Disclaimer: Los personajes de CANDY CANDY no me pertenecen.
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El amor vuelve lentamente
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El braceo constante y fuerte de los brazos de Albert, mantenía hipnotizada a una linda rubia que, desde la orilla de la playa, admiraba a su esposo nadar hábilmente en el agua, es increíble lo fácil que su hombre se adapta a la naturaleza y no desaprovecha oportunidad para aventurarse a explorar. Ella le animó adelantarse en lo que terminaba de prepararse, no sin antes decirle que le untara un poco de crema en la espalda, él gustoso lo hizo sin problema, porque a pesar de haberla visto desnuda infinidad de veces, nunca se cansaba de apreciar las tentadoras curvas del cuerpo de su esposa.
Lo nota saludarla, y rápidamente, Candy acomodó el último mechón de cabello dentro de su gorro, ya no resistía el impulso de adentrarse y acompañar a su marido. Se quitó la bata que se había puesto de nuevo, revelando su curvilíneo cuerpo, quedando en un bañador demasiado revelador para la época pero ideal para la ocasión. Por suerte, ni un alma transitaba el lugar por ser una playa privada, propiedad de los Andrew, por supuesto, muy cerca de la linda cabaña donde se hospedan.
Albert se sumergió en el fondo, Candy se le unió enseguida, el joven tomó su mano y juntos comenzaron a nadar sincronizados, danzando en círculos, las cristalinas aguas les permitían apreciar la naturaleza maravillosa del sitio. Por ratos volvían a la superficie a tomar aire y quedarse unos segundos flotando o jugando salpicándose del refrescante líquido, para de nueva cuenta zambullirse y deleitarse en la belleza y los colores de algunos peces, corales y arrecifes.
– Nunca dejará de sorprenderme lo que esconde el océano, es tan hermoso, todo un mundo diferente allá abajo – menciona emocionada, nadando de espaldas junto con Albert hacia la orilla.
– No mas hermoso que una sirena de ojos verdes que me acompaña.
Candy se detuvo y se abrazó a su hombre todavía dentro del agua, lo besó un buen rato, gozando del movimiento delicioso de su boca y de la piel mojada de sus cuerpos. Estaban disfrutando al máximo su luna de miel, quince días se fueron volando desde que llegaron a su destino, las costas de Florida resultaron ser localidades diferentes y mágicas, con un clima agradable acompañado de una atmósfera acogedora y romántica. Y mas que nada, porque estaban con la compañía idónea.
– ¿Te parece si comemos algo en el pueblo? – le preguntó deshaciéndose del gorro, liberando así sus rizos húmedos que cayeron como cascada sobre sus hombros y espalda.
Albert no perdió detalle del como se secaba con una toalla esa sedosa piel, entreteniéndose adrede en su escote. La detuvo gentilmente, comenzando él mismo a frotar el cuerpo de su mujer. Candy no pudo reprimir un suspiro acompañado de una coqueta sonrisa.
– Lo que tu digas y mandes, princesa – le respondió siguiendo con su delicada faena – Aunque... en este momento tengo antojo de una rubia sensual sirena.
Esto último, Albert se lo dijo susurrando en el oído, la exquisita figura de su esposa ataviada en ese sexy traje de baño no dejaba de provocar al guapo millonario. Una lluvia de besos en el cuello la hicieron suspirar aun mas, Candy cerró los ojos perdiéndose fugazmente en aquellos candentes mimos, ella no se queda atrás, sus manos se deslizaron por los músculos de sus brazos y parte de sus pectorales.
– El que llegue primero a casa escoge el lugar del encuentro.
Un reto, le gustaban los retos de Candy. Sus miradas cargadas de deseo, la respiración agitada...
