Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Recomiendo:

.

Capítulo 9:

Más que cuerpos

Nunca había imaginado que un hombre tan duro y poderoso podía entregarme tanta vulnerabilidad. Su llanto era desgarrador y sus hombros se movían debido a los sollozos que salían de él. Tenía el cabello más desordenado que de costumbre y su camisa estaba desarreglada, algo que no era común de ver. Sus manos estaban cálidas y temblorosas, a diferencia de las mías, que se encontraban frías y rígidas.

—Perdóname —repitió, sosteniendo mis dedos con mucha más fuerza—. No me interesa que vuelvas a confiar en mí ni que quieras volver a verme como antes, solo necesito que me perdones, por dañarte, por darte la razón: soy un hijo de perra, te he arrastrado a lo que no mereces, tengo mucho que arreglar de mí, mucho que trabajar, que mejorar…

Su llanto volvió a intensificarse mientras bajaba la cabeza al suelo. Me soltó y se aferró a mi regazo, tirando de mi vestido.

—Sólo perdóname, no volveré a acercarme a ti, ni voy a dañarte, estaré protegiéndote, aun cuando creas que me acerqué a ti para vengarme. Y aunque sé que no quieres que te proteja, realmente es lo que deseo, no porque te sienta débil, es simplemente porque es lo que necesito hacer para estar en paz, me aterra que te dañen, no quiero que lo hagan cuando yo también lo hice…

Dejó de hablar y frunció el ceño mientras las lágrimas le mojaban la cara. Entonces me contempló y arqueó las cejas.

—Por favor, perdóname, sólo eso te pido, perdóname.

Se me escapó un gemido y me agaché para estar a su altura.

—¿Ella…? ¿Charlotte…?

—Estaba de acuerdo, siempre supo por qué lo hacía —explicó—, que era por ti.

Tragué.

—No llores —susurré.

La manera en la que se aferraba a mi regazo me destrozaba. Hades estaba implorando perdón de la misma forma en la que muchos lo hicieron con él; todo dios, por muy oscuro, poderoso e inalcanzable que fuera, llevaba un mundano en su interior, reviviendo los sentimientos que ocultaba para poder protegerse de su cometido, el de llevarse consigo, a su mundo de terror, a los pecadores.

—Me hiciste tanto llorar, es tan difícil de olvidar lo herida que me hiciste sentir —mascullé, recordándolo como si hubiera sido hoy—. Dudé hasta de mí misma, de lo que era capaz de darte, de la mentira que habíamos creado, la misma que sentía que creí.

Sus ojos se inundaron de un dolor todavía más grande, profundo, hasta que finalmente se hundió en una mirada vacía, una en la que ya no quedaban esperanzas ni sueños.

—No soy un juguete, Edward, ni una mujer por la que deban decidir —exclamé—. Todo lo que te intenté demostrar fue en vano, todo lo que llevas dentro ha explotado ahora que me sientes lejos, ¿es esa la manera en que el dolor nos hace actuar?, ¿Cuándo hemos creído todo perdido?

Respiré hondo y cerré los ojos con fuerza.

Sostuve su rostro para luego acariciarlo con suavidad. Quité sus lágrimas, pero era en vano, Edward continuaba llorando de forma amarga y desesperada.

—Me hiciste tanto daño, pero te perdono.

El color verde de sus ojos se intensificó y entonces me soltó, como si me permitiera marcharme para dejarlo a un lado y florecer, muy lejos de él.

—Aunque no me creas, te he pensado cada segundo que he estado lejos de ti. Tu perdón me mantendrá algo en paz, pero no dudes cuánto te estaré añorando, no importa cuándo…

—No me marcharé si es lo que piensas —murmuré con la garganta apretada.

Arqueó las cejas, sorprendido.

Ese niño otra vez, tan pequeño, tan vulnerable. No dejaba de mostrármelo, parecía haberse quitado una armadura tan pesada que ya no podía volver a ponérsela, estaba liberado, genuinamente abierto a sus sentimientos, a ser un ser humano, un simple mortal que sentía y lo hacía con más intensidad de lo que cualquiera podía siquiera pensar.

Lo abracé en mi pecho, cobijando su cabeza mientras acariciaba su cabello. Edward gimió y me abrazó desde la cintura, mojándome el escote con sus lágrimas. Era tan desgarrador que simplemente lo continué aferrando a mí, cuidando de ese hombre que nunca había podido recibir el sostén de alguien, ese hombre duro que escondía un ser precioso y dulce.

