La "emergencia" estaba sucediendo en la Mansión Nura y cuando Rikuo fue capaz de llegar y verla con sus propios ojos, esta ya estaba en su momento más crítico. El joven se sintió tonto y avergonzado mientras distintas situaciones hipotéticas sobre lo que pudo haber desatado la pelea entre su abuelo y la anciana Yuu comenzaban a atiborrar su mente.
Ni él ni Tsurara dijeron algo cuando vieron lo que estaba sucediendo: ambos ancianos, aún activado su glamour y con la ropa rasgada por las heridas, peleaban a matar en el patio de la casa.
Rikuo estaba aterrorizado viendo a su abuelo pelear sin importarle las condiciones de su ropa, al igual que la anciana Yuu; y tardó un minuto para poder censurar de su mente cualquier imagen incómoda y otros más para superar que, en su primera salida con Tsurara, ambos habían visto las partes personales de su abuelo.
Sin embargo, fuera de eso, Rikuo nunca había visto a su abuelo ejercer tanto poder. Durante su infancia, Nurarihyon había usado su ingenio y palabras para arreglar cualquier conflicto.
En el viaje a casa, después de ser avisados por Sasami y Karasu Tengu, Rikuo fue capaz de sentir la energía de su abuelo y la de Yuu amplificarse. Conforme él y Tsurara se acercaban a su hogar, aquella sensación se mantenía, pero también iba aumentando. Una prueba de ello eran los alrededores, cubiertos por los miedos de ambos youkai: las casas y los espacios públicos aún tenían luz artificial, no obstante, el ambiente era cubierto por una sombra negruzca que eliminaba cualquier destello o vida al color.
Y luego estaba el frío, tan seco como si se hubiera tragado toda el agua. Una capa de hielo cubría el suelo, las paredes, los cables en el aire. Ambos miedos se sobreponían uno sobre el otro y cuando se encontraban generaban imágenes y sentimientos espeluznantes. Juntos eran la nada, la no-vida, que iba en contra de la naturaleza.
Aquella energía demoniaca era una demostración tremenda de pomposidad, pero se resumía, básicamente, a marcar territorio como lo haría la vieja escuela de youkai y también los perros. Rikuo quiso, como primera reacción, molestarse hasta enfurecerse durante el camino a la Mansión, pero lo que veía conforme avanzaban solo lo dejaba cada vez más estupefacto.
De alguna manera, el viaje de las yuki-onna a Ukiyo-e estaba planeado para ser, mínimo, decente, ya que Rikuo debió ser realista desde el principio: estaba esperado que su abuelo lo arruinara. ¿Pero a tal nivel? No iba a enfurecerse. Era ridículo. Enfurecerse sería meterse en su juego.
Sería la cereza al pastel para Nurarihyon que su nieto se metiera en su pelea y defendiera a su contrincante. Sería la víctima, y Rikuo el traidor.
En la Mansión Nura el ambiente era similar al de los alrededores, pero más extremo. Había nieve y la luna era la única luz, si es que podría considerársele iluminadora. La oscuridad era de tal nivel que, de ser un humano, Rikuo no hubiera sido capaz de saber qué estaba pasando.
Parecía que su abuelo y Yuu jugaban al gato y al ratón. Él suponía que cada uno tenía una idea distinta de quién era quién.
Parecían haber algunas paredes y puertas corredizas dañadas, pero ningún inocente herido. Algunos tsukonogami parecían asustados, mientras otros, especialmente Nattokozzo, vitoreaban a Nurarihyon.
Kurotabo y Aotabo aún no regresaban. Kejorou se había llevado a Wakana a un lugar más tranquilo y Kubinashi limitaba la zona de pelea con sus hilos. Las acompañantes de Tsurara, Shura y Nozomi, además del espíritu Yuma, veían tranquilas la pelea en una azotea cercana.
Todos habían estado de acuerdo en no inmiscuirse en la pelea. Solo Rikuo y Tsurara podían hacerlo, según la línea de cada clan.
—¿Cuánto crees que dure esto? —preguntó Rikuo a Tsurara. La yuki-onna lo miró a través de la oscuridad.
