Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Recomiendo: The One - Nick Broadhurst

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Capítulo 12:

Cita

"Báñame en tu luz del sol

(...) Tú eres la única

(...) Me obligas a rendime

(...) No hay necesidad de correr ni de esconderse

(...) Estamos haciendo magia entre los dos

(...) Y siento a través de ti..."

Sentí una fuerte sensación de desasosiego.

¿Por qué?

—Con permiso —añadió el paramédico.

Todo me resultaba una maldita locura.

Serafín tiró de mí para alejarme, evadiendo a las personas que tenían puesta su atención en el suceso. No fui consciente de cuánto nos habíamos alejado hasta que me vi en el coche, con Emmett manejando a gran velocidad.

—Necesito parar —dije, volviendo a la realidad.

Mi guardaespaldas se detuvo y se acomodó en un Autostop.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Serafín. Sonaba preocupado y algo agitado, como si algo le hubiera calado la garganta—. Señor McCarty, creo que necesita agua o…

—No necesito agua —musité.

Me quedé mirando al vacío, preguntándome por qué era tan difícil, por qué todo parecía injusto… ¿Por qué yo?

—Alguien sabe lo que estaba buscando —añadí.

Mi mente pasaba por infinitas emociones, de las cuales no podía aferrarme.

—No puedo permitir que esto se quede así —insistí.

Me tambaleé y me aferré a Serafín con los ojos llenos de lágrimas.

—Quiero que todo esto se acabe.

—Lo podemos lograr, pero necesita respirar, lo que acaba de pasar…

—Necesito…

Mi labio inferior tembló hasta que la vulnerabilidad y el temor se instalaron en mí.

—¿Qué ocurre si se ha acabado toda posibilidad de saber de mi hija viva? —le pregunté.

—La habrá.

Apreté los párpados y me abracé a mí misma.

La vibración de mi teléfono me hizo brincar. Cuando vi que quien llamaba era Edward, mi corazón se apretó más.

—Hola —saludé temblorosa.

—Hola… ¿Qué pasa? Suenas extraña.

—Es que… —Apreté los labios y comencé a llorar—. No sé cómo sentirme, de verdad no sé.

—Espera, ¿dónde estás?

—En Chicago —gemí.

De pronto sentí mucho frío.

—Espérame, al menos unas horas, sólo espérame.

Continué llorando, pues sentía que me desgarraban el pecho.

.

Me había quedado dormida en el coche luego de llorar en silencio mientras Serafín se mantenía en silencio y Emmett resguardaba el perímetro.

Desperté en medio de la noche y un mutismo que me confundió. Sentía que estaba en el abismo.

—¡Bella! —gritó alguien desde la distancia.

Me limpié la cara y abrí la puerta, encontrándome con Edward corriendo hacia mí.

—Bella —repitió cuando estuvimos frente a frente.

Mi barbilla tembló y me eché a sus brazos, queriendo su consuelo y su calor.

—¿Qué ocurre? Dímelo.

—Tengo tanto que decirte —gimoteé—. Es demasiado. Siento que nunca podré lograrlo, que estoy sola en esto a pesar de todo, que voy a volverme loca y que todo esto es un error, algo que nunca debí hacer…

—Shh. —Me contuvo, abrazándome con fuerza—. No estás sola. Sé lo que significa sentirse así, pero no quiero que pienses que no estoy aquí.

Me acarició el cabello mientras me calmaba.

—Cuando quieras contarme y estés en paz, hazlo, por favor.

Me separó para acariciar mi rostro y yo me aferré a su cuello para besarlo.

—Viniste —susurré—. Estabas muy lejos y en medio del trabajo…

—Sabía que debía hacerlo. Me preocupé enseguida, pero al menos llegué más temprano de lo que pensaba. Corrí todo lo que pude, pero el avión vino rápido.

—Edward —me quejé, muy culpable—, el senado…

—Todo está bien. Prometí que iba a demostrarte que me importas y que no soy el hombre que realmente pudiste pensar que era.

Suspiré y asentí.

—¿Cómo supiste que estaba aquí?

—Le pedí ayuda a Serafín.

—¿Dónde está? —pregunté mientras lo buscaba por el lugar.

—Ha ido a descansar a una habitación del Hotel Langham, lo necesitaba. Tu guardaespaldas está por algún rincón de aquí.

Sonreí con las cejas arqueadas, contemplando el rostro del hombre que tenía mi corazón entre sus manos.

—Me siento tan bien sabiendo que estás aquí —susurré.

Me besó la frente.

—Todo lo que te haga sentir bien es suficiente para mí.

Sonreí por primera vez desde que había ocurrido toda esta mierda.

—Sé que suena cliché y algo ajeno a mí, pero estoy diciendo lo que me nace. No quiero mentir para impresionarte, te lo prometo por DeDe.

Asentí y volví a abrazarme a él, disfrutando, como siempre, de aquel calor y aroma que emanaba de su cuerpo.

—Eres más romántico de lo que pensé —bromeé mientras lo miraba.

—Estoy dejándome llevar por primera vez.

Tragué.

—Vaya que tienes sorpresas, senador Cullen.

Se rio.

—Sabes que odio que me digas senador, pero creo que suena muy bien en tus labios.

—Eres un mentiroso. Te gusta que te digan senador, pero no que lo diga yo.

