lux caecitas
Shaka, Milo
Pre-canon
La búsqueda de conocimiento y la búsqueda de libertad, por consenso, están estrechamente relacionadas.
El santo de Escorpio se aferraba con fuerza a la mano del santo de Virgo mientras avanzaban en la oscuridad. El terreno desértico en el que lucharan se había vencido bajo el colapso de su rival y habían caído más profundo de lo que estimaron.
Milo, mientras escuchaba a las arañas masticar las corazas de otros bichos sobre su cabeza, lamentaba haber hecho notar a su compañero la presencia de los oscuros túneles que parecían catacumbas en derredor, pues Shaka insistió en que debían investigar la zona antes de regresar.
Por supuesto, el santo de Escorpio no temía a la oscuridad, pero él, mejor que nadie, sabía cuánto miedo podían dar algunos insectos y… Cualquier ser viviente que no fuera un artrópodo o un humano, resultaban ser solo fuente de disgusto para el joven santo.
Excepto los dioses, claro. Si bien su diosa poseía un cuerpo humano, ella realmente debía ser «otra cosa».
Y, si ella era «otra cosa» resguardada en un cuerpo humano, entonces, ¿qué impedía que un humano anduviese por el mundo sin un cuerpo?
Oh sí, el santo de Escorpio creía en los fantasmas. Podía jurar ver la sombra del caído Aioros de Sagitario en el noveno templo algunas noches desde su recámara —razón que lo llevó a comprar unas cortinas gruesas—. Nunca se atrevía a pasar por aquella casa con la frente en alto y, mucho menos, comentar su temor con sus compañeros.
Deathmask de Cáncer, uno de los santos que tenían mayor conexión con el plano espiritual, narraba solo historias macabras sobre «aquellos que se quedan atrás». Según el propio santo, eran mucho peores que los espíritus que él capturaba para utilizar en batalla, algo así como la diferencia entre un león de sabana y uno de zoológico.
Shaka tropezó y Milo se erizó, pues Shaka jamás tropezaba.
—¡¿Qué pasó?! —gritó con la garganta ahogada, pegándose a su compañero.
—Hay una escalera —respondió tranquilamente el santo de Virgo.
—¿Hacia arriba? —indagó esperanzado el griego.
—Hacia abajo —contradijo el hindú y Milo tan solo suspiró pues ya se lo veía venir, tanto como los pasos que su compañero retomó.
No soltó su mano y lo siguió en la penumbra, más profundo. Si su compañero fuera Camus de Acuario, un caballero casi tan relajado y serio como el de Virgo, Milo al menos tendría la confianza suficiente como para quejarse y propondría el dar media vuelta, pero no pensaba contradecir a éste santo y sus espíritus divinos. Algunos decían que era un dios, otros una reencarnación y, algunos más, que una divinidad poderosa lo había poseído en el nacimiento, similar a la situación de su diosa.
Milo oyó el arrastre de una cobra en algún punto y tomó la delantera, bajando con más prisa pegado a la pared derecha, preguntándose cómo demonios se las apañaría un bicho tan grande para sobrevivir ahí debajo. Shaka no lo cuestionó.
Así, los muchachos bajaron y bajaron. Y mientras Milo sentía que el oxígeno comenzaba a faltar en sus pulmones, Shaka decidía por cuál recoveco del laberinto sepultado debían continuar. Cuando el corazón de Milo comenzó a temblar —el muchacho juraba que éso era lo que lo hacía sacudir sus manos—, el santo de Escorpio comenzó a desvariar sobre lo enfadado que estaría Camus con ellos cuando, al ir a buscarlos, solo encontraran un par de esqueletos polvorientos tras ser despellejados por las serpientes; sobre cómo entonces Deathmask tendría que exorcizar sus tristes almas en pena para que finalmente pudieran ser liberados de aquél laberinto. Tal vez se debía a una mezcla entre la falta de oxígeno, el no estar seguro de dónde estaban plantados sus pies y el frío que iba en aumento.