Rikuo vio sus ojos ambarinos brillar como faroles cuando dirigió su vista hacia él. Ella no respondió de inmediato, sino que giró la vista al escenario de la pelea y meditó.
Rikuo, absorto por la imagen de sus ojos, se dio cuenta que cabeza de Tsurara tuvo que erguirse para encontrar su mirada. Se sintió cohibido, recordando que hacía no poco tiempo ambos estaban del mismo tamaño, y comenzó a preguntarse cosas como si Tsurara lo encontraría más atractivo ahora, ante cambios como ese.
¿Sus ojos también brillarían como los de ella?
—No lo sé. Si no se han matado es porque aún son capaces de razonar —replicó por fin Tsurara.
En su pausa para suspirar, ambos escucharon el sonido de dos espadas chocando y pies corriendo sobre el suelo con fuerza. Luego silencio. Ella continuó.
—La expansión de sus miedos es pura pretensión. Están peleando cuerpo a cuerpo, en realidad. Con el glamour en marcha no pueden durar mucho más, es verdad... pero están llamando mucho la atención.
De la oscuridad, a sus espaldas se escuchó la voz grave de Kurotabo:
—Es correcto, Tsurara. Debemos controlar esto antes de que alguien del cadre se entere. Esta pelea es personal, pero si alguien fuera del círculo interno de los Nura llega a saberlo, podrá ser visto como un acto político y perjudicar la sucesión del amo Rikuo o la reputación de la señora Yuu.
Al escuchar aquello, la mente de Rikuo se agudizó en estado de alerta.
Lo dicho por Kurotabo era verdad. Había estado asumiendo la situación como un drama familiar de comedia romántica, cuando en realidad podía interpretarse como una rebelión ya que la organización del clan y sus cadres había sido, hasta la fecha, basada en una jerarquía militar. Se golpeó con una palma de la mano la frente, frustrado. Ahora Rikuo se sentía más tonto todavía, si era posible.
Cuando su brazo bajó y su mano cayó a la altura de su cadera, Rikuo sintió la mano de Tsurara apretar sus cinco dedos. El frío de Tsurara, distinto al frío del ambiente provocado por la energía de Yuu, fue diferente.
Era fresco como el aire frío de la mañana, tranquilizador y reverberante.
El joven quería tomarla en brazos y decirle lo agradecido que estaba con ella. Lo especial que era ella para él: la felicidad y tranquilidad que provocaba en su cuerpo, la seguridad que embargaba su alma por su compañía, el esfuerzo que estaba dispuesto a hacer para comenzar su vida con ella, sea como fuese...
¿ella quería ser su novia? ¿quería ser su esposa youkai? ¿saldrían a citas? ¿ella querría tener hijos? ¿sería de inmediato o esperarían? ¿… vivirían en la ciudad o en la montaña…? ¿Tsurara quería conocer el mundo humano como él conocer el mundo youkai…?
Pero juntos.
Sin embargo, había algo urgente frente a sus narices.
Rikuo acomodó ambas manos para que sus dedos estuvieran unidos a los de ella. No la miró ni dijo nada, pero apretó el agarre luego de un carraspeo que usó para llamar la atención de sus subordinados, quienes se reunieron alrededor de ambos.
Aparecieron de la nada Sasami, Kejorou y Kubinashi. Kurotabo solo se aproximó. Entre todos crearon un círculo alrededor de Rikuo y Tsurara que dejó a la pareja en el medio.
—¿Aotabo se quedó a asegurar el estado de Kana? —preguntó Rikuo. Kurotabo asintió—. Bien. ¿Sasami? ¿Cuánto falta para amanecer?
—Dos horas y media.
—¿Hay algún youkai o ayakashi foráneo en la ciudad?
—Solo ayakashis inferiores. En el Distrito, como siempre, la clientela es variada, pero hoy mis hermanos no reportaron la presencia de algún aliado del Clan Nura —respondió Sasami—. Calculamos que los invitados de la sucesión comenzarán a llegar, de hecho, después del amanecer. Así lo han confirmado las reservaciones hechas en el distrito.