Se olvidaron de los enseres regados sobre la gran manta, mas tarde (si se acordaban) los recogerían, el deseo de convertirse en uno solo recorría vertiginosamente la sangre en sus venas. El eco de sus risas se escucharon en esa parte solitaria de la playa, corrían y reían gozosos sintiendo el aire húmedo chocar contra su piel. Tropezaron a propósito, ella encima él, sus miradas nuevamente se conectaron en un anhelo abrasador, plasmándolo enseguida con profundos besos y caricias ardientes ¿Quién ganó? No tiene importancia, las pocas prendas yacían descuidadas a un lado, la pasión le ganó a la razón, desencadenándose como pólvora y arrastrándolos a un abismo de placer donde solo existían ellos dos. Hicieron el amor ahí mismo, en plena naturaleza tirados en la arena sin pudor alguno, dando rienda suelta a su placer con los gemidos de ambos mezclándose con el sonido fuerte del oleaje del mar hasta convertirse en maravillosos fuegos artificiales.
Descansaron un momento mientras sus respiraciones se regulaban, besos dulces y cortos, miradas brillantes y enamoradas... Los últimos rayos del sol se despidieron de ellos, tomados de la mano así como dios lo trajo al mundo, se dirigieron a su morada. Una larga ducha le siguió, entre muchas pompas de jabón y sonrisas juguetonas, ellos nunca perdían oportunidad para amarse a la hora o en el lugar que quisieran.
La noche cayó y la algarabía de la feria en el pueblo contagió a la pareja. Las luces de los faroles, el olor a comida, los propios lugareños, la amabilidad de los tenderos, las innumerables artesanías de la zona que provenían de diferentes islas aledañas... Candy estaba deslumbrada, comprando uno que otro recuerdo para su familia y sus amigos. A su vez, Albert se deleitaba en admirar esa sencillez y espontaneidad tan característica de ella que siempre lo mantenían cautivado.
– ¡Estas croquetas de pulpo son riquísimas! – exclamó anonadada ante el sabor de los mariscos.
– Sabía que te gustarían, amor. Son la especialidad del lugar.
– ¿Ya habías visitado aquí? – preguntó, pensando sin querer en Amelia, que bien pudo haber compartido algo así con Albert.
– Hace algunos años, George y yo vinimos a ver el avance de la construcción de la cadena de hoteles que pertenece a la familia.
Albert procedió a contarle con lujo de detalle que descubrió ese pequeño establecimiento, cuando, aburrido de contratos y juntas directivas, decidió aventurarse lejos del complejo turístico del ahora hotel, hallando un pintoresco pueblo conformado por varios habitantes de diferentes nacionalidades, por ende, también descubrió algunos puestos de comida, convirtiéndose en su favorito el lugar donde se ubicaban ahora. Cerca de ahí, encontró una pequeña bahía abandonada y una casa a medio construir, no se lo pensó demasiado, un mes después, se lo compró al antiguo propietario y no dudó en terminar de remodelar esa peculiar cabaña. Con el paso del tiempo, cada que visitaba el pueblo, descansaba algunos días en su lugar especial, disfrutando amaneceres y atardeceres en completa soledad, algo que en ese tiempo atesoraba mucho. Tuvieron que pasar varios años para cambiar de opinión, nada de esa soledad se comparaba con estar en compañía del amor de su vida, deleitándose en la majestuosidad de la naturaleza, pero por sobre todo compartiendo algo significativo entre dos.
Candy se sintió aliviada y tonta por sentir celos de una mujer ausente que nunca apreció el espíritu aventurero de un hombre sin igual como su amado esposo. Albert besó su mejilla trayendola de vuelta, ella le sonrió y compartieron un beso que esfumó inmediatamente sus ridículos celos.
Después de una rica cena callejera en aquel puesto tan popular, compraron algunos víveres y de nueva cuenta regresaron a su hogar, tomados del brazo y por la calle, terminaron relatando una que otra historia de su niñez. La joviales risas del matrimonio inundaba el ambiente de la feria.
