legatum herois
Aioria, Aioros
Saga de Poseidón
Las discusiones familiares sobre la herencia son complicadas
Las discusiones familiares en núcleos de una sola persona lo son aún más
Cada vez que alguien pasaba por el templo de Sagitario, que alguna vez había sido despreciado por la traición de su arconte, tendía, ahora, a quedarse de pie un momento para observar aquella inscripción que llamaron «testamento».
τα παιδια ηρθαν εδο αφηνο την Αθηνα σε σενα...
Aioria de Leo no sabía cómo sentirse al respecto de aquellas «últimas palabras». Cada vez que pasaba por la casa que un día perteneció a su hermano, no podía evitar echarles un vistazo a pesar de que incluso Shaka le aconsejara no hacerlo, advirtiendo que ya no tenía sentido.
Aioria no lo creía así, no creía que las palabras de su hermano careciesen de sentido. Tendía, entonces, a preguntase por qué no las había notado antes, por qué llevó toda su vida creyendo que el último adiós de su hermano consistió en desear que se divirtiera con el resto de aprendices en el pueblo la noche de la cosecha de otoño.
¿Acaso aquellas palabras inscriptas en la pared no habían sido dedicadas a él? De ser así, ¿por qué?
Solo había una respuesta posible.
Su hermano no confiaba en él.
Su hermano sabía que él albergaría dudas en el fondo de su corazón, a pesar de que siempre intentara defender su nombre.
Su pecho se hundía en tristeza al pensar en lo distinto que todo habría sido si tan solo hubiera prestado más atención, si hubiese buscado la armadura de Sagitario con más ímpetu y la hubiese obtenido más temprano; si hubiese regresado al santuario con la armadura y ésta le hubiese confesado la verdad a él y sus compañero de oro, las cosas hubieran sido mucho más sencillas.
Pero no.
Él y sus hermanos de oro no eran los héroes por los que Aioros esperó.
Cuando las casas que se vieron más severamente afectadas tras el episodio de Saga se hallaron restauradas, alguien llegó y le preguntó qué le parecía la idea de reparar aquella pared.
—Atenea ha dado su permiso, mi señor, pero creemos que es mejor confirmarlo con usted primero —explicó aquél joven que ni siquiera se atrevía a mirarlo al rostro.
Aioria admitía que debía lucir un poco amenazante en aquél momento. Estaba en su derecho. Aquella pared, después de todo, contenía el «testamento» de su hermano que tan repentinamente lo había abandonado cuando niño. Pero, el león también entendía que aquél mensaje ya había cumplido con su propósito, así que no tenía sentido conservarlo; Shaka tenía cierta razón, como siempre.
Finalmente, Aioria exhaló con cierta fuerza haciendo brincar al muchacho enfrente suyo. Intentó suavizar su expresión.
—Si Atenea ha accedido yo no me encuentro en posición de negarme, aún así, te agradezco por tomar en cuenta mi opinión.
—Es lo justo, mi señor. Es el último adiós de su hermano, nadie más tiene derecho sobre él —expresó el joven en medio de una reverencia.
Aquella palabra, «derecho», volvió a irritar al León dorado. Sí, eran las últimas palabras de su hermano, mas eran palabras que no habían sido dedicadas para él.
¿La sangre le otorgaba el derecho de que otros lo confundieran con un héroe?, ¿acaso la sangre que corría por sus venas borraba el hecho de que su corazón había sido débil?
—Espero no ver aquella cosa la próxima vez que suba a atender un llamado —advirtió con voz firme y notó como el muchacho se encogió mirando al suelo—. Ya vete.
—Mi señor —veloz, el joven dio media vuelta y volvió a tomar rumbo a Virgo para cumplir con su orden.
Cuando el muchacho se alejó lo suficiente, Aioria suspiró. Se suponía que con la revelación de la verdad de Sagitario, él podría comenzar a actuar como un santo dorado normal, como Milo o Aldebarán, respetado y adorado; pobre de él, que no conocía otra cosa más que ser arisco para evitar el dolor, que solo sabía dar miedo y oponerse a los demás.
