Los principales personajes quedan a Stephanie Meyer la historia es mía totalmente prohibida la reproducción total o parcial de la historia sin mi autorización
Capítulo 43.
Bailando en el cielo lleno de estrellas.
"Maldito el tiempo que se acaba
Cuando estoy contigo, maldito
Maldito el tiempo que tú no estás
Maldito el tiempo que se esfuma
Cuando te preciso
Y bendita que seas mi necesidad
Y bendita que seas mi necesidad" Alexander Pires, Necesidad.
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Isabella no esperó a que se detuviera el auto del todo cuando medio aparcaron en la mansión. Entró en la casa casi corriendo y abrió la segunda planta desesperada por escuchar a Edward. Su corazón latía desesperado en necesidad cuando llegó a la puerta y escuchó sus constantes. Se relajó pero también su corazón dolió y el cansancio la dejó sin aliento.
—Te necesito —susurró viendo el perfil de su esposo anhelando tocarlo sin tener el valor para hacerlo. Respiró a medias pero respiró por fin. quería acercarse y decirle a Edward que Elizabeth estaba muerta y que él no había podido ponerle tierra a la cabeza de la mujer que lo crió. Quería recostar su cabeza sobre su pecho y escuchar su corazón latir mientras su voz la arrullaba de la forma más hermosa que ella no podía describir.
—¿Cómo está Grace?
Isabella miró a Rosalie frunciendo el ceño pues sus anhelos corrieron como cobardes por la interrupción.
— Resignándose. Supongo. La muerte no duele Rosalie, duele el vacío que está deja en las personas que se quedan aquí. Los muertos dejan de sufrir al exhalar su último aliento. Los vivos sufrimos porque ellos lo dieron.
Rosalie se sintió abrumada por las palabras de Isabella y dió un paso cerca de la habitación que Isabella celosamente protegía, escuchando el sonido de las constantes de Edward.
—Lo siento, Isabella. Muchísimo. Emmett dice que Elizabeth fue quien te abrió las puertas de los accionistas de Airlines. Y también me dijo que hizo que te respetarán.
—Ella fue mala conmigo Rosalie. No te confundas, pero a pesar de todo lo que vivimos ella me dió una entrada. Es parte de la historia. Lo sabrás a su tiempo.
Ambas bajaron las escaleras de la mansión en silencio y Rosalie comenzó a despedirse de Isabella para dejarla descansar. Habían hecho un vuelo de casi catorce horas, pero parecía que el cansancio no pasaba por sus ojos. Habían estado fuera cuarenta y ocho horas.
—Sería bueno que descanses… —comenzó a decir, pero Isabella negó.
—Es temprano. Si no estás cansada me gustaría seguir con la historia.
Ambas se adentraron en la oficina y cuando Rosalie estuvo lista Isabella dejó que el pasado la llevara a rastras al momento exacto en dónde todo había empezado a ir en picada.
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Es increíble como el futuro que tan celosamente guardas en tu mano derecha puede convertirse en el infierno que abres con la mano izquierda.
Mis inseguridades, mis miedos, las pesadillas y las voces volvieron con más fuerza esta vez, mientras buscaba la manera de obligar a Edward a odiarme lo suficiente para obligarlo a irse y ser feliz sin mi.
Pensé en usar a Félix, quien estaba segura no iba a poner peros. El único detalle de todo esto era el terror que me causaba solo pensarlo y lo sucia que me hacía sentir. Así que los celos no fue algo que estuviese dispuesta a usar en nuestra contra.
Hyõ supo que algo estaba pasando porque me conocía. Solo hay dos personas que con seguridad podrían decir qué es lo que pienso con mirarme. Y Hyõ era una de ellas.
Mi sueño empezó a esfumarse así que empecé a subir a la azotea sola o al menos eso creí, dejaba al viento azotarme el rostro mientras intentaba encontrar paz o la solución a mis problemas, me estaba ahogando en un vaso de agua. No podía seguir a Edward, pero dejarlo irse era como solo pararme en el filo del muro de ese edificio y dejarme caer al vacío.
—Esto nos está haciendo daño —susurré sintiéndome aterrada del dolor que me causaba el solo pensar en que estábamos usando el tiempo prestado que nos quedaba y el reloj, el maldito reloj, me hacía tic tac en el oído marcando los segundos como nada.
—¿Qué está pasando contigo?
