El escape del taliamigo Parte 6

Tras haber logrado liberarse de la red, los "reyes" se habían escondido detrás de la casa de juegos púrpura.

—Nuestra obsesión nos llevó a un trágico final, mi amado rey —susurró Queen con voz entrecortada, a medida que unas lágrimas comenzaban a emerger en sus ojos.

King apretó la mano de Queen con ternura y respondió con voz temblorosa:

—Tienes razón, reina mía. El poder nos cegó por completo.

Queen miró hacia el suelo, su corazón lleno de pesar.

—Ñaaaaa, y lo que más me atormenta es que Eda, la mujer que siempre fue y será como una madre para nosotros, pagó el precio más alto.

Luego de esos susurros cargados de pesar, el agudo chillido de Eda llenó el aire, preocupándo aún más a la parejita.

—Debemos enmendar nuestro error —dijo King con determinación.

Y así, los "reyes" optaron por dejar su escondite detrás de la casa de juegos morada y dirigirse hacia la carreta que estaba detenida en el cruce del "caracol ferrocarril" para salvar a Eda búho, quien se encontraba chillando furiosa en su interior.

—¡Vamos por tí, Eda!

Los dos ingresaron al vagón a través de la ventana con barrotes, y cuando tocaron tierra, dirigieron su mirada hacia Eda, quien permanecía atrapada en las redes.

—Ñaa, ¿estás ahí, Eda? —preguntó Queen.

El búho bestial gruñó y trató de comérselos, pero lograron alejarse a tiempo.

—Eda, lo sentimos —se disculpó King—. Te utilizamos por tu fuerza, porque no somos más que unos tiranos caóticos malvados.

—Ñaaa, somos tus amigos —agregó Queen—. Si hubiera una manera de que...

De repente, a King se le encendió una chispa de inspiración.

—¡Un momento!

Dirigió una mirada llena de esperanza a Queen.

—A Eda le encanta mi grito de ira.

Queen le miró de vuelta, parpadeando de manera coqueta.

—Igual que a mi.

—Furia... titánica... —susurró King, para después levantarse y soltar un fuerte chillido que provocó la risa de Eda, mientras que Queen...

—¡Ugh!

Mientras la bestia búho se reía, King se apartó, sacudiendo sus patas después de sentir algo húmedo en ellas. Luego, miró a su "reina" con una expresión de sorpresa y disgusto, quien ahora estaba sentada debajo de lo que parecía ser un charco.

—¡Te mojaste, asquerosa!

—No es pipí, cariño —le dijo Queen, tras soltar una risita.

Pero antes de que King pudiera decir algo, la bestia búho hipó y volvió a ser la bruja peli-gris, liberándose de la red."

—¡Eda!

King y Queen corrieron a abrazarla.

—¡Ñaa, regresaste!

—¿Que pasó? —preguntó Eda confundida.

Con una mirada culpable, los "reyes" respondieron:

—Bueno, fuimos a tu habitación y...

—Ñaa, eras una bestia, y luego...

—Utilizamos tu estado para nuestro beneficio.

—Ñaaa, lo sentimos mucho.

Eda les fulminó con la mirada.

—Me ocuparé de ustedes más tarde.

Acto seguido, se puso de pie.

—Pero ahora, ¿quieren salir?

—Sí, por favor —respondieron King y Queen al unísono.

Se escuchó una explosión, y la jefa del control de animales se asomó por detrás del frente de la carroza, cuyo vagón quedó destrozado.

—¿A donde fue?

Flora miró hacia adelante y vio a Eda.

—Escuche señora, ¿vio a un monstruo que luce igual a...?

No obstante, su intento de finalizar la oración se vio frustrado cuando se percató de que la dama búho sostenía a ciertas criaturitas peludas bajo cada brazo.

—¿Son titanes bebés los que lleva consigo?

—Así es, abuela —afirmó Eda con una sonrisa—. Hechos a mano por su servidora con los mejores materiales que el reino humano puede ofrecer. Estos adorables muñecos de peluche son suaves al tacto, perfectos para abrazar en cualquier momento del día o la noche. Están a la venta si le interesa.

Flora pareció ofendida y decepcionada.

—Ehm, no gracias.

—Ok.

Eda encongió los hombros, dio media vuelta y se alejó.

—Que tenga un buen día.

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—Muy bien, ahora, si me disculpan, me retiraré para asistir a mi hermana —dijo Luis entre dientes antes de echarse a correr.

