opera sanctorum
Camus, Shaka
Pre-canon
Existen las leyes naturales
Existen las leyes científicas
Luego, existen los milagros
Camus no intentó liberarse del agarre de ése sujeto alrededor de su muñeca. No tenía miedo y aquello no era nada en comparación con lo que había pasado durante sus años de entrenamiento. Solo debía seguir al hombre y cumplir con su castigo por haberse aceptado a sí mismo como santo en público; caminar sobre quince metros de brasas ardientes.
Bien por él.
Pero, Shaka los detuvo, aferrando su brazo libre y logrando que el sujeto detuviese su andar también.
—Yo soy el santo —anunció el rubio con sus ojos abiertos, encarando al hombre con severidad—. Él es solo un chico tonto que está mintiendo porque desea cuidarme —mintió descaradamente.
En un primer momento, Camus pensó en contradecirlo, pero la mirada de Shaka también lo hizo callar. Todas las personas que se habían reunido mientras se encendía el fuego se quedaron contemplando al rubio y aguardando por la decisión del hombre que presidía el evento. Luego de pensarlo un momento, el hombre soltó a Camus bruscamente.
—Vuelve a mentir y no te salvarás —el pelirrojo asintió indeciso y retrocedió. Shaka le ofreció una pequeña sonrisa antes de soltar su mano y seguir al sujeto.
Camus de Acuario respiró hondo y contempló la escena a su alrededor cruzando los brazos. Shaka nació en un sitio similar a ése, suponía, aunque Camus hubiese puesto más empeño en aprender el idioma, por lo cual Shaka debía tener más claras las costumbres religiosas y éticas de los lugareños. Aunque alrededor la gente estaba expectante, no parecían particularmente alegres ni molestas por el repentino evento en medio de la ciudad.
—¿Cuál es tu nombre? —Camus presionó los labios al escuchar la pregunta retumbar en el aire.
—Shaka —contestó su compañero con seguridad y, por el murmullo general que lo siguió, muchos debieron oírlo con claridad. Un momento ideal para haber sido bautizado con uno de los nombres de Buda.
—¿Cuál es tu nombre? —inquirió nuevamente el hombre, molesto.
—Es Shaka —la altivez del santo de oro relució en el momento en que se vio forzado a repetirse. Por un momento Camus temió por la seguridad del hombre, quien cerró los ojos y se apartó del camino de carbón. Si el muchacho tenía algo a su favor, es que no mentía.
—Adelante entonces, Shaka. Tómate tu tiempo.
Acuario abrazó sus propios brazos cuando el santo de Virgo dio el primer paso sobre las brasas y éstas enrojecieron furiosas ante el contacto; el rubio caminaba despacio, con los ojos cerrados y las manos al frente, luciendo tan tranquilo como era usual. Realmente al mayor no le importaría hacerlo él mismo, pero aún así, agradecía que su compañero hubiese tomado el castigo por él. De hecho, Acuario detestaba el calor con todo su ser.
Camus notó, cuando Shaka estaba por llegar al final del recorrido de ida y vuelta, que algunas personas al verlo incluso estaban llorando en silencio aunque sin verdadera tristeza. Religiosos que creían tener enfrente alguna divinidad, supuso. No podía echarles la culpa, siendo que incluso otros santos al servicio de Atenea admiraban a Shaka, un compañero de la orden, como si fuese un dios.
