Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.
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Capítulo 15:
Búsqueda
No nací odiándola, siempre tuve la ilusión de que me hiciera sentir cómo debía hacerlo un niño, pero se quedó en eso, una ilusión.
Desde pequeño tuve muchas preguntas: ¿por qué me había tocado una madre como ella? ¿Por qué siempre estaba pendiente de mis acciones? ¿Por qué no era igual con mis hermanas? ¿Por qué bebía tanto?
Suspiré.
—Aquí tienes —susurré, dándome la vuelta para entregarle el maletín.
Alec lo abrió y comprobó que estuviera llena de dinero en efectivo.
—Perfecto, señor. Tendrá resultados en menos de 72 horas.
—No olvides que tu trabajo terminará cuando yo lo diga, el dinero que te he dado es suficiente para eso y más.
—Por supuesto, téngalo por seguro.
Asentí y me marché.
Una vez en mi coche, encendí un cigarrillo y me quedé un buen rato mirando al cielo nocturno.
No sentía culpa ni arrepentimiento alguno por lo que podría suceder, algo que sí ocurría frecuentemente. Cada vez que recordaba lo que Isabella me había confesado, el deseo de ver su caída se apoderaba de mí.
Emprendí el rumbo hacia mi último destino, esquivando los coches con rapidez. Los dos todoterreno que cubrían mis espaldas se mantenían discretos, incapaces de llamar la atención dentro de la ajetreada ciudad.
La oficina de Charlotte quedaba en un barrio exclusivo en el centro de la ciudad. Aparqué en silencio y me registré. La recepcionista la llamó al despacho, pero no respondió.
—Si gusta puede entrar, de seguro debe pensar que estoy llamándola para recordarle de una reunión con el New York Times —me dijo ella.
—Muchas gracias.
—De nada, señor Cullen.
Crucé el pasillo y abrí la puerta del fondo. Iba a saludarla, pero al verla me quedé de piedra: Charlotte estaba inhalando una línea blanca y pulcra. Cuando levantó la cabeza y me vio, se limpió la nariz con rapidez y se levantó.
—Edward —susurró.
—¿Por qué estás haciendo eso? —le pregunté.
Ella caminó hasta mí, contemplándome con un dejo de culpabilidad.
—¿Sabes qué? No necesitas darme explicaciones.
Iba a marcharme, pero me tomó el brazo. Cuando notó que me tocaba, se alejó de forma veloz.
—No te vayas.
Suspiré.
—Creí que lo habías dejado, que la clínica de rehabilitación había funcionado.
—¡Lo sé! —exclamó—. Pero he vuelto, ¿no lo ves?
Se restregó la cara y se sentó en el sofá, mirando al vacío.
—Yo también creí que había funcionado —murmuró.
—Sabes perfectamente lo que sucedía cuando estabas drogada.
—Lo siento.
—No tienes que decírmelo a mí.
Su rostro se descompuso, lo que me dio lástima. No estaba en sus cinco sentidos.
—¿Por qué has venido?
Suspiré.
—Necesitaba hablar de algo importante, pero no puedo permitirme decírtelo en el estado en el que te encuentras.
Ella asintió y me miró como si estuviera avergonzada.
—Ojalá dejaras de sentirte decepcionado de mí.
Tragué.
Volvía a tener recuerdos de todo lo vivido con Charlotte, que rayaban en la locura.
—No debe importarte lo que yo piense de ti, sabes perfectamente que mi opinión no debe interesarte.
Asintió.
—Dame el resto —ordené, poniendo mi mano delante de ella.
Cerró los ojos con fuerza y se sacó la pequeña bolsa del bolsillo de su blazer. Acabó entregándomela con recelo y yo preferí abrir la ventana y lanzarla.
—Deja esta mierda, Charlotte, sabes lo que te ocurrió. ¿Desde cuándo volviste?
—Desde hace meses.
—No soy quién para obligarte a abandonarla, pero recuerda todo lo sucedido, no te hace bien.
—Extrañaba tus consejos —musitó.
—Debes parar con eso.
—Sí, lo sé.
Me puse las manos en los bolsillos y contemplé la vista desde la ventana, sin saber cómo continuar.