Se mordió un labio y luego asintió, viéndose culpable y divertido.

—En ti suena tan… duro, tan lejano. No quiero sentir eso contigo.

—Y suena bien en mis labios, ¿eh?

—Eres un mar de contradicciones para mí, Isabella, y eso lo hace muy atractivo.

Esta vez quien se rio fui yo.

—Me gusta mucho cuando sonríes.

—Eso logras.

Sonrió también.

—¿Qué tal si vamos a distraernos? Chicago tiene lugares maravillosos para llevarte a una cita.

—A propósito de eso —hacía dibujos en su pecho con mi dedo índice—, quería recordarte lo que significa comenzar esto de la manera correcta, ya sabes, como una primera cita. La última vez…

—Fue la manera de dejarnos llevar. Y lo sé, quiero que así ocurra. ¿Aceptas la cita? Será como si nos conociéramos por primera vez.

—Claro que acepto.

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Edward me había llevado a un lugar llamado Green Mill, un conocido club de jazz. Era el antro más conocido de Chicago, o quizá de Illinois. El lugar estaba lleno y los guardias eran exclusivos para evitar el abarrotamiento y la entrada de personas que no fueran ad hoc al lugar.

Su guardaespaldas bajó del coche y se acercó a ellos. Uno se alejó junto a él y después de unos segundos nos permitieron entrar al estacionamiento.

—El sucio dinero funciona —musitó él.

Salió del coche y me abrió la puerta, manteniendo una educada distancia.

Le sonreí.

—Gracias por invitarme.

—Es un lugar muy bonito.

—¿Ya habías venido?

Negó.

—Siempre quise conocerlo. Me gusta el jazz.

—Será muy divertido si me enseñas a escucharlo como debe ser.

Esta vez fue él quien sonrió.

—Pues adelante, señorita Swan.

Edward siguió mis pasos, indicándome hacia dónde debía ir. Nos abrieron las puertas, permitiéndome ver cuán oscuro era el sitio, sólo iluminado con luces neón de color verde y otras rojas y cálidas. Eso significaba que pasábamos desapercibidos en el lugar.

—Permítame —susurró, corriendo una silla para mí.

Me encantó que estuviéramos lejos de los parlantes, por lo que podíamos escuchar en paz el suave sonido del jazz. La mesa estaba rodeada de un sofá rojo y en medio había una lamparilla que simulaba un candelabro. La decoración de las paredes eran símiles al estilo de Broadway. Me pareció tan interesante que me quedé un buen rato mirando, cuan niña en un museo.

—¿Ha dado buena impresión? —me preguntó.

Me reí.

—¿Acaso no se nota?

Esbozó una suave mueca de alegría.

—Sí, claro que se nota, apenas y he mirado el sitio.

—¿Por qué? Creí que te gustaba…

—Todo este rato he preferido mirarla.

Respiré hondo para calmar esas cosquillas en el vientre.

—¿No vas a tutearme?

—¿No cree que es muy pronto para tomarme tantas atribuciones con usted?

Volví a reírme.

—En realidad, quiero que te sientas cómodo. Deseo conocer al hombre, saber lo que significa comenzar algo contigo, y porque…

—Soy yo el que quiere que te sientas cómoda. Prometí que te conquistaría como lo haría un hombre responsable, demostrarte que puedo enmendar mis errores y que podemos iniciar de nuevo. Quiero mostrarte quién soy, no quiero ser el senador, quiero ser Edward, un simple hombre en sus treinta que ha invitado a una cita a la chica que le encanta, esperando impresionarla. —Carraspeó y tomó una de mis manos—. Espero que te guste, de verdad, porque quiero abrirme a hacer lo que siempre quise en un pasado. Seré algo torpe, sin duda, siento que he retrocedido muchos años y que llegué a mi interior por primera vez en muchos años, pero ahora solo me importa comenzar esto como siempre debió ser y como nos gustaría a ambos.

Mi corazón parecía batallar por salir de mi pecho.

—Pues estoy abierta a conocernos, así, como siempre debió ser.

Sonrió.

—¿Escuchas eso? —inquirió.

Puse atención a la música: era suave, muy romántica y el saxofón era el gran protagonista. No había sido muy asidua al jazz, pero escucharlo en vivo, con Edward por primera vez en una cita, me parecía mágico.

—Me gusta mucho —susurré.

No sabía por qué me sentía tan nerviosa. Su mirada quemante era símil a la de un jaguar, siempre intimidante ante el color de sus ojos, la manera en que penetraba mi interior con tanta facilidad y la forma elegante en que permanecía atento a mis gestos y movimientos. Todo me removía las entrañas, las piernas me temblaban y sentía intensos escalofríos de entusiasmo. Estaba ruborizada, como si fuera la primera vez que nos acercábamos de esta manera. Pero ¿no era finalmente así? Todo parecía diferente e igual a la vez; realmente sentía que estaba sí, que estaba teniendo mi primera cita seria en mi vida… y no con cualquier hombre.

—¿No te parece aburrido?

Me reí.

—¿Por qué piensas que no iba a gustarme?

Se encogió de hombros y se quitó los guantes, dejándolos sobre la mesa.

—Estar desnudo contigo me produce inseguridad, un temor juvenil, divertido y placentero. En realidad, estoy nervioso, aunque no lo creas. Espero darte una buena impresión.

