Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
Recomiendo: When You Come Home - Mree
Capítulo 8:
Perdón
"Cuando vienes a casa, siento que el mundo cambia
(...) Amo cómo susurras mi nombre
(...) Podría estar así siempre o tanto como podamos..."
Isabella POV
Seguía soñando con Edward, pero esta vez se había transformado en un niño. Se veía tan vulnerable que acabé despertando en un intenso llanto, pero no podía recordar cuál era el trasfondo y por qué no podía calmarme.
Era como si necesitara de mi regazo.
—Mi señora —exclamó Serafín, llamando mi atención.
Me había quedado hipnotizada mientras contemplaba el infinito, sin dirección alguna. Mis pensamientos opacaban el tremor de la realidad.
—Se ve increíble —añadió el mayordomo, llevándose ambas manos al pecho.
Me reí y di un giro para pregonar de mi vestido de tono marfil; tenía incrustaciones de brillantes en la tela. Se ajustaba bajo mis hombros, manteniéndolos descubiertos y estilizaba mi figura, apretado en mi cintura y caderas, hasta caer con suavidad hasta mis tobillos. Era hermoso y el tajo que mostraba mis piernas era el mejor término para declararlo una joya inigualable. El bello vestido había sido un regalo de Carlisle, días antes de que Esme Cullen me conociera; había sido un obsequio distinguido, el que solo pude aceptar (porque no solía aceptar estas cosas de él) porque había sido una compra exclusiva a una fundación de mujeres costureras que habían sido auxiliadas de matrimonios abusivos en los que eran amas de casa, dependientes de aquellos hombres violentos. Supuse que sabía que era la única manera de que pudiera usarlo, y vaya que me sentía orgullosa de hacerlo. La única vez que lo llevé puesto fue para otro de sus cumpleaños, uno íntimo y cálido, el que fue interrumpido por su entonces esposa, oportunidad en la que desató todo su odio en mí, convenciéndose de que era la nueva amante. Semanas después, mi embarazo comenzó a delatarme.
—Recuerdo este vestido como si hubiera sido ayer —susurró, mirándome con los ojos brillantes.
—También yo. Ahora es el mejor momento de hacer que todas sigan conociendo a las anónimas creadoras de estas hermosuras y dejen de pensar que lo único importante es la marca registrada de diseñadores elitistas —comenté, tomando mi chal dorado.
Serafín rio y silbó al ver mis tacones.
—¿Han hecho eso especialmente para usted? —inquirió, maravillado con los brillos que combinaban con mi vestido.
Eran de tacón puntiagudo, con cristales y brillos que emulaban unas preciosas flores. Habían hecho un excelente trabajo y pagué todo lo que pude por ellos. No me interesaba el dinero para mí, sencillamente quería ayudar desinteresadamente a mujeres y niños, era lo que me hacía sentir cómoda y feliz.
—Han sido muy delicadas, no sabes lo sorprendidas que estaban de que eligiera más de ellas. Me alegra poder contribuir, además, a que se hagan muy famosas por lo que hacen.
—Estoy impactado, mi señora, han hecho un trabajo formidable. Ese vestido, además, me trae algunos recuerdos —añadió.
Le sonreí con malicia.
—El mismo que Esme vio cuando me conoció —musité.
Enarcó una ceja.
—Disfruto con la idea de enloquecerla, de provocar su ira y su odio; es lo que merece y no descansaré hasta hacerle la vida un completo martirio. Ni siquiera necesito hacer mucho, el mero hecho de robarle ese imbécil protagonismo y delatar su codicia, maldad y putrefacción, es suficiente para provocar su profundo sufrimiento.
—Me gusta escucharla y verla tan fuerte; eso es lo que usted necesita y lo que ella siempre ha odiado.
Me acomodé el cabello, el que yo había peinado y dejado caer con naturalidad por mi espalda.
—Ya no hay espacio para el miedo, Serafín, haré que se arrepienta una y mil veces del daño que ha hecho, en especial por mis hijas —afirmé.
Hubo un silencio muy profundo de parte de él, por lo que me giré a mirarlo.
—Tengo una noticia al respecto —anunció.
—¿Qué ocurre?
Mi corazón dolió de ansiedad y expectativa.
—¿Recuerda cuánto buscamos alguna pista, algo que nos ayudara a dar con, al menos, una dirección correcta para buscar a su hija?
Me llevé una mano al pecho mientras sonreía.
—¿Tienes algo? Serafín…
—Tengo el listado de todos los infantes nacidos ese día en ese hospital, incluidos los mortinatos. Y para evitar problemas debido a posibles fallos, se amplió el margen de búsqueda con algunos días de diferencia. La información fue sacada del sistema único de registro, es imposible que falle, nadie puede burlar ese sistema, sobre todo si una de sus hijas fue declarada muerta y la otra desaparecida.
Pestañeé mientras volvía a sonreír de dicha, ilusión y entusiasmo.
—¿Eso quiere decir que podemos encontrarla? —inquirí, todavía incrédula.
