Toca la puerta con pequeños golpes, no porque espere ser invitado a pasar, si no para anunciar su presencia, si es sincero preferiría no entrar, preferiría no estar ahí y simplemente desaparecer.
Entra a la habitación y tal vez es por el nerviosismo de lo que sabe le espera pero siente como si la temperatura hubiera bajado de golpe. Al fondo puede observar a su padre sentando tras su escritorio.
Este no se inmuta de su presencia hasta que termina de revisar unos papeles, lo observa por encima de la hoja que tiene en la mano. Sirius le sostiene la mirada, tratando de descifrar que clase de pensamientos corren por la mente de su padre, pero le es algo imposible, detecta algo, como cansancio.
Ese cansancio que tiene un padre que tiene que lidiar con los problemas que acarrean los hijos, lo mira con pena pero Sirius piensa que seguro el lo está imaginando. Duda que su padre sienta pena por el, seguro imagina eso para sentirse mejor y mantener su miedo a raya.
Jamás lo diría en voz alta pero apesar de los años sigue sintiendo miedo hacia sus padre y lo que le puedan hacer, la fachada de no temer y que todo le da igual, es solo eso, una fachada.
Finalmente se remueve incómodo en su lugar, puede sentir como sus manos sudan, como su cuerpo le pica alertandolo del peligro. Ojalá no tuviera que hacer ésto, si daba la vuelta y salía corriendo y huía, todo eso quedaría detrás. Pero su orgullo tampoco le dejaba, quería dar ese mensaje de "No te tengo miedo, nada de lo que hagas hará que cambie".
Su padre acomoda lo que tiene en el escritorio, la pulcritud y organización eran primordial para él. Todo debe ocupar su lugar designado, de hecho la oficina de su padre es el único lugar en la casa que no está plagado de objetos, no como el resto de la casa que su madre se encarga de ordenar y mandar. La mujer es ostentosa, le encanta mostrar lo que posee y que todo mundo vea el poder adquisitivo que tiene.
Pero no su padre, el prefiere lo minimalista.
Con un chirrido la silla de su padre se mueve y este se levanta y camina hasta posicionarse frente a Sirius. Sirius solo atina a bajar la mirada, trata de tragar el nudo que siente en la garganta pero su boca está totalmente seca.
— ¿Qué fue lo que pasó?— La voz de su padre pregunta con dureza, pero sin gritar, el casi no grita y cuando lo hace es señal de que todo se ha ido al carajo.
Sirius trata de secar sus manos y de tomar aire. Quiere explicarle a su padre lo que había pasado, como la pelea con su madre había comenzado y escalado hasta el punto de lanzarse hechizo tras hechizo. Pero eso no pasa, la rebelde boca del chico solo le hace decir:
— Creí que tu esposa ya te había explicado.— Contesta con ironía y sarcasmo. Finalmente su madre fue quien lo había mandado con su padre para ser disciplinado.
Orión Black quien está bastante acostumbrado a las respuestas de su hijo, solo suelta un bufido tratando de esconder una risa, el muchacho nunca aprendía, siempre haciendo el problema más grande, no sabía elegir sus batallas.
Toma la barbilla de su hijo y levanta su cabeza, unos ojos del mismo color al suyo le regresan la mirada, Sirius era muy parecido a su madre, pero los ojos, definitivamente de su padre los había heredado.
Con un movimiento de varita su padre hace aparecer su silla en medio de su despacho y con parsimonia se sienta en ella.
— Acércate muchacho.—
Sirius no quiere, quisiera que la tierra se lo tragase, era humillante, quería gritarle a su padre que no haría lo que le pide, que era un idiota. Pero él conocía a su padre y su padre a él, sabía que había hechizado la puerta para que Sirius no pudiera abrirla si trataba de escapar, no era la primera vez que se veían en esa situación.
