Los Caminos de tu Piel

Por: Escarlata

Fire Emblem Three Houses pertenece a Intelligent Systems

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Su primer beso pecó de simple, pero no por ello faltó la dulzura y el sincero sentimiento de amor mutuo.

Luego de unos días había besos más firmes, cada vez más seguros, más propios de una pareja que no tenía miedo de mostrar los sentimientos que sus corazones compartían.

Breves caminatas las acompañaban en sus contados ratos libres mientras se sujetaban las manos y compartían esos besos cuando la ocasión y el corazón lo pedían. Para nadie que las conociera (y no había nadie en todo Fódlan que no supiera de sus hazañas aunque fuera por las canciones de los bardos) era secreto que la poderosa Emperatriz de Fuego y la mercenaria conocida como el Azote Sombrío, se amaban como sólo dos personas locas de amor podían amarse.

Edelgard von Hresvelg había elegido su camino desde muy temprana edad, camino que creyó recorrería sola mientras la sangre le llegaba a las rodillas cual fango en una Ciénega, pero ahora caminaba por los jardines del mismísimo palacio de la capital de Adrestia, de la mano de la persona que siempre la eligió y decidió compartir ese camino con ella: Byleth Eisner.

La pareja sonreía como las doncellas enamoradas que no pudieron ser antes.

"Y entonces Hubert me dijo, Majestad, no permita que compren su favor con postres extranjeros", y al decir eso, Edelgard hizo su mejor imitación de su fiel vasallo. "¿Puedes creerlo? Sólo le falta decir que no quiere que engorde por comer tantos postres".

Byleth no pudo evitarlo y rió un poco, sólo un poco, pero eso era más que suficiente para la emperatriz.

Ver que alguien que antes ni siquiera era capaz de sonreír o llorar de manera natural ahora reía ante una tontería, era señal de lo mucho que había avanzado Byleth como persona luego de tantas batallas y penurias.

"Conseguiré algunos postres para antes de dormir", dijo Byleth apenas calmó su risa. "Y prepararé té de Bergamota, aún tengo".

"Todavía no puedo creer que en verdad gastabas el dinero que te daba el monasterio para comprar mi té favorito, y ese oso de peluche", que muy barato tampoco debió ser. Edelgard no pudo contener un sonrojo, sobre todo al saber lo caro que era ese té en especial, y lo costosos que podían ser los regalos que los mercaderes ofrecían en el monasterio de manera mensual.

"Compensaba lo que gastaba vendiendo todo lo que nos encontrábamos en las misiones", explicó la mercenaria sin un sólo gramo de vergüenza. "Papá me enseñó".

"No me sorprende", murmuró la emperatriz, aún recordaba que Byleth y su tropa siempre regresaban al monasterio con más carga que una mula después de cada misión. Jeralt Eisner fue un padre y un líder bastante único, por decirlo de una manera amable. Por otro lado, Edelgard sentía un muy particular contento al ver que Byleth ya era capaz de hablar de su padre sin que su muerte le siguiera pesando.

"Ya casi es hora de tu junta con esos nobles, ¿verdad?" Preguntó Byleth de repente.

"Sí".

"Permite que te escolte. Luego de eso volveré a las barracas con los nuevos reclutas".

Entrenar a las tropas era importante para los trabajos de unificación del reino, y quién mejor que Byleth Eisner para preparar a esos jóvenes llenos de esperanzas y energía, tenía la magia de sacar a relucir lo mejor de cada combatiente bajo su mando.

"Gracias, Byleth", Edelgard tragó saliva y miró ligeramente a un lado. "Que trabajemos juntas en esto significa mucho para mí".

La mercenaria sintió que su corazón latió con fuerza al ver un ligero sonrojo en las mejillas de la poderosa soberana. Sin esperar más, levantó sus manos unidas y besó la mano de su compañera, justo sobre su anillo. "Sabes que no es nada, El, hago mi trabajo con gusto. Somos un equipo y estamos juntas en esto".

Edelgard ahora era un rojo tomate maduro y no había manera de escapar de los curiosos ojos de la mercenaria.

"El…"

La emperatriz giró y alejó su rostro lo más que pudo.

"Te amo".

Edelgard estuvo a nada de soltar un lindo grito de vergüenza, pero resistió como campeona.

"También te amo… Y puedo ir a la sala de juntas sola, Ferdinand y Hubert ya deben estar esperándome, muchas gracias. Nos vemos en la noche". La emperatriz rápidamente se soltó de la mano de esa atrevida y huyó directo al interior del castillo.

Byleth sólo sonrió brevemente y suspiró antes de ir a los campos de entrenamiento que no estaban demasiado lejos del castillo.

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Las tensiones y los dolores de cabeza que le provocaban cada junta con personas horribles se iban como un suspiro cada vez que la Emperatriz cruzaba las puertas de sus aposentos y veía a Byleth ahí, esperándola. Como ya era costumbre, todo estaba listo para que pudiera bañarse.