—Es lo que espero con toda esta información. Estoy averiguando con dos investigadores muy importantes, ambos son europeos e increíblemente exactos, prolijos y eficaces. Le prometo que este es el comienzo de un viaje con un destino que ha esperado por tanto tiempo, porque encontrará a su hija y el lugar en el que están los restos de su otra pequeña.
Sentí un nudo en mi garganta de sólo imaginarme el momento en el que pudiera llegar a ellas.
Corrí hasta Serafín y lo abracé, amenazando con lágrimas.
—Gracias, no sabes lo feliz que me has hecho, todo se hará más claro, ellas… ¡podremos encontrarlas!
—No descansaré hasta que eso ocurra, mi señora, vamos a dar con ellas. Solo, por favor, esta vez no llore, no quiero que se corra su maquillaje.
Asentí mientras me reía y limpiaba bajo los ojos.
—Hoy es un día para celebrar al señor Cullen y sé que quiere hacerlo bien, demostrar quién es Isabella Swan y cuánto aprecio sentía por él.
—Mi segundo padre —musité, pensando en su calor.
Siempre decía que le habría encantado que fuera su hija, pues me adoraba como lo hacía con Rosalie y Alice.
—Puede que la traten como a la viuda del señor Cullen, pero sólo usted y quienes sabemos lo que ocurrió, entendemos lo que realmente significó para él.
—A veces me cuesta mantener esa farsa, es tan sórdido para mí, Carlisle era mi figura paternal…
—Lo sé, sigue siendo difícil actuar de esa manera, no es fácil mentir con algo como esto, pero pronto podrá acabarse, solo necesitamos encontrarlas.
Asentí mientras sonreía.
—Sé que se convertirá en una explosión, pero haría todo por dar con ellas, hasta mi vida —aseguré.
Me besó la frente y luego me entregó mi bolso.
—Vamos allá, mi señora —me recordó.
El camino hasta allá fue tranquilo, mi mente se había esclarecido y de pronto sentí más alegría que hacía mucho tiempo. Cuando entramos a la zona de acceso, noté que la prensa esperaba a la salida, buscando alguna información que pudiera generar algo de qué hablar o bien tomar fotografías de alguno de nosotros en la celebración que muchos habían esperado, dado que era el primer cumpleaños de Carlisle desde su muerte.
El salón de eventos estaba situado en un tranquilo lugar a un lado del teatro principal de la avenida y su decoración arquitectónica era minimalista, acogedora y muy cálida, lejana a cualquier lujo exorbitante y desagradable. Al momento cruzar el acceso, en donde se encontraban guardaespaldas y anfitriones, sentí las luces de las cámaras y el sonido de obturador; ignoré cada uno de ellos y entré.
—Bienvenida, señora —saludó el anfitrión, agachándose con sutileza y suavidad.
—Muchas gracias —respondí con una sonrisa.
También saludó a Serafín, mientras un mozo me ofrecía una copa de champaña. En cuanto la tomé me la llevé a los labios y bebí, avanzando por el camino que llevaba a las escaleras hasta el centro de la celebración. En otra oportunidad, el mero hecho de que todos esos ojos ajenos se centrasen en mí, me habría provocado temor, ansiedad, vergüenza e intimidación, pero ahora todo eso había disminuido a tal punto de que nada me hizo querer retroceder, ni siquiera ante las miradas de algunos que lo hacían con recelo, prejuicio y desagrado.
—Buenas noches, querida —saludó la esposa del actual presidente, acercándose a paso rápido mientras sonreía.
—Es un gusto verte nuevamente —respondí.
—El gusto es mío. Todo está perfecto y no puedo evitar comentarte lo guapa que te ves, estás deslumbrante.
—Lo mismo digo de ti.
El presidente me saludó de la misma manera, manteniéndose cordial y cercano, como si siempre me hubiera conocido.
Me agradaba saber que ellos le tenían tanto respeto y admiración a Carlisle.
Recibí los saludos de muchos más, personas desconocidas, otras con gran renombre y su familia, porque ahí estaban Alice y Elizabeth, hablando mientras sostenían su copa. Me acerqué a ellas, y como ya estaba siendo costumbre, más ojos estaban puestos sobre mí, pendientes de mis movimientos, quizás muchos con cierta alevosía y recelo, así como también con mera curiosidad.
—¡Bella! —exclamó Alice, corriendo hacia mí para abrazarme.
Siempre me tomaba por sorpresa.
—Estás tan linda… Digo, ¡lo eres!, pero hoy estás increíble.
—Gracias, Alice, tú también, me encanta tu traje —respondí con una sonrisa.
Y vaya que sí. La originalidad de la hija menor de los Cullen me ponía muy alegre, pues seguía demostrando lo diferente que era. Usaba un traje de dos piezas en blanco y negro, como un tablero de ajedrez.
—Qué gusto verte, cariño —afirmó Elizabeth, dándome otro abrazo.
—Lo mismo digo, extrañaba tu compañía —susurré.
