pulchra sacramentum
Piscis
Pre-canon
La belleza tiene muchos nombres
Pero una rosa, llamada por cualquier otro nombre, seguirá siendo una rosa
Los santos guardianes de Piscis también han sido conocidos a través de las eras como «Caballeros de la Belleza».
Esto se debe a que comparten un ideal. Un ideal que se comporta como una constante universal y que ninguno, ni siquiera el más receloso, se ve capaz de rechazar.
La «belleza» es un concepto definido por la humanidad como la percepción, a través de cualquiera de los sentidos, de algo hermoso o placentero.
Una voz es bella cuando sabe imponerse. Un par de manos son bellas cuando su tacto brinda confort. Los ojos son bellos cuando la persona en cuestión tiene un objetivo en la mira.
Es normal que los santos de Piscis conozcan a su predecesor, es normal que como aprendices se enamoren de su belleza y que ésta los contagie lo suficiente para incitarlos a matar al santo y así ocupar su lugar. Algunos pocos lo hacen por error. Muchos menos se arrepienten. Pues una vez que prueban la ponzoña de la belleza heredada, el dulzor de las rosas les conmueve más que su veneno.
Aún así, el sentimiento que los atraviesa como una lanza divina al portar la armadura de oro no es una belleza «completa». Cada uno encuentra su complemento en otros sujetos, pues la belleza es algo subjetivo; hallan sus respuestas en la sangre, en el odio, en la soledad, en el miedo, en el poder o incluso en la apariencia.
Se dice que el primer santo de Piscis buscó convertirse en el hombre más hermoso del universo por amor a la diosa Afrodita, para lograr llamar su atención. Cuando lo consiguió, se dice que superó la belleza de la propia deidad y a ésta, pese a verse cautivada por sus esfuerzos, no le agradó.
Se dice que fueron las lágrimas de Afrodita y no sus besos lo que dieron origen a un rosedal lleno de veneno en la casa de los peces celestes. El mismo rosedal que acunó el cuerpo inerte del primer santo de Piscis cuando no toleró el dañar a su amada.
Se dice que la diosa maldijo la misma constelación que un día alzó al cielo para que ningún santo en el futuro la volviese a insultar.
La primera «belleza» fue complementada por el «amor» y no se ha sabido de otro santo quien decidiese buscar el mismo cruel destino que su antepasado. Aún así, es una creencia popular en el santuario ateniense que la diosa del amor jamás ha dejado de observarlos y es ella quien urda los destinos para acabar con los santos antes de que éstos logren volver a enamorarla.