Rikuo asintió verbalmente.
—Bien, el plan es el siguiente. Kubinashi, limita aún más el perímetro del área. Pero no aún. Cuando Tsurara y yo estemos cerca, ese es el momento. Ahí es cuando los detendremos de la pelea. Solo necesitamos que se queden en un lugar en específico.
Karasu Tengu llegó volando y aterrizó precipitado, al escuchar lo anterior.
—¿Cómo que vas a detener al Comandante, Rikuo? —graznó temeroso—. ¡Está furioso! ¡No escucha palabra alguna! ¿O acaso vas a pelear con él? ¡Es muy arriesgado! ¡Si alguien sabe que enfrentaste a tu abuelo, podrían…!
—¿Acaso piensas enfrentarlo, amo Rikuo? —preguntó Kurotabo—. Karasu tiene razón. Sería una invitación para los que quieran su puesto. Es un mensaje poco favorable. Pero de que puede ser posible…
Sasami resopló con coraje y apartó a su padre con una de sus alas, cerrando aún más el círculo, dejándolo fuera de paso, y golpeando a su vez el sombrero Kurotabo.
—¡Oye! —replicó el monje.
Sasami lo ignoró.
—Esa opción no es viable. Es posible, sí, pero es una tremenda estupidez que puede rebotarnos en la cara de la manera más nefasta posible. No vale ni siquiera que lo pongas como opción, Kurotabo —aún en la oscuridad, los ojos de Sasami brillaron con enojo en dirección al monje—. Esto debe manejarse de manera civil, Rikuo. Cien por ciento.
Rikuo asintió ante el consejo.
—Sí, chicos, porque… —Kejorou se rió mientras hablaba— cuando llegaron, escuché parte de la conversación del comandante y la anciana Yuu mientras peleaban. No vale la pena que muera nadie… es, de verdad, una tontería —terminó entre risas.
Todos hicieron un gesto de estupefacción. Kubinashi golpeó en el hombro a Kejorou, que todavía se estaba riendo.
Ella los vio, entre las penumbras, sorprendida.
—¿Qué?
—¡Que nos cuentes, mujer! —gruñó Sasami, aún exasperada por lo anterior.
—¡Ah! Pues les cuento. El señor Nurarihyon y la señora Yuu llegaron tumbando la puerta, aún en sus formas más atractivas. Por lo que noté, todo el camino que recorrieron hasta la casa lo hicieron peleando. La señora Yuu se reía al principio del señor Nurarihyon, y le decía cosas como "misógino", "viejo anticuado", "escoria tradicional", "cola sucia", "pija chica"… y el señor Nurarihyon le respondía con cosas horribles como "prostituta de las nieves", "puta", "golfa"… ahí me di cuenta que el señor no es muy creativo. Y en fin, peleaban mientras se insultaban. Pero luego hubo un momento en el que ambos cayeron al suelo en un estruendo fatal. Y ay, oigan, perdón si lo digo así y con esta cara pero… cayeron uno encima del otro. La señora arriba. Y la señora sometió al señor Nurarihyon con una naginata de hielo, pero un hielo con luz. Esa si no la rompió el señor. No pudo. Y la señora Yuu le dijo… algo así: "veo que te excita ser humillado". Y yo…
A Rikuo se le cayó la mandíbula y a Kubinashi la cabeza.
Sasami hizo un gesto como si fuera a vomitar.
Kurotabo se rió con gusto.
—Vaya, esta pelea es más ridícula de lo que parece —sentenció Tsurara con un tono de voz amargo—. Ya sé qué está pasando. Es probable que la anciana Yuu lo tenga bajo control. Están jugando y Nurarihyon lo sabe, pero no quiere aceptarlo.
—¿Por qué estará tan enojado…? —preguntó al aire Kubinashi.