Suspiré, incapaz de acallar aquel respiro de placer de tenerlo frente a mí de esta manera.

Edward era el sueño de toda mujer. Relucía de elegancia, inteligencia, sensualidad, virilidad y sí, de un atractivo tan desbordante que nadie podría evitar girar la cabeza para contemplarlo. Me fascinaba, pero me enloquecía que él tuviera sólo ojos para mí. Rebosaba de emoción, de energía y algo de arrogancia, sí, porque él… Ah, Dios mío, este delicioso bastardo estaba aquí, conmigo, mirándome con hambre y con un dejo de ternura que iluminaba sus verdes e intensos ojos.

—Pues estoy atenta a lo que veré de ti —susurré, acercándome con lentitud para que pudiera escucharme—, así como espero que tú también lo estés por mí.

Esa sonrisa pícara era mi perdición.

—Creí que no quedaba espacio a la duda, Isabella.

—Pues no está demás confirmarlo.

—Mi plan es conquistarte, sería un estúpido si te dejara ir.

Volví a sentir que mis piernas temblaban.

—Así que quieres conquistarme —musité.

—Lo deseo con locura.

Nos sonreímos y, de pronto, ambos nos sonrojamos.

—¿Qué te parece beber algo…?

—Cerveza.

Levantó las cejas y rio con suavidad.

—De hecho, eso es algo que me gusta mucho. Creo que acá venden unas alemanas que son espectaculares.

Hizo un gesto por debajo de la mesa, el cual no pude entender, pero enseguida revisó su móvil y escribió algo rápido. Cuando miré hacia un lado, se veía uno de sus guardaespaldas, a quien reconocí de inmediato. Él vestía de manera normal: camisa a cuadros y jeans, lo que le hacía pasar desapercibido.

—Siempre tienes todo bajo control —susurré.

—Excepto cuando se trata de ti.

—¿Eso es malo?

—Creí que era malo, pero luego comprendí que no está mal que otra persona tuviera más poder que yo.

—¿Qué quieres decir?

Acercó su mano con lentitud hasta la mía, hasta que ambas quedaran distanciadas por un par de centímetros.

—Tienes mucho control sobre mí, Isabella, si me dices que me lance de un puente para que te demuestre que me importas, lo haría.

—Edward, no…

—Estoy bromeando —interrumpió con rapidez.

Su mirada confundida y nerviosa por su chiste me enterneció.

—Lo siento, no suelo hacer bromas.

Suspiré por enésima vez y fui yo quien tomó la iniciativa de acariciar su mano tatuada.

—Pero eso es bueno. Me siento más vivo que nunca.

El guardaespaldas nos interrumpió, dejando dos botellas sobre la mesa y una bandeja gigante de papas fritas con queso cheddar y tocino encima. Le palpó el hombre como si fueran amigos y fingieron charlar, para luego marcharse y dejarnos a solas.

—Ha salido todo muy natural —afirmé.

—Quiero que estemos en paz. Tú eres Isabella y yo Edward, nada más.

—Pues vamos bien, porque esto me encanta —gemí, tomando una papa para llevármela a la boca.

Estaba muy caliente, por lo que arrugué los párpados mientras boqueaba como un pez fuera del agua.

—Con cuidado —reía Edward. —Dame algo de eso.

—Permíteme buscar un tenedor…

—Eso da igual.

Me reí junto a él y le ofrecí una papa con cheddar, manteniéndome cautelosa porque sí, estaba caliente. Edward la sopló y la comió con naturalidad mientras me miraba, sin percatarse de que se había manchado la comisura del labio. Instintivamente lo limpié y me lamí el dedo pulgar, sin quitar mi mirada de sus ojos.

—Gracias por limpiarme.

Sonreí.

—¿Te ha gustado? —inquirí de manera coqueta.

—¿Tú? —jugueteó.

—Las papas.

—Están maravillosas, pero no tanto como tú.

Me reí otra vez.

—Eres divertido.

Parecía muy sorprendido.

—¿Lo soy?

—Más de lo que crees.

Las cervezas estaban abiertas, por lo que me llevé la botella a los labios, lo que me hizo recordar las veces que salí con algunas amigas de la preparatoria. Me trajo nostalgia y me hizo sentir francamente viva, alejada de todo recuerdo negativo y de escenarios tan ajenos a mí. Esta era yo, sí, ¡al fin era yo!

Me empiné la botella sin temor y bebí sin parar, pues tenía bastante sed. Cuando acabé tuve un hipo y recibí las carcajadas de un Edward de mirada brillante y divertida.

—No lamentaré esto, no sabes lo cómoda que estoy aquí.

—No pienso esperar que lamentes ser quién eres, porque así me gustas.

Sonreí, pero luego me mordí el labio.

A mí no me gustaba, yo simplemente lo amaba, pero ahora sabía que él quería conquistarme, lo que significaba que mi amor se tornaría un huracán sin salida.

—Necesito otra, ¡está buenísima!

—Es cerveza negra.

—La cerveza debe ser amarga —manifesté.

—Estoy de acuerdo; amarga como la vida.

Me guiñó un ojo y se bebió la cerveza de la misma manera.

Me hipnotizaba la forma en la que su garganta varonil se movía al tragar.