Hyõ deslizó una manta sobre mis hombros intentando darme calor supongo. No sabía que tenía frío hasta que la manta estuvo allí sobre mis hombros. Saqué de mi bolsillo la carta de aceptación de la universidad de Edward y se la extendí a mi padre quien no pareció sorprendido de verla, sin embargo él la tomó y expiró el aire de sus pulmones de forma sonora pareciendo preocupado.
—Edward te ama Isabella. Ese chico es tu felicidad, es la magia de una estrella al alcance de tus dedos.
—Eres un viejo romántico —le sonreí y él bufó antes de sentarse a mi lado y sacar un cigarrillo para hacerlo colgar de sus labios
—La verdad me haría feliz que sean felices. No es mi decisión sin embargo que le pidas que se quede.
—Sabes que voy a pedirle que se vaya —esto lo hizo asentir y sonreír suavemente antes de chocará su hombro con el mío.
—Hay una enorme diferencia entre él y tú, Õjo —comenzó a decir Hyõ moviendo el cigarrillo en su boca sin dejar de mirar al cielo —. Él es el tono azul de un cielo sin nubes en un día de verano. Sé que es capaz de derretir ese hielo que cubre tu corazón y convertirte en una indomable adolescente.
Le fruncí el ceño y él sonrió abiertamente esta vez. El cigarrillo que colgaba de sus labios se cayó al piso y maldijo, pero luego me vio y puso sus manos en su cabello obligándome a mirar sus ojos.
— Eres la tormenta que viene después de ese hermoso cielo, esa que arrasa todo a su paso, esa que limpia. Ambos son tan diferentes como el sol lo es de la luna, pero se complementan como un eclipse indescriptiblemente hermoso; es imposible no ver la magnitud del amor que hay en ustedes. Y lo que todos ven es ese arcoiris que se forma luego de la tormenta. Lo hermoso que es verte feliz. Te mereces el mundo a tus pies hija. Más que el mundo mereces que el amor te llene de vida y que tus sueños se cumplan.
—Mientes —mi voz se rompió y algo que no supe reconocer se atoró en mi garganta. Hyõ se encogió de hombros y siguió acariciando mi cabello con paciencia haciéndome sentir que él me estaba diciendo algo que yo no estaba entendiendo.
—El amor es sacrificio, Õjo, duele cuando tenemos que hacerlos pero si es porque ambos tienen el mismo propósito entonces el sacrificio no será difícil. Si vas a dejarlo irse dile que vas a esperarlo, porque sé con certeza que a su tiempo ustedes van a ser muy felices. El día en el que te cases con ese muchacho tómate un enorme trago de whisky escocés y luego quiebra la copa en el suelo. Si no encuentras un buen whisky hazlo con coñac.
—¿Por qué haría eso? —me extrañé al escucharlo hablar de esa forma. Hyõ me soltó y miró al cielo antes de cerrar los ojos y respiró profundo antes de susurrar al cielo:
—Por mí.
Seguí su mirada e hice lo mismo y sentí paz. Por primera vez en días sentí paz.
Hyõ empezó a toser con fuerza. No noté cómo él aprovechando mi distracción para limpiar su mano llena de sangre en los pliegues sucios de su abrigo. El tiempo se le estaba acabando y yo no sabía. No sabía que mi padre estaba muriendo.
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Al día siguiente tuve poco o nada de tiempo para pensar. Hyõ se encargó de mantenerme ocupada con trabajos manuales y alejó a Edward de mí dándome tiempo. Cuando llegamos esa noche Edward estaba frente al edificio esperándonos, pareciendo nervioso. Yo había estado tan ocupada ese día que no lo noté.
Ambos sonreímos cómo tontos frente al otro y él tomó mi mano
—¿Quieres subir a la azotea y comer hamburguesas? —la pregunta fue inocente. Asentí mientras me llevaba con él y me detuve esperando a mi padre quien dijo.
—Iré en un rato. Quiero ver si me tomo una cerveza.
Subimos las escaleras y como yo iba delante Edward me dejó dar un paso antes de poner sus manos en mis ojos. Él siempre fue alto, más alto que yo. Quizás, si esa mañana me lo hubiesen dicho me habría burlado de cualquiera, pero el hecho de que el hombre que amaba me estuviera tapando los ojos me hizo latir el corazón de una forma inexplicable y las mariposas en mi estómago se sintieron como una manada de elefantes corriendo despavoridos.