Al separarnos nos tomamos de las manos y nos contemplamos en complicidad. Sus ojos estaban brillantes de pesar, con su tristeza reluciente de nostalgia y melancolía; era quien debía estar en mi lugar, pero estaba acostumbrada a vivir en el anonimato, aun cuando ella fue quien siempre acompañó a Carlisle.
—Te ves maravillosa —le dije, contemplando su vestido largo de seda color verde agua, que combinaba muy bien con sus ojos.
—Lo mismo digo de ti, me encanta que lo lleves —señaló, mirando el mío con suficiencia—, espero lo vea, sé que estará muy feliz de hacerlo.
El tono irónico de su voz me hizo sonreír mucho más. Y sí, ambas esperábamos que esa mujer pudiera ver el vestido que llevaba.
—¡Rose! —chilló Alice, llamando mi atención.
Al girarme vi que ella se acercaba sigilosamente, usando un vestido rojo resplandeciente que incrementaba su impresionante belleza. Iba a acercarme para saludarla, contenta de verla más tranquila tras todo lo que le había sucedido. Sin embargo, rápidamente perdí mi atención en ella en cuanto vi que Edward le seguía los pasos.
Sentí cómo vibraban mis entrañas ante su mirada, tan feroz, penetrante e intensa. Claro que seguía entorpeciendo mi autocontrol y racionalidad, si simplemente era él… y eso era suficiente para comprender por qué me remecía la sola idea de tenerlo tan cerca. Y no era menos ahora, que llevaba un traje negro, lustroso, tan elegante como sí mismo; su camisa también era negra, y como siempre, no llevaba corbata. Todavía usaba sus guantes de cuero.
La sensación en mi vientre se incrementó cuando vi cómo seguía contemplándome, esta vez trayéndome recuerdos de toda índole, tan así que sentí un escalofrío. El recorrido que hizo por mi cuerpo no hizo más que estremecerme.
—Edward —añadió su hermana menor, sonriendo con suavidad.
Ella los abrazó, procurando no ser tan efusiva. Sin embargo, noté que él no estaba acostumbrado a esos gestos, lo que me entristeció.
—Es un gusto verte, Bella —me dijo Rosalie.
—También para mí.
Elizabeth nos contemplaba con sorpresa, claro, ¿cómo imaginarse que Rose iba a saludarme de esa manera?
—El lugar está muy adecuado y agradable, señorita Swan —susurró el senador, actuando con su semblante de siempre.
—Gracias, es la mejor manera de celebrar el cumpleaños de Carlisle —respondí.
Él iba a decir algo más, pero la sorpresiva entrada de Aaron interrumpió toda la atención.
—Qué alegría verlos a todos —exclamó.
Él, guapo y encantador, saludó a todos, pero Edward miró hacia otro lado. Sus ojos verdes incendiaban el tenso ambiente que se había formado, en especial cuando Aaron se acercó a darme un beso en mi mejilla.
—Estás tan guapa —me dijo.
Sonreí de forma educada.
—Gracias, tú también.
—Tú no te comparas —musitó de tal forma que solo yo pude oírlo—. Todas están espectaculares, no puedo evitar decírselos.
Todas sonrieron de la misma forma, encantadas con él, pero Edward tensó la mordida y respiró hondo, como si estuviera aguantándose algo.
—Es bueno verte de nuevo, Aaron, papá te quería tanto —aseguró Alice.
—Y yo a él, saben que era como un padre para mí, todo lo que soy se lo debo.
—Con permiso. —Edward retrocedió, gruñendo de manera baja. Antes de caminar hacia otro lado, tomó una copa del mozo que pasaba por su lado y se tragó toda la champaña de una sola vez.
—Veo que sigue sin tolerarme, ni siquiera en el cumpleaños de su padre —dijo Aaron, quitándole importancia con su sonrisa.
—Es algo de no acabar —agregó Rosalie—, no es menor, papá siempre apostó por ti para el senado.
Elizabeth y Alice fruncieron el ceño mientras la miraban, como si estuvieran regañándola.
—Ya sabes cómo es, es una costumbre —respondió Elizabeth, quitándole importancia.
—Lo sé y lo tomo como sus típicos exabruptos, estoy acostumbrado a su carácter —aseguró, llevándose la copa a los labios.
Rieron, excepto Rosalie, que miraba a Aaron con recelo y cierta animadversión. Podía entenderla, era probable que comprendiera más a su hermano, dado lo mucho que Carlisle quería al senador, así como decían, como a un hijo.
Otros invitados también se acercaron para saludarme, por lo que correspondí de manera amable, alejándome poco a poco de los demás. Sin embargo, mi atención iba a Edward, buscándolo irremediablemente entre todos los demás, posesa por esos sentimientos abrumadores que aún no podía controlar, y quizá nunca iba a poder hacerlo.
.
El cóctel estaba delicioso y lo mejor era que estaba hecho por un joven chef que estaba recién comenzando. No me había equivocado con él.
—Esto está espectacular, demasiado para que sea un cocinero tan joven y… desconocido —exclamó una conocida escritora de libros—, ¡hasta parece un chef!
Le sonreí de forma ácida.
—Es un chef —le dije—, que no sea conocido como lo que acostumbran no significa que no lo sea.