De pronto, el mismo guardaespaldas nos dejó otras cervezas, pasando más desapercibido porque la gente estaba más preocupada de ver cómo tocaba una banda de jazz que del resto.

—Si crees que es mucho…

—¿Bromeas? Una nunca será suficiente para Isabella Swan.

—Pues salud —dijo, levantando la botella.

Choqué la mía con la suya y volví a beber, esta vez con más lentitud para disfrutarla. Y sí, el sabor era maravilloso.

Comimos papas fritas mientras me comentaba del jazz y de cómo el lugar era conocido por haber sido el lugar favorito de Al Capone y de haber albergado a músicos como Billie Holiday o Nina Simone.

—Papá escuchaba esa música cuando era una niña. Le gustaban los clásicos y la profundidad de las letras, aunque claro, a esa edad no estaba tan pendiente de ellas, sólo de las melodías. Me trae recuerdos preciosos.

Levantó una de sus cejas y también acarició mi mano, pero con gran timidez y cautela.

—A mí me encanta. Era lo primero que venía a mi cabeza cuando se trataba de crear, buscando la inspiración de sus letras. Debo confesar que ya no lo hago a menudo, ni siquiera sé por qué.

—Puedes intentar sumergirte en la tranquilidad, imagino que ya no lo haces por tu trabajo.

Asintió con lentitud.

—Saber que te recuerda cosas agradables me ha hecho querer escucharla otra vez.

Entrelazamos nuestros dedos sobre la mesa.

—¿Quiere otra cerveza, señorita Swan?

Apreté los labios para reprimir mi sonrisa.

—Por supuesto, señor Cullen.

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La música en vivo había sido una inmensa experiencia, como también la comida y mis… Uff. ¿Habían sido cuatro o cinco cervezas? Ups. Había perdido la cuenta.

Me mareé y tropecé en medio del estacionamiento.

—Hey, cuidado —susurró Edward, sujetándome desde la cintura.

—Lo siento —me reí.

Él se unió a mis risas y me ayudó a subir al asiento trasero.

—Hoy me has hecho reír muchísimo —afirmé, poniéndome de lado para mirarlo mientras el conductor se subía.

Sonrió con un dejo de ternura que me hizo suspirar y me tocó la barbilla con cuidado y mucha suavidad.

—Y tú me has hecho disfrutar como nunca de una noche de cita —me dijo.

Estiré los labios e hice un mohín.

—¿Cuántas citas has tenido? ¿Eh?

—Creo que es la primera vez que tengo una verdadera cita.

—¿Y qué es una verdadera cita?

Suspiró y me acarició la mejilla con el dorso de su mano.

—Todo lo que hemos vivido ha sido una experiencia nueva para mí.

Me acurruqué en el asiento mientras lo miraba.

—Sabes adular a las mujeres.

Sonrió y suspiró mientras el coche partía.

—Puedo seguir demostrándote que eres mi prioridad y que lo que digo es cierto.

Me obligué a no dejarme llevar tan fácil por sus encantos, aunque era muy difícil.

—No he tenido muchas citas —susurré—. En realidad, no es algo que haya hecho frecuentemente, pero es la primera vez que lo disfruto tanto.

—Señor, señorita, ¿a alguna parte en especial? —preguntó el guardaespaldas, dispuesto a hacer avanzar el coche.

—¿Quieres ir a alguna parte?

—Sorpréndeme —respondí.

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El viaje fue bastante calmo y la noche se adentró ante nosotros. Ya eran cerca de las siete de la tarde y no había mucha gente por el lugar, pues no era un día de amplio flujo y hacía bastante frío.

—Es un lugar tranquilo, nadie nos ha seguido ni le interesa quién esté aquí —musitó, buscando mi mano con sutileza.

—¿Dónde estamos?

—Vamos.

Entrelacé mis dedos con los suyos y bajé del coche, mirando a mi alrededor.

Me quedé estupefacta.

Era un parque muy grande de características japonesas. ¡Había una pileta y un puente delante nosotros! La naturaleza, sabia y encantadora, resguardaba el lugar que rebosaba de calma e intimidad. Efectivamente no había mucha gente y no éramos protagonistas en absoluto del resto. La iluminación era tenue, permitiendo que la noche, que se había acercado más temprano de lo común producto de la entrada del otoño, hiciera eco de su belleza. La belleza del crepúsculo resultaba impactante, sobre todo al reflejarse por la laguna que nos rodeaba.

—Es el parque Jackson —susurró—. Nunca lo había conocido, pero siempre me pareció interesante.

—¿Por qué nunca habías venido? Siento que tienes…

—¿La posibilidad de hacer todo lo que quiera?

Asentí.

Sonrió de forma pensativa.

—No voy a mentirte, Bella, puedo mover piezas como en el ajedrez y soy experto enviando a muchos al exterminio. Digamos que, de alguna forma, el mundo en el que vivo simplemente existe y no hay nada que ocurra que, tarde o temprano, no llegue a mis oídos. —Suspiró y miró al horizonte, mostrándome la belleza de su perfil—. Es la condena del poder. —Me contempló—. Tienes todos los hilos de las marionetas, las almas de mierda que envío a la profundidad del averno si eso quiero, la posibilidad de destruir o de mejorar el mundo, pero no he podido hacer lo que yo quiera conmigo mismo. Es como si estuviera atado al trono podrido, mirando a almas impuras implorando perdón, mientras me veo siendo incapaz de sosegar el vacío, porque no he logrado encontrar la manera de permitirme algo diferente; me he sentido atado a ello, porque sí, es una condena. No tengo idea de cómo disfrutar de lo que poseo, pasar una tarde en un lugar mundano no estaba en mis planes, pues siempre me he dedicado a trabajar, a quitar al resto de mi camino si es posible y de hacer todo lo que quiero, pero para continuar siendo el soberano de esta mierda.