—Quiero darte una sorpresa —me susurró al oído dejando un beso en mi mejilla. Quise quitarle sus manos pero dejó un beso en mi cuello dejándome congelada en mi sitio.
—Estás loco. Déjame.
—Bueno, no puedo debatir eso. Deja de moverte. Es una sorpresa, anda —susurró y luego la brisa fría de la noche me hizo abrazarme a mi misma mientras caminaba sin mirar hacia a donde. Edward se aclaró la garganta.
—Cierra los ojos, por favor. Confía en mí. No los abras, dilo.
—No abriré los ojos porque eres cursi y arruinaría tu sorpresa.
Edward se rió suavemente y cerré los ojos obedientemente. Hubiera hecho todo lo que me hubiera dicho con solo oírlo reír de nuevo. Él tenía ese incomparable poder en mí. Me quitó las manos del rostro antes de escucharlo caminar frente a mí mientras los nervios me comían viva.
—Abrelos —me pidió. Estaba oscuro, tanto que no pude verlo. No podía ver nada, ni siquiera mis manos. Sabía que estábamos en mi edificio pero no sabía dónde estábamos. Era imposible de ver.
—La paz que la oscuridad produce es terrorífica para los niños y hay adultos que esconden su odio por ella, que se merece todo menos los sentimientos oscuros que provoca.
—Edward… —comencé a decir, pero él se aclaró la garganta sin dejarme hablar y yo seguía sin poder verlo.
—Cuando te conocí, entendí que en la oscuridad podías ver los misterios de la noche, las estrellas brillando, sobre todo las fugaces.
Cuando "Sobre todo las fugaces" escapó de sus labios, todo se iluminó como si hubiese magia escondida en las miles de lámparas de papel y flores esperando sus palabras. Sin poder evitarlo jadeé en busca de aire, en busca de, no estoy segura de que ¿Sabes? Sabía que era lo que estaba pasando, sabía que era lo que él iba a pedirme y no podía moverme, no quería hacerlo. Quería mandarlo todo a la mierda y solo por una vez en mi vida ser feliz. Mis ojos se llenaron de lágrimas y por primera vez en tantos años no eran de tristeza. No. La comprensión de que me merecía esto me golpeó y la razón dejó de gritarme para que huyera.
Estaba extasiada, feliz, enamorada del hombre más maravilloso de la tierra. Era el edificio desvencijado y soso en el que pasaba los inviernos helados con Hyõ, pero esa noche, esa noche había miles de lámparas de papel alumbrando la oscuridad. Un pequeño camino hecho con flores y globos de colores. Y yo estaba vestida con mi camiseta vieja de Bon Jovi y un pantalón Jeans que había visto mejores días, calzada en mis tenis viejos, con mi cabello alborotado.
Edward se puso en una rodilla y sacó de su pantalón aquel anillo que había llevado escondido allí por días y yo di dos pasos atrás asustada porque él estaba a punto de pedirme matrimonio.
—Quiero ser esa luz que alumbre en tus ojos tempestuosos una esperanza. Quiero ser el dueño de todos tus sueños y el superhéroe en todas tus pesadillas. Y aunque suene cliché quiero ver tus ojos envejecer y que estos no dejen jamás de ver los míos. Isabella quiero que te cases conmigo. ¿Quieres casarte conmigo?
Podría haberme negado. Quería hacerlo, con todas mis fuerzas mi alma me gritaba que yo iba a hacerle daño pero yo también quería que él fuera todo. Y quería ser su todo. Y aunque el mundo estaba claramente diciendo que no estábamos hechos el uno para el otro, mi corazón ese día se estaba negando a escucharlo. Lágrimas traicioneras escaparon de mis ojos y las limpié antes de asentir y con la voz rota decir
—Si.
Porque no había manera que en este mundo con él viéndome así yo pudiera decirle que no. Edward pareció aliviado y sus ojos brillaron mientras exhalaba aire que no sabía que había estado conteniendo. En un parpadeo se levantó y me alzó del suelo, girándome en sus brazos haciéndome chillar y se rió a carcajadas y aunque me estaba muriendo de miedo también estaba feliz. Ese vértigo creció en mi estómago y me hizo reírme como tonta. Quizás no íbamos a casarnos ya, pero íbamos a ser felices en algún momento. El anillo encajó en mi dedo y luego la puerta de la terraza del edificio empezó a abrirse. Hyõ me abrazó fuerte y me miró la mano antes de unir su frente con la mía.