"Muchas gracias por todo tu trabajo el día de hoy, El", dijo Byleth con una pequeña sonrisa mientras le ofrecía la mano a su amada.

"Digo lo mismo, mira cómo quedaste", Edelgard sonrió al ver que su compañera estaba sucia de sudor seco, barro y hierba luego del entrenamiento vespertino con las tropas. "¿Cómo van los reclutas?" Tomó su mano.

"Muy bien, tienen muchos ánimos y energía. Soy yo la que a veces necesita tomar un respiro, nunca imaginé que un corazón que late se agitara tanto", lo último salió más como un murmuro mientras la mercenaria se llevaba su mano libre al pecho.

"Tener un corazón es una carga pesada", dijo Edelgard con dulzura. "¿Nos bañamos?"

"Sí, te estaba esperando sólo para eso. Cuando terminemos, prepararé el té y… Mira, pastelillos", señaló con infantil entusiasmo. "Los robé de la cocina".

Edelgard no pudo evitar una risa divertida. Su querida compañera podía pedirle lo que quisiera a cualquier persona en ese castillo, nadie le diría que no, y de todos modos decidió hacerlo de la manera difícil.

"Anda, vamos a ducharnos antes de que te crezcan flores en la cabeza", dijo la poderosa soberana con una voz que trataba de sonar severa mientras quitaba unas hojas del cabello de su compañera.

Sus horas de baño compartidas fueron complicadas al principio, principalmente porque Edelgard se sentía repelida por la visión de las cicatrices en su piel. No hubo zona de su cuerpo que se salvara de los salvajes experimentos que esos monstruos sin corazón hicieron en ella. Cada cicatriz era el constante recordatorio de esos oscuros días que incluso la persiguieron en pesadillas hasta hacía relativamente poco tiempo.

La primera noche que no tuvo pesadillas fue cuando ella y Byleth durmieron juntas y abrazadas luego de su batalla final contra la Furia Blanca.

Y la primera vez que comenzó a dejar de sentir asco por su propio cuerpo, fue cuando Byleth comenzó a adorarlo con sus manos.

Justo como estaba empezando a hacerlo en ese momento.

La mercenaria se deshizo de su armadura y el resto de su ropa de manera muy poco ceremoniosa. Byleth Eisner no sabía seducir, era una bruta, una salvaje, pero eso era parte de su encanto. Edelgard se entretenía viendo cómo cada palmo del fuerte cuerpo ajeno quedaba al descubierto y mostraba sus propias cicatrices de batalla, en brazos y piernas principalmente. Había algunas heridas en su espalda y torso y, por supuesto, la marca que Rhea le dejó en el pecho cuando metió el Emblema de Fuego en su corazón siendo ella apenas una recién nacida.

Edelgard tuvo que lamerse los labios y tragar saliva para contener el calor en su propio pecho ante semejante visión de mujer.

"Ven, te voy a lavar primero", dijo Byleth con tono amable, antes de mirar a su compañera con una sonrisa y un gesto de infantil inocencia. "Pero si quieres que te ayude a quitar la ropa…"

"Puedo hacerlo sola, gracias".

La orgullosa soberana no iba a caer en los encantos involuntarios de esa descarada, comenzó a quitarse la ropa. La corona era lo primero, dejando caer su largo cabello sobre sus hombros y espalda. Lo que antes le causaba molestia incluso en solitario, ahora era emocionante para Edelgard. Que Byleth no apartara su vista de ella y la mirara como si de una obra de arte se tratara era más que suficiente.

Ya desnuda, Edelgard se sentó en el banquillo y permitió que Byleth lavara su cabello en silencio, al menos por los primeros minutos. Su compañera estaba demasiado concentrada lavando cada mechón de su largo cabello con excesivo cuidado, aplicando el jabón y las esencias florales.

"Cierra los ojos", indicó la mercenaria y comenzó a enjuagar el cabello de su amada con agua tibia. Aunque aún le costara trabajo reconocer algunas emociones y saber que el calor en su rostro era por un rubor, la sensación más clara en su cuerpo era su corazón acelerado. Sólo Edelgard hacía que su corazón latiera así, con tanta intensidad. Ni siquiera los duros entrenamientos con los reclutas la agitaban tanto. "Ahora lavaré tu cuerpo, El", indicó.

"Por favor".

Un discreto suspiro atacó a ambas, pero ninguna dijo nada.

Byleth hizo a un lado el largo cabello de su amada y sólo con sus manos y un jabón con aroma a lirios comenzó a lavar la espalda de su Edelgard. La mercenaria volvió a suspirar mientras sus manos pasaron de lavar y masajear su espalda y hombros, a acariciar las cicatrices en su espalda y trazarlas con sus dedos en larga, suave y prolongada caricia.

A Edelgard le tomó tiempo acostumbrarse a esas caricias, no toleraba que nadie tocara su cuerpo así, los terribles recuerdos la asaltaban y la llevaban directo a la oscuridad donde esos monstruos la torturaban. Pero con paciencia, muchos besos y todo el amor que Byleth le prodigaba, esas horribles visiones ya se estaban quedando atrás y ahora sólo eran las caricias de las manos fuertes, callosas y cálidas de su amada las que la hacían suspirar de sincero gozo.