—¿Qué te ha hecho querer venir conmigo? —inquirí.

—Tú.

Respiré hondo, porque me estaban comiendo las cosquillas placenteras en mis entrañas.

—¿Por qué?

—No necesito nada de eso cuando te veo, lo demás pierde el sentido, es intrascendente, no me interesa. Con Demian volví a la vida y tú me reafirmas el valor de disfrutar, de sentir…

Suspiró, dejando ir las palabras en aquel gesto.

—No sé cómo puedo decir todo esto, nunca creí que podría hablar de lo que siento con alguien más.

—Gracias —susurré—, por confiar en mí.

Cerró los ojos por algunos segundos.

—Estoy buscando la manera de no actuar como un depredador contigo. Es difícil controlarme, señorita Isabella, pero usted lo está haciendo.

Me reí y me alejé de él para dar una caminata por la laguna, sabiendo que iba a seguirme.

—Se siente tan bien —dije, respirando el aire con calma y satisfacción—. La calma, la sencillez, el sentirme tan libre.

—Sí, se siente demasiado bien.

Me respiraba en la nuca, lo que me distraía muchísimo.

—¿No vas a bailar algo conmigo? No es una cita si no me invitas a hacerlo —dije.

Me di la vuelta para mirarlo, pero él estaba tan cerca que di un brinco.

—Ya veo, así que te gusta bailar —jugueteó.

—Bailar es la mejor manera de conocer a un hombre —afirmé—, si baila bien…

—Conozco eso. Si un hombre baila bien, es bueno en la cama, ¿no es así?

Me aguanté la sonrisa y me alejé para seguir dando un paseo por el lugar.

—Entonces, ¿sabes bailar? —bromeé.

—¿Qué piensas tú? —me respondió, enarcando una ceja en el proceso.

Sentía que me sofocaba con esa manera de mirarme, provocativa, atractiva y profunda.

—Por cierto, sí voy a bailar contigo —añadió—. No es una cita si no te invito a hacerlo.

Sonreí.

Sacó su móvil y unos airpods. Me ofreció uno y me lo puse, esperando a que pusiera alguna canción.

—Me verás como un vejete, pero me gusta esta canción.

La melodía del piano era pacífica y muy romántica, pero lo fue aún más cuando le acompañó la voz de Billie Holiday.

—Entonces yo también lo soy.

—¿Tú?

—Aja.

Rio.

—Eres muy joven.

—Tú también.

Suspiré y me acerqué a él. Puse mis manos en los pectorales y lo miré a los ojos, grabándome su color, la forma, sus pestañas, la intensidad que me regalaba…

Oh, Dios, me sentía tan nerviosa y encantada a la vez.

Edward me tomó la cintura y me atrajo con mucha lentitud, respirándome en el rostro, mientras aquella música nos envolvía y nos dejaba llevar. Lo abracé desde el cuello y luego nos pusimos a bailar al ritmo de la canción, pausada, desgarradora y romántica. Cerré mis ojos y me acomodé en su pecho, en tanto me acunaba con sus brazos viriles y fuertes, haciéndome sentir inmensamente protegida.

—¿No te molesta si hago que se repita una y otra vez? —me preguntó entre susurros.

—¿La canción?

—No, me refiero a esto.

Me reí con suavidad.

—Y bueno, la canción también.

Podía apostar a que sonreía.

—Sí, que sea una y otra vez —respondí finalmente.

—¿La canción? —repitió.

Nos unimos en una pequeña carcajada.

—No, me refiero a esto.

Respiró hondo mientras me abrazaba y me ponía una mano en la espalda, que recorrió hasta mi nuca, entrelazando sus dedos con mis cabellos. Me separé un poco para mirarlo, sí, otra vez a esos ojos verdes, y él me tomó la quijada y me acarició los labios con el pulgar. Depositó un beso en mi frente y finalmente volvió a hacerlo con mi coronilla, quedándose ahí para continuar bailando, y como prometimos, repetir la canción una y otra vez.

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El cielo se había teñido de negro y las estrellas parecían brillar más esta noche. Probablemente sólo era mi imaginación, pues me sentía infinitamente feliz y el resto me parecía más hermoso aún.

El parque había cerrado hacía un rato y mi vientre se retorcía de hambre.

—Tienes hambre —susurró Edward.

—Vaya, qué oído.

—Siempre lo he tenido, pero con lo que realmente me interesa.

Me estremecí cuando el viento me golpeó la cara; el otoño estaba más intenso que nunca y pronto llegaría el invierno.

—Bien, tienes frío y sueño, no quiero que estés incómoda…

—No quiero irme aún.

Sonrió.

—No planeo eso, todavía quiero estar contigo —susurró.

Suspiré.

Ah, Edward.