El sonido suave de las olas del mar y algunas gaviotas graznado cerca, hicieron que cierto rubio se removiera perezosamente del lecho. La noche anterior cayó rendido luego de que su traviesa esposa lo tumbara sobre la cama y lo mantuviera despierto, moviéndose sensualmente encima de él. No es que se quejara, al contrario, adoraba cuando su mujer tomaba el control y luego, juntos alcanzaban las estrellas descubriendo un sin fin de maneras para amarse.
Inspiró hondo abriendo los ojos, topándose con el angelical y apacible semblante de su esposa, su piel blanca cubierta por un ligero tono bronceado, sus pecas, sus espesas pestañas y esa bonita y ligera curva de su sonrisa adornando sus labios, le invitaron acercar su mano y rozar las delicadas facciones de su rostro. Con infinito cariño, colocó un rizo rebelde detrás de su oreja, permitiéndose contemplarla a sus anchas.
Se consideraba el hombre mas afortunado del mundo, un hombre rabiosa y profundamente enamorado. Esos grandiosos días junto a su dulce Candy, solo ellos dos en su exótico paraíso, se convirtieron en los mas felices de toda su vida, sin olvidar los momentos que compartieron en la cabaña del bosque de Lakewood, donde la amó sin reservas por primera vez. Cada momento con ella era único y maravilloso, y eso que apenas comenzaban su matrimonio, lo mejor estaba por venir. Agradecía inmensamente por haber conocido a Candy y ser participe de esa maravillosa experiencia de amar verdaderamente.
El suspiro de la joven rubia lo sacó de su pensamiento, tal acción provocó que Albert se acomodara de tal manera que pudiera apreciar su despertar, hábito que se volvió recurrente a partir de su primera noche juntos.
El fruncir de su nariz y el revoloteo de sus ojos le hizo sonreír amorosamente.
– Buenos días, esposa mía – la saludó, apreciando parte de su gloriosa desnudez.
Candy hundió su cabeza en la almohada, sonriéndole como solo ella sabe hacerlo.
– Buenos días, esposo mío ¿Llevas mucho rato despierto?
– El suficiente para deleitar mi pupila con tu hermosa figura.
Candy se estiró para alcanzar sus labios, siempre terminaba sonrojada por los comentarios de su marido, le encantaba saber que causaba tal efecto en él. Las sábanas se mantenían enredadas entre sus piernas, ella enseguida se refugió en su duro pecho percibiendo el suave vaivén de su respiración y al mismo tiempo admirando el paisaje del inmenso océano. La ventana totalmente abierta de frente a su cama, les brindaba un increíble y extenso mar entremezclándose con el cielo azul de la mañana, la brisa fresca se colaba moviendo las cortinas transparentes y a su vez acariciando sus desnudas pieles.
– Que sublime estar así contigo... – en respuesta, Albert besó sus rizos, apretando un poco mas el agarre de su abrazo. Candy levantó la cabeza y rozó su nariz con la de él – ¿A dónde iremos hoy, mi amor?
– Quiero llevarte a un manantial que se encuentra a dos horas de aquí.
– ¿Dos horas? Es un poco lejos, en ese caso hay que desayunar, muero de hambre.
– Igual yo, princesa, anoche me dejaste molido.
– ¡Albert! - le reclamó ruborizada sin dejar de sonreír.
Los rubios se pusieron sus batas y se encaminaron a la cocina. Albert puso el gramófono a funcionar mientras se disponían a preparar el desayuno, alegres comenzaron a picar la fruta y exprimir el jugo de naranja, los huevos y el tocino se freían a fuego medio. Todo esto lo hacían moviéndose al son de la música que emitía el aparato, era una combinación de jazz y blues que sonaba muy fuerte por los estados de Louisiana, Nueva Orleans y Florida, y comenzaba a expandirse por todo Estados Unidos. En un acto reflejo, Albert la tomo de la cintura por detrás moviéndola suavemente junto con él, hundiendo su rostro en su cuello para besarlo, Candy suspiró y rio por las cosquillas que la nariz y la boca de su esposo le provocaban.
Cuanta felicidad, sin duda compartir algo sencillo y maravilloso entre dos les avivaban el profundo amor que se tenían.