—Venía a decirte algo importante, pero no estás en el mejor momento…
—Dímelo.
Me giré para mirarla.
—He decidido a conquistar a Isabella.
Su rostro se volvió inexpresivo.
—Deseo que vuelva a confiar en mí y estoy dispuesto a todo por lograrlo. Ella… es la única mujer que me importa.
Asintió con lentitud.
—No sé por qué me sorprendo. He de suponer que es porque jamás había pensado que esto podía suceder. Es extraño, Edward Cullen está perdido por Isabella Swan, ¿quién iba a creerlo?
Me acerqué a ella, que seguía sentada, y me agaché para estar a su altura.
—No quiero hacerte daño. Eres libre, no tienes que fingir esta mierda.
Se limpió las lágrimas.
—No.
Fruncí el ceño.
—Me comprometí a continuar y quiero continuar haciéndolo si a ti te parece.
—¿Por qué?
Suspiró y evadió mi mirada.
—Porque quiero que tu madre me odie más y más.
—Charlotte…
—Es mi venganza y sé que tú también lo quieres.
Me mantuve en silencio.
—¿Ella está de acuerdo?
—Solo queremos estar tranquilos. Me enferma la idea de que Isabella acabe rota por esta mierda, sabes lo que opinarán y la hecatombe que podría ocurrir ahora. No es el momento indicado, sin embargo, es ella quien debe decidir qué camino tomaremos —aclaré.
—No ocurrirá lo mismo que pasó con Jane.
—No te atrevas a nombrarla.
—Pero es la verdad.
Apreté las manos y me alejé otra vez, buscando la forma de erradicar los recuerdos; me partían la cabeza.
—Me aterra.
—Lo sé.
Me tocó la espalda con timidez.
—Isabella se convirtió en tu mayor debilidad, mucho más que lo ocurrido con Jane. Ella es la perdición de tu vida, ¿no?, la que al fin robó tu corazón. —Se rio, pero sonaba como un alarido de tristeza—. Suena tan cursi para Edward Cullen, pero es la verdad.
—Si lo que pasó con Jane me rompió en mil pedazos, con Bella moriría en el momento —musité.
—¿Ella lo sabe?
Negué.
—¿Por qué?
—Sé que con ella seré tremendamente sincero. Tú no sabes toda la realidad que me tocó vivir, ni siquiera el ápice de lo que soy capaz de confesarle a ella. Siento que me nubla el terror de recordarlo con tanto detalle.
—Puedes decirle lo mismo que me dijiste.
Negué.
—Ella debe saberlo todo. Ella… Es Isabella, simplemente no puedo ni quiero tener secretos en nuestra relación.
Se dio la vuelta y confrontó mi mirada.
—Firmé un contrato. Si también está de acuerdo, pues continuaré con esto.
Asentí con resquemor.
—Tendré noticias pronto.
Sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—Debo irme —susurré.
—Claro.
Antes de dar un paso adelante, me atreví a aconsejarla.
—Déjalo.
No me respondió.
Abrí la puerta y me alejé a paso rápido, dispuesto a marcharme.
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Isabella POV
Repasé el portafolio de Rosa Torres, una mujer que había sido explotada en una trata de personas.
Su historia me había conmovido tanto que se me hacía muy difícil leerlo sin sentir un nudo en la garganta.
Rosa también buscaba a sus hijas, unas gemelas que había concebido con su explotador. Cuando fue hasta el hospital general de Nueva York, ellas simplemente desaparecieron y de eso habían pasado diez años.
Dejé el portafolio a un lado y me toqué la frente; tenía una fuerte cefalea.
—Bella —llamó Elizabeth.
Venía con más portafolios.
—Cariño, ¿no crees que deberías parar un rato?
Se sentó frente al escritorio y llevó sus manos a las mías para tomarlas.
—No, quiero seguir trabajando en esto.
—Bella —insistió.
—Es demasiado. Ya van veinte mujeres, ¿puedes pensarlo? Esto es inaudito, es… aterrador.
—Lo sé.
Me quedé un momento reflexionando y ella me hizo un gesto para que le dijera qué estaba pasando por mi cabeza.
