Harry

Dicen que lo mejor del mundo es tener todo lo que deseaste sin saber que lo deseabas, así se sentía con su corazón rebosante de felicidad, al observar la escena que se desarrollaba frente a sus ojos, con el miedo latente de que en algún momento hubiera caído en una especie de coma y aquello provenía solo de la imaginación de su comatoso estado.

Draco movía pociones en los diferentes calderos de su propio almacén, de vez en cuando su mano acariciaba levemente la parte baja de su espalda, pero sin perder la concentración en las pociones que preparaba mensualmente para San Mugo.

Y todas y cada una de esas veces habría intentado ayudar o hacer algo porque la maravilla sucedía frente a sus ojos y no podía hacer nada para entrar en ello. Además, sería despachado de inmediato si osaba interrumpir su trabajo, debía ser paciente, aunque estuviera preocupándose, y estuviera preocupándose sin razón, porque Draco podía hacer lo que quisiera e incluso más, pues no estaba desahuciado como solía repetirle cuando mencionaba que debía descansar un poco.

Quizás debía hacerle caso y encontrar una profesión o un interés al que dedicarse los cuatro meses que aún faltaban, porque posteriormente Draco había manifestado que no se haría cargo de la pequeña criatura llorona, formarlo ya era más que suficiente, y aunque sabía que no lo decía en serio, estaba más que dispuesto a darles a ambos todas las comodidades que pudiera.

La medimaga en el último chequeo le había mostrado una imagen tridimensional del pequeño, porque era un niño creciendo y habitando el vientre de su pareja, estaba perfecto, tenía sus deditos, sus piernitas, su pequeña y adorable naricita que no dudaba supiera fruncirse como la de Draco cuando algo no le agradaba, se veía mágico, increíble, y difícil de comprender para alguien que jamás había pensado en la posibilidad de un embarazo masculino, creía en la magia, después de todo era un mago, pero algunas cosas seguían maravillándolo, había vencido a Voldemort y esto se le escapaba de su nivel de comprensión, a todas luces solo podía explicarle como milagro.

Draco paro de improviso con lo que estaba haciendo, haciendo que parara su divagación mental, usando su varita para mantener las pociones fluyendo se le acercó, le costó descifrar las emociones que pasaban por su rostro aunque con el tiempo aprendió a descifrar los gestos de su pareja sobre todo cuando quería dejar sentado un punto, algunos aún eran difíciles. Draco caminó hasta quedar entre sus muslos, no sabía si sostenerlo como antes por su cintura o no porque las hormonas habían vuelto más imprevisible al hombre que de por sí ya lo era.

—Estás pensando demasiado alto, Potter, y has despertado a tu "pequeño león" —Draco bufó rodando sus ojos por el apodo que había dado al pequeño las veces que se había acercado a hablarle, aunque aún no pudiera sentirlo.

—¿Cómo lo sabes?

Draco volvió a rodar sus ojos, lo hacía cuando su pensamiento era demasiado lento para él, tomó una de sus manos llevándolo sobre la tela de la camisa hacia su costado derecho.

—Me está clavando su pie o codo en el hígado…

—¿Qué? —Se apresuró a tocar el lugar, abriendo la mano para abarcar más, maravillándose del milagro de esa pequeña vida e intentando sentir algo.

—No sé como he permitido esto —Draco se quejó, como solía hacerlo y tanto como podía hacerlo, también sabía que no era en serio, solo le gustaba tener toda su atención y disposición, cuando su frente se juntó con la suya, alzó la cabeza para dejar un pequeño y casto beso en sus labios. Y entonces sintió el pequeño golpe bajo su palma demasiado sutil, por un instante se quedó callado y estático esperando que se repitiera.

Sabía que había un bebé, lo había visto, sabía que el pequeño abultamiento en el vientre de su pareja se debía a Scorpius como Draco quería llamarlo cuando naciera, acariciaba ese abultamiento cada mañana y cada noche maravillándose de los pequeños cambios en el cuerpo de Draco que Draco proclamaba como monumentales y a pesar de saberlo aún le costaba comprenderlo.