En Chicago, Archie se mantenía totalmente embelesado por la armoniosa melodía que Annie transmitía con el toque de sus dedos en aquellas teclas del enorme piano en la mansión Britter. Los padres de la joven los acompañaban, deleitándose en el gran talento de su única hija, de vez en vez, el matrimonio observaba al joven Cornwell quien parecía complacido por escucharla tocar.
Annie se movía con gracia, era como si se mezclara con la música de una manera apasionada. Pronto, concluyó con un ritmo lento y agridulce, sintiéndose orgullosa por la letra que ella misma compuso.
– ¡Bravo Annie! – extasiado, Archie le aplaudió sin importar la presencia de los padres de ella.
Charles y Jane obviaron su reacción, felicitando a su hija con emoción.
– ¿Les gustó?
– Estoy orgulloso, querida. Felicidades.
– Una melodía esplendida, cariño.
– Una obra maestra, si me permiten decirlo.
Annie no pudo evitar sonrojarse por el comentario del joven que ya rondaba últimamente sus pensamientos.
– Gracias.
Jane, disimuladamente le instó a su marido salir, él, un poco renuente pero sabiendo que su querida hija se encontraba en buenas manos, asintió.
– Bueno, nosotros nos retiramos, tenemos cosas que hacer. Te quedas en tu casa, Archie, permiso.
– Propio.
Una vez que los padres de Annie se fueron y ambos quedaron solos, ella se atrevió a preguntar.
– ¿En serio te gustó? – con voz tímida, no dejaba de apretar contra su pecho las partituras de su cuaderno de música. Santo dios, parecía una chiquilla.
– Tocas excelente, Annie, eres una increíble compositora, llegarás lejos, eso tenlo por seguro.
– Que cosas dices... – la chica no se lo creía.
– Te lo estoy diciendo enserio... Es mas, que te parece si salimos a almorzar en celebración por tu primera composición. Yo invito.
A Annie le brillaron los ojos, no solo por el cumplido sino por la misma invitación.
– Me encantaría... Solo me cambio de atuendo y nos vamos.
Archie la miró intensamente.
– Luces muy bella con ese vestido, no cabe duda que robarás muchas miradas como ya has robado la mía, pero si tu quieres, adelante. No hay problema para mi.
Le guiñó el ojo y Annie se dio cuenta del coqueteo en sus palabras, saliendo del salón completamente ruborizada.
Archie caminó por toda la estancia totalmente relajado, sonriendo al ver algunas fotografías de ella. En verdad sentía una fuerte atracción hacia Annie, le gustaba mucho. Su corazón martilleó cuando la vio de regreso con otro vaporoso vestido, el verano estaba a punto de terminar y quería aprovechar en admirar sus delicadas formas. No, no era un pervertido ni nada, la belleza de la mujer siempre le cautivó, mas tratándose de una mujer que en verdad le interesaba.
Antes de ir a almorzar, la llevó a caminar por las galerías de Chicago. En el poco tiempo que lleva de conocerla, ya sabía que le gustaban las bellas artes, y que, a pesar de su timidez, era un poco vanidosa también, aquel detalle lo alertó en un principio, no quería repetir el mismo error que con Amelia, pero se dio cuenta que Annie era muy diferente y compartía algo que él mismo anhelaba en un futuro; casarse y formar una familia.
Annie por mas que intentaba concentrarse en aquellas famosas pinturas, sus atención se desviaba al hombre a su lado, perdiéndose momentáneamente en el atractivo de su rostro, en su galante personalidad y en el tono de su voz.
Un poco exhaustos, tomaron asiento en un pequeño pero sofisticado restaurante. Ella pidió una rebanada de tarta de frutas y él un pedazo de panqué de nuez, compartiendo el té para tomar.
– Candy me contó que se conocieron en la fiesta de año nuevo, en Lakewood – comentó la joven.