—Lo que me hicieron tiene… Es orquestado, es demasiado fácil…
—¿Qué quieres decir?
—No puede ser una situación que se dio de forma aislada.
—¿Supones que esa mujer lo hacía con frecuencia?
—No sé si ella es quien trafica con estos niños, pero sí puedo asegurar que hay una red que está haciendo esto hace mucho tiempo y que tiene nexos con Esme.
Apretó los labios.
—Tiene mucho sentido.
—Fue demasiado fácil hacerlo con mis mellizas. Definitivamente, no pudo ser al azar.
Tomé los portafolios y hojeé con rapidez, buscando algo que pudiera llevarnos a ello.
—Mira, todo sucedió en varios hospitales del condado.
—¿Qué crees?
—Debemos saber quiénes son los hijos de puta que trabajan en todos estos lugares. Puede parecer muy obvio, pero ¿supones que todas esas mujeres fueron escuchadas en alguna oportunidad?, ¿piensas que alguien se dedicó a confiar en mujeres migrantes, abandonadas o de color? Todas son de un estrato social muy bajo, no fueron escuchadas y todas deben tener alguna prueba, por muy pequeña que sea.
Se llevó las manos a los labios.
—Esto es maquiavélico.
—¿Te cabe alguna duda?
Negó.
—Tengo que ayudarlas, Elizabeth, Carlisle no me dio todo esto para quedarme de brazos cruzados.
Sonrió.
—Claro que vas a ayudarlas, de eso no tengo dudas.
Miré a un punto fijo y perdí la noción de la realidad, pensando en cómo dar con todo esto.
—Buenas tardes —musitó Edward, haciéndome reaccionar.
Se me subió el corazón en la boca entre el susto, escucharlo y saber que estaba aquí.
—Oh —exclamó Elizabeth—. No creí que vendrías hoy.
—Yo tampoco —solté.
—Necesitaba dar una vuelta donde pudiera calmarme un poco —musitó.
Fruncí el ceño.
—¿Quieres algo para beber? —agregó ella.
Él asintió con lentitud.
—¿Un té?
—Sí, por favor.
—¿Uno para ti? —me preguntó Elizabeth.
—Sí. Gracias.
—Le diré a Ingrid. Dame un minuto.
Cuando cerró la puerta me mantuve en mi posición, sabiendo que era un riesgo avanzar y abrazarlo.
—Esperaba que estuvieras aquí —me susurró.
Sonreí.
—¿Por qué?
—Porque sueles venir los jueves a media tarde.
Levanté las cejas ante la sorpresa.
—Fue algo que se me grabó y no sé por qué.
Se rio.
—Y sueles ponerte el cabello detrás de la oreja cuando te has puesto nerviosa conmigo.
Me ruboricé como una adolescente.
—Vaya.
—Solo presto atención a todo de ti.
Tragué.
—Cuando hablas con tanta sinceridad me pongo así. —Me encogí de hombros—. No puedo controlarlo.
—Prometí que lo sería.
—Lo sé.
Suspiré y él me ofreció su mano. Iba a tomarla, pero Elizabeth había abierto la puerta.
Volvimos a tomar distancia.
—He vuelto —canturreó con alegría.
Puso la charola sobre la mesa de café y lo sirvió desde la tetera.
—Gracias —dijo Edward.
Elizabeth estaba alegre, como cada vez que lo contemplaba. Su rostro se iluminaba y de ella brotaba una sonrisa tan genuina que conmovía.
—Me da gusto verte —agregó.
—También a mí —respondió con suavidad.
Siempre noté que él trataba a Elizabeth con mucho cuidado, radicalmente diferente a la indiferencia que transmitía al resto. Parte de ello radicaba en lo mucho en que lo cuidó desde que era muy pequeño, pues Eduarda solía acompañar a su padre a su trabajo, lugar en el que Elizabeth solía encontrarse como su asistente y mano derecha.
—Quería saber cómo iba todo. He visto a muchas mujeres interesadas en el proceso, ¿o estoy equivocado? —murmuró mientras me miraba.
—Sí, estamos en eso —le respondió Elizabeth, algo recelosa respecto a la información que manejaba, probablemente por mi reticencia a hablar de ello con el resto. Pero, en definitiva, él no era cualquier persona para mí—. De todas formas, debo irme ya, estoy muy cansada.