—No es tan extraño como piensas, ¿sabes? —volvió a comentar Draco dejando pasar su mudez— es un poco complicado, pero no extraño en nuestro mundo, así que no necesitas preocuparte tanto, él está bien, ambos estamos bien…

—Y las ciruelas con miel, duraznos, piña y arándanos confitados que querías a las tres de la mañana, porque caso contrario nuestro hijo tendría serios problemas por ser un ser especial y único al que no se le puede negar nada o las cosas podrían salir mal —bromeó masajeando la zona, el pequeño se había calmado y aunque seguía esperando poder sentirlo.

—¿Crees que nuestro hijo no es especial, Potter? —y como si el pequeño entendiera la indignación en el tono de su padre, dio un pequeño golpe bajo su palma, haciendo que sonriera.

—Sabes que ya es bastante difícil negarme a ti —suspiro besándolo una vez más suave y despacio, el problema es que es demasiado especial— ¿cómo podré? negarme a él?, he pensado, sabes seguro se parece a ti, porque tú estás haciendo todo el trabajo difícil, le das de tus fuerzas, de tu magia, de tu vida para que exista.

—No pienses mucho, sabemos que eso trae problemas y no seas melodramático, las brujas pasan por esto sin pestañear —Draco rio un poco quitando el filo a sus palabras, acariciando sus cabellos con cariño, mientras se acomodaba en su regazo— pero si quieres recordar eso a las tres de la mañana cuando quiero arándanos confitados yo no me voy a oponer. Y tampoco me voy a oponer a la idea que se parezca a mí, ¿qué podrías reclamar?

—Seguro será hermoso, con tu cabello, tu tono de piel, tu nariz tan aristocrática y tu mentón afilado —se imaginaba una pequeña versión de Draco y sí, seguía maravillado por la idea, rodeó su espalda con un brazo y lo acomodó contra su cuerpo para seguir hablando con las cabezas juntas y casi en secreto.

—Bien… mientras tenga tus ojos —comentó Draco, la media sonrisa tan cerca de su rostro calentó su corazón— seguro tendrá tu valentía, y mi inteligencia, por supuesto, y tu poder, porque sigues siendo el mago más poderoso de nuestro tiempo, no habría ninguna otra persona con la que me hubiera embarcado en una aventura así, porque no existe otra persona en la que pueda confiar ciegamente de que estará allí para mí y para él a pesar de cualquier cosa.

Y viniendo de Draco aquellas palabras calaron hondo, quizás el que tenía problema con las hormonas era otro porque sus ojos se aguaron, no tenía sus mejores recuerdos de lo que era ser una familia, de hecho ni siquiera debería considerarse para material para padre porque el suyo aunque lo amaba murió demasiado temprano como para tener un modelo paterno y podría convertirse en un desastre, pero Draco lo consideraba más que digno de aquel regalo, de aquella añoranza tan presente en el fondo de su corazón, de tener al fin una familia suya que pudiera amar y proteger.

—No te…les defraudaré —prometió contra su sien dejando un pequeño beso.

—Ni aunque lo intentarás lo harías, Harry James Potter —Draco tomó su mano libre, dejó un beso y junto a la suya, la colocó sobre su vientre— Scorpius está de acuerdo conmigo que te preocupas demasiado, ve con tu amigo juega algo y cuando yo termine te enviaré un patronus para que nos vayamos a casa ¿te parece, cariño?

—¿Me estás echando, Draco? — se quejó, había estado en silencio, solo observándolo sin interrumpir su trabajo.

—Estoy cuidando de tu salud mental, algunos tenemos trabajos de verdad, aunque el tuyo sea por ahora cuidar de nosotros, también necesitas distraerte, nadie podría salir vivo si intentara pasar tus protecciones con malas intenciones, además soy tan competente como tú en defenderme.

—Está bien solo porque Ron ha estado insistiendo en que deberíamos reunirnos, ¿pero si necesitas algo? —Lo contempló por unos segundos, dejando pequeños besos en sus labios antes de ayudarlo a ponerse de pie

—A un patronus de distancia lo juro —comentó llevando la mano a su corazón y alejándose para dejarlo ir— te amo

—Te amo también