infelicis congressus
Camus, Afrodita, Marín
Pre-canon
Los ciclos de la vida son innegables.
El vínculo entre las águilas y el príncipe Ganímedes es innegable.
El vínculo entre las deidades Afrodita y Ares es innegable.
«Los niños no deberían estar despiertos tan tarde»
Fue la sutil advertencia que el herido santo de Piscis les dedicó cuando subió sin siquiera pedir permiso, al pasar por el templo de Acuario. El onceavo santo de oro, a diferencia del resto de sus jóvenes compañeros, no podía esperar hasta la mañana siguiente para saber a dónde se habían marchado el cosmos del patriarca y sus vecinos zodiacales. Como el mayor de los menores, se dijo que podía aguantar unas horas más de guardia y, en medio de la espera, el Aguila llegó a hacerle compañía.
El águila, después de todo, siempre se halló vinculada al copero. Por más que ninguno lo deseara especialmente.
Marín se ocultó en lo profundo del templo cuando Afrodita llegó pero, claramente, el mayor distinguió su presencia. Ella regresó al pasillo cuando las puertas se cerraron tras el doceavo caballero.
«Los niños no deberían estar despiertos tan tarde»
Tal vez sería el consejo más amable que Afrodita ofreciera en su vida, con una sonrisa que escondía su dolor —y humillación— como su cosmos era incapaz de hacer.
Afrodita no subió más allá de su propio templo pues no era él quien tenía la sangre de Aioros en sus manos y, aún así, se encargó de preparar un baño caliente a esas horas ya que no aguantaba la pesada suciedad sobre su ser.
Con suerte, pensaba, el obediente Acuario le haría caso y no vería subir a Shura o Deathmask.
El Aguila también era inteligente. Niños o no, debían saber distinguir cuándo era mejor no enterarse de las cosas.
«Los niños no deberían estar despiertos tan tarde»
Marín también lo había oído y por ello no dudó en seguir a Camus cuando sintieron el cosmos de otro caballero subiendo, ella lo notó apenas, pero, éste lejano cosmos hizo palidecer al caballero de hielo.
—Marín —el santo de Acuario tenía una inusual expresión de rabia en el rostro al llamarla, mas no continuó hablando hasta que consiguió apaciguarla—. Todo lo que hayas visto y oído hoy-
—Lo sé, Acuario. Ni una palabra saldrá de mi boca.
—Piscis puede cobrarnos éste favor y no dudes que lo hará en cuanto tenga oportunidad —advirtió el muchacho—. Marchate antes de que Capricornio llegue… Y, averigua en dónde se han quedado Aioria y Milo, dile a Albiore que te ayude a vigilarlos.
Los santos de Leo y Escorpio no habían estado en sus casas cuando el Aguila subió y Acuario no los había sentido acercarse en todas aquellas horas de vigilia.
—Entendido.
Siendo que Capricornio subía por el camino principal, Acuario y Aguila compartieron un último asentimiento antes de que ella se encaminara al pasadizo entre las montañas que el santo de hielo le había enseñado tiempo atrás; un camino que un santo de plata no debería conocer jamás, pero, el copero no tuvo dudas de que su águila no lo revelaría a los cuatro vientos y, más importante, tuvo el presentimiento de que sería necesario que ella lo supiera algún día.
Marín no confiaba en los presentimientos de la gente y mucho menos en los presentimientos de los hombres, mas el águila confiaba sin dudar en el destino que Acuario podía leer en el cielo y en el interior de las personas. Por éso mismo había subido aquella noche en que los guaridas se alteraron tanto en las barracas, murmurando con odio y preocupación el nombre de Sagitario.
«Alguien morirá ésta noche»
Fue lo que dedujo Camus mientras esperaban, con una tristeza que Marín no tuvo ganas de consolar.
Al amanecer, apenas opacada por la luz del sol naciente, la estrella de Aioros de Sagitario cayó del cielo.
