#2. Alguna vez, ¿has pertenecido?
Una carga eléctrica había comenzado a acumularse en el aire, Hermione podía notarlo y sentir su propio corazón acelerarse con anticipación a cualquier increíble esquema que Albus Dumbledore hubiera planeado -y tenia que ser increíble- para tener que usar Magia Antigua, que había sido declarada ilegal por la Ley de Actos Mágicos Extremos e Inestables en 1781.
No tenía ni absoluta idea de lo escalofriantes que serian sus próximas ocho palabras.
—Eso significa, señorita Granger, que nunca podrá volver.
Capítulo 2: Conoce a los seis
Jueves, 28 de mayo, 1998
11:48 P.M.
Mientras maniobraba su camino hacia la Sala de Menesteres, la mente de Hermione se sentía como si se hubiera convertido en una confusa masa de gelatina, los sombríos grises y cafés de la oscuridad débilmente iluminada del pasillo del quinto piso giraron junto con ella, aparentemente, a una velocidad alarmante.
Había salido de la oficina del director llevando una mochila vieja de algodón desinflada con la que no recordaba haber entrado. Su gorro de graduación colgaba de su mano izquierda, apenas lo podía sentir allí. Todavía estaba tratando de absorber por completo lo que acababa de asegurarle Dumbledore que era 'la última opción'.
Estaba tan inmersa en su maraña de pensamientos que apenas notó la inconfundible puerta de madera de la Sala de Menesteres con aspecto fantasmagórico a su izquierda, apenas sintió sus dedos fríos tocar la liza perilla dorada y siquiera reconoció a las otras cinco personas que la esperaban no-muy-tranquilamente dentro, cuando cerró de golpe la puerta de Menesteres.
CRASH!
—¡Whoa, Hermione! —exclamó Ron Weasley, con una expresión de-ciervo-a-la-luz, saltando lejos del rocío de espuma de su botella de cerveza de mantequilla que había estallado inmediatamente al caer. Estallaron una ronda de aplausos y algunos gritos dispersos de los cuatro adolescentes restantes en la sala.
El alto pelirrojo se inclinó exageradamente antes de mirar a los fragmentos de cristal en el suelo húmedo. Se enderezó y sacudió su melena de cabello rojo de sus ojos, su cara consternada le recordó a Hermione a la de un niño pequeño cuya cerveza de raíz le había sido robada por el bravucón de la clase. —¿Cuál es la prisa? ¿Eh? —preguntó él airadamente.
—No pienses demasiado en ello Ronald querido, no es como si necesitaras otra —Hermione sonrió sin arrepentirse, alejándose de la puerta de la Sala de Menesteres y abriéndose paso a través de la habitación para sentarse en la única silla acolchonada restante. Esta vez, la Sala se había convertido en un fingido chalet de esquí. A pesar de la cálida noche de verano, el fuego ardía alegremente en la chimenea, los muebles de madera elaborada con acabados de roble y cerezo, así como un gigantesco par de cuernos de ciervo, completaban su adorno.
Desde su posición en el borde de la mesa de centro de caoba, Ron sacudió la cabeza con desesperación y gimoteó. —Tú no entiendes —sacó de repente su varita con fingida irritación y rápidamente hizo una demostración de enrollar sus mangas y lució como si se estuviera preparando a atacar a un escarguto de cola explosiva. —Reparo —resopló expertamente.
Inmediatamente una neblina azul envolvió el cristal y dentro de unos segundos la botella y la cerveza de mantequilla se hicieron una de nuevo. Ron sacudió su cabeza otra vez, probablemente por su carencia extrema de comprensión del misterio y tomó otro pedazo de pastel de calabaza de un plato de comida que obviamente había sacado de contrabando del banquete de graduación en el Gran Comedor la noche anterior. Sin vacilar, empujó el pedazo entero en su boca.
—¡Ewwwwwwww, Ron!
Alguien indudablemente no quería que ella se sentara, pensó Hermione con ironía, la culpable del chillido anterior: una recostada Lavender Brown que aun vestía su túnica de graduación de seda negra y tenía su sombrero de Gryffindor de brillantes colores rojo y oro enrollado descuidadamente debajo de su cabeza como almohada.
Hermione nunca se había sentido tan aliviada cuando se desplomó en la acolchada silla mecedora de madera junto a la crepitante chimenea.
—¿Vas a alguna parte? —preguntó Ginny Weasley desde su lugar en el sofá de dos plazas, acurrucada junto a Harry Potter. Hermione le envío una mirada de forma inquisitiva, la pelirroja asintió y miró la descolorida mochila que aun pendía de la mano de Hermione.
Contra su voluntad, la mente de Hermione regresó al día en que Harry había invitado a salir a Ginny por primera vez hacía un año y medio.
Ella nunca había sido más feliz con una pareja. Como el arranque de crecimiento de Harry se desaceleró y su poder creció, se convirtió en el destinatario de la atención, no deseada por completo, de casi la mitad de la población femenina de Hogwarts. Habiendo perdido su flechazo de colegiala por Harry al final del tercer año, Ginny fue una de las chicas que junto a Hermione sólo veían a Harry como amigo más que como otra cosa, uno muy bueno; una de las chicas que junto a Hermione podían compartir plenamente con Harry su habilidad, valor y obstinación. En resumen, Ginny y Harry eran el uno para el otro.