"Byleth…" Gimió Edelgard mientras su piel se erizaba. Estuvo a nada de pedirle que la hiciera suya, pero…

"Le pediré a Hubert que te recuerde sentarte en una posición más correcta, tu espalda baja está tensa", murmuró Byleth con seriedad, rompiendo por completo la atmósfera con el mismo encanto de un jabalí en estampida.

"¡Byleth!" Reclamó la emperatriz con gracioso enfado.

"¿Qué? Hablo en serio, El, mira cómo estás, la espalda debe estar matándote", peleó la mercenaria de inmediato, poniendo sus manos en la espalda baja de su amada y presionando ligeramente sus tensos músculos.

Pese a sentir la molestia en su espalda, la emperatriz estaba ofendida. "¡Eres una tonta, Byleth Eisner!"

"No me digas tonta, no lo soy".

"¡Lo eres! ¡Estábamos teniendo un momento y tú dices eso y…! ¡Bruta!"

Byleth frunció el ceño, otro gesto nuevo que Edelgard adoraba cuando no era por culpa de la furia o el brío de la batalla. La mercenaria recargó su mentón en uno de los hombros de su amada mientras miraba hacia abajo. Podía ver los pechos y las piernas de Edelgard desde su distinguida posición. Discretamente tragó saliva mientras su corazón se volvía loco.

"No soy una bruta", le reclamó en ronco tono al oído mientras sus manos aún enjabonadas se encaminaron desde la espalda baja de Edelgard hacia sus costados. Sus dedos trazando amorosamente cada cicatriz en su piel como si de un camino marcado se tratase.

Edelgard casi se atragantó con su propia saliva al sentir semejante asalto a sus sentidos.

"Permite que te recuerde que la primera vez que nos besamos, sólo dijiste que querías darme un beso y yo dije que sí y no me diste tiempo de prepararme", alegó la ofendida emperatriz. "Sólo me besaste y ya".

"Me diste tu permiso y te besé, eso pasó", respondió la bruta mientras sus manos escalaban por el delgado pero fuerte torso de su amada. Sus dedos se deslizaron por los pechos ajenos hasta las puntas, donde la guerrera de cien batallas se animó a tocar un poco más. "Mi beso te gustó".

Edelgard no pudo darle la razón, los dedos de Byleth en sus pezones no se lo permitieron. La tortura duró poco por suerte, las fuertes manos de la mercenaria siguieron con diligencia su trabajo, sólo abandonando su cuerpo a momentos para enjabonarse las manos y asearla apropiadamente.

Ahora era la emperatriz la que estaba recargada en la mercenaria mientras las manos de ésta recorrían cada palmo de su piel hasta donde le era posible, el jabón ayudaba mucho a hacer el camino más suave y agradable para ambas, el aroma a lirios flotaba en el cuarto de baño y ambas tenían un intenso sonrojo en las mejillas.

"Quiero tocarte más, ¿puedo?" Preguntó Byleth al oído de Edelgard. Lamió suavemente su oreja.

"Sólo hazlo, mi querida profesora…"

Fue el turno de Byleth de sentir un agradable escalofrío de cuerpo completo al escuchar la voz ahogada de Edelgard. Tragó saliva y tuvo que resistir el instinto de sujetarse el pecho para calmar su corazón acelerado, sus manos tenían una misión más importante.

Sin descuidar las caricias sobre las cicatrices en el estómago y vientre de Edelgard, Byleth finalmente deslizó una de sus manos entre los muslos de su amada. Podía sentir una humedad que no era la del agua, así que dejó que sus dedos se perdieran en esa íntima calidez.

"Bésame", pidió la emperatriz y Byleth no era nadie para negarle nada a Edelgard Von Hresvelg, así que se acomodó para poder besarla mientras la sujetaba con un brazo y la atendía con la otra mano.

Sonidos mojados de besos y caricias hacían eco en el lujoso baño, los gemidos dulces de Edelgard eran ahogados por la boca de Byleth.

Ambas perdieron la noción del tiempo y sólo se separaron hasta que el cuerpo de Edelgard estalló de esa manera tan dulce que a Byleth tanto le gustaba. Le gustaban sus pequeños y tímidos gritos y cómo su cuerpo se tensaba y temblaba cuando alcanzaba el clímax.

"Mi Byleth…"

"Aún no acabo de lavarte", respondió la mercenaria con ronca voz. Sólo esperó a que Edelgard recuperara suficiente fuerza para sostenerse por sí misma y enseguida se colocó frente a ella mientras le miraba con la fiereza de un animal listo para atacar.

"Byleth…"

"Yo me encargo, El…"

Y con firmeza y delicadeza en equilibrio perfecto, la mercenaria sujetó la pierna derecha de su amada para levantarla un poco, sólo lo suficiente para lo que deseaba hacer. Ahora quería recorrer el camino marcado en las piernas de Edelgard con sus labios.

FIN