—Te perdono, Edward, pero no soy capaz de irme, es imposible, aunque quisiera poder odiarte, hacerlo con tanta fuerza para olvidarme de ti y no volver a sentir todo lo que guardo aquí dentro, por ti.

Pestañeó mientras me contemplaba.

—Te necesito tanto, Isabella, no he dejado de pensar en ti ningún segundo, cada día se tornó una miseria, una avalancha de emociones que nunca había enfrentado. No debí dudar de ti por ningún momento, pero sentía que era imposible que tú me quisieras a tu lado, que estabas conmigo para contrarrestar el odio que mi familia tuvo contigo, porque no era digno de ti, no, no lo era. No debí, lo siento tanto, perdóname…

—Ya te dije que te perdono —musité, quitándole el cabello de la frente—. Me ha dolido tanto, no te imaginas cuánto, pero puedo entenderte; no soy tu enemiga, Edward, no podría. Y no he dejado de desear que vuelvas a abrazarme, que me contengas, que vuelvas a tocar el violín mientras te veo, ser testigo de tu pintura, sentirte…

Me besó, quitándome un suspiro de una desesperante necesidad. Sus labios estaban mojados producto de las lágrimas y sabían a sal y a él. Rodeé su cuello con mis brazos y lo recibí con locura, mientras me sostenía con mucha más fuerza, como si temiera que me fuera. Sus besos eran intensos, cálidos, apasionados, ah… simplemente perfectos, no había dimensionado cuánto lo había extrañado hasta este momento, en el que sentía alivio, dicha y el amor vehemente que tenía por él.

—Bella —gimió, juntando su frente con la mía para respirar.

Todo en mí detonó y rompí en el mismo llanto, ya no podía callarme, ni siquiera era capaz de mantenerme recta ante su petición desesperada.

Volví a besarlo, hundiendo mis dedos en el cabello de su nuca. Sentí su lengua y mis piernas temblaron, por lo que me dejé llevar por esa necesidad imperiosa, recordando y reviviendo cada deseo intenso que nacía por él. Olvidé respirar, solo existían sus labios y las caricias de sus manos en mi espalda y cintura, aferrándome a su cuerpo como nunca lo había hecho antes. Su boca era cálida, suave, dulce y sabrosa, contrastando con la leve aspereza de su mandíbula por la barba que comenzaba a nacer.

Se separó de mis labios con un camino de pasionales besos por mi nariz hasta llegar a mi frente, apretándolos contra mi piel hasta que acabó jadeando.

—Pensé que nunca volvería a besarte de nuevo —musitó, quitándome algunos cabellos del rostro—. Es un sueño hecho realidad.

Suspiré y me acurruqué en su hombro.

No podía parar de llorar. Era como si me hubieran abierto el corazón y este respirara aliviado, rompiendo mis propias barreras de desesperanza y desasosiego.

—Si vuelvas a hacerme esto no te perdonaré —le dije, separándome para mirarlo—. No podría aguantar este dolor una vez más.

Tragó.

—Prefiero morir antes de hacerlo otra vez. Lo siento, lo siento, yo…

Le tapé los labios.

—Ahora es momento de que demuestres lo que quieres de mí —susurré.

Sonrió con suavidad y me acarició las mejillas con sus pulgares mientras me sostenía el rostro.

—Lo haré cada segundo de mi vida.

Mis entrañas se estremecieron tanto que temblé de ilusión.

—Hace frío aquí, no quiero que te resfríes.

Se levantó e intentó hacer lo mismo conmigo, pero al intentar apoyar mi pie para hacerlo, sentí un fuerte dolor en mi tobillo. Él se agachó para mirarlo y tocó la piel con cuidado, lo que volvió a doler.

—Te has esquinzado —dijo.

Su voz se oía preocupada.

—A propósito, perdiste tu tacón.

Había pasado por alto el frío del césped y el dolor tras doblarme el tobillo. Ahora que la adrenalina se había ido, sentía un fuerte dolor punzante y la sensación helada y paralizante.

—Tenemos que irnos a un lugar más cálido, debes descansar y reposar el pie…

Me reí por primera vez luego de todo lo que había sucedido.

—Vaya, había olvidado cuán hermosa te ves riendo —dijo.

—¿Quieres llevarme contigo?

