era fácil enfrentarse a la violencia de los medios, desesperados por primicias ridículas sobre la imagen del senador Cullen y una renombrada periodista con quien, además, ya habían tenido una historia. No me sentía cómodo, por ningún motivo, constantemente sentía culpa, tanta que me dolía el pecho y las palpitaciones aumentaban la prisión que tenía mi corazón. Madre había llamado de inmediato, desesperada por una respuesta al respecto, pero no tenía ganas de escucharla, no era capaz siquiera de saber que existía.

Paré de caminar cuando analicé mis pensamientos.

Me sujeté unos segundos de la pared y cerré los ojos, recordando la sesión de hacía unos minutos. La Dra. Weber había sido sutil, pero certera, lo que iba a ayudarme… o eso esperaba.

En mi caminata, di un recorrido por un lejano suburbio, en donde ya cerraban algunos puestos de periódicos: y ahí estaba, en la portada, montando una escena atroz para solo alejar a Isabella de mi existencia y mantener a mi madre a raya, otra vez, haciéndome cargo de todo con tal de que todo siguiera en su lugar, usando mi felicidad.

Mi felicidad…

Sonreí con tristeza.

La Dra. Weber había preguntado cuál había el momento más feliz del último tiempo que no tuviera que ver con mi hijo, y sin pensarlo, la recordé a ella, sí, a ella…

Cerré los ojos y respiré hondo. Las palpitaciones eran insoportables. Cuando finalmente pude abrirlos, vi unos iris amarillentos brillando en medio de la oscuridad. Entrecerré mis párpados para ver mejor, pero esos ojos se marcharon con rapidez, metiéndose en un callejón. Por instinto los seguí, enamorado de aquel color atractivo; cuando llegué hasta allá, noté que un perro gruñía mientras caminaba lentamente hacia esos ojos llamativos. Y entonces escuché un sutil maullido de auxilio.

—Hey, fuera de aquí —exclamé, guiado por el maullido.

El perro se hizo a un lado cuando pude entrometerme y entonces lo vi: era un pequeño gato negro con unos hermosos ojos, que a la distancia se veían amarillos, pero resultaron ser una mezcla perfecta de color ocre con chocolate.

Sonreí.

—Oye, ¿y tu madre? ¿Eh? —pregunté.

Apenas debía tener un par de meses.

Miré a los alrededores, buscando alguna gata que pudiera ser su madre, pero no se escuchaba más que el maullido del pequeño que tenía entre mis manos.

—Creo que estamos solos, tú y yo.

Suspiré.

No lo pensé mucho y me lo llevé al coche, que estaba a unos metros más allá. Cuando me senté y la tuve en el regazo, aproveché de mirar para identificar (si es que era posible) cuál era su sexo.

—No encuentro nada que sobresalga. Tal parece que eres una nena —le susurré mientras le acariciaba el cuello.

Enseguida comenzó a ronronear.

Su pelo, a contraluz, parecía tener reflejos castaños y rojizos.

—Te pareces mucho a alguien —le susurré.

Me quité el blazer y la arropé en el asiento trasero, momento que no desaprovechó para acurrucarse y ponerse a dormir.

—Todo cambia en un segundo —musité, poniendo el coche en marcha—. Eres adorable.

La pequeña gata se sobó en mi mano, y cuando ya no quiso más, me alejó con sus patitas, dándose la vuelta para dormir.

Reí.

—Sí, te pareces demasiado a Bella.

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Era bastante tarde, pero Demian aún estaba despierto; lo escuchaba reír junto a Rosalie y Anna desde la sala. Cuando la pequeña gata comenzó a maullar, sentí sus pequeñas pisadas corriendo hacia donde estaba.

Sonreí.

—Ga… Gatito —exclamó.

Caminé junto a él hasta la sala, donde vi a mi hermana y ama de llaves tomando un té. Ambas, al verme con la gata, abrieron los ojos de forma desmesurada.

—No me digas que has traído un gato —dijo Rosalie, levantándose del sofá.

—No, es un peluche —respondí de manera mordaz.

—Ah, qué pesado. Nunca pensé verte así.

—¿Con un animal?

—Pues sí.

La puse en el suelo y ella comenzó a caminar, reconociendo el lugar. Demian se sentó y le acarició la cabeza.

—Con mucho cuidado, DeDe, es muy pequeña y debe ser tratada con cariño y respeto.

Mi hijo asintió y siguió tocándola con mucho cuidado.

—¿Dónde la encontraste? —preguntó mi hermana.

—Estaba abandonada en un callejón, temí que le hicieran daño y… decidí traerla.

Pestañeó y luego sonrió.

—Vaya, es muy lindo lo que has hecho. ¿Vas a quedártelo?

Suspiré y vi la alegría de Demian.