—¿Quieres que te lleve a algún lado? —inquirió.

Negué.

—Aquí todo es más silencioso, normal, libre —musité—. Está oscuro y sólo estamos tú y yo… O bueno, con el equipo de seguridad.

Se rio y me abrazó la cintura.

—Puedo ignorarlos, ¿y tú?

—Por supuesto que sí.

Puso una de sus manos en mi nuca y yo me acurruqué en su pecho.

—Se siente tan calentito. Esto es suficiente.

—No. Mira qué desabrigada estás.

Se separó para quitarse el abrigo y ponérmelo sobre los hombres.

—Una conocida forma de conquista, ¿eh?

Se rio.

—La gran forma de conquista es querer que tú estés bien, Isabella —aseguró.

Apreté los labios para no sonreír, pero me fue imposible.

Metí los brazos y me acomodé el abrigo, que era negro y de cuello alto, y me vi sumergida en las telas, pues era varias tallas más que la mía. Apenas y se me veían las manos.

—Te ves como un Pitufo encantador —agregó.

—Hey, qué pesado.

Me besó la frente y suspiró, para luego hundir su nariz en mis cabellos.

—Isabella —susurró.

—Ahora no me gusta que me digas Isabella, es como si estuvieras enojado conmigo —me quejé de forma caprichosa.

Me tomó las mejillas mientras sonreía.

—Está bien, cariño, no será Isabella —susurró.

Lo abracé de inmediato y él me cobijó otra vez.

—Ahora debes comer.

—Tú también.

—Por supuesto.

Me ofreció su mano, que seguía desnuda cuando estaba conmigo, y yo se la tomé con firmeza.

Caminamos en la soledad de la noche y nos topamos con un vendedor de hot dog, quien justo estaba asando unas salchichas.

Mi vientre volvió a sonar de hambre.

—Traeré, espérame aquí.

No alcancé a decirle que no había problema, así que observé cómo le compraba dos, mientras el vendedor se mantenía desinteresado por su alrededor. Cuando me acercó uno, mi carcajada nerviosa de entusiasmo y atracción no se hizo esperar. Y cuando creí que esta noche no podía ser mejor, un saxofonista comenzó a tocar, esperando a que alguien le diera unas monedas.

—Ven —me dijo, volviendo a tomar mi mano—. ¿Te parece si nos quedamos aquí?

Era parte de una pequeña colina de césped con flores que estaba en medio del parque principal.

El jazzista continuaba tocando, recibiendo algunos centavos de las personas que vagamente cruzaban por el camino.

—Le diré al equipo de seguridad que le den unos cuantos dólares, lo merece por brindar tan buen ambiente —susurró, llevándose mi mano a los labios.

Nos sentamos en el césped y yo no aguanté y le di un mordisco a mi hot dog. Edward sonrió mientras me miraba con los ojos brillantes, como si estuviera entusiasta con mi manera de comer.

—Tus ojos se ven mucho más felices —continuó entre susurros—, ¿acaso he acertado?

Suspiré y tragué.

—Me has dado una increíble cita, Edward Cullen.

Él también tragó, como si estuviera nervioso. Se acomodó muy cerca de mí y besó mi cuello mientras temblaba.

—¿Estás seguro de que estás haciendo esto porque también lo quieres? —le pregunté, sosteniendo el aire.

No quería que se esforzara más de lo que podía. Entendía que aún tenía miedos que superar.

—Me asusta abrir mi corazón, Bella, hay tantas cosas que debes saber para… Sé que debo contarte, pero quiero que sea en el lugar correcto. —Tomó una de mis manos y la acarició—. Había querido hacer esto tanto tiempo, sentir que puedo liberar todos mis miedos sin temor a que me destroces. Y tocarte con delicadeza —continuaba acariciándome, ahora en mis rostro—, acompañarte, hacer todo esto, una y otra vez, y por supuesto, hacerte el amor una y otra vez.

Juntó su nariz con la mía y esta vez fui yo la que tembló.

—Aún me cuesta abrir más —musitó—, entendería si eso te aburre o…

—No lo hará, te juro que no.

—Me aterra, me aterra sentir… —Apretó los labios. Podía ver sus ojos brillantes, a centímetros de mí—. Pero quiero que tú lo hagas, que seas tú quien me acompañe en el camino. Supongo que el desastroso Hades ha sucumbido a ella.

Le acaricié la mandíbula y él me abrazó mientras me besaba el cuello.

Jadeé.

—Y Perséfone está dispuesta a que la adore y complazca cuanto quiera, siendo los dueños y amos de un mundo de mierda, pero en que simplemente son felices.

Se rio y me besó, quitándome un gemido en el instante.

Volvió a abrazarme, primero con lentitud y luego de manera más relajada, permitiéndose juntar la piel con la piel.

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Haber estado con Edward me había permitido olvidar un poco la incertidumbre en la que me encontraba, pero una vez estaba en mi soledad, la sensación de desespero me había hecho trizas. No pude dormir y el viaje a Chicago se había convertido en una larga travesía de vuelta a la realidad, una tan amarga y repetitiva, que ya no sabía de qué forma continuar.

Esa mujer estaba muerta. Todas mis expectativas, mi pista principal y lo que pensaba avanzar, buscando un rayo de luz, había desaparecido.