—Lo siento, quizá tú no quieres, tienes razón. Puedo llevarte a tu departamento…

—Quiero irme contigo —aclaré.

Sonrió de esa manera varonil, maravillosa y despampanante. Mi corazón se desbocó.

—Que seamos tú y yo, solos —agregué.

Me agarró en sus brazos, tomándome por sorpresa, por lo que emití un pequeño grito. Me hacía sentir como una pequeña doncella, la cual llevaba en su lecho sin esfuerzo, protegiéndola de todo.

—Es mejor que sea pronto —dijo.

Abrió la puerta de su coche, la del copiloto, pero antes de que pudiera meterme dentro, vimos cómo alguien estaba observando cuidadosamente desde unos metros más allá.

—Emmett —exclamé.

Él se mantenía de brazos cruzados. Se mimetizaba con la oscuridad gracias a su traje negro y su rigidez, sin mover un solo músculo.

—Siempre estoy pendiente de usted, ese es mi trabajo —explicó desde su distancia, manteniéndose sin expresión—. El equipo de seguridad se llevará el coche adónde usted me diga, pero me mantendré con usted.

Edward tenía el rostro inexpresivo, volviéndose el hombre que todos veían, serio, duro y distante, aunque con Emmett parecía mucho más intensificado.

—Mantén a Serafín tranquilo, dile que estoy bien.

—Ya lo sabe desde que supo que el señor Cullen ha ido tras usted.

Me sorprendí un poco.

—Él ha mantenido todo en orden desde que se fue. ¿Necesita algo más?

—Búscale algo de ropa —ordenó Edward.

—Solo sigo órdenes de la señorita Swan —respondió mi guardaespaldas.

—Hazlo. Gracias —dije.

Asintió y se llevó la mano a la oreja, donde probablemente tenía el auricular de contacto con el resto del equipo.

Finalmente, Edward me metió dentro del coche, se quitó el abrigo, lo puso sobre mí y cerró la puerta, para luego sentarse a mi lado, dispuesto a conducir. Sin embargo, no se movió durante varios segundos. Al mirarlo noté que estaba apretando la mandíbula, luchando con su rabia.

—Es verdad, solo sigue mis órdenes.

Llamé su atención de inmediato.

—Lo detesto.

—¿Porque no puedes decirle qué hacer?

Negó.

—Porque me pone muy celoso.

Me quedé sin habla por un momento. Era la primera vez que asumía que tenía celos.

—¿De verdad? Edward…

—Lo sé. —Tragó—. Soy muy celoso contigo, no puedo controlarlo.

Sonreí y le toqué una de sus manos desnudas.

—Imagina cómo me he sentido al verte con ella —susurré.

Frunció el ceño y asintió.

Tomó la misma mano que tenía sobre la suya y se la llevó a los labios, besándola con cuidado.

—Voy a demostrarte lo mucho que me importas, supongo que tengo mucho que enmendar.

—Mucho que enmendar, Edward, no será fácil olvidar y no me considero una persona incapaz de sentir rencor. Quiero que entiendas que no permitiré algo así nunca más, y que si se repite, sea como sea, no querré volver a verte. En mí no encontrarás una mujer que acepte migajas, dolor ni expresiones a medias, como tampoco errores tras errores, y menos aún, seré capaz de quedarme aquí sólo porque eres Edward Cullen. Valgo demasiado para permitir más.

Él acabó sonriendo.

—Eso es lo que me atrajo tanto de ti —dijo.

—Tendrás que enmendarlo, recuérdalo, porque no quiero llenarme de rencor.

Me acarició el labio inferior a la vez que me miraba a los ojos.

—No quiero perderte de nuevo —musitó.

Sentí escalofríos.

—Quiero enmendar cada pecado que he cometido, nunca dejaré de hacerlo, es mi manera de demostrarte lo que significa para mí que siquiera hayas decidido escucharme. No quiero tu rencor, pero sé y quiero seguir mostrándote todo lo que soy capaz de hacer por ti.

—Quiero verlo —respondí.

Besó mis labios y finalmente se alejó con lentitud.

Temblé de frío en ese momento, por lo que inmediatamente encendió el coche y con ello también la calefacción.

—No vuelvas a hacerlo —agregó antes de avanzar.

De pronto estaba muy enojado.

—¿De qué hablas?

—No vuelvas a conducir de esa manera, apenas y sabes frenar, ¿sabes lo que eso significa? —gruñó—. Mientras te seguía, el corazón se me destrozaba de terror. Pudiste sufrir un accidente, ¿qué habría ocurrido si te pierdo…?