Rikuo y Tsurara se pusieron en marcha. Kubinashi los seguía a la distancia, apretando sus hilos cada cierto tiempo. Al recorrer aquella parte de la mansión, Rikuo se sintió bastante aliviado de que las pérdidas materiales fueran objetos que podrían ser reemplazados antes de la ceremonia de sucesión. Sin embargo, conforme se acercaban a su objetivo, Rikuo no podía asegurar si tendría las palabras adecuadas para conciliar aquella situación. Lo que les había contado Kejorou lo había dejado atónito.
Su abuelo parecía comportarse como un niño. La reacción de Tsurara ante la historia tampoco le daba muchos ánimos. Se veía ofuscada, irritada, luego de saberlo.
Tsurara pareció adivinar sus pensamientos, porque al estar a algunos pasos, le dijo:
—La anciana Yuu intenta quebrar a Nurarihyon —le explicó—. Creo que busca ir al fondo de la razón por la que tu abuelo está en contra de que su sucesor… mmm… —su voz se escuchó incómoda, y aunque Rikuo buscó su mirada, solo encontró oscuridad—… se vincule a una yuki-onna. Hasta ahora, nos hemos dado cuenta de que tu abuelo nos tiene repele… pero esta escena que Yuu creó dice que Nurarihyon también nos tiene miedo…
Tsurara dejó de correr. Le señaló la puerta frente a ambos. Rikuo asintió y le dio la señal a Kubinashi, al mismo tiempo que ambos entraban a la habitación. El cabello de Rikuo, grisáceo, brilló con la luz de la luna que iluminaba el lugar lleno de sombras.
Su abuelo estaba en estado deplorable. No estaba ni cerca de estar muerto ni en un estado fatal, pero parecía enardecido por sus emociones. Yuu los miró al entrar y les sonrió, enseñándoles sus gafas rotas y su cabello despeinado.
—¿Cómo dicen los jóvenes, Tsurara? —dijo Yuu en tono suave y juguetón, contrastando con el enrabiado Nurarihyon—. Ah, sí. Me debes un outfit, Tercero.
Por la ventana Rikuo vio como los hilos rojos de Kubinashi terminaban por encerrarlos. El joven inhaló y exhaló, cerrando la puerta tras su espalda.
—¿Y bien? ¿Pueden explicar esto? —preguntó a ambos youkai. Tsurara se quedó a su lado, en silencio.
Nurarihyon escupió sangre al suelo, mirándolo de manera insolente. Señaló con un dedo y su garra ensangrentada a Yuu.
—La prostituta de las nieves… —gruñó—. Ella inició todo. Fuimos a ver el problema con el onryo y esta maldita yuki-onna comenzó a meterse en cosas que no le importan.
—¿A quién si no a mí debería importarle que rechaces y pongas trabas a mi aprendiz? —Yuu se rió con sarcasmo—. No te dije nada que no fuera verdad. Tú, bestia, no pudiste responderme y tampoco pudiste controlar tus impulsos por subordinarme. ¿Y no adivinas, verdad? Porque serás uno de los youkai más poderosos, dices, pero sigues siendo un tonto. Un tonto escurridizo. Un maldito ladrón de cuarta que roba y no crea nada por sí mismo. Y ya que tú pasaste tu vida entera así, quieres que tu nieto y mi aprendiz también lo hagan… como se lo hiciste a Rihan y a Setsura, maldito bastardo. ¿Esta es acaso la debilidad de los Nura? ¿Su propia y paranoica cabeza? Sin la maldición de Hagoromo Gitsune, ¿qué los detiene si no eso?
Rikuo se preguntó en ese momento cómo era posible que las palabras de las yuki-onna fueran tan certeras cada vez que se trataban de explicar los males de su familia. Una voz en su cabeza le respondió que, tal vez, su familia estaba estancada en lo mismo desde hacía mucho tiempo.
Nurarihyon gritó enfurecido y tiró su espada al suelo, que revotó hasta los pies de Rikuo. Los presentes lo miraron acomodarse la ropa y el cabello.
Yuu hizo desaparecer su naginata de hielo como respuesta a él.
El ambiente pronto cambió. Se encendió la luz de las afueras y de la casa, incluso la de la habitación donde estaban.