– Así es, mi primo Anthony ya nos había puesto al tanto, Candy llegó como enfermera particular del tío Albert, tía Rosemary fue quien contrató sus servicios. Cuando la vi, me pareció una chica encantadora y muy hermosa, rápidamente Stear y yo congeniamos con ella. Sobre todo Albert como ya te habrás dado cuenta.
Archie sonrió recordando las miradas nada disimuladas de su tío cuando Candy se encontraba cerca.
– Ya veo... ella te gustó ¿No es así?
Al joven Cornwell le extrañó su comentario, aunque no se lo tomó de mala manera.
– Bueno, no te puedo negar que tiene un brillo propio que te hipnotiza, pero yo estaba interesado en otra mujer.
– ¿En serio? ¿Y qué pasó con ella? – Archie carraspeó un poco incómodo, la joven inmediatamente se dio cuenta de su descuido – Disculpa mi atrevimiento, no debí preguntar algo tan personal.
Que mas daba, había aprendido a ser honesto consigo mismo, y si Annie algún día llegaba a formar parte de su vida, es mejor hablarle desde ahora con la verdad
– No te preocupes, está bien, no pasa nada, Annie... – él empezó a mover la cucharita de su té – Siendo honesto, esa relación fue un poco... impulsiva y tormentosa, ni siquiera se en que momento comenzó todo. Simplemente me cegué y no vi mas allá que una cara bonita, tarde me di cuenta de mi error, por fortuna desperté de mi trance y terminé ese noviazgo sin sentido. Realmente me siento libre y aliviado por ello – Archie prefirió no ahondar mas en el asunto, en un futuro se lo contaría todo, por ahora, quería disfrutar su tiempo con Annie y borrar por completo cualquier vestigio que tuviera que ver con Amelia Evans – Estoy empezando de nuevo, poner en orden mi vida amorosa y comenzar de cero esa etapa de enamorarme y volver a amar, esta vez en serio.
– Puede que la mujer adecuada no haya tocado tu corazón todavía.
– O puede que ya lo haya hecho.
A Annie le faltó el aliento solo un segundo.
– Annie, voy a serte franco, me gustas, pero no quiero precipitarme demasiado, en verdad deseo llegar a conocerte... de la manera correcta. Quiero hacer las cosas bien esta vez.
– Archie... – el corazón de la joven retumbó con fuerza – Tu... tu también me gustas... Mucho.
Archie se enterneció por su reacción, realmente estaba encantado con ella.
– ¿Sabes? Debo agradecerle a Candy.
– ¿Y eso porqué?
– En cierto modo, sino fuera por ella, no nos hubiéramos conocido ¿No crees?
– Es verdad, tienes razón – mencionó con una gran sonrisa en sus labios, internamente la joven Britter estaba que no podía de la emoción.
– Brindemos... – dijo de repente el hombre muy sonriente, levantando la taza de té – Por el futuro.
– Por el futuro.
Con mas confianza, ambos jóvenes hablaron toda la tarde de muchas cosas.
El tiempo pasa deprisa, el ayer se queda atrás y el presente y el futuro se vislumbran positivos ante las nuevas vivencias de cada uno.
En la mansión de Chicago, en la habitación principal, Candy acariciaba su vientre de ocho meses y medio con infinito cariño, su alianza matrimonial brillaba resplandeciente en su mano izquierda, recordatorio constante de su matrimonio con Albert y prueba de ello, el fruto de su amor. Ella le susurraba quedamente, contagiada por el constante e hipnótico movimiento ¿En verdad este milagroso acontecimiento estaba sucediendo? Si, y era el sentimiento mas hermoso del mundo, sentir de nueva cuenta la vida crecer dentro de ella.
Sin poder evitarlo, recordó brevemente cuando estuvo embarazada de su primer bebé, una escena diferente a esta ella experimentó. Se vio a si misma, tendida en la cama, demasiado triste, abatida y deprimida por la reciente muerte de Michael, casi no salía, siempre encerrada llorando en su habitación, dejó de comer a sus horas y a duras penas hablaba, aquellas circunstancias fueron un detonante en los últimos meses de su embarazo, traspasando su inmenso dolor a su hija quien desafortunadamente nació muerta.