Se calló y me besó la frente otra vez, frotando sus labios con fuerza sobre mi piel.

—No lo vuelvas a hacer.

No era una orden, sino una súplica.

—Lo siento, ni siquiera podía pensar correctamente.

—No me digas que lo sientes, el que debe hacerlo soy yo, al fin y al cabo es mi culpa por actuar como un imbécil.

Se separó y sacó algo de los asientos traseros: era el tacón que había perdido.

—Vaya, ahora soy Cenicienta y tú mi príncipe azul —bromeé.

Rio con suavidad.

—Digamos que soy más un villano que te ha raptado.

Sonreí.

—Pero yo no quiero volver.

—Ni yo devolverte.

Le dio un último beso al dorso de mi mano y condujo hacia la avenida, metiéndose entre los demás coches.

El viaje no fue largo como tampoco desconocido, sabía perfectamente hacia dónde nos dirigíamos: aquel hotel al que me había llevado en su momento, de aspecto gótico, elegante y misterioso.

—Espero que no te moleste que te haya traído aquí, es mi lugar y el único en el que, al menos hoy, nadie va a molestarnos. Si gustas, podemos ir a tu departamento y…

—Quería que me sorprendieras —susurré.

—¿Y lo he logrado?

—Un poco. —Sonreí—. No tuve suficiente de este hermoso lugar desde la última vez que vine. También quiero que estemos a solas, sin que nadie pueda interrumpirnos.

Me acompañó con su sonrisa y me acarició la barbilla.

—Señor Cullen, buenas noches —saludó el valet parking, perfectamente vestido con su camisa roja, pantalones negros y moño del mismo tono—. Es un agrado verlo después de tanto tiempo.

—Buenas noches —respondió—. Ella es Isabella Swan y quiero que sea tratada como la dueña de este lugar, es una orden.

—Por supuesto. Un gusto verla, señorita Swan, mi nombre es Sebastian.

—El gusto es mío, Sebastian.

Edward abrió la puerta y luego la mía, tomó mi mano y me ayudó a salir con mucho cuidado, dado que mi pie se encontraba inflamado y adolorido.

—En estas fechas las habitaciones se vuelven más caras, por lo que sólo damos espacio a cierto tipo de personas, por lo que prácticamente nos sentiremos solos y a salvo por hoy —me murmuró al oído para luego volver a levantarme entre sus brazos.

—Tomaré la última planta, como siempre.

—Por supuesto, señor.

Me bajó para entrar al ascensor y ahí nos dirigimos hasta el ápice del hotel, que era la número diez. Como siempre, en cada zona del hotel, contemplé la hermosa decoración infernal que me recorría. No conocía esta planta. Sólo había otro ascensor al salir y unos cuadros gigantes que cubrían las altas paredes, lo demás eran cristales, abarcando el espectacular paisaje desde las alturas.

—No sabía que usabas esta zona…

—Hace mucho tiempo que no venía, dejé de hacerlo cuando Demian llegó a mi vida. Aquí, la soledad se volvía menos deprimente, bien dicen que sentirse solo en el que debería ser tu hogar, es una pesadilla, en este lugar, al menos, esa miseria resultaba menos intensa —susurró, poniendo una tarjeta y sus huellas para entrar.

Abrió la puerta y nuevamente me tomó entre sus brazos para llevarme hasta adentro. Me quedé impresionada de lo linda que era la decoración, de un estilo gótico que recordaba al estilo de las catedrales europeas. El brillo de las estrellas, la ciudad y la luna iluminaban todo, atravesando los amplios y limpios cristales.

—Parece una iglesia —dije, recorriendo las paredes tersas, los increíbles cuadros barrocos de Goya y la lámpara de cristal que estaba en medio de la sala de estar.

—Siempre me ha gustado eso —murmuró—. Disfrutaba de sentirme desagradado por todo en un lugar santo, puro… Bondadoso, quizá. Era placentero sentir que me apoderaba de la benevolencia que representa la religión.

Dirigí mi exclusiva atención a él, que todavía me sostenía.