—Esto Õjo, esto, es lo que me hace más feliz en el mundo. Verte feliz.
—Estas loco viejo cabezota. No me estoy casando ya.
—Bueno, eso es debatible. Aún faltan unos días para tu cumpleaños así que tenemos que esperar para hacerlo legal —me guiñó antes de abrazar a Edward. La forma en la que sus ojos brillaban con orgullo y amor hacia mí es inexplicable. Podría describir el amor como eso. Como ese momento en una azotea en un edificio viejo de San Francisco, un día cualquiera de abril, junto a los dos hombres más maravillosos de mi vida, los hombres a los que más he amado en el mundo.
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—Es increíble. Y romántico —dijo Rosalie. Isabella llenó una copa con whisky, bebió de ella y asintió una vez antes de beber de nuevo.
—Lo es. Lo fue —susurró dándole la razón Isabella antes de aclarar su garganta incómoda y decir —. Supongo que esperaba ver a sus padres allí. Me preparé mentalmente para el rechazo de Elizabeth, la sonrisa temerosa de Carlisle Cullen a quien nunca había visto personalmente y por supuesto, quise prepararme para una discusión. Nada de eso pasó. Hyõ había comprado comida, hamburguesas y todos las disfrutamos sentados en cubetas, mientras, aunque no lo creas, él contaba chistes malísimos haciéndonos reír a todos. Esa fue una de las mejores noches de mi vida. Estábamos solo los tres, siendo nosotros, siendo felices.
Isabella se detuvo y sacó el diario que no había podido seguir leyendo antes de extenderlo a Rosalie y pedirle .
—¿Podrías leer esas páginas para mí? Es lo que sigue en la historia, pero no me atrevo a leerlo sola. Ese es el último diario de Edward. Elizabeth me dijo que lo había quemado, su padre me lo dió en el cementerio pero leerlo es difícil.
Rosalie lo tomó y lo abrió. Isabella le señaló el lugar así que ella empezó a narrar lo más suavemente que pudo viéndola cerrar los ojos.
"Fue difícil convencer a Hyõ de tomar a Isabella y llevársela a trabajar. Él quería darle un descanso de tanta cosa, quería mantenerla segura pero sacarla fue bueno; fueron sus palabras no las mías. Estaba seguro que Isabella lo sabía, ella sabía lo de Aberdeen por lo que convencerla para casarse conmigo iba a ser una odisea. Al menos eso creí.
Esperé a que ella sacará el tema al día siguiente de comprometernos. Aunque no lo hizo, sus ojos me miraban con dolor así que se lo dije.
—No sabía que iba a encontrarme contigo en San Francisco. Antes de venir pedí una beca de un interinato para terminar mis prácticas en Aberdeen. Me aceptaron.
—Lo sé —aceptó antes de preguntarme —¿Cuándo te vas?
Me sorprendió su pregunta, me molestó que la hiciera, aún así con paciencia le afirmé
—No me voy, no sin tí.
—Edward… —su voz se escuchó como advertencia y yo la interrumpí de forma grosera sin sentirme como un jodido mal educado, porque era nuestro futuro juntos del que estábamos hablando.
—No.
Bella dejó de lavar los platos y se giró hacia mí preguntándome
—¿Dijiste? ¿No?
Sonrió, ella estaba tensa, pero por primera vez en mucho tiempo ella se veía lastimada. Era como si no esperara ese no y es que yo no podría negarle nada, pero no iba a aceptar que me pidiera irme. Me frunció el ceño y sentimientos que no espere ver brillaban como faros en sus ojos
—Dije que no me voy. No me harás cambiar de opinión. No voy a dejarte —repetí y ella negó sentándose, estaba aturdida, dolida. Y me lo estaba demostrando. Ella. Ella por fin me estaba demostrando algo que se negaba a decirme. Ella me amaba. Más que nada en el mundo, lo supe. Su mirada llena de dolor me lo dijo, su forma de cuadrar sus hombros como si fuera a recibir un golpe y tuviese el tiempo suficiente para prepararse. Era una luchadora después de todo así que espere su respuesta como un golpe a mi corazón también. Le tomó unos minutos pero defensivamente Bella se levantó del sofá y miró la carta de aceptación de Aberdeen, que yo había dejado allí, tomándola en sus manos antes de ponerla sobre la mesa que estaba en la sala y me señaló.