Alice tomó mi brazo y me alejó mientras reía, por lo que tuve que imitarla de manera hosca.
—Oye, que no se note que desprecias a esos ricos desagradables —me susurró, ahora riendo de verdad.
Me uní a ella de la misma manera.
—No estoy acostumbrada a este tipo de personajes —manifesté.
—Ni yo, y hay peores que ella, créeme.
Suspiré y le sonreí.
—Gracias por entenderme, comprenderás que este no es mi mundo, pero sé que a tu padre le habría encantado que al menos lo intentara.
—Bella, ¿está todo bien? —inquirió—, ya sabes, mi hermano…
—Hago lo que puedo —respondí con sinceridad—, pero con ello confío más en mi propia manera de afrontarlo. No voy a mentirte, verlo hoy…
Cerré mis ojos por unos segundos mientras sentía su mano acariciando mi espalda.
—Quiero que sepas que cuentas conmigo.
—Gracias, Alice, me agrada saber que puedo contar contigo.
—Créeme que hay muchos que les alegra verte, aunque la mayoría no te conozca. Aquí está la gente que realmente quería a mi padre y eso significa que todos agradecen que no esté mi madre. —Se encogió de hombros—. No los culpo, francamente. Sabía que podía estar tranquila sabiendo que ella no estaría aquí, y si te soy franca, no me importa lo que piense.
Era la primera vez que veía odio en su mirada.
—Sin embargo, sé que no debe ser fácil estar aquí, porque, bueno, ya sabes que conozco la historia real que había entre él y tú.
—No te preocupes, hago esto porque lo merece y no me importa si tengo que demostrar lo que acordamos.
Dio una sonrisa leve, pero no le llegó a los ojos.
—¿Estás segura…? —De pronto, me miró con entusiasmo—. ¿Sabes qué? Necesitas un momento de juventud, ¡conmigo!, vivir lo que viven las chicas.
—¿Y qué viven las chicas? —pregunté con el mismo entusiasmo.
—Pues disfrutar de una pequeña fiesta, escuchar música mientras comemos algo chatarra en la sala, hablar de series, películas, ¡libros!, no lo sé… Pero quiero ser tu amiga, Bella, déjame serlo, de verdad.
Seguí sonriéndole.
—No necesitas pedírmelo, Alice, ya lo eres.
Sus ojos se hicieron aún más brillantes, lo que me enterneció.
—Una disculpa —dijo Aaron, apareciendo en ese momento, llevando una sonrisa suave y cortés.
—Hola —respondimos al unísono.
—No quería interrumpir, pero quería felicitarlas, aunque Carlisle no está físicamente, en ustedes dejó su huella y hoy quiero saludarlas a ambas.
—Papá habría estado encantado de estar acá —comentó Alice. Entonces se giró a mirarme—. La que más se merece esas felicitaciones es Bella, que se ha encargado de todo y está tan fantástico.
—De eso no tengo dudas —comentó él mientras me contemplaba con atención—. Déjenme decirles que realmente se ven muy guapas.
—Tú también —añadí—. Gracias por venir.
—No podía perdérmelo.
—Con permiso, necesito ir al baño —se excusó Alice, dejándonos a solas.
Aaron suspiró.
—Debo decirte que estás impresionante, es imposible callarlo.
—Gracias, es un vestido hecho por mujeres…
Me callé al notar que no prestaba atención a mis palabras, sino a mis gestos y mi semblante.
Sí, le gustaba a Aaron, lo que me dejaba extrañamente confusa. Me halagaba, y mucho, pero era inevitable dar un paso al costado, como si me negara rotundamente a traicionar a Edward; sentí rabia y frustración, pues él estaba cómodo junto a Charlotte, sin importarle la prensa ni su exposición, como si estuviera cómodo de que todos supieran que ella era su novia. ¿Y lo era?, ¿realmente habían formalizado de esa manera, aun cuando Edward parecía negado a tener algo de esa magnitud? No quería sentir esto, no era justo para mí. La fidelidad era una acción solidaria, pura y fraterna, y él me había demostrado que no era capaz de algo así, porque no era un hombre solidario ni fraterno, menos puro… No, Edward no era puro y, aun sabiéndolo, había decidido dar un paso adelante, sabiendo que debía asumir las consecuencias. E incluso así, no me sentía capaz ni inmadura como para utilizar a un Aaron para fines infantiles como el provocarle celos a Edward, porque sí algo estaba segura de mí era que siempre había sido madura y fiel a mis acciones.
¿Pero por qué seguía buscando su presencia por todo el salón? Demonios, ¡¿por qué?!
—Lo siento, no puse atención a lo que me decías, discúlpame —exclamó Aaron.
—No te preocupes, me halagas.
—Siento ser tan sincero, no quiero causar mala impresión. En realidad… —Suspiró—. He sido desubicado, eres la viuda de Carlisle, estamos celebrándolo…
—Descuida, Aaron, sé perfectamente el efecto que puedo provocar. —Sonreí, provocándole una carcajada—. Espero te esté gustando el cumpleaños, lo he pensado con mucho cariño. Creí que traerías a tu novia o esposa…
—Puedo confirmarte que estoy soltero —aseguró—, no he tenido la suerte de encontrar el amor.