Con pasos lentos caminó hacia su padre, quien no tardó en tomarlo del brazo y ponerlo a lado de el, sin perder tiempo y con una floritura de su varita su padre desvaneció su ropa y posteriormente bajó su ropa interior hasta sus rodillas.
Sirius sentía su estómago revolverse y como un calor se extendía desde su cuello hasta su cara por la vergüenza que sentía.
Con habilidad Orión acomodó a su hijo sobre sus rodillas, listo para empezar a castigarlo.
Sirius estaba tan ocupado sintiendo vergüenza que la primera palmada que llegó lo tomó por sorpresa y le sacó un pequeño quejido.
Había pasado tiempo desde la última vez que había estado en esa posición y había olvidado lo fuerte que era su padre y lo dolorosa que era su mano como arma de escarmiento.
Su padre pronto encontró ritmo en las nalgadas que le iba propinando, y Sirius solo se limitaba a morder con fuerza su labio y su lengua, no quería darle el gusto de escucharlo quejarse o de llorar, tomaría su castigo de la manera más digna, pero realmente dolía demasiado.
El ruido de la mano de su padre golpeando su piel era lo único que retumbaba en la habitación, su padre no emitía palabra mientras le castigaba.
Pronto Sirius empezaba a desesperarse sentía que llevaba horas en esa posición, pero solo iban unos minutos.
La pálida piel de Sirius iba tomando un tono rosado con cada palmada que su padre aplicaba, el mago mayor no tardó tiempo en pintar el trasero de su hijo de un rosa intenso, sujetó con fuerza la cintura de su hijo pues éste comenzaba a moverse cada vez más, lo acomodó de forma que una de sus rodillas aprisionara sus piernas pues el muchacho comenzaba también a patalear.
Le dio tiempo al joven de regular su respiración pues escuchaba como respiraba de forma entrecortada, sabía que su hijo era un orgulloso que le gustaba mostrar que era inquebrantable, así que se obligaba a no hacer ruido alguno, pero la respiración y el ligero temblor que emanaba de su primogénito le decía lo contrario.
Reanudó su labor y comenzó otra ronda de nalgadas, puso su atención sobre todo en la parte donde los muslos conectan con el trasero, asegurándose de incrementar la fuerza de sus palmadas, haría que su hijo sintiera el castigo cada que se sentara.
No disfrutaba de castigar a su hijo, solo quería darle una lección y enseñarle que debía controlar su mal genio y evitarse problemas mayores.
Sirius podía sentir como su padre aumentaba la fuerza con cada impacto que daba, podía sentir también como las lágrimas se iban formando en la comisura de sus ojos, no quería llorar, quería mantenerse estoico, pero dolía demasiado, se estaba obligando a no sacar su mano y cubrir sus nalgas suplicando a su padre que no siguiera.
Quería decirle a su padre que parara, que detuviera el terrible asalto a su retaguardia, pero la dura mano de su padre caía con mayor fuerza y mayor velocidad cada vez, su trasero cada vez se volvía más y más rojo e irradiaba una onda de calor incómoda.
Sirius luchaba con mantenerse tranquilo, pero iba perdiendo la batalla, cada vez se movía más tratando de esquivar las duras nalgadas que su padre le daba y de la misma forma iba olvidando que no tenía que mostrar que la estaba pasándola terrible.
Sus quejidos eran mas sonoros cada que la mano de su padre golpeaba su ya adolorido trasero, de las lágrimas ya ni hablaba, había dejado que corrieran libremente formando un pequeño charco bajo su barbilla.
Una palmada especialmente fuerte arrancó un alarido de él y olvidando por completo su dignidad aventó su mano para cubrirse y sobarse tratando de alivianar el dolor. Cerró con fuerza los ojos, tratando de mantener sus sollozos al límite.