Sacudió aquel doloroso recuerdo velozmente.
Ahora, colmada de felicidad, una segunda oportunidad le fue concedida. Su mente voló al día que se enteraron de un posible embarazo y lo asustada que se mostró ante la noticia.
Flash back
Después de regresar de una luna de miel inolvidable, los rubios volvieron a su rutina, los deberes del clan mantenían ocupado a Albert, Candy de vez en cuando se ofrecía de voluntaria en el hospital, pero la mayoría del tiempo se dedicaba enteramente a su marido, siendo un apoyo constante en su vida empresarial. Cinco meses transcurrieron en un suspiro, la vida de cada integrante de la familia Andrew y allegados avanzaba favorablemente, llena de sorpresas y alegrías; la boda de Stear y Patty se llevó a cabo un mes antes, el anuncio del embarazo del segundo hijo de Anthony y Emma trajo alegría a todos, sobre todo a Rosemary y a la tía Elroy. Hablando de la tía, ella se mostró mas abierta y amable con Candy y le pidió que la llamara, valga la redundancia, tía Elroy, Candy entre sorprendida y enternecida, no se pudo negar. El noviazgo de Archie y Annie complació a toda la familia, Elroy se mostró reacia al principio, pero luego fue bien aceptado, y que decir del bebé de Dorothy y George, quien nació sano y fuerte para alivio de los nuevos padres.
Todo en la vida de los rubios marchaba de maravilla, salvo que, últimamente, Candy no se sentía muy bien, se mostraba cansada, algo muy inusual en ella, sus alarmas se activaron cuando su periodo no llegó y empezó a presentar algunos síntomas como nauseas matutinas. No tenía que ser adivina para saber que le ocurría, aunque... con el miedo de nueva cuenta latente en sus memorias, esperaba estar equivocada.
Cierta mañana despertó sobresaltada y casi brincando, salió de la acogedora cama corriendo veloz al baño. Albert despertó por el movimiento brusco a su lado, oyó la puerta azotarse y se levantó de inmediato.
– Amor ¿Estás bien?
No obtuvo respuesta, se preocupó. Al entrar al tocador, vio a su esposa inclinada en el retrete vaciando lo poco que comió la noche anterior, él enseguida se situó a su lado, frotando su espalda. No dijo nada, pero su expresión denotaba temor.
Albert cogió una palangana y lo llenó de agua, remojó una toalla y con extrema dulzura limpió el rostro de su amada.
– Gracias – dijo temblorosa y sin fuerzas.
– Llamaré al médico de inmediato.
– No Albert... – le rogó aferrándose a él.
– El otro día casi te desmayas, Candy.
– No es nada grave.
– ¿Cómo que no? – la rubia agachó la cabeza, él tomó su mentón delicadamente – Cielo, tu palidez te delata, has vomitado dos días seguidos y...
– Vamos a tener un bebé – le soltó.
– Exactamente, por eso mismo debemos... – enmudeció instantáneamente ante impactante revelación – ¿Qué... Qué dijiste?
Ella se sonrojó e inmediatamente tomó su mano acariciando levemente su dorso.
– Un bebé, Albert. No lo se con certeza, pero creo que estoy embarazada.
– Candy...
Hasta ese momento, Albert no supo que decir, las palabras se le atoraron en la boca... Un bebé, su adorada Candy tendría un bebé, él se convertiría en padre, claro que estaba consciente que algún día llegarían los hijos, pero no pensó que ocurriría tan pronto. Albert fijó su vista ya nublada en el plano vientre, dirigió su mano temblorosa a ese lugar especial donde posiblemente su hijo crecía, apenas y lo frotó con sus dedos e inmediatamente la mano pequeña de su esposa atrapó la suya. Alzó la mirada y la vio llorar, adivinó enseguida su sentir y con sumo cariño limpió cada gota salada de sus mejillas.