Me reí.
—No es lo primordial en la vida, ¿o sí?
Se puso las manos en los bolsillos y miró al suelo durante un rato.
—Quizás, ya a esta altura de mi vida, puede que sí sea una prioridad —dijo.
—Eres joven.
—Treinta años y pico, suficiente para entender que en la vida no todo es trabajo.
—Me agrada tu forma de ver las cosas, se ve que serías un buen… novio.
Rio con suavidad.
—Si eso es lo que piensas, pues te creeré.
Nos quedamos en silencio por unos segundos, pero noté que quería seguir la charla.
—¡Sr. Aaron! —exclamó Serafín, sorprendiéndome en el momento—. Es un gusto poder verlo, ¡acabo de hablar con el señor Thompson!, me ha comentado de su búsqueda por llevar a cabo el proyecto presentado por el señor Cullen hacía unos años… Oh, ¿estoy interrumpiendo?
El interpelado carraspeó.
—No, claro que no. ¿Thompson?, oh, hace tanto que no lo veo. ¿Me disculpas, Isabella?
—Ve, por supuesto.
Antes de que ambos se marcharan, Serafín me contempló por unos largos segundos hasta que se fue, charlando con Aaron. Me quedé un poco estupefacta, intentando adivinar a qué iba con esa mirada, pero preferí alejarme, necesitaba un poco de paz ¿y qué mejor que el baño?, a ratos necesitaba silencio y soledad.
Sin embargo, anunciaron la presentación del pastel de cumpleaños, que tenía una decoración de chocolate, fresas y ganache interior. Claro que era su favorita, Alice me lo había comentado. Los demás se acercaron de forma entusiasta y encendieron las velas, que emitían colores como chispas, haciendo reír al resto.
—Quiero agradecerles que hayan decidido aceptar mi invitación, es algo muy importante para mí. Carlisle los quería a todos, por eso decidí que todos estuvieran aquí. Vamos a por el canto, ¿no creen? —dije.
Y así fue, todos cantaban el cumpleaños feliz para él, donde sea que estuviera, sentía que podía estar siendo testigo de todo lo que estábamos haciendo por su recuerdo. Las miradas de alegría eran sinceras, pero la nostalgia y dolor la presencié en cada uno de sus hijos, como también en Elizabeth, que me rompía el corazón ante esa mirada llorosa.
—Sé que muchos quieren dar una palabra por este momento y…
—Si me permites, Isabella, me encantaría —dijo Aaron.
Miré a Edward, quien parecía haber dado un paso adelante, como si estuviera dispuesto a hacerlo.
—Preferiría que lo hiciera su hijo mayor, pero te agradezco mucho que lo desees —aclaré.
El mayor de los Cullen me contempló de forma pausada y luego se dirigió a todos con una copa de champaña.
—Quiero agradecer profundamente que me hayan permitido dar la palabra por el cumpleaños de mi padre —comenzó con solemnidad—. Es un día especial, uno que se valora luego de todas las cosas que han sucedido. Su ausencia significa mucho para nosotros, en especial para mis hermanas, que estuvieron a su lado cuanto pudieron. Por mi parte, sé que no he sido un hijo perfecto y menos el ideal, han sucedido tantas cosas que me recuerdan lo mucho que le debí como primogénito, pero siempre he querido lo mejor para nosotros y para él. Padre ha sido un gran ejemplo para mí, más de lo que todos puedan imaginar, y quiero pedirle perdón por los pecados que he cometido y sé que seguiré cometiendo, porque estoy lejos de ser perfecto, pero sabe cuánto significó y significa para mí. Hoy quiero mejorar por él, aunque caeré mil veces, realmente quiero mejorar por mi padre. Sé que está aquí y que estaría orgulloso de ver todo esto, por lo que le agradezco, señorita Swan. —Me miró mientras tragaba—. Nuevamente gracias. Padre ha sido un hombre bondadoso, más de lo que debió, pero sus valores permanecerán intactos, para nosotros y para su país. Agradezco haber tenido un progenitor capaz, inteligente y bueno, que sabía perdonar y buscaba la forma de mejorar la vida del resto. Sea donde sea que estés, papá, espero que sepas lo mucho que te extrañamos y recordamos. Feliz cumpleaños.
Todos sonrieron y levantaron su copa, para luego beber en silencio, con respeto y altura.
Luego de aquel emotivo momento y la cercanía con Edward, que de alguna u otra forma había sido más íntima de lo que creí, decidí que necesitaba soledad, sea donde sea.