—Por supuesto, debes descansar —le dije.
—Tú también, cariño.
Asentí.
—Lo haré, de hecho, aprovecharé que estaré a solas para darme un baño y leer algo.
—¿Serafín ha aceptado que debe descansar? —preguntó Edward, soltando una sonrisa divertida que no pudo pasar desapercibida por Elizabeth, quien se quedó mirándolo por varios segundos—. Ese hombre necesita algo de espacio.
—Sí, lo necesita —respondí de forma queda.
Finalmente, y mientras Edward sostenía la mirada en otro lado, fingiendo que no estaba interesado en mí, Elizabeth me dio un abrazo para luego marcharse.
Me senté y cerré los portafolios entre suspiros.
A veces no sabía por dónde comenzar, todo era una enredadera que cada vez crecía más. Me abrumaba.
—Ahora todo tiene más sentido —me susurró, parándose frente a mí.
Tragué.
—¿A qué te refieres?
—Lo que haces por ellas, es también por ti.
Me quedé un rato en silencio mientras asentía.
—Sé que no soy la única y que todo podría conectarse. De no haber recibido la ayuda de Carlisle, probablemente yo también habría vivido lo mismo… Y si tu padre no me hubiera dado todo, sería como esas mujeres que llevan años buscando a sus hijos.
La idea me provocaba mucha ansiedad.
—Agradezco que lo haya hecho. Siento que todo va cobrando sentido para mí; ¿cómo pude estar tan equivocado? Todo esto va uniendo las piezas que necesitaba para entenderlo, para saber por qué te puso en esto, sobre todo porque también es un propósito para mí al estar en el Capitolio.
—Demian. Ese es tu gran propósito.
—Quiero encontrar a su madre biológica, y a su vez, hacer lo mismo por los demás. Nunca había encontrado un gran propósito para hacer política, pero él me ha empujado a ello. Es ese mi trabajo, para esto soy senador.
Sonreí.
—Claro que sí.
Suspiró y se alejó para cerrar la puerta de la oficina y poner el seguro.
—¿Qué haces? —inquirí, fingiendo inocencia.
Nos acercamos mutuamente y quedamos frente a frente, saboreando la presencia del otro.
—No había podido saludarte como corresponde —musitó.
Me acarició las mejillas con ambas manos y me besó la frente durante algunos segundos, pegando sus labios a mi piel mientras me olía.
—Me generas mucha paz y caos a la vez —me dijo al oído.
—Eso no tiene sentido.
Se rio con suavidad.
—Ya sabes que la mayoría de las cosas que siento cuando estoy contigo no tienen mucho sentido.
—¿De verdad no te leíste algún libro romántico de antaño?
Frunció el ceño.
—Parece que llevas un manual para hablar de forma irresistible. Eres todo un conquistador.
—No es mi culpa provocar eso en las mujeres.
Enarqué una ceja.
—La diferencia es que contigo estoy siendo lo más sincero posible y dejarme llevar, al fin, por todo lo que deseo y quiero.
Me aguanté la sonrisa por un momento, pero no pude sostenerla por mucho tiempo.
—¿Planeabas pasar a saludar? —inquirí.
—En realidad, acabo de dejar a Demian con Alice, ambos querían pasar un rato juntos, así que aproveché la instancia para venir y verte.
—Eso quiere decir que estás libre de tu responsabilidad parental por esta noche.
Me regaló una sonrisa tan sensual que sentí cosquillas por todo mi cuerpo.
—Algo así —contestó.
—¿Quieres hacer algo?
—Solo si tú me acompañas.
—Me haría bien despejarme y reír —confesé.
—¿Lo harás conmigo?
Asentí.
—Dime qué quieres y te lo daré.
Me mordí un dedo.
—¿Sabes? También quiero despejarme y reír —agregó—. No es para nada difícil contigo.
—¿Vienes a mi departamento? Estoy sola.
Sus ojos revelaron un fuerte encandilamiento.
—Claro que sí.
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—¿Qué piensas? —me preguntó, llamando mi atención.