La pelea física había finalizado. Nurarihyon iba a ceder.
Los hilos de Kubinashi desaparecieron en silencio.
—Creo que olvidas un detalle importante, zorra de las nieves —dijo Nurarihyon con rencor—. Las yuki-onna pueden procrear por sí mismas, si así lo desean, pero si copulan con un youkai macho…su hijo será un varón. Y el varón heredará los genes de su padre aumentados con la energía demoniaca de la yuki-onna. Ahora, dime, ¿cuántos casos de hijos varones de yuki-onna que no hayan perdido la cabeza conoces, vieja imbécil?
Rikuo pensó que aquello era otra excusa de Nurarihyon.
—Me imagino que te refieres al Jagan.
Pero la reacción de la yuki-onna mayor lo dejó seco.
—¿De qué hablan? —exigió saber.
Yuu chasqueó la boca y se limpió sangre fresca que tenía en su mejilla.
—Tsurara, Rikuo… el Jagan fue un youkai producto de un youkai de fuego y una yuki-onna. Nació hace miles de años, cuando las yuki-onna vivían en grupo y aisladas de la población youkai. La comunidad donde nació el Jagan no aceptaba hombres, así que lo abandonaron a su suerte. Ese youkai pronto se conoció como el Jagan, y fue uno de los youkai más fuertes pero más inestables del periodo Asuka. Los doscientos años que vivió fueron un calvario. Separó a todas las yuki-onna de Japón, las que pudieron escapar, al menos, de la masacre que dejó por su venganza. Debió de molestar a un youkai muy poderoso para morirse tan pronto.
—Yo vi a esa aberración —espetó Nurarihyon—. No había razón en su mirada. No tenía propósitos, ni criterio, era un monstruo que buscaba venganza. Cuando yo era un niño, todo niño o niña youkai de mi edad conocía al Jagan. La mayoría éramos huérfanos gracias a él. Una vez que cumplió su venganza, solo se trató de matar… Pensar que a mi línea y a la de Rihan la continuará un monstruo como ese me da repugnancia. Prefiero que mi sangre desaparezca a ser parte de la creación de una abominación como esa.
Rikuo sintió a Tsurara tensarse a su lado. Él sabía que no era una opción para su abuelo que él no tuviera un hijo varón. Personalmente, a Rikuo no le importaba en lo absoluto, pero estaba consciente que, según la tradición de su abuelo y la del cadre, aquello era un requisito. Aún así, la razón de su abuelo continuaba siendo insuficiente pese al miedo que reflejaban sus ojos.
Tomó la mano de la yuki-onna y cuando esta lo miró, sorprendida, le sonrió de manera tranquilizadora.
—Nurarihyon —Rikuo llamó a su abuelo. Su tono de voz significaba gravedad—. En dado caso de que Tsurara quisiera tener un hijo mío —lo dijo con dignidad, pero con las mejillas rosas de vergüenza—, ese hijo no será ni de cerca alguien como el Jagan. Yo no lo abandonaré y Tsurara tampoco. Ese niño tendrá una familia como yo la tuve y usará su poder para protegerla, no para destruirla.
—Esa aberración te matará cuando no te des cuenta… ¿no lo viste? Los miedos… las sombras y el frío… es una combinación maldita, Rikuo…
"La no-vida" recordó el joven.
—¿Y qué piensas que somos, viejo idiota? ¿Muñecos de peluche? —exclamó con sorna Yuu—. Los ingredientes para la destrucción se atraen. Son dioses los que pueden y eligen no destruirlo todo. Parece que has estado tanto tiempo entre humanos que hasta tu misma naturaleza te parece extraña… Los youkai como nosotros tenemos razón… pensamos… decidimos…
Tsurara carraspeó, buscando la atención de los presentes. Ella se dirigió específicamente a Nurarihyon.
Rikuo sintió el agarre de su mano tensarse.