—Buena suerte, Luis —le deseó Willow.

Una duda pareció asaltar a Gus.

—¿Por qué se llevaría a los bebés murciélagos consigo?

Ambos jóvenes brujos ensancharon los ojos e intercambiaron miradas de preocupación antes de ir tras el chico Noceda.

Mientras tanto, Owlbert luchaba en el musgo que lo tenía aprisionado hasta que finalmente consiguió liberar su ala izquierda.

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Luz miró valientemente a la reina murciélago.

—Fuiste un taliamigo, ¿no es cierto?

La reina murciélago miró el enganche de su pie derecho.

—Sí, una vez fui parte de un gran bastón —explicó, cerrando los ojos—. Un bastón hecho para un gigante. Pero me rompí y me descartaron.

—Por eso eres tan protectora con Owlbert —dijo Luz con simpatía.

—¡Los protejo a TODOS! —exclamó la reina murciélago.

Sus ojos brillaron en amarillo, y varios otros ojos hicieron lo mismo a su alrededor.

Luz jadeó al notar que aquellos otros ojos amarillos, que parecían chispear en la oscuridad del bosque, pertenecían a varios taliamigos, que se ocultaban entre las ramas de los altos árboles del bosque.

—Hice mi casa en el bosque. Estoy aquí para cuidar a los perdidos. Los olvidados.

—Entiendo —respondió Luz—. Pero Owlbert no está olvidado. Tiene a alguien en su casa que lo quiere mucho.

—No regresará con ustedes.

La reina murciélago comenzó a alejarse.

—¡No puedes tomar esa decisión! —le reclamó Luz.

La reina murciélago se volvió y avanzó hacia ella de forma amenazante.

—¡No lo dejaré ir!

Luz se estremeció y se cubrió. Sin embargo, una familiar voz masculina intervino desde la oscuridad.

—Por supuesto que lo hará.

Luz y la reina murciélago miraron hacia la voz y vieron a Luis avanzando lentamente con los bebés murciélagos durmiendo pacíficamente en su brazo izquierdo. Con frialdad en su mirada, sostenía la daga en su mano derecha, apuntando hacia las crías. Sus movimientos eran cuidadosos y precisos, tratando de no perturbar a las criaturas mientras avanzaba.

Willow y Gus lo seguían, pero sus expresiones eran de incomodidad y preocupación. No estaban seguros de la decisión que había tomado el chico y cómo iba a resolver esta situación delicada.

—¡MIS PEQUEÑOS! —gritó la reina murciélago con una mezcla de sorpresa y angustia.

—Lo sentimos mucho —se disculpó Willow con pesar.

—Intentamos detenerlo —agregó Gus—. Pero...

—¡Callense! —exclamó Luis de manera autoritaria.

—¡Lucho, espera! —exclamó preocupada Luz mientras corría hacia su hermano mellizo, intentando detenerlo. Sin embargo, él la detuvo golpeándola con su antebrazo derecho, haciendo que cayera al suelo.

—¡Luz! —gritaron Willow y Gus, corriendo en su ayuda.

—Sé cuánto ama a sus crías, reina murciélago —empezó a decir Luis con las pupilas enrojecidas, mientras un aura negra rodeaba toda su mano derecha, junto con la daga—. Pero si no libera al taliamigo de la dama búho en este mismo instante..."

Indefensos, los pequeños murciélagos comenzaron a moverse inquietos en respuesta a la presencia amenazante de la llameante daga del chico Noceda. Emitiendo pequeños chillidos, sus cuerpos se retorcieron ligeramente en sueño, como si pudieran sentir el peligro que se cernía sobre ellos.

—No tendré más remedio que dejarlos sin futuro.

—¿Te atreverías?

Chillando furiosa, la reina murciélago se lanzó volando hacia Luis y lo encaró de frente.

—¡¿TE ATREVERÍAS?!

Luis embozó una leve sonrisa desafiante.

—Pruébeme.

Inesperadamente, un ulular resonó, y Owlbert surgió entre los árboles en un vuelo majestuoso. Descendió sobre la cabeza de Luis y se posicionó frente a la reina murciélago, con la que posteriormente entabló una comunicación telepática.

—¿Ellos te importan?

Ululando, Owlbert dio un leve asentimiento, luego voló hacia Luz y se posó suavemente en sus manos. Sus mejillas se rozaron tiernamente.

—Así como a usted le importa la vida de sus crías —agregó Luis, desactivando su oscuro poder y guardando la daga en su bolsillo canguro.