—¿Volverás a Washington? —le pregunté antes de entrar a mi departamento.

Negó.

—Me quedaré aquí si no te molesta. Estaré pendiente de tus llamados, pero no quiero importunar. Si necesitas algo, solo dímelo, por favor —musitó.

—Necesito que nos veamos pronto, a solas. Quiero contarte todo.

Mi voz se quebró y amenacé con las lágrimas, pero me contuve.

—Voy a escucharte cuando te sientas preparada. No voy a obligarte a nada, no merezco hacerlo ni quiero causarte problemas, tengo la paciencia suficiente para esperar. Mientras, estaré aquí.

Sonreí.

—Gracias por distraerme tanto allá en Chicago.

—Fue una gran cita.

Dios mío, nunca creí que tendría una cita con el senador Edward Cullen.

—Te prometí que me abriría contigo y te demostraría que puedo conquistarte —susurró, acariciando una de mis mejillas—. A propósito, Demian te extraña.

Sentí que el corazón se me apretó al recordarlo.

Oh, Demian.

—También lo extraño.

Sus caricias se fueron a mis labios.

—Quiere verte.

—También quiero verlo.

Pensaba en su rostro pequeño y redondo, con esas mejillas rosadas que se elevaban cuando sonreía, mostrando sus pequeños dientes blancos.

Tragué.

—¿Qué te parece esta noche? —inquirió.

Apreté los labios y arqueé las cejas.

—¿De verdad?

Asintió.

—También es una buena excusa para verte.

—Sí, ¡claro que sí!

—Vendrán a por ti, ¿te parece? Estaré pendiente de que todo vaya bien en la ruta.

Estaba entusiasta. Estar con él y saber que vería a Demian ablandaba el dolor de la incertidumbre.

—Te estaré esperando para cenar.

—¿Cocinarás?

Asintió.

—Para ti —añadió.

Sabía que debíamos separarnos, pero simplemente no quería. Sin embargo, nos acercamos a la puerta y nos contemplamos por varios segundos.

—Nos vemos esta noche —dijo.

—Nos vemos.

Besó mi frente con suavidad y yo lo hice con su mejilla, aprovechando de respirar su aroma para grabármelo durante el tiempo que estuviéramos separados. Una vez que se fue, cerré la puerta detrás de mí y dejé caer los hombros, pensando en todo lo que se me presentaba cuando volvía a la realidad.

No iba a ser feliz sin saber el paradero de mis hijas, no podía vivir sin ellas; imploraba que mi hija viva volviera a mis brazos y saber dónde estaban los restos de aquella que perdí.

—¿Dónde estás, cariño? —pregunté mirando al cielo desde la ventana.

Me llevé un cigarrillo a los labios mientras salía al balcón y lo encendí, pensando en ella.

—No dejaré de luchar hasta encontrarte, así sea dejando mi vida en ello —susurré.

No me permití llorar, porque ya lo había hecho suficiente. Ahora necesitaba continuar sin perder los estribos, porque tarde o temprano llegaría a ella, y con ello iba a destruir a todos los que se atrevieron a arrebatarme a mis mellizas de mis brazos.

—Señorita —me llamó Serafín.

No me di la vuelta y continué fumando.

—Fue un suicidio.

—¿Qué?

—La muerte de Nancy fue un suicidio según los antecedentes.

Tragué.

—Pero tengo una idea.

Se paró a mi lado y esta vez sí lo miré.

—Tengo el expediente de trabajo y de los contactos de esa mujer: debemos investigar en Turquía o de lo contrario perderemos información importante.

Claro… ¡Claro!

—Nancy tenía confidentes allá y sé quiénes son. Le prometí que pasara lo que pasara nunca iba a dejar de luchar junto a usted.

—No solo encontraré a mi hija viva, Serafín, también destruiré a cada persona que se atrevió a dañarme… incluida Esme. Te lo juro.

—Y yo le ayudaré a hacer trizas a todos ellos. Alistaré todo para el viaje.

Sonreí.

—Ya no soy esa niña. Todos pagarán, te lo prometo.

—Todos lo harán.

Conectamos nuestras miradas, comunicándonos que, de ser necesario, la sangre sería derramada.

—Uno de los obstetras a cargo de su parto está en Brooklyn.

—Debemos ir.

—Se encuentra en un asilo de ancianos, debemos optar por actuar con discreción.

Asentí.

—Encuentra a ese hijo de puta. Ya —ordené.

—Por supuesto, mi señora.

Cuando él se marchó, volví a aferrarme a la valla del balcón, apretándola con fuerza.

—Todos se hundirán, uno por uno —aseguré.

.

Edward POV

Sonreí mientras miraba la fotografía que había sacado del periódico de hacía unas semanas. Era de Bella, que sonreía captada en una de las cámaras que esperaban comentar algo respecto a ella. Acaricié su rostro con mi pulgar, sintiéndome inmerso en el recuerdo de la textura suave de su piel.

—Edward —dijo Jacob, entrando a mi oficina.

—Te he pedido innumerables veces que toques antes de entrar —gruñí.

Guardé la fotografía en el bolsillo que había en el lado izquierdo de mi pecho y lo contemplé de forma seria.

—Hey, ya basta, ¿quieres? ¿Continuarás fingiendo? ¿Crees que no lo sé?

Mantuve mi cara de póker mientras tragaba.