— Quita tu mano o me veré en la necesidad de hechizarlas tras tu espalda.—
Sirius no quería quitarla pero tampoco quería perder el derecho de mover libremente sus manos, eso le causaría peor malestar, pero a la vez solo quería que su padre dejara de castigarlo, quería suplicarle que parara porque no sabia cuánto más aguantaría sin perder por completo su dignidad, pero el tono que su padre había empleado no le daba esperanzas.
Sus padres nunca habían cedido a algo que el quisiera, siempre imponían lo que ellos querían sobre él, por qué empezarían ahora a escucharlo. Esos pensamientos lo comenzaron a asechar, haciendo aún mayor su desdicha, no bastaba con la dolorosa sensación en su trasero, se tenía que hacer sentir más miserable. Sentía náuseas.
La angustia de Sirius era visible, cada vez lloraba más y sus sollozos eran más fuertes, Orión podía ver el estado de distrés de su hijo, decidió darle un momento. Observó la colorada posterior de su hijo, claro que debía doler, pero él no era un sádico y no estaba en sus planes lastimar de gravedad al muchacho, la piel castigada duraría si acaso dos días, dos días donde su hijo no podría sentarse con comodidad, y una vez pasados no habría más rastro de, se había encargado de no hacer ningún moretón en la piel de su hijo.
Puso una mano sobre la espalda de su hijo, el no era bueno para los sentimientos ni para consolar a nadie, pero trató que el pequeño gesto ayudará de algo al chico, tal vez debió funcionar porque la respiración de Sirius comenzaba a regularse.
Sirius no podía creerlo, pensó que a lo mejor lo imaginaba, pero su padre había parado un momento y había colocado su mano sobre su espalda, como si tratara de consolarlo. Era irreal que su frío, duro y casi irrompible padre hiciera un gesto tan cálido. Intentó respirar con tranquilidad y de volver a mantener la calma, estaba seguro que aún no terminaba el castigo pero podría resistir hasta el fin.
Ya casi había recuperado su tranquilidad cuando la puerta del despacho de su padre se abrió de golpe. Sintió como la sangre corría hasta su rostro el cual comenzaba a ponerse rojo de la vergüenza.
De momento no importaba quien hubiera entrado pues la vergüenza y humillación sería la misma si alguien lo veía en esa posición, sobre las rodillas de su padre siendo azotado sobre su desnudo trasero como si de un niño travieso se tratara. Se removió incómodo, no quería levantar la cabeza y encontrarse con la persona que había interrumpido.
Pero no hizo falta, pues la persona en cuestión no tardó en hacerse notar.
— ¿Has terminado de castigarlo?— La fría y burlona voz de su madre preguntó.
— Aún no.— Fue la respuesta seca de su padre.
—¡Bien! No merece menos, debe pagar por su insolencia, como osa a embrujar a su propia madre, y peor, usar una maldición imperdonable contra mí. Niñato ingrato, si quisiera podría dejarlo que se lo lleven a Azkaban, como debería ser.—
La odiaba, Sirius odiaba a esa mujer con todas sus fuerzas, no iba a negar que estuvo mal usar una maldición imperdonable, estaba consiente de que sí, en efecto, podría acabar en prisión, pero es que ella lo había molestado al punto que había perdido los estribos.
— ¿Con qué estás golpeando al muchacho?— Sirius sintió que un escalofrío recorría su cuerpo, ¿por qué preguntaba aquello, qué esperaba? Estaba seguro que su padre sintió el cambio producto del escalofrío, porque con disimulo pasó su mano por la espalda de su hijo.
Escuchó como su madre resoplaba.
— ¿Tu mano? Crees que tu mano es suficiente castigo, crees que con unas cuantas nalgadas va a aprender su lección. No.—
Con un movimiento de varita, la señora Black hizo aparecer un cepillo de madera, se lo tendió a su esposo.
— Castigalo como se debe.—
En ese momento Sirius decidió voltear y ver qué objeto malvado su madre habría hecho aparecer para alargar su condena. Su cuerpo se tensó cuando vió el cepillo, un cepillo redondo de madera, que se veía totalmente amenazador.