—Yo solo quiero que sepa que no odio a los humanos. Yo crecí en su casa y en la vida que usted creó. No odio a ningún humano y no busco lastimar a ninguno de nuevo. Quiero a la señora Wakana como si fuera mi madre y sé que mi madre quiso a Yohime como una amiga íntima. Rikuo, durante mucho tiempo, fue solo un humano, y lo quise igual a como si no lo fuera. Hoy en día sigo apreciando su parte humana tanto como su parte youkai. Y yo, al crecer a su lado, también aprendí a ser humana, lo que no me hace menos youkai. Si yo tuviera un hijo varón… —al decirlo, Tsurara se sonrojó desde la raíz del pelo hasta el cuello— le enseñaría el mundo como Rihan me lo enseñó a mí.
Nurarihyon rodó los ojos ante la mención de su único hijo.
Las enseñanzas de Rihan no necesitaban ser probadas: Kubinashi, Aotabo, Kurotabo… todos aquellos ayakashis, nacidos sin un propósito, sumidos en la locura, como alguna vez estuvo el Jagan… ahora eran queridos y también querían.
Cuidaron largo tiempo de Rihan y se quedaron a cuidar a su hijo cuando su líder murió. Ahora le servían a Rikuo con una lealtad inquebrantable. Y a Nurarihyon le traían el té y el sake y hacían todo más divertido y fácil en aquella gigantesca mansión, donde siglos atrás todo era política y avaricia, y traiciones...
Sin avisar, Nurarihyon se sentó en el suelo frente a los tres en una posición cómoda, aún con su glamour.
—¡Nattokozzo! ¡Trae el sake! —gritó escandalosamente—. ¡Y cuatro copas!
Tsurara abrió los ojos con sorpresa mientras Yuu se arremangaba su kimono destruido encima de las rodillas y se sentaba cerca de Nurarihyon.
Ella y Rikuo se miraron, confundidos. ¿Qué estaba pasando?
—¡Apúrate, escoba tiesa! —gritó la anciana, haciendo al otro reír—. ¿Ah, o sea que mis insultos siempre te han dado risa y por misógino te hacías el amargado? Le he dicho de peores maneras a esa escoba.
Nurarihyon dejó de reírse y la ignoró. "Le quitas la gracia a todo", murmuró para sí.
El anciano, aún de vista joven, se dirigió seriamente a Rikuo.
—Hemos vivido tantos años desperdiciados por la estúpida maldición de la zorra… —dijo, haciendo una pausa para acomodarse sus ropas—. Desde Yohime he visto al mundo humano progresar y hasta el día de hoy sigue progresando. El mundo de los youkai no es así. Pero tampoco estoy seguro de cómo es ahora, luego de haber echado raíces aquí, como mi hijo lo hizo con Wakana. Pelear con esta vieja… despertó algo en mí que hace tiempo había olvidado que tenía.
—De nada, pija chica —sonrió la susodicha.
Nurarihyon fingió no escucharla y prosiguió.
—Ese instinto de youkai, de matar, de sentirte una entidad superior, un ser divino. Siempre vi a Yamabuki Otome como una representación de la oscuridad que poseen individuos como nosotros. Inherente, peligrosa, caótica. Setsura era aquella desesperación que sentimos ante la soledad. Aguda, angustiante, cancerígena. Odiaba verlas, en algún punto, porque yo ya no quería encontrar eso en mí. Y la verdad es que nunca se ha ido. Mi hijo murió por dejar su naturaleza a un lado. Setsura igual. Y, ¿sabes qué, Rikuo? Yo fui quien les enseñó a que lo hicieran.
Rikuo hizo lo posible por tragarse el sollozo que se estacionó en su garganta al escuchar las últimas palabras de su abuelo. Aquello era una confesión, la primera vez que Nurarihyon decía lo que decía. Tal vez la única.
—¿Eso significa que… —comenzó Rikuo, siendo interrumpido por la puerta abriéndose.
Nattokozzo llegó con el sake y rápidamente sirvió cuatro copas. Una vez que se fue, Nurarihyon lo vio fijamente y Rikuo le tomó la mirada.