—Quieres ser médico.
—Quiero estar contigo —declaré. Ambos estábamos frunciéndonos el ceño, teniendo nuestra primera discusión y quizás la única.
—Esa no es… No es razón suficiente para que dejes tus sueños. ¡Lo tienes todo! —tartamudeó alzando sus manos furiosa y terca.
—No tengo nada si ese todo que tú tanto proclamas no te incluye —tomé la carta y la golpeé contra la encimera.
—Edward, yo no existo. No tengo un pasaporte, quiero decir. Tengo una partida de nacimiento en algún lugar pero, no existo. No puedo ir contigo. No voy a dejar a Hyõ. Y quiero que vayas y cumplas tus sueños.
Quise decirle que iba a darle mi apellido, que ella no necesitaba más pero también estaba el hecho de que yo no podía pedirle que dejara a Hyõ, jamás. Él era su padre, maldición y si había algo contra lo que no iba a competir jamás era eso, el respeto y el amor que ella sentía hacia el hombre que le había salvado la vida incontables veces.
—Entonces estaré feliz de poder hacer mi carrera aquí. Puedo escoger una universidad cerca.
Me acerque lentamente y toque sus hombros intentando hacerla entrar en razón.
—Tu padres quieren que vayas a Aberdeen y…
—Y te deje. No lo haré. No me iré. Felix está allá afuera y… —la interrumpí pero no funcionó, ella me hizo lo mismo.
—Y si tu no estás él no me hará daño. Será más fácil para mí esconderme del mundo si te vas.
—Él juro buscarte cuando cumplieras dieciocho, eso será en dos meses.
—¿Cuándo tienes que irte?
Pregunto, y quise gritarle que no iba a irme nunca, pero yo no era quien tomaba las decisiones por nosotros. Bella lo hacía.
—Si voy tendría que irme en diez semanas. Sería días después de tu cumpleaños y..
—Lo harás —ordenó antes de girarse a la puerta. Sabía que si yo la dejaba irse ella iba a desaparecer de mi vida. Ella era así. Una estrella en mi vida. Ella cree que es oscura, pero nada ni nadie podría decirme lo mucho que yo amaba a esa loca y traumatizada mujer.
—Tengo una condición si quieres que me vaya. Vas a casarte conmigo. Y vas a esperarme. Hyõ dijo que podía quedarme a hacerte compañía hoy. ¿Podemos dormir en el sofá o ver películas hoy? Traje un DVD de caricaturas.
A pesar de todo lo que nos pasó ella aceptó quedarse conmigo ese día. Aún no era el momento para que estuviéramos juntos pero eso no me detuvo a besarla como un desesperado, quería fundirme en su piel y quedarme allí para siempre.
Te amo Bella. Eres lo único que me despierta por las noches, lo único que me hace dormir, el sol de verano o la oscuridad. No habría un Edward Cullen si no existieras, si no me hubieses salvado de la simplicidad que habría sido mi vida. Jamás me arrepentiré de haber elegido mi camino porque ese siempre me llevaría a ti. Si un día lees esto, cada cosa, cada segundo, cada momento. Todo, eso eres tú para mí.
Enséñame a vivir con cada latido de tu corazón, con cada suspiro de tu alma. Enséñame a sentirte como el roce de una rosa sobre mi piel, estoy harto de las espinas.
Ámame antes de que se me ocurra huir, átame con un hilo irrompible que no lastimé mi piel. Siente mi corazón latir fuertemente cuando tu mirada quema mi ser. Estoy aquí a punto de desvanecerme en la oscuridad y la única luz que encontré fuiste tú.
Edward."
Isabella abrió los ojos y Rosalie suspiró cerrando el diario cuando iba a hablar y decir lo hermoso que era Isabella se levantó y le dio la espalda.
—Creo que es mejor que descansemos. Nos vemos mañana.
Rosalie no discutió, pero se sintió impotente de nuevo, así que eso la hizo tomar una decisión.
Muy buenas!
Aquí tenemos un nuevo capítulo y, aunque poquito, se sigue avanzando la historia. Ya llegamos a los capítulos que son una vorágine de sentimientos y eventos que suceden, pero un poco más de paciencia para ellos.
Muchas gracias a todas aquellas personas que siguen la historia y muchísimas gracias por todos vuestros comentarios.
Nos leemos en el siguiente capítulo.
Un saludo