Se sentó frente a mí y se apoyó en el escritorio.

—Amigo mío, te conozco hace años y por esa misma razón sé lo que sucede, lo supuse desde que te vi contemplarla por primera vez.

—Jacob…

—Logras fingir perfectamente, pero no conmigo. Conozco parte de tu historia, respetando todo lo que has querido guardar, lo que ha significado tu vida, Rachel y yo lo sabemos y tú también, pero aunque actúes y logres convencer al resto, yo no seré parte de ese grupo.

Me levanté de forma brusca y puse mis palmas en el escritorio.

—Ni se te ocurra…

—Sabes que no sería capaz de hacer algo así, Edward Cullen.

Apreté mi mandíbula.

—Sólo quiero que sepas que no voy a juzgarte, no si por fin veo que tus ojos brillan no solo por Demian. No sabes cómo deseaba esto.

Me ablandé poco a poco, como si ese aire pesado que llevaba conmigo por tantos años saliera con lentitud de mi cuerpo.

—Me es imposible estar lejos de ella —susurré.

Sonrió.

—En cuanto lo dijiste tus ojos brillaron todavía más.

—Sé las consecuencias, pero ninguna me importa.

—Estás enloquecido por esa mujer. Vaya —exclamó, seguido de una pequeña carcajada—. No puedo culparte, es tremendamente guapa.

Enarqué una ceja de forma innata.

—Lo siento, no debí decir eso. No me malinterpretes, Cullen.

Pude formar una pequeña sonrisa.

—Oye, ¡eso me gusta! —Palpó mi hombro—. Vuelves a ser mi amigo de doce años, con el que jugaba ajedrez sólo para que tú te sintieras cómodo, ya sabes, cuando huías a mi habitación luego de que tu madre se emborrachara…

Cerró los ojos.

—Tampoco debí decir eso.

Jacob y yo habíamos sido amigos desde que teníamos doce años. Todo había comenzado cuando mi padre hizo negocios con el suyo luego de acomodarse en un chalé cercano a mi casa de infancia. Habíamos conectado de inmediato porque nuestras personalidades eran diferentes, pero eso las hacía conectar con facilidad. El tiempo continuó su rumbo, cuando entendí que debía estudiar leyes, me uní a Jacob, que estaba conmigo en ello, y finalmente él accedió a ser parte directa y mano derecha de mi espectro político. Estaba demás decir que había sido testigo de muchas cosas en mi vida. Él y su hermana eran los que más me conocían.

Jacob Black estaba soltero y acostumbraba a tener relaciones cortas. Era un hombre bien parecido con una alegría contagiosa y desbordante, quien me enseñó lo esencial del carisma público. A pesar de mi hermetismo, él lograba abrir un poco de mí, situación que nació cuando…

Evadí esos pensamientos con rapidez.

Interrumpimos nuestra conversación en cuanto sentimos el sonido de la puerta.

—Pasa —ordené, acomodándome en mi asiento.

Se asomó mi asistente de forma seria.

Algo había ocurrido.

—Querido —exclamó la voz baja y cálida de Tessa, mi abuela materna.

Me levanté de forma rígida mientras la veía entrar con la mirada suficiente y su impronta elegante y fuerte.

—¿No extrañas verme? —me preguntó con una sonrisa.


Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, al fin luego de escribir con las obligaciones en contra. ¿Qué piensan de la situación que ha ocurrido con Nancy? ¿Cómo ha estado la cita? Esta situación ya los ha unido y seguirá pasando desde ahora en adelante. Bella ya está preparándose para sincerar su realidad, ¿cómo creen que lo tomará Edward? Uff, ha llegado un nuevo personaje, ¿qué creen que pasará con él? ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco los comentarios de Saraipineda44, patymdn, Wenday 14, Ady Denice, quequeta2007, MariaL8, angelaldel, cavendano13, AndyGarfe, celyJoe, Klara Anastacia Cullen, Belli swan dwyer, ingrid johana, Tata XOXO, Cinthyavillalobo, piligm, Elizabethpm, miriarvi23, Alix Cullen, ELLI11 O x, Jimena, SanBurz, assimpleasthat, valem0089, PRISGPE, Liliana Macias, mmelucha76, Ana Karina, Angelus285, Santa, AnabellaCS, Eli mMsen, Adriu, jupy, Jocelyn, DobleRose, Karensiux, Gan, nikyta, ari kimi, Iva Angulo, NarMaVeg, Celina Rojas, Veronica, Pam Malfoy Black, Mar91, beakis, Laliscg, Valentina Paez, Velevarverde57, Fleur50, barbya95, almacullenmasen, lolitanabo, merodeadores . 1996, joabruno, alyssag19, Makarena L , paramoreandmore, NaNYs Sanz, Anita4261, Marbelli, MarielCullen, miop, KRISS95 AndreaSL, JELI, Cassandra Cantu, Jade HSos, Fallen Dark Angel 07, Marken01, natuchis2011b, Claryflynn98, seiricarvajal, Naara Selene, Teresita Mooz, Jen1072, CeciMachin, Paperetta, Angel twilighter, Lule, SeguidoradeChile, ruiz781, AD Masen, francicullen y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, sus comentarios, su entusiasmo y su cariño me instan a seguir, de verdad gracias

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Cariños para todas

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