—¡Papi! ¡Está haciendo un ruido muy gracioso! —señaló.

Todos escuchábamos su ronroneo.

—Sí, nos la quedaremos —manifesté.

—Ah, y es una chica.

Rose acarició su cabeza.

—Qué linda es —dijo Anna, dándome una mirada maternal y suave.

Le sonreí.

—No te preocupes por el cuidado y sus necesidades, Demian y yo nos encargaremos, ¿no es cierto? —le pregunté a él.

Mi hijo asintió.

—Mañana le compraré lo necesario. Podemos darle algo de pollo o pescado cocido, ¿no crees?

—¡Tengo uno guardado en la nevera! Lo traeré —exclamó Anna.

—Gracias.

Cuando nos quedamos a solas, Rosalie me miró con una profundidad que no supe identificar.

—Estás muy distinto —señaló.

Suspiré y me senté mientras miraba a mi hijo jugar con la gatita.

—¿Eso crees?

—Eso veo.

Nos quedamos en silencio por un momento.

—No sé qué responderte al respecto —dije con sinceridad.

—No tienes que responderme, déjame disfrutar lo que veo.

—Puedo decir lo mismo al verte. Estoy contento de saber que estás a salvo. Por favor, no vuelvas a hacerte daño.

Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Lo quiero intentar.

—Tienes mi apoyo y el de Alice, no estás sola.

Sonrió.

—Lo sé —respondió, volviéndose a Demian, que seguía jugando con la gata.

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Demian estaba sobre mi pecho, mientras terminaba de responder algunos mensajes importantes antes de cerrar por completo mi vida política, al menos por unas semanas.

Cuando bajé entre las nuevas noticias, me vi en medio de la pantalla, saliendo con Charlotte. Enseguida lo quité para que Demian no lo viera. Pero a medida que seguía bajando, vi una fotografía de Isabella; no me enfoqué en ello, sólo contemplé su rostro que, sin lugar a dudas, me hacía entrar en un trance en donde únicamente ella existía.

—Bella —dijo Demian, tocando la pantalla.

Seguía mirándola como siempre, rebosante de cariño.

—La extrañas mucho, ¿no?

Estaba adormilado.

—Bella —se quejó nuevamente.

—Yo también la extraño —dije.

Finalmente se quedó dormido, por lo que dejé mi iPad a un lado y lo observé dormir por un largo rato.

Daba mi vida por él, aun cuando siempre fue un problema, al menos para lo demás, que no fuera mi hijo sanguíneo.

—Ten un buen seño. Te amo —susurré, acomodándolo en la cama.

Apagué la luz y me puse a caminar por mi departamento, aquejado por el insomnio.

Mañana era el cumpleaños de mi padre, lugar en donde la vería. Me sentía un descriteriado por desear tenerla frente a mí, más que celebrar a papá, pero no podía mentirme.

En mi caminar automático, entré a mi habitación escondida, aquella en la que estuve con Isabella por última vez; no había sido capaz de entrar, hasta ahora.

Paseé por el lugar, tocando los pinceles, para luego mirar el lienzo a medio pintar. Isabella se había convertido en una gran inspiración, la que me trajo a volver a desear plasmar mis sentimientos en la pintura, lo que no me pasaba con frecuencia.

—Isabella —susurré, frunciendo el ceño.

Tomé el violín y comencé a entonar una que otra melodía, sin detenerme a pensar mucho en alguna pieza especial, simplemente toqué con los ojos cerrados, dejándome llevar por mis intensos recuerdos; pero aquello me llevó a desear, a la nostalgia, a aquel mísera necesidad por retroceder el tiempo e ir tras ella, sentirla, abrazarla y… Ah, me estaba volviendo loco.

Isabella, Isabella, Isabella…

La rabia se apoderó de mí, aquella explosiva desesperanza, desazón y desesperación, por lo que, en una influencia inequívoca de locura, golpeé mi violín contra la pared mientras gritaba.

No me sentía capaz de más.

La necesitaba, ¡la necesitaba, carajo!

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Me acomodé el traje y la camisa, mientras me miraba en el espejo. El negro solía hacerme sentir cómodo y representaba, por lo general, mi estado de ánimo. Acomodé las solapas en mi cuello y luego suspiré, sabiendo que iba a verla.

—Feliz cumpleaños, papá —susurré, sacando la granada de cristal de mi bolsillo—. Lamento que tú no seas la principal razón por la que estoy deseoso de estar ahí.

Y continué con la culpa, esa que nacía cuando recordaba quién había sido el esposo de Isabella.

Respiré hondo y tomé mis cosas, ya listo para salir.

Me despedí de DeDe y de Anna, en tanto Rose me esperaba en el coche, ya lista para participar de la misma celebración; madre no estaba invitada, ni los Denali.