—Milo —Shaka dio media vuelta y juntó sus frentes en un gesto que forzó al griego a quedarse estático—… No tienes fiebre, ¿acaso sientes sed?, ¿hambre?
—N-no.
—Entonces, lleguemos al final y permite que el caballero de Acuario te felicite cuando estemos de regreso en el santuario —tras decir aquello, el santo de Virgo continuó con el descenso.
—¿Qué esperas encontrar, Shaka?
—El gólem que derribamos debió ser construido por humanos, Milo —el hindú suspiró—. Es lo que pensaba y, las escaleras y tramas en éstas paredes me dieron la impresión de estar en lo correcto, mas tengo que admitir una cosa… Incluso yo tengo miedo de que ésta espiral no tenga final —Milo presionó con fuerza la mano de su compañero—. Dime, Escorpio, ¿crees que las serpientes han devorado cualquier rastro de humanidad de estas estructuras?, ¿desde los cuerpos hasta las antorchas? O, por el contrario, ¿qué clase de personas podrían vivir tan lejos del aire, de la luz y del calor?
Por más que el griego lo pensó, no encontró respuestas a las interrogantes de su compañero y, entretanto, no notó cómo éste disminuía la velocidad en su andar ni cuándo él mismo acabó yendo por delante. En verdad, ¿qué clase de gente podría haber construido unas catacumbas tan inhumanas?
—Mi-
La insegura advertencia de Shaka llegó demasiado tarde y, ni aún habiéndose dado cuenta de antemano, el hindú soltó la mano del griego cuando éste último cayó con un grito atronador al darse cuenta de que sus pies habían perdido todo soporte.
Ningún santo supo decir, tiempo después, si la caída había sido larga o corta, mas al volver a tocar suelo lo primero que ambos sintieron fue alivio y, lo segundo, un gran estupor al notar frente a sí una grieta que conducía a la misma recámara de la cual habían partido; con la cabeza del derrotado gólem virada en su dirección, como si hubiera estado esperando verlos regresar.
La luz que entraba por la superficie indicaba que apenas si había pasado tiempo desde que ellos se adentraran en la cueva, o, que habían pasado todo un día entre los antiguos pasadizos, inconscientes del paso del verdadero tiempo.
—No tiene sentido —era lo que había dicho Shaka cuando, con sus ojos abiertos, observó el cielo azul sobre su cabeza.
—No tiene sentido —repitió Milo cuando, a pesar de su gran dicha inicial, cobró consciencia de que jamás habían vuelto a subir. Mas era cierto que estaban de regreso en donde empezaron y, finalmente, eran libres de la oscuridad, por lo que abrazó a su compañero con fuerza y lloró de felicidad.
—No tiene sentido —concordó Camus de Acuario mientras trascribía el informe que pasaría luego al legajo y que serviría como indicación para los investigadores del santuario cuando fueran enviados a verificar la historia de los santos—. Me encantaría investigar ésto personal-
—¡Ni hablar! —renegó Milo de Escorpio, poniéndose de pie—. No sé que clase de ilusión era aquella, pero, si nosotros estuvimos allí durante tres días, ¿cuánto podrías estar tú, con lo cabezota que eres?
Camus, manteniendo la calma, observó a Shaka aguardando una segunda opinión. El de Virgo no abrió los ojos al hablar.
—Concuerdo en que no es sitio para que un santo de oro pierda su tiempo, incluso si nosotros no lo sentimos así.
—De acuerdo, entonces, ¿algo más que su Ilustrísima deba saber, caballeros?
Milo y Shaka negaron al mismo tiempo. El griego agradecía desde el fondo de su corazón que el hindú jamás hubiera hecho comentario alguno sobre su quiebre emocional cuando al fin se encontraron en libertad; o de cómo lo retuvo en un incómodo abrazo bajo el sol durante casi dos horas sin importar que la arena invadiese sus ropas. En verdad, el santo de Virgo no era tan aterrador ni tan vil como el caballero de Escorpio había imaginado.