Sintió un nudo en la garganta, si la mano de su padre ya escocia, no quería ni imaginarse cómo dolería el estúpido cepillo. Sentía como la ira lo inundaba, quería gritarle de cosas a la vieja y malvada bruja. Los ojos le empezaban a picar nuevamente con lágrimas frescas.
Sintió vergüenza porque estaba seguro que su padre podía registrar cada movimiento que hacía y seguro no le había pasado desapercibido el ligero temblor que se había extendido por su cuerpo.
El señor Black tomó por el mango el cepillo.
— Bien, ya puedes dejarnos continuar.—
Walburga hizo una mueca, parecía querer discutir que ella se quedaba a ver que se cumpliera lo que pedía. Pero después de una mirada intensa que su marido le lanzó decidió dejarlos solos.
Sirius espero lo suficiente como para saber que su madre había salido de su rango de escucha y mandó al demonio su dignidad.
— Pa-padre...por favor...no me pegues con eso.— Lo último no puedo evitar decirlo entre sollozos. Estaba adolorido, era un completo desastre emocionalmente, solo quería irse a tirar en su cama y no salir jamás.
Orión dejó el cepillo a un lado y pasó la mano por la espalda de su hijo, haciendo círculos.
— Espero seas consiente de que lo que hiciste estuvo mal. No te voy a decir cómo llevar tu relación con tu madre, si es que existe alguna. Pero sabes que ella tiene razón y si quisiera puede llamar al ministerio, basta con que revisen tu varita para saber que en efecto, haz lanzado un hechizo imperdonable, ilegal. Eso quieres para ti, pasar la eternidad en una prisión porque no sabes controlar tu temperamento.—
Hace tiempo que la fachada de joven rudo e inquebrantable había sido olvidada, Sirius lloraba ya con todas sus fuerzas. No, no quería terminar encarcelado por el resto de sus días, quería ser libre, irse lejos de esa casa y vivir. Su padre lo sabía pues en sus peleas Sirius había gritado a todo pulmón infinidad de veces que esa era su meta a lograr.
— ¿No verdad? Pues bien aprende a regular tus emociones. No te estoy castigando porque tu madre lo mandó, si no porque quiero que realmente aprendas a pensar antes de actuar, antes de hacerte a ti mismo un daño irreversible.—
A este punto Sirius ya lloraba sin contención, jamás había escuchado a su padre decirle algo tan cálido, como si en el fondo realmente se preocupara por él. Sus emociones eran un desastre.
Orión espero hasta que Sirius se calmara un poco.
— Antes de ser interrumpidos aún no terminaba con tu castigo, continuaré.—
Sirius se tensó nuevamente, pero antes de externar su inconformidad, la pesada mano de su padre volvió a azotar sus adoloridas nalgas. Solo bastaron un par para que Sirius volviera a llorar con fuerza.
El señor Black consiguió nuevamente el ritmo con sus palmadas, el trasero de su hijo ya mostraba un rojo brillante y el niño comenzaba a ser más vocal con el desagrado del castigo.
— Ya no más... padre ...padre, por favor, no... detente.—
Sirius ya berreaba, no había notado que su padre había parado, le dolía todo, dolía demasiado, era lo único que su cerebro registraba.
Cuando se dió cuenta que las nalgadas había cesado, sorbió por la nariz y trató de limpiar un poco las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.
El señor Black tomó el cepillo. — Estamos por terminar.— y lo puso sobre el trasero castigado de su hijo, el contraste del frío cepillo con la irritada piel de Sirius le hizo pegar un brinco.
— No,no, no, padre por favor, no me pegues con eso, por favor, no, no...—
En su desesperación Sirius trató de escapar del agarre de su padre, había aguantado suficiente, tenía que huir, se revolvió y movió como pudo, pero a pesar de que su padre ya era mayor, aún conservaba la fuerza suficiente como para mantener a su hijo en su sitio.