—Tienes oscuridad en tu mirada, nieto —dijo el anciano, y sonrió, con la copa cerca de la boca—. Aún más que yo. Como tu padre, a decir verdad. Pero supongo que así debe ser. En unos días vas a liderar un pandemonio. El más grande y poderoso de todos. Y tu hijo… será el Nura más poderoso que haya existido alguna vez.
—¿Por qué tan fácil, abuelo? —cuestionó Rikuo, confundido por el cambio radical de actitud de Nurarihyon. No había pasado ni media hora desde que habían dejado de pelear—. ¿Te estás burlando de mí o algo así?
Nurarihyon se bebió de un sorbo su copa de sake y de inmediato se sirvió más, pasándosela a Yuu, que también repitió.
Tsurara estaba callada, pero con la vista en ambos.
—Estoy harto —suspiró el anciano—. Haz lo que quieras con todo. ¿Qué importa ya? Me chantajean con mi hijo cada que pueden —Tsurara bajó la vista con vergüenza y Yuu, contrario, subió la barbilla con presunción—. Y eso me recuerda que Rihan nunca estuvo de acuerdo conmigo. Quizá debí escucharlo más y ser como él en vez de hacer que él fuera más como yo. Eso es el antónimo de progreso, porque volví a intentarlo contigo, Rikuo.
—Bastante tienes con que haya aceptado ser el líder del clan como para también exigirme tus condiciones —señaló Rikuo con los ojos entrecerrados.
—Aparte —dijo y se rio—. También acabaste con esa zorra. Cerraste el ciclo. Contigo empieza otro más. ¡Ahora a beber!
—Pero, ¿estás seguro…?
—Ya, Rikuo —le hizo un gesto para que se callara—. Shhh. Es todo. No diré más. Ocupaba una buena pelea para por fin mandar al carajo todo esto. A partir de este momento, me importa un carajo todo y solo me quedaré un mes más contigo para enseñarte algunas cosas, porque luego de eso, me iré como vago a recorrer el mundo youkai. Y al carajo todo. Carajo.
Tsurara le dijo que no era necesario, pero Rikuo insistió en acompañarla a su habitación. Ya había amanecido y el sol lentamente subía a lo más alto. Aún había sombras densas y frío, pero formaban parte de la naturaleza. La mansión, pese a parar actividades hacía algunos minutos, transmitía tranquilidad. No se oía ni un alma moviéndose.
Llegaron a su puerta. Tsurara se despedía mientras abría la puerta, pero Rikuo la detuvo colocando su mano sobre la de ella.
Rikuo sabía que ambos habían pasado varios momentos incómodos. La historia del Jagan le cayó como ácido al estómago. Pero principalmente su molestia era por la increíble falta de sensibilidad que tenían los demás al hablar de su relación o la falta de ella. Rikuo aún no había sido capaz de comprometerse enfáticamente con Tsurara y tuvo que hablar sobre tener hijos juntos. Era absurdo.
Sabía que la yuki-onna venía del mismo mundo que aquellas personas, y que quizá para ella fuera apropiado, de alguna manera; pero Rikuo sentía los comentarios como latigazos en la espalda. Eran expectativas sobre ellos que alimentaban a su vez las de ellos mismos.
Enlazó sus dedos con los de ella y la movió de forma que quedaron frente a frente, con él recargado en la puerta como prevención de cualquier escape. Desde las sombras sus ojos borgoña brillaron con un tono rojizo intenso ante la luz del amanecer. Él le sonrió y acercó su cuerpo al suyo. Tomó un mechón de su cabello y lo colocó detrás de su oreja, sintiendo en la yema de sus dedos su piel fría.
—Tsurara… ¿quieres intentarlo?
Ella se quedó tiesa por un momento. Luego se enrojeció. Con timidez subió la vista y lo miró a los ojos. Sus ojos estaban llorosos, muy brillantes, pero Tsurara no dejaba caer ninguna lágrima.
—¿Qué? —respondió ella, sin aliento.
Rikuo se rió con nerviosismo, pero se obligó a continuar.