– Tengo miedo, Albert ¿Y si lo pierdo? No quiero tener ni darte falsas esperanzas.
– No, mi amor... – abrazó a su esposa para brindarle consuelo, ella enseguida se refugió en esos fuertes, protectores, cálidos y reconfortantes brazos – No pienses cosas fatalistas, seamos optimistas. Primero lo primero, llamaré al médico para que nos confirme si en verdad estás embarazada, si es el caso, ya no habrá vuelta atrás, te cuidarás y yo te apoyaré en cada momento. No te dejaré pasar esto sola ¿Entiendes, mi vida?
– Albert...
El joven rubio besó su frente y acarició amorosamente su rostro.
– No dejes que el pasado te aceche nuevamente. Yo no me iré a ningún lado, estaré contigo todo el tiempo. Ya verás que nuestro bebé nacerá bien y sano.
Candy no podía evitar llorar ante sus palabras alentadoras y llenas tanto amor.
– Gracias, mi amor.
Sentados en el suelo del baño, Albert y Candy se abrazaron con las emociones desbordando a flor de piel.
Fin del flash back
Candy suspiró enamorada y de puro agradecimiento, su esposo se convirtió en su faro y su roca en cada momento de su embarazo, soportando sus cambios de humor y sus colosales antojos. Se removió un poco en el sofá, doblando con dulzura los preciosos e idénticos mamelucos blancos, el último chequeo le confirmó que sus bebés. SI, SUS BEBÉS ¡TENDRÍAN MELLIZOS! Esa noticia les impactó y conmovió al mismo tiempo, y lo mejor de todo es que se encontraban sanos, desarrollándose perfectamente.
Cerró los ojos un rato, dejándose llevar por el sentimiento.
Albert se asomó sigilosamente por la puerta viendo a su esposa recostada con esa bonita sonrisa adornando su rostro, tal vez esté soñando algo placentero. Se acercó lentamente hacia ella, su delicada mano descansaba en su vientre, se le veía tan hermosa, simplemente el embarazo le producía un brillo único en su faz. Le quitó suavemente las prendas de bebé y le acomodó ese rizo rebelde que siempre escapaba de su peinado. Candy sintió el movimiento, abrió sus esmeraldas encontrándose con el cielo azul frente a ella.
– ¿Cómo te sientes, corazón?
Últimamente, Candy se cansaba mucho, su vientre abultado de ocho meses y medio le impedía seguir con su habitual ritmo.
– Mucho mejor ahora que te veo.
Se sonrieron con adoración y compartieron un prolongado beso con las manos entrelazadas donde sus hijos descansan.
– ¿Sentiste? – le preguntó Candy rompiendo el encanto – En la mañana, antes de que te fueras andaban igual.
– Están muy activos – sobó lentamente ese preciado lugar – Tranquilos mis niños, dejen descansar a mamá.
– Yo creo que les gusta que papá bese a mamá.
– Si es el caso, no veo porque tengo que parar.
Volvieron a unir sus labios, Candy extrañaba tener intimidad con su esposo, pero debido a su estado de gravidez, aquello quedó relegado en segundo plano. Eso si, los besos y unas cuantas caricias atrevidas estaban a la orden del día.
– ¿Acaso huelo a chocolate? – interrumpió nuevamente, captando levemente el olor de su postre favorito en los labios de su hombre.
– Me descubriste, preciosa, aunque he de confesarte que el sabor del chocolate en tu boca es mucho mas delicioso.
Él le guiñó el ojo mientras su mujer negaba con la cabeza con una sonrisa de oreja a oreja y con la mejillas arreboladas. Albert tomó los dos platos que dejó en la mesita de centro, enseñándole dos rebanadas de pastel, una grande para ella y otra para él.
– Mmmm, eso se ve exquisito.
– Y que lo digas.