Respiré hondo.
—En todo y nada a la vez.
Colgué mi abrigo en el perchero y él me siguió.
—Eso es demasiado para mí, ¿cómo quieres que lo adivine?
Me reí.
—No necesitas adivinarlo.
Cada vez que lo sentía pisándome los talones y su respiración rozándome la nuca, los escalofríos no tardaban en aparecer. Sentía que mi cuerpo estaba incontrolable e incapaz de contener las emociones que me generaba: ansiedad, nerviosismo, deseo, entusiasmo, felicidad… Ah, tantas más.
—Quiero saberlo.
—No, senador Cullen, usted no puede usar su poder conmigo. No es mi culpa que esté acostumbrado a saberlo todo.
Sentí que carcajeaba, lo que me sacó una inmensa sonrisa.
De pronto tomó mi muñeca y me giró hasta hacerme chocar con su pecho.
—He dicho que no me gusta que me llames senador —me susurró en la cara.
—A mí me gusta.
Su sonrisa lo delataba, estaba risueño.
—No tienes poder conmigo —le recordé.
Entrecerró sus ojos.
—Y eso es lo que más me gusta, señorita Swan.
Le besé la mejilla y me alejé de forma coqueta, mientras él se tomaba la quijada y me miraba, provocándome escalofríos.
—¿Tienes hambre? —preguntó.
Lo miré por sobre el hombro, sin saber a qué podía estarse refiriendo. La verdad era que sí tenía hambre, y no solo de comida.
—Un poco —respondí.
—¿Qué te parece si pido algo para comer? Yo invito.
—Está bien, yo invitaré el vino.
Mientras Edward terminaba de solicitar el pedido, me senté un momento en la alfombra, frente a la mesa de café, con los antecedentes recabados de muchas chicas, así como también el testimonio de muchas más, en diferentes puntos del mundo, en donde el tráfico de menores y abuso a mujeres indefensas parecían más comunes de lo que creía. Había tantas que mis ganas de llegar a más, no solo por mí, sino por todas, crecían de una forma desesperante, me sentía al borde del desasosiego, alterada por el exceso de información, la ansiedad por ayudarlas y la necesidad aberrante por llevar esto a miles de esas madres y niños perdidos.
—Está listo… ¿Qué haces?
Deslicé algunas hojas en la mesa para que lo viera. Una vez que lo hizo, su ceño se frunció.
—Lo siento, estoy intentando tranquilizarme un poco, he recibido demasiada información.
—No lo sientas —musitó, poniendo su mano en la parte trasera de mi cuello.
Cerré mis ojos.
—Estás abrumada.
Asentí.
—Quiero ayudarlas y que todo el mundo sepa lo que viven estas mujeres.
—Lo lograrás.
Respiré hondo.
Me ofreció su mano para levantarme y me abrazó.
—Voy a encontrarlas —me susurró al oído.
Me separé para mirarlo.
—Ya no estás sola en esto, voy a hacer todo para que llegues a ellas. Soy capaz de todo.
Sonreí.
Sentía mis ojos llorosos.
—Voy a moverlo todo por ti, Bella.
Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, considerando ya el ingreso de un nuevo personaje que traerá demasiadas informaciones nuevas. Ya estamos entrando en un momento culminante de la historia, en el que los secretos explotarán en la cara. ¡Cuéntenme qué les ha parecido el capítulo! Ya saben cómo me gusta leerlas
El nuevo capítulo estará la semana que viene
Agradezco sus comentarios, de verdad muchísimo, a veces me cuesta tanto escribir y su solo apoyo y sus reviews me permiten saber que puedo continuar porque están ustedes esperándome y muy atentas a todo lo que puedo traer. Gracias, de verdad, por creer en mí
Recuerda que si dejas tu review recibirás un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben poner su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá
Pueden unirse a mi grupo de facebook que se llama "Baisers Ardents - Escritora", en donde encontrarán a los personajes, sus atuendos, lugares, encuestas, entre otros, solo deben responder las preguntas y podrán ingresar
Pronto se vienen novedades de mis historias pasadas, ¡estén atentas! Todo depende de su apoyo y que ello se demuestre
Cariños para todas
Baisers!