—Verás, la idea del cielo y el infierno es parte de todas las formas de ver el mundo, o al menos la mayoría de ellas. Somos seres que, de alguna forma, buscamos encontrar una explicación a nuestra existencia, sobre todo el saber cuál es nuestra recompensa a la hora de actuar de forma correcta… o el castigo que recibiremos si nos convertimos en pecadores o profanos. —Sonrió mientras entrecerraba sus ojos—. Esto es como… apoderarte de esa idea, ¿sabes?, disfrutaba esa mierda, sentirme dueño de todo esto, como si fuera ingobernable, apático a esa idea maldita de que debemos actuar de forma correcta para tener el perdón divino. Era el dueño del infierno riéndome del cielo, incapaz de ser atrapado. Qué hijo de puta tan soberbio.

—¿Sigues pensando lo mismo? —inquirí.

—No, claro que no. Demian merece a un padre que busque el cielo para él, y no quiero ser ingobernable, quiero estar centrado en mi hijo, en su bondad, en la benevolencia que representa, porque es lo que me ha enseñado desde que lo tuve entre mis brazos.

Sus ojos demostraron su emoción y el amor que rebosaba por aquel pequeño.

—Espero seguir demostrándole que él puede ser el niño que yo siempre quise.

—Entonces, ¿por qué me traes aquí?

Sonrió y me miró con tanta intensidad que me provocó escalofríos.

—Porque con esto quiero reconciliarme con el Cielo.

Tragué.

—Eres quien me recuerda al bastardo que soy y fui, como también lo puro que nace de mí cuando pienso en ti.

No sabía qué responderle, pues no podía parar de estremecerme.

—Vamos al sofá, quiero ver tu pie.

Me acomodó en él, que era café y de cuero. Puso una rodilla en el suelo delante de mí y yo, de forma muy tímida, deposité mi pie sobre su muslo.

—Se está inflamando. —Chasqueó la lengua y acarició el tobillo con suavidad—. Te daré algo para el dolor, ¿te parece?

—Gracias —respondí—. Siento que me palpita hasta el talón.

—Es que te has hecho una abrasión, debiste caminar con mucha fuerza por la tierra del parque.

—Tenía mucha rabia.

Suspiró y puso sus manos en mis mejillas, acariciándolas con sus pulgares.

—Lo siento.

—No vuelvas a pedirlo, quiero verte actuar.

Sonrió.

—Si hay algo que es irresistible en ti es tu determinación.

Me reí.

—No sabes cuánto quería escuchar eso. ¿Puedo besarte?

—¿Desde cuándo necesitas pedírmelo?

Continuó sonriendo y entonces me besó.

—Dame un minuto.

Asentí y lo vi alejarse.

En mi soledad, me pregunté si estaba soñando o realmente esto estaba sucediendo; parecía un imposible, una escena onírica que sólo iba a generar ilusión, pero sí, estaba sucediendo. No había dimensionado lo mucho que quería volver a sentirlo y que pudiera ser sincero, imaginando estos mismos escenarios en donde su lado más dulce me envolviera hasta la completa dicha.

—Espero que el agua esté a tu gusto —dijo.

Venía con un receptáculo lleno de agua y dos toallas blancas.

Volvió a la posición anterior y pidió mi pie para ponerlo dentro. El agua estaba caliente y deliciosa. Remojó una de las toallas, le quitó el exceso de agua y comenzó a pasarla por mi pie, procurando hacerlo con la mayor delicadeza posible. La manera paciente con la que lustraba mi piel me hipnotizó. Lo hacía con mucha ternura, cuidando cada movimiento para no incomodarme ni provocarme dolor.

—¿Te he hecho daño hasta el momento? Debe estar muy sensible.

En cuanto posó sus ojos verdes en mí, temblé desde los pies a la cabeza.

Mierda. Era tan guapo.

—Me ha relajado mucho.

Sonrió.

—Dame el otro pie.

Y así lo hice, siendo testigo de cómo volvía a esmerarse por descansar mis pies.

—Te lo agradezco, no estoy muy acostumbrada a llevar tacones por más de una hora.

—Entiendo. Pero debo decir que con ellos y tu vestido te ves irresistible.

Me reí y me aferré a su cuello, acercando mi nariz a la suya.

—Puedo decir lo mismo de ti.

De pronto me abrazó y volvió a sostenerme, manteniéndome siempre junto a él.

—¿Quieres comer algo? Puedo llamar…

—No tengo hambre, en realidad, solo quiero estar contigo.

Me seguía contemplando con tanta profundidad que únicamente podía ruborizarme como respuesta.