Resignada, la reina murciélago cerró los ojos.

—Muy bien, ve.

Sonriendo triunfante, Luis extendió los brazos y liberó a los bebés murciélagos. Las crías quirópteras volaron y aterrizaron en la cabeza de su progenitora.

—Retiro lo dicho —le dijo Willow con una expresión y un tono que denotaban decepción—. Tus posibilidades de ser un excelente padre son escasas.

—Y que el titán no permita que tengas descendencia —agregó la reina murciélago, fulminándolo con la mirada.

—¡Ouch! Eso debió doler —dijo Luz con una mueca, mientras colocaba a Owlbert en su hombro izquierdo—. Pero te lo mereces —agregó, mirando a su hermano con los ojos entrecerrados.

Ignorando las palabras hirientes, Luis dirigió su mirada hacia la reina murciélago.

—Reina murciélago, ¿sabe lo que le pasó a su dueño? —le preguntó.

La reina murciélago titubeó brevemente antes de responder al joven que había amenazado la vida de sus crías minutos atrás. Finalmente, respondió con tristeza:

—Pasaron miles de años, ya lo olvidé.

—Si alguna vez quieres descubrir la verdad, te ayudaremos —le afirmó Luz con una sonrisa.

—Gracias.

Y con esa última palabra, la reina murciélago se despidió en el aire.

—¡No puedo creer que vencieran a la reina murciélago! —exclamó Gus con los puños en alto.

—Y que estemos vivos —agregó Luis inexpresivo.

Luz miró al suelo con culpa.

—Lamento habernos perdido el juego.

—¿Es una broma? Esto fue mejor que un partido de Grudgby —le afirmó Willow con una sincera sonrisa.

—Sí, hubo mucha acción, tuve que agitar mis banderas, y apenas estoy traumatizado —apoyó Gus—. ¡Hurra! —agregó, agitando sus banderas.

Luz soltó una suave risa, mientras Luis se apresuraba a recoger el bastón del suelo.

—Llevemos a ese pequeño a casa —propuso después de volver y mirar al taliamigo que aún estaba en el hombro de su hermana melliza.

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De vuelta en la casa del búho, sentada sobre sus talones en el sofá de la sala, Luz desenvolvió una curita rosa con estrellas amarillas y cubrió la grieta en la cabeza de Owlbert. Luego, dirigió su mirada hacia su hermano gemelo, quien estaba sumido en la lectura, acomodado en la esquina derecha de dicho mueble.

—Tranqui brody, tó' tá fre' co —le comunicó con el peculiar acento dominicano—. Toy' segura de que to' avía le tiene un tiguereo de dié a la gordita.

Luis apartó la vista de su lectura y la observó con una ceja alzada.

—¿Tú cree que toy en un lío de pinga?

—¿Olwbert?

Los dos hermanos dirigieron su mirada hacia la puerta y se percataron de que Eda, en compañía de los reyes, había llegado.

—¿Por qué estás fuera del bastón?

El taliamigo voló hacia la dama búho con un ulular, y aterrizó en su hombro izquierdo.

—¿Los gemelos te llevaron a tomar un helado? Aww, eso es...

—Una terrible mentira —completó Luis la oración en su lugar, mientras dejaba el libro a un lado y se levantaba del sofá para acercarse a la dama búho, lo que dejó sorprendida a su hermana melliza.

—Lucho...

—Tiene derecho a saberlo, Lucinda.

Luis se detuvo frente a Eda, y esta lo miró seriamente mientras se cruzaba de brazos.

—Soy toda oídos.

Después de un breve respiro profundo, Luis empezó a decir:

—Un rato atrás, Luz y yo estábamos en medio de una discusión, cuando de repente, me dejé llevar por la ira. Empuñé el bastón e intenté golpearla, pero fallé y terminé estrellándolo contra el piso. Lo siento mucho.

Ante la explicación de su hermano mellizo, Luz sintió un nudo en la garganta mientras tragaba nerviosamente. Eda, por otro lado, mostró una enigmática sonrisa, como si hubiera disfrutado de la confesión de chico Noceda.

—Perfecto, en ese caso, te espera un buen baño caliente mañana por la mañana —bostezó, y caminó hacia las escaleras—. Ahora si me disculpan, voy a tomar una siesta.

—Nosotros estaremos... —comenzó a decir King, con una mirada juguetona y nerviosa en su rostro, mientras se acariciaba el cuello con la mano izquierda.