Entré al baño y comprobé que el lugar estaba en silencio, lo que agradecí. Una vez que pude mirarme al espejo, noté el nerviosismo en mis ojos; parecían establecer la imagen perfecta de lo que sucedía en mi interior. Sentía que quería gritar, pero no, claro que no podía, la sola idea era remotamente imposible…
Me sujeté del filo del lavamanos y suspiré, buscando el suficiente aire para olvidar que Edward estaba por estos lados, que estaba desesperada por mirarlo, por tocarlo, por sentirlo… Ah, el desgarro de tenerlo tan cerca, de presenciar su existencia, de buscar prescindir de las emociones y sentimientos que me hacía sentir y olvidar que vivimos juntos. ¿De qué forma contener cada espacio de mí que clamaba por su ser?, ¿de qué forma aguantar el deseo irrefrenable que ocasionaba una hecatombe en mi existencia. Era una lucha que me estaba haciendo perder el control de mí misma, de lo que quería hacer y lo que era correcto para mí. Edward era mi profundo error, el que manchaba mis pasos hasta la locura, ese desquiciante torbellino infernal en el que me había sumergido al sentirlo, tocarlo, conocerlo…
—Basta ya —supliqué mientras temblaba de ganas por correr y sentirlo.
Todo era un abstracto submundo que sólo nosotros conocíamos, el que me había hecho soberana de los lugares más oscuros, viles y profundos en el que reinaba, dueño de todo y esclavo de nada, era ahí cuanto más deliraba por su ser, porque todo lo que relucía de su interior, incluso su aborrecible entorno, me fascinaba.
Me quité los cabellos de la cara y me hice a un lado el resto, poniéndome un poco de agua en el cuello mientras me mordía el labio inferior y veía aquella ventisca de locura que me empapaba de fuego, añoranza y desesperación.
Salí del baño respirando hondo, pues me tiritaban las manos y las piernas. Cuando iba a cruzar hacia el salón, saliendo de la penumbra del pasillo, choqué con el pecho de alguien, lo que me aturdió por unos segundos.
—Lo siento —dijimos al unísono.
Pestañeé, reconociendo tanto su olor como su perfume.
—No te vi —susurró Edward, respirándome en el rostro.
Hacía tanto que no lo sentía.
—Estaba despistada —murmuré, buscando una pizca de raciocinio, pero fallando en el intento—. Siento haber chocado contigo.
—Descuida, también estaba distraído —respondió.
Nos quedamos en silencio, ambos incapaces de avanzar y continuar el camino separados.
—Debo irme, tengo que estar pendiente de los demás —le dije.
—Espera —exclamó, impidiendo que diera un paso adelante—. No hemos tenido oportunidad de hablar.
Pestañeé y luego tragué.
—Sí, te agradezco que hayas decidido venir, es un día especial para todos, por Carlisle.
—En realidad, soy yo quien debe agradecerte por hacer esto —susurró—. Me gustaría que pudiéramos bebernos una copa en el jardín, claro, si es que tú estás de acuerdo.
Asentí de manera automática, sin pensar mucho en el resultado que podría acarrear esa decisión apresurada. Pero, vamos, no podía seguir juzgándome constantemente, ¡estaba siendo cruel conmigo misma…!
—¿Te parece si vamos ahora?
Miré un rato al suelo y luego asentí.
—¿Preocupado de que el resto te vea?
—El resto me importa un carajo, ya ha acabado gran parte de todo esto.
Y era cierto, varios de los invitados se habían ido o estaban disfrutando de sus últimas copas, ignorando a los demás.
Suspiré.
—Está bien —dije.
Caminé sin esperarlo y me conduje hasta la terraza, que aún estaba iluminada por las guirnaldas. Los garzones iban y venían, ofreciendo las últimas copas de champaña, pero estaba más desocupado de lo que pensé.
—Pues dime, ¿qué necesitas? —le pregunté luego de sostener la copa.
Apretó los labios por unos segundos.
—Necesitaba que estuviéramos en soledad, dentro todo es bullicioso y peligroso.
—¿Peligroso? ¿De qué hablas? Son personas que Carlisle quería y confiaba.
—Peligroso por vernos, Isabella.
Me reí.
—Ya veo. ¿Quieres algo más que decirme esto?
Apretó los párpados y luego se acercó a mí.
—Esto es más duro de lo que pensaba, Isabella.
—¿Qué cosa? —mascullé, sintiéndolo respirar cada vez más cerca.
—Me perdí tu felicidad y alegría.
Miré hacia otro lado.
—Busqué a tu padre y le di tu localización, esperaba verte sonreír por encontrarlo, él lo único que quería era venir contigo.
Fruncí el ceño.
—¿Tú?
—Lo investigué en cuanto me contaste de él.
—No tenías derecho.
Se acomodó la mandíbula.
—Solo lo hice por ti, quería que tuvieras a tu familia cerca, eso era todo lo que me importó desde que te vi llorar.
Me reí de manera nerviosa e incrédula.
—Así que fuiste tú —susurré, apretándome el vestido ante la ansiedad—. No debiste, no necesito que me ayudes, Edward, sabes perfectamente que no soy una princesa en apuros y tú no eres un guerrero dispuesto a cuidarme.
Lo hice a un lado para que me dejara pasar, golpeando su pecho, pero me tomó desde los brazos para que frenara.