Ahora bien, Harry había abandonado su túnica de graduación por un traje simple, como de coral de Oxford, con las mangas enrolladas hasta los codos, la corbata floja y los pantalones marrones. Ginny aun traía su uniforme de gala, todavía le quedaba un año en Hogwarts.
Es decir si Hogwarts todavía estaba ahí en un año…
—Oh, cierto, la mochila —parpadeando Hermione regresó al presente y miró hacia abajo a su mano derecha, dejando caer la mochila los pocos pies restantes al suelo. —En realidad, Dumbledore quería-
—¿Volverse loco? —gorjeó Lavender, riéndose tontamente de su evidente ingenio, o de la carencia de él.
Hermione suspiró pesadamente y rodó los ojos. —No, realmente, así que si tu no-
—¿Te importa si nos unimos? —añadió Harry al comentario de Lavender antes de que ella pudiera terminar, una sonrisa iluminó sus robustos rasgos.
Lavender, mientras tanto, sonreía alegremente como Ron abandonó la mesa de la comida, traía otra cerveza de mantequilla en la mano izquierda y varias ranas de chocolate en la derecha y se dirigía hacia ella. Ella extendió su mano y apenas logró agarrar su brazo, tiró de él hasta el suelo con un gruñido, permitiendo que varias ranas de chocolate escaparan en el proceso para gran disgusto de Ron.
—Oi, ¡Lav! Relájate, ¿quieres?
La cabeza de Hermione comenzó a zumbar. Exhaló un gruñido de enfado pero bondadoso, que envío a volar un mechón de su cabello por el aire y lo posó encima de su cabeza, mientras que el último miembro y el más sorprendente del grupo en la Sala de Menesteres la miraba con una sonrisa de diversión en su cara, sonrisa que había tenido éxito en derretir los corazones de la otra mitad de la población femenina en Hogwarts.
—Sí, Granger, desde que perder la cabeza a solas no es realmente divertido —dijo Draco Malfoy arrastrando las palabras perezosamente y se estiró en el sofá de cuero fino en diagonal a la chimenea cercana a Hermione. Su túnica de graduación negra era la única en la Sala de Menesteres que hacia juego con su gorro de Slytherin verde y plata, que colgada descuidadamente en el borde del sofá contrastando bruscamente con su cabello liso y platino, y les sonrió a Lavender y a Ron. —Al parecer, sólo tienes que compartir ese logro para hacerlo valer la pena.
Lavender se rió para sus adentros y comenzó a murmurar: —No tiene por qué, ya perdí la mía hace años.
—¡¿Podrían todos callarse? —estalló Hermione, finalmente en exasperación y lanzó la mochila sobre su cabeza.
El zumbido de inmediato los silencio, excepto por el grito que Harry dio: —¡Agáchese y cúbranse! —y metió su cabeza entre las rodillas, cubriéndola con sus manos justo a tiempo para que la mochila vacía rebotara a sus espaldas y cayera al suelo. —¡Ow, Mione! ¡Eso dolió!
La castaña agachó la cabeza, escondiendo su cara entre sus manos. —Lo siento, Harry, no era para ti —murmuró con un suspiro y aceptando la mochila de regreso, sin levantar la vista. No podía culparlo por ser tan alegre. Aunque Harry aún tuviera que matar a Voldemort, aunque él todavía pensara que la guerra se balanceaba a su favor. -Bueno, supongo que debo dejar que se diviertan mientras puedan- pensó, tragando aire en varios alientos para calmar su abrumada mente.
Draco puso los pies sobre el suelo, se sentó recostando su espalda en el sofá. Y tendió una mano hacia una Hermione visiblemente frustrada. —La premio anual tiene claramente algo que decir —anunció con su típico tono de voz. —Déjenla hablar —cuando ella levantó la cabeza un poco, él caballerosamente le guiñó un ojo azul oscuro. —Continua.
—Que reflexivo eres, hurón —embromó al rubio, aunque le regaló una sonrisa agradecida, él le devolvió su típica sonrisa de satisfacción.
Habían pasado dos años desde que Draco Malfoy había cambiado, aunque había veces en las que Hermione todavía tenía un poco de dificultad en aceptar su… cambio, su completamente nueva personalidad. Desde entonces él nunca había hecho nada para refutar su confianza, sin embargo, a través de varias batallas personales muy controvertidas, Hermione tuvo que admitir que confiaba en Draco Malfoy. Lo hacía. En su primer año lo habría llamado total y completamente insano, pero ahora no tenía ninguna razón para desconfiar… excepto por el hecho de que era Draco Malfoy.
La próxima vez que Hermione habló, su voz se trasformó del liguero tono burlón a un tono sólido, con la autoridad que sólo podía pertenecer a una premio anual de Hogwarts.
—Muy bien. Éste es el plan...