Riendo suavemente, Queen agarró su brazo derecho y completó la frase por él.

—Ñaa, ocupados~

Y con los brazos entrelazados, los "monarcas" salieron a través de la puerta.

—Estás enfermo, Luciano Noceda —comentó Luz a su hermano gemelo cuando él regresó a tomar asiento a su lado en el sofá.

Luis esbozó una sonrisa irónica mientras Owlbert aterrizaba sobre su cabeza.

—Noten que lo dice la chica que frecuentemente coquetea con su propio hermano.

Luis soltó una risa disimulada.

—De todas formas, ¿un baño caliente? Suena como algo que podrías disfrutar.

—Eda me arrojará al mar hirviente, Nutria —le informó Luis indiferente.

La expresión alegre de Luz se transformó en una de terror.

—¡¿QUE?!

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Cuando Eda llegó a su habitación, sintió que se le revolvía el estómago. Tosió unas cuantas veces y regurgitó la botella de elixir que tenía en su mano izquierda.

Preocupada, miró su reflejo en el objeto y, dibujando un círculo mágico con su dedo índice derecho alrededor de él, susurró:

Clarivox Transponere.

Su reflejo en la botella comenzó a distorsionarse y a tomar la forma de una figura femenina que se parecía a ella, pero en una versión un poco más joven. La bruja llevaba un par de toallas verdes envueltas alrededor de su cabello y su cuerpo, como si acabara de salir de un baño. Sin mencionar, una cicatriz facial roja en el ojo izquierdo cerrado y una gema triangular verde ubicada verticalmente en su pecho.

—Aguanta un poco más, querido —dijo dulcemente la bruja, mirando hacia el costado izquierdo—. Ya casi termino.

—Val.

Al escuchar la voz de la dama búho, Val D' Nora dirigió su mirada hacia adelante.

—¡Brujita! ¡Que sorpresa! —exclamó alegremente—. ¡Hace tanto que no hablábamos!

Eda esbozó una leve sonrisa juguetona.

—Mocosa, lo hicimos la semana pasada —le recordó.

Val D' Nora dejó escapar una risita apagada mientras encogía los hombros.

—Supongo que esos siete días fueron como siete años para mi.

—A propósito, ¿no me habrás contestado desde la "butaca del misterio" o sí? —inquirió Eda a continuación con una ceja en alto.

Val D' Nora hizo una cómica expresión de repugnancia. Lo que provocó una risa incontenible en su hermana mayor.

—Juro que ni un basilisco superaría esa expresión tuya —señaló Eda, pasándose la mano libre por los ojos.

El rostro de Val D' Nora se iluminó con una dulce sonrisa, demostrando su alegría por haber hecho reír a su consanguínea.

—Y... ¿Como has estado?

En cuestión de segundos, la sonrisa de Eda se esfumó por completo.

—Temo que no muy bien.

Val D' Nora abrió los ojos de par en par, con inquietud en su mirada.

—¿Que sucedió esta vez?

—El elixir ya no está funcionando en la maldición —respondió Eda con pesar.

Frente a semejante noticia desgarradora, Eda habría anticipado que su hermana menor rompería en llanto. Sin embargo, Val D' Nora la miró con reproche y decepción.

—¿Eso es todo?

—Uh...

—¿Para eso me llamaste? ¡Titán! Creí que mamá y papá habían muerto, o que la noticia sobre los últimos titanes se había difundido o, al menos, que nuestro sobrino favorito había caído en la oscuridad, pero no...

Val D' Nora acompañaba sus palabras con gestos extraños y hasta cómicos mientras conversaba.

—El elixir dejó de funcionar... ¡Tonta!

Después de un breve instante de silencio, ambas hermanas estallaron en risas.

Dejando de reír primero, Eda declaró:

—Tú y tu humor negro.

Acto seguido, observó cariñosamente a su hermana menor.

—Nunca cambies, hermanita.

—¿Quién crees que soy? ¿Lilith? —bromeó Val D' Nora.

Repentinamente, la bruja mayor vomitó y en un instante, se halló sosteniendo en su mano libre...

—¿Cuando me tragué un columpio?

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En lo más recóndito del bosque, suspendida de una enorme rama, la reina murciélago, cuyos largos cabellos estaban adornados con ruleros de color rosa, miraba con ternura a sus crías mientras descansaban.

—Duerman tranquilos, mis pequeñitos. El monstruo humano se ha ido —les susurró antes de arroparlos con sus alas y unirse a su sueño.