—Me siento más libre —musitó, acariciándome el cabello—. Siento que puedo hacer todo lo que quería, sin miedo a sentirme vulnerable.

Tragué.

—Nunca me he sentido cómoda o bien ante las expresiones de cariño, no de esta magnitud, quizá porque no lo había recibido nunca —susurré—. Ya sabes, eso de la cursilería me asquea.

Rio.

—Supongo que… hay personas con las que todo nace de manera natural —agregué.

Se acercó y corrió el cabello que cubría mi rostro, acomodó su mano en mi mejilla, acarició mi labio inferior con su pulgar y luego me besó. Podía sentir la potestad de su lengua suave, húmeda y deliciosa.

—Ya no quiero pensar, solo quiero actuar y dejar que todo lo que deseo se cumpla —afirmó, para luego volver a besarme.

Acabé sentada sobre sus piernas, cómoda, ahí, donde alojaba su regazo.

Cada instante que pasaba me recordaba el por qué lo había extrañado tanto.

Cuando nos separamos para respirar, sentí el sonido del teléfono; probablemente era de la recepción.

Edward se levantó y respondió con seriedad, cambiando de forma drástica ante mis ojos. Se tornaba muy impávido cuando se trataba del resto.

—Perfecto, traiga al botones —ordenó.

—¿Qué ocurre? —pregunté en cuanto colgó.

—Tu guardaespaldas te ha traído algo de ropa. Él se quedará custodiando junto a mi equipo de seguridad y el tuyo.

Me reí.

—Se llama Emmett.

Miró hacia el techo mientras suspiraba.

Tocaron a la puerta y Edward recibió una caja blanca que me acercó para que la abriera. Adentro había un pijama de algodón de color rosa, adornado con caricaturas de osos infantiles. Me hizo mucha gracia.

—Me encanta —señalé.

Edward sonrió y me abrazó desde atrás, sosteniendo mi vientre con sus amplias palmas y largos dedos.

—A mí también —me dijo al oído.

En ese momento sentí la fuerza del cansancio sobre mí. Sentía que me había pasado un camión por encima, probablemente por las emociones y la adrenalina.

—Necesitas descansar, sobre todo por lo que ha sucedido… y por tu pie —dijo él, acariciando las curvas de mi cadera.

—Quiero que me acompañes toda la noche.

—No dudes de ello, no quiero estar separado de ti —me aseguró al oído.

Cerré los ojos, volviendo a sentir las descargas de emoción por todo mi cuerpo.

La habitación tenía el mismo estilo, pero era muy romántico e iluminado. La cama era muy amplia y llevaba un cabecero inmenso de ébano.

Edward caminó hacia mí y comenzó a desabrochar mi vestido mientras besaba mi hombro y cuello. La ternura que emanaba de él me sorprendía de forma grata y me daban ganas de llorar, porque sencillamente me volvía a encandilar como la primera vez.

—No creas que lo que busco es únicamente sexo contigo, hoy quiero sentirte sin recurrir a eso, salvo que desees…

—Sólo abrázame, Edward, necesito sentirte tal como tú, saber que estás y que no solo quieres verme de manera carnal.

—No pienses eso. Aun así, no te culpo, alimenté esa mierda de idea, pero quiero que sepas que sencillamente quiero tenerte cerca. Duerme conmigo, cariño, siempre estaré para ti.

Me helé en un segundo.

¿Me había llamado "cariño"?


Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, ¿qué les ha parecido todo este boom de emociones? La intensidad recién comienza. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

He pensado en volver a subir algunas historias anteriores otra vez, pero eso sólo depende de su apoyo, que es fundamental

Agradezco sus comentarios, durante la noche estarán aquí cómo forma de reconocerlas, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, sus comentarios, su entusiasmo y su cariño me instan a seguir, de verdad gracias

Recuerda que si dejas tu review recibirás un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben poner su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá

Pueden unirse a mi grupo de facebook que se llama "Baisers Ardents - Escritora", en donde encontrarán a los personajes, sus atuendos, lugares, encuestas, entre otros, solo deben responder las preguntas y podrán ingresar

Los atuendos de Bella y Edward, como el lugar en donde ha ocurrido el capítulo, estarán en mi grupo para que puedan disfrutarlo

¡Y no olviden que mi libro "El Recorrido de las Flores" ya fue publicado! Pueden buscar el link para comprarlo, ¡son cuatro historias que ustedes ya conocen y sé que quieren leer!

Cariños para todas

Baisers!