—Nunca he querido ser un salvador para ti, solo quiero que puedas ser feliz.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Tampoco me interesa que seas el gestor de mi felicidad, no confío en ti, ¿por qué debería creerte?, no eres más que un Cullen, odias a todos, usas tu poder para atraerlos al infierno y así los devoras, qué gratificante, ¿no? —Me solté con fuerza—. No sigamos con esto, Edward, me hace daño…
—A mí también me hace daño, Isabella.
Tomó mi muñeca y me llevó hasta la zona trasera, donde el jardín permanecía vacío.
—¿Qué demonios te sucede? —exclamé.
Volví a soltarme mientras respiraba de manera desacompasada.
—No puedo seguir tolerando esto —susurró, apretando las manos enguantadas.
Apreté los labios.
—Has decidido. Está en ti, Edward, sigo siendo la viuda de tu padre.
Tragó.
—Hoy te vi y no pude contenerme —musitó—. Sólo pienso en ti.
Arqueé las cejas.
—No puedes decir eso, no aquí —sostuve.
—Lo sé, pero me propuse ser sincero contigo desde que acepté ir a terapia.
—¿De verdad estás…?
Me callé, no podía creerlo.
—No puedo dejar de pensar en ti, te he buscado toda la noche, eres adictiva, estás preciosa.
—Para, por favor —supliqué.
Tomó mi mano y la apretó con fuerza; no pude quitarme.
—Quiero hacerlo, de verdad, pero no puedo, Bella, no puedo controlar lo que me produces y no sabes cuánto odio no poder hacerlo, pero te convertiste en un incontrolable aire de felicidad para mí, debo aceptarlo, aunque deseo que me odies con todas tus fuerzas y que no merezco un ápice de ti.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Estás con ella, no me digas esto ahora.
—Bella…
—¿Ahora eres un hombre infiel? Por favor, deja esto ya, no voy a hacerle daño a otra mujer, por más que… sienta todo esto por ti.
Cerró los ojos con fuerza, volviendo a tomar mi mano. Acarició la palma con su pulgar y tiró de mí con suavidad.
—Sé que jamás le harías un daño así.
—Entonces déjame, por favor, no me hace bien.
Suspiró y me contempló aún más cerca, subiendo su mano por mi brazo hasta llegar a mi rostro. Cerré los ojos de inmediato, acongojada por la contradicción de mis emociones: quería que me retuviera, que me suplicara… Ah, qué egocéntrica, pero me era inevitable. Y junto a ello, también quería alejarlo, tanto que no tuviera deseos de volver a acercarse.
Su aliento volvía a invadir mi rostro, incrementando mi desespero, esas ganas brutales por besarlo. El calor que emanaba de su cuerpo era tentador y me llevaba a recordar sus abrazos, esa piel junto a mi piel, y la manera en que me sujetaba con todas sus fuerzas.
—¡Déjame ya! —gruñí.
Al alejarme acabé haciéndome daño. Mi muñeca ardía.
—Eres un maldito hijo de puta, ¿cómo puedes osar a tocarme y acercarte así? ¿Acaso no tienes respeto por esa mujer? Eres tal cual como lo imaginaba, la copia de tu madre, a quien no le importa el resto, sólo su propia satisfacción. ¿Quieres que sea tu ramera?, ¿consideras que así vas a dañarme por los errores que cometí y por entrometerme en tu familia?
—Isabella…
—Déjame en paz, ¡ya!
Me tomé la muñeca y tambaleé por la terraza, encontrándome con Emmett, quien parecía estar vigilándome durante todo el momento.
—¿Qué ocurre, señorita? —preguntó, sosteniéndome.
—Necesito irme.
—Yo la llevo…
—¡Quiero irme sola! —espeté.
Me solté y troté hacia el Valet Parking, quien cuidaba el coche, lejano a las cámaras de esos imbéciles periodistas. Sin embargo, el desnivel que había en el cemento, a la entrada del estacionamiento privado que había para mí y algunos importantes invitados, me hizo caer de bruces al suelo, por lo que acabé doblándome el tobillo y perdiendo el tacón; aún me dolía la muñeca, como si quemara.
—Necesito las llaves del coche —exclamé, asustando al trabajador—. Es el Lexus negro.
—Usted debe irse con el chofer y su guardaespaldas.
—¡Que me lo des, carajo! —grité.
—¡Isabella! —escuché decir a Edward.
Mi cabeza era un nudo de ideas, palabras y emociones.
—¡Rápido! Es una orden —gruñí.
El Valet Parking me entregó las llaves y me metí al coche, encendiéndolo enseguida. Había aprendido a manejar hacía años, pero de manera muy torpe, pero estaba tan desesperada que simplemente retrocedí y me puse en marcha, saliendo del lugar a gran velocidad mientras volvía a escuchar mi nombre. Como los vidrios eran polarizados, nadie pudo identificar que yo estaba adentro.
Lloré, como si la cercanía de Edward hubiera abierto una llave, una que mantuve escondida, temerosa y celosa. Quería gritar, pedirle a Dios que me diera fuerzas para olvidarlo, pues estaba entorpeciéndome y sólo me hacía daño. Estaba desesperada, porque no encontraba una forma adecuada para mantenerlo lejos sin sentir que lo amaba, así, con todas estas fuerzas.