—Al fin estás listo —exclamó mi hermana, sujetándose de su abrigo.

Había decidido utilizar un vestido azul oscuro que combinaba con sus ojos. Sus tacones eran plateado brillante, al igual que sus joyas. A veces, cuando la miraba con detención, veía a la niña que era con más intensidad, lo que me recordaba el miedo que sentía ella de mi rechazo si hubiera buscado mi ayuda y protección antes.

Me sentía culpable constantemente.

—Siento haberme demorado —dije.

—Ya. ¿Estás bien? Solo voy porque también estarás presente, pero tengo miedo de lo que pueda pensar nuestra madre…

—En esta ocasión quiero mantenerme lejos del miedo que podamos sentir por lo que ella puede pensar, ya somos adultos e Isabella ha demostrado no ser el monstruo que dicen —sentencié.

Asintió y sonrió con suavidad.

El viaje fue en silencio, probablemente por estar tan pensativos respecto a nuestro padre. Aún era difícil asumir que él no estaba en nuestro mundo.

Llegamos al reconocido salón de eventos, protegido por seguridad de alto calibre. A pesar de ello, continuaban los periodistas en el lugar, buscando alguna primicia, aglomerados de forma penosa e insensata.

El lugar era sencillo a pesar de su renombre, con una decoración elegante, pero no rimbombante. Había buen gusto, eso era innegable. Las luces eran el principal estímulo para llegar hacia destino, las cuales colgaban de diferentes puntos del alto techo que cubría con sutileza el cielo que había en el salón al aire libre. No era una sorpresa que, entre tanta belleza, mis ojos la buscaran a ella con desesperación.

Isabella, ah, ¿dónde te encontrabas?

—Todo se ve muy lindo —me dijo Rose, sujeta de mi brazo.

Pero no había manera de evadirla, mi mirada penetraba el lugar en el que ella se encontrara, por lo que la vi en cuanto se me permitió.

Sonreí.

Isabella estaba hablando con algunos amigos lejanos de mi padre, demostrando su dulzura, pero fuerte carácter. Recorrerla era un paraíso, no había forma de evadirla si estaba, además, tan hermosa. El verla usar un vestido corto, ceñido y el color, de un negro profundo, me quitó el aliento. Sus labios rojos eran una locura, así como sus mejillas rojas que hacían una combinación magnífica con su cabello castaño. Contemplarla era el paisaje perfecto para mí, era inevitable sentirme enloquecido.

Isabella…

Ya no era capaz de contenerme.


Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, ¿qué les ha parecido la antesala de la intensidad que se acerca? Es la catarsis de Edward y viene la explosión de Isabella; ya no hay manera de mantenerlos lejos, la desesperación por el otro surte una tormenta incontrolable. El próximo capítulo es brutal. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben lo que me gusta leerlas

Agradezco los comentarios de Wenday 14, Claryflynn98, Cinthyavillalobo, Pancardo, Elizabethpm, Arii Douglas, barbya95, Pam Malfoy Black, AnabellaCS, Marken01, Valevalverde, morenita88, Bellu sean Dwyer, nikyta, Naara Selene, Rommyev, Iva Angulo, Ana Karina, Ingrid Johana, cavendano13, saraipineda44, Ady denice, quequeta2007, Alyssa, OnlyRobPatti, Liliana Maciss, Lore562, Jen1072, Tata XOXO, miriarvi23, SanBurz, piligm, Gan, assimpkeaasthat, SeguidoradeChile, francicullen, angeladel, KRISS95, Iviu roo, Karensiux, Santa, Tereyasha Mooz, Anita4261, Ari Kimi, merodeadores1996, MarielCullen, NarMaVeg, MaledaCu, MakarenaL, Valentina Paez, miop, Jimena, Celina fic, NaNYs SANZ, mcalderona2, Noriitha, Fleur50, valem0089, Jocelyn, jupy, sool21, Elizabeth Marie Cullen, Rero96, Eli Masen, Dana Masen Cullen, paramoreandmore, PRISGPE, Beakis, Fallen Darle Angel 07, seiriscarvajal, Luisita, Ceci Machín, almacullrnmasen, Adriu, patymdn, robertsten22, joabruno, Jade HSos, Angelys285, Teresa Delgado, Paperetta, bbwinnie13, nydiac10, somas, Angel twilighter, DobleRose, AndreaSL, aledani y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, sus comentarios, su entusiasmo y su cariño me instan a seguir, de verdad gracias

Recuerda que si dejas tu review recibirás un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben poner su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá

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¡Y no olviden que mi libro "El Recorrido de las Flores" ya fue publicado! Pueden buscar el link para comprarlo, ¡son cuatro historias que ustedes ya conocen y sé que quieren leer!

Cariños para todas

Baisers!