—El beso —respondió. Se rascó la nuca—. Hemos hablado de cosas que aún no suceden… y que no sé cuando sucederán… hijos, me refiero. Es ridículo. Yo… quiero estar contigo, Tsurara. Aún tengo muchas dudas de cómo haremos que esto funcione… pero de lo que yo estoy seguro es que siento lo mismo por ti que tú por mí.
—No digas eso, Rikuo. Las consecuencias…
El joven se sacudió por los hombros.
—¿Y qué si me tienes que matar? —murmuró—. Estoy dispuesto a morir por ti, de todas formas. No sé que nos depara el futuro, yo como Comandante del clan Nura, como un humano con cuarta sangre youkai; y a ti, como líder de las yuki-onna de Yukiyama… pero sé, con certeza, que si me dejas prometerte ir por ti una vez que termines con tu misión… cumpliré mi promesa. Subiré aquella montaña, derrotaré a quien tenga que derrotar… esperaré, si es necesario…
Rikuo se quedó petrificado al ser interrumpido al sentir los labios de Tsurara sobre los suyos. Su energía demoniaca fue la causante de ello, pero también la impresión de la sorpresa que le causó. En su interior, Rikuo sintió una sensación cálida cubrir sus órganos, especialmente el corazón y los pulmones, que de un momento a otro comenzaron a congelarse con el aliento de Tsurara.
El frío… aquel frío no era un frío desgarrador. Podía congelarlo, pero a su vez buscaba llenar sus adentros, acariciar lo más recóndito de su cuerpo y alma. Sin embargo, también podía petrificarlo si no le respondía.
Recordó las palabras de Zen. Debía buscar equilibrio entre la energía helada de Tsurara, que parecía querer absorberlo por completo, y la suya, que no estaba seguro cómo manejar.
Rikuo nunca pensó en tener una relación sentimental. Era joven, tenía otras prioridades, y realmente no había tenido oportunidad de reflexionar al respecto. Todo lo que sabía venía de las películas: el beso, el uso de lengua, el apretar los cuerpos… pero el instinto de su sangre youkai le decía algo distinto. Y no se lo decía de forma literal, sino que tomaba el control. No iba en contra de aquellas acciones, comunes de los humanos, sino que las buscaba de una manera mucho más intensa y que se manejaba desde sus adentros, sin palabras o pensamientos que la explicasen o racionalizaran.
No había ningún pensamiento racional en aquel acto. Era puro instinto.
La sangre de Rikuo latía junto a sus órganos con una fuerza descomunal. El frío contra el que luchaba su energía empezó sintiéndose incómodo, como cuchillas encajándose en sus adentros, pero al cabo de un momento se disipó. Supo que lo había logrado el equilibrio cuando abrió los ojos y vio a Tsurara sonrojada frente a él, con sus párpados cubriendo sus ojos y su respiración semicortada encima de su boca.
Rikuo nunca se había sentido así. Su parte humana parecía, por fin, coincidir con su parte youkai. No se trataba de haber incrementado su hombría, sino de haber, por fin, respondido a sus deseos más intensos. Ser youkai, a fin de cuentas, había aprendido desde hacía algún tiempo, se trataba de desear y obtener lo que es deseado. No existía en el mundo otra criatura más anhelante que ellos.
El suspiro que salió de la boca de Tsurara cuando se separaron hizo saber a Rikuo que ambos habían obtenido lo que deseaban. Que sus energías, distintas, se habían acariciado y se habían aceptado una a la otra. Juntas podían ser la no-vida, la destrucción, como vieron ante la pelea de Nurarihyon y Yuu; pero en aquel momento, Rikuo se dio cuenta, ellos eran capaces de, en conjunto, crear un nuevo camino, un nuevo destino.
—Te amo, yuki-onna.
Tsurara sollozó su nombre, pero no pudo decir nada más, y se descompuso sobre su pecho, temblando mientras lloraba y una sonrisa le cubría por completo el rostro, desde la boca hasta los ojos.
Perlas cayeron al suelo, una tras otra. Tenían un brillo distinto…
*El Jagan es un guiño a Yu Yu Hakusho. Hiei, quien posee el Jagan (ojo maldito, creo) es hijo de una yuki-onna y un demonio de fuego.