Mis manos tiritaban en el volante y ni siquiera miré a mi alrededor, solo conduje al primer lugar que se cruzó por mi cabeza. Recibí cientos de bocinas en mi contra, luces y gritos para que me fijara en el camino, pero mi mente estaba en blanco. Mi muñeca dolía, mis rodillas ardían y mi pie poco a poco perdía la movilidad; sentía frío, pues estaba desnudo. «¿Dónde está mi tacón?», pensé.
Di vuelta en U y aparqué en el parque, ya a oscuras y a solas. Ahí estaban los asfódelos, artífices de recuerdos que seguían doliendo. No había ruido que interrumpiera nuestra silenciosa compañía.
Grité, explotando, y luego saqué la granada que siempre llevaba conmigo, esa que Edward me había regalado, y me dispuse a lanzarla hacia la laguna, deseando que se rompiera en mil pedazos. Sin embargo, no pude hacerlo.
Respiré hondo y me abracé a mí misma. Pero de pronto, en aquel núcleo de desesperanza y desasosiego, vi que ponían un asfódelo delante de mí; la mano que la sostenía me resultaba inconfundible.
—Perdóname —musitó junto a mi oreja, causándome escalofríos.
Me quedé quieta.
—Perdóname por hacerte esto —insistió.
Cerré los ojos, rompiendo en llanto. Me di la vuelta y me enfrenté al hombre que amaba, quien amenazaba con la misma acción: quería llorar.
—Acordamos mostrarle al mundo que ella y yo estábamos juntos porque necesitaba sacarte de la mirada de mi madre, pero siempre estabas en mi mente, incapaz de salir. Fue la única manera que mi tonto cerebro pudo crear para impedir que los medios te tuvieran como carnada. Charlotte y yo no somos absolutamente nada, Bella, solo me importas tú.
Tragué, dejando caer los brazos a cada lado de mi cuerpo.
—Perdóname —gimió—. Ya no puedo con esto. Perdóname —insistía.
Vi cómo se sacaba los guantes y los lanzaba al suelo.
—Perdóname por pensar que tú habías hecho eso contra Demian —agregó.
Se puso de rodillas y me tomó las manos.
—Perdóname por pensar por ti, por creer que de esta forma te iba a proteger —sollozó—. Perdóname, te lo suplico, ¡perdóname!
Estaba paralizada.
Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, he podido terminarlo luego de un mes super complejo a nivel laboral, pero ya al fin logré librarme de ello. ¿Qué piensan de todo lo ocurrido?, Edward ha roto con su propio auto control, lo que ha permitido que Bella pueda quebrarse ante las sensaciones que instintivamente ha querido guardarse, ¿qué creen que ocurrirá ahora con esta necesidad de perdón? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas
Agradezco los comentarios de Elizabethpm, dana masen cullen, Belli swan dwyer, Pam Malfoy Black, cavendano13, CelyJoe, melecha76, AnabellaCS, Tata XOXO, natuchis2011b, MaledaCu, Eli mMsen, seiriscarvajal, Fallen Dark Angel 07, angelaldel, Naara Selene, Rommyev, saraipineda44, Ceci Machin, ELLIana 11, jupy, miriarvi23, Cinthyavillalobo, Noriitha, piligm, beakis, assimpleasthat, Maribel 1925, alyssag19, Marbelli, Valevalverde57, nikyta, patymdn, Seguidora de Chile, MarielCullen, Wenday 14, francicullen, NarMaVeg, almacullenmasen, Liliana Macias, Teresa Delgado, Jocelyn, Jen1072, Laliscg, morenita88, Celina fic, Veronica, Paperetta, Rero96, MariaL8, Santa, Ady Denice, Elizabeth Marie Cullen, Ana Karina, Iva Angulo, merodeadores 1996, Anita4261, SanBurz, Gan, Jimena, Makarena L, valem0089, Jeli, JMMA, joabruno, Donna Sisniega, liduvina, Marken01, luisita, barbya95, NaNYs SANZ, Teresita Mooz, miop, Valentina Paez, Sakurtia07, ari kimi, sool21, Claryflynn98, paramoreandmore, Angel twilighter, Karensiux, PRISGPE, Adriu y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, sus comentarios, su entusiasmo y su cariño me instan a seguir, de verdad gracias
Recuerda que si dejas tu review recibirás un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben poner su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá
Pueden unirse a mi grupo de facebook que se llama "Baisers Ardents - Escritora", en donde encontrarán a los personajes, sus atuendos, lugares, encuestas, entre otros, solo deben responder las preguntas y podrán ingresar
Los atuendos de Bella y Edward, como el lugar en donde ha ocurrido el capítulo, estarán en mi grupo para que puedan disfrutarlo
¡Y no olviden que mi libro "El Recorrido de las Flores" ya fue publicado! Pueden buscar el link para comprarlo, ¡son cuatro historias que ustedes ya conocen y sé que quieren leer!
Cariños para todas
Baisers!