Con algo de gracia el señor Black vió como su hijo adolescente casi mayor de edad, se convertía en un pequeño crío tratando de zafarse del apuro, su hijo le suplicaba de mil formas que no le castigara más, incluso escuchó como su primogénito aseguraba que su mano dolía incluso más que cualquier otra cosa y que ningún implemento era necesario. Pero tenía que continuar.
— Sólo serán diez.—
—¿Diez qué? — preguntó Sirius con horror.
— Diez azotes con el cepillo. ¿De acuerdo?—
— Noooo...— Sirius nuevamente comenzó a llorar eso era demasiado. — Ya aprendí mi lección, te lo juro, no tienes que hacerlo, no lo volveré a hacer.—
Sin darle más tiempo, el cepillo cayó con fuerza moderada sobre el trasero de Sirius.
No pudo evitarlo y gritó con toda sus fuerzas, el maldito objeto dolía a más no poder, más lágrimas escurrían de sus ojos, a ese paso terminaría reducido a un crío berreando a todo pulmón.
Los siguientes golpes no se hicieron esperar, Sirius gritaba, lloraba, y se quejaba con más vehemencia, ni siquiera podía llenar de suficiente aire sus pulmones para decir algo coherente.
— Due-e-leee...no...me...due-leee...—
Al quinto cepillazo su padre tuvo que aprisionar su mano sobre su espalda, pues no quería lastimarle la mano si la atravesaba por error.
Sirius pataleaba con todas sus fuerzas, se retorcía en el regazo de su padre lo que fuera para hacer desaparecer la horrible picazón y ardor que le ocasionaba el cepillo. Ya no aguantaba más, quería que se acabara de una buena vez el castigo.
Orión dió los dos últimos golpes con el cepillo, un poco mas fuertes que los anteriores para dar por terminado el asunto. Con pesar noto como su hijo era un mar de llanto, observó que el trasero del muchacho anteriormente tan pálido como el, ahora tenía un rojo intenso y que en algunas partes se marcaba el redondel del cepillo e incluso la marca de sus dedos era rastro de las nalgadas que le había dado.
Con serenidad pasó su mano por la espalda del niño tratando de tranquilizarlo.
Poco a poco Sirius empezó a retomar su compostura y ahora una vergüenza inmensa se apoderaba de él, había llorado como un niño pequeño sobre el regazo de su padre, pero a cualquiera que lo cuestionara era porque nunca se había enfrentado a las manos de Orión Black. Con pesar se fue levantando y subió su ropa, su padre apareció un par de pantalones de pijama, lo cual agradeció, pues anteriormente traía unos jeans ajustados que seguramente solo agudizarian su dolor.
Una vez vestido se quedó de pie junto a su padre, quería irse pero su padre aún no le daba la orden de salir y temía hacerlo enfadar y que lo regresara a sus rodillas, no soportaría otro castigo igual.
— Espero no tener que repetir ésto y que pienses antes de hacer algo que pueda arruinar tu vida.—
— Sí señor.— Sirius tenía clavados los ojos en la alfombrilla, claro que no quería que jamás en su vida aquello pasara de nuevo.
— Bien, puedes irte, pero recuerda hijo, otra tontería como ésta y no dudaré en darte las nalgadas que te mereces.—
Sirius se quería morir, por qué diablos el viejo tenía que decirlo de esa forma, su cara brillaba de lo sonrojado que estaba, tenía tanta vergüenza que solo atinó a asistir con la cabeza. Antes de que su padre dijera algo más salió corriendo de ahí.
Una vez en la privacidad de su cuarto pudo sobarse, tratando de hacer desaparecer el dolor, pero era imposible, trató de sentarse en su cama pero había sido una terrible idea, no le quedó más que tumbarse boca arriba en la cama, estaba exhausto y mientras el sueño se apoderaba de él juro que jamás dejaría que volvieran a castigarlo así.
