El escape del taliamigo Parte 4

Inmediatamente, todos corrieron tras el taliamigo.

—¡Owlbert! —gritó Luz, quien iba detrás de su hermano mellizo y delante de ciertos jóvenes brujos, sosteniendo el bastón en la zurda.

Escucharon ulular a la avecilla, y Luis dejó escapar un gemido mientras sus pupilas rojas brillaban intensamente. La energía oscura lo envolvió, impulsándolo a correr aún más rápido.

—¡Alcánzalo, Avatar del Mal! —lo animó su hermana melliza.

Pero cuando el chico Noceda vio hacia dónde se dirigía el taliamigo, se detuvo. Era una parte oscura del bosque.

—Wow, los humanos corren rápido —dijo Gus sin aliento, tras alcanzarlo junto con Willow y Luz—. Debe ser por sus aletas dorsales.

Luis lo miró burlón.

—Oye, está bien ser ignorante, ¿pero por qué ese afán de romper récords, enano?

—No lo molestes, Luciano —lo regañó Luz.

Luis no le hizo caso.

—Lo vi tras los árboles.

—Vamos.

Luz estuvo a punto de avanzar, pero su hermano mellizo la tomó del brazo zurdo.

—Debemos ser cuidadosos, Nutria.

—Sí, es muy fácil perderse en esta parte del bosque —agregó Willow.

—Este es el taliamigo de Eda —informó Luz—. Me matará si no lo recuperamos.

Luis la miró serio.

—Corrección, hermana. La vieja bruja NOS matará si no lo recuperamos.

—Qué romántico —le dijo Luz, pestañeando coqueta.

Luis levantó una ceja, mientras Willow y Gus parpadeaban.

—¿Mmm?

—El que tú y yo compartamos la responsabilidad. Es muy romántico.

Levemente ruborizado, Luis entrecerró los ojos.

—Cierra ese hocico.

Al tiempo que ambos hermanos soltaban risitas divertidas, Willow se inclinó hacia Gus, y le susurró:

—¿Sabes?

Gus la miró de reojo, atento a sus palabras.

—A veces siento que su relación va más allá de una simple hermandad.

—Tal vez deberías rendirte y dejarlos ser felices —bromeó el brujito de color.

Willow frunció el ceño.

—Eso no fue gracioso, Augustus.

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Una vez adentrados en el misterio, la oscuridad aumentó. Con cada paso que daban, el suelo crujía bajo sus pies.

—Wow, sigo pisando muchas ramitas crujientes —dijo Willow, nerviosamente.

—Temo que esos son huesos, Mimosa —le informó Luis.

Willow miró hacia el suelo.

—¡No, si no miro hacia abajo!

De pronto, algo pasó volando junto a ellos, y aullaron.

—Este bosque no me resulta conocido —dijo Luz, empujando el bastón contra el musgo sobre sus cabezas.

—Eso es porque no es un bosque, Nutria —le informó Luis, mientras aparecía cierto trío de crías quirópteras.

—¡Es un nido! —agregó Willow.

Luz parpadeó al darse cuenta.

—¡Ey, yo los recuerdo!

—Son los bebés de la reina murciélago —agregó Luis, mientras las crías chillaban al unísono.

—Esperen.

Gus retrocedió con miedo, seguido de Willow. Ambos quedaron con el cabello pegado al musgo colgante.

—¿La reina murciélago?

—Creo que prefiero enfrentar el enojo de Eda —dijo la brujita regordeta, quitándose el musgo, mientras el brujito de color intentaba hacer lo mismo.

Luz se inclinó hacia los bebés.

—Estamos buscando un pequeño búho, y...

Luis miró más allá de las crías, y vio al taliamigo.

—Allá está —señaló con el índice zurdo.

Sin embargo, el búho no pareció muy feliz de verlos, ya que retrocedió unos pasos hacia la oscuridad, soltando un ulular.

—Owlbert, que bueno que estás bien —se alegró Luz.

—Ven aquí, amigo —lo llamó Luis con un gesto—. Es hora de ir a casa.

Entonces, la reina murciélago salió de la oscuridad y se acercó a los jóvenes, quienes jadearon.

—Hola, pequeños humanos —saludó, tras dirigir la mirada hacia los hermanos Noceda.

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Los niños jugaban en la zona mortal, cuando una sombra se cernió sobre una brujita rubia que construía un castillo en el arenero.

—¡ÑAAJAJAJAJAJAJAAA!

Miró en dirección a la tierna risa macabra y vio a los "reyes" montados sobre la bestia búho en el techo de una casa.

—¡Escuchen con atención! —anunció King, quien llevaba puesta una armadura de cartón—. Tienen dos opciones.

—Ñaa, rendirse o... —agregó Queen, sosteniendo una bandera roja con los rostros de su rey y ella en medio.

La bestia búho interrumpió con un fuerte aullido, y los niños salieron corriendo asustados.

—¡Ah, un monstruo!

—Ya es suficiente.

Eda entró al patio de juegos, aterrorizando a todos.

—¡Aaaah! ¡Corran! ¡Teman! —decía Queen, enérgicamente.

Luego, llegó al tobogán donde un brujito pelirrojo con un moco colgado de su nariz temblaba, hiperventilado del miedo.

—Eso es, tiembla, insignificante mortal —le dijo King, maliciosamente—. Nuestro poder es indomable y nuestra sed de caos, insaciable.

El niño brujo se deslizó por el tobogán llorando y salió corriendo, mientras Queen se burlaba de su desgracia.

—Ñaajajajajajaaa, se nota tu falta de rudeza, pequeño mocoso. ¡Te comeré!

King le dedicó una mirada afectuosa.

—Uy, esa psicopatía, ese gusto por la carne de los inocentes solo me hace amarte aún más, reina mía.

Queen soltó una risita coqueta.

—Ñaa, mi amado rey, cómo me encanta tu audacia y tu desprecio por el orden. Siempre fuiste el complemento perfecto para mis oscuros deseos.

King rio malévolamente.

—Somos la personificación de la maldad misma —dijo, mientras Queen le entregaba la bandera, y la bestia búho se inclinó para que pudiera subirse al tobogán.

Una vez arriba...

—Juntos, hemos logrado sumergir a este parque en el caos y el terror. Ahora nadie podrá...

El sonido de un mordisco lo interrumpió, bajó la mirada, y vio a la bestia búho comiéndose el tobogán.

—¡Ñaaa, no, no! —exclamó Queen—. ¡No comas el trono!

—Nooo —le advirtió King.

Eda lo miró por un breve instante, para después darle otro mordisco al tobogán.

—¡DETENTE! —gritaron los "reyes" al unísono.