Albert se sentó entusiasmado junto con ella, acomodando sus livianos pies en su regazo, ansioso por seguir comiendo el apetecible pedazo de chocolate. Los antojos de su esposa también le afectaron a él, en consecuencia, dichos antojos lo despertaban varias veces en la madrugada, no obstante, él gustoso cumplía los deseos de su mujer.
– ¿Cómo esta el pequeño Ian? – preguntó por el hijo de George y Dorothy, degustando el betún junto con los pedacitos de fresa en el esponjoso pan.
– Empieza a caminar y ya quiere seguir los pasos firmes de Richard.
– Crecieron muy rápido, además andan encantados con Juliette, se parece tanto a Emma.
– Tu también andas encantada con ella ¿O me equivoco?
Candy sacó su lengua graciosamente.
– Para nada. Es una bebé muy risueña, no puedo evitarlo, es tan linda.
– Lo se... – el guapo hombre colocó una mano en su rodilla – Ya falta poco, mi amor, dentro de unas semanas tendremos a nuestros hijos con nosotros.
Candy le lanzó un beso al aire, Albert lo atrapó enviándole otro enseguida. Terminaron su postre y se acomodaron de tal manera que los dos estuviesen muy juntos en un cómodo abrazo.
– Candy...
– Dime, amor.
El rubio le sonrió y le enseñó un juego de llaves, agitándolas en frente de ella. Candy enarcó una ceja.
– ¿Y esa llaves? ¿Acaso me encerrarás en una torre como a Rapunzel? – le bromeó.
Albert rio junto con ella, el sentido del humor de su esposa era tan contagioso.
– No me tientes, amor, no me tientes. Aunque bien sabes que no podría, cada día te pones mas hermosa y es un placer presumir a mi mujer.
Candy se mordió el labio, pocos hombres admitían sentir atracción por el embarazo y se maravillaban en la maternidad de sus esposas. Compartieron otro beso antes de que nuevamente el rubio tomara la palabra.
– Estas llaves, querida esposa, son una copia de las llaves principales de la nueva clínica.
Candy se llevó una mano al pecho.
– Albert... ¿Eso quiere decir que...?
– Si mi amor, el sueño de Michael se está abriendo camino, ayer fue la inauguración del hospital, por obvias razones no pude asistir, pero el nuevo secretario de George y el mismo Archie estuvieron presentes. Todo salió perfecto, tanto familias de bajos recursos y los afectados por la guerra pueden disponer de ese lugar cuando lo requieran. Incluso, hay voluntarios especiales para ir a zonas alejadas y de difícil acceso.
– Mi amor... Esto... – la rubia calló por el impacto de sus palabras – Esto es increíble... Michael estaría orgulloso... Yo me siento orgullosa de ti, eres tan bueno.
– Te recuerdo que la idea fue él.
– ¿Y quién la terminó, señor Andrew? ¿Quién fue de mucho apoyo económico? No te quites el mérito, tu fuiste el encargado de construir sus sueños en su ausencia. Otro se hubiera olvidado del proyecto, mas tu lo hiciste posible a favor de toda esa gente afectada por la guerra.
El rubio besó la mano de ella.
– Te amo, Candy.
– Y yo a ti...
Candy se despertó de su siesta luego de caminar un poco por el jardín, afortunadamente acondicionaron su habitación en el primer piso con una salida al patio. La noticia de la nueva clínica en funcionamiento la dejó eufórica que le dieron ganas de pasearse un rato en los alrededores con su marido, acción que le provocó un poco de sueño.
Suspirando, se estiró colocando sus dos manos en su estomago, tuvo un poco de dificultad para incorporarse, pero lo logró. Caminó despacio hacia el tocador con una mano en su baja espalda y la otra en su vientre, el peso de sus hijos ya le fatigaba, pero la naturaleza la llamaba. Estaba a punto de abrir la puerta cuando sucedió, se tuvo que sostener fuertemente del picaporte. Oh no, sintió un liquido escurrir entre sus piernas, su fuente se había roto, al parecer sus hijos decidieron adelantarse y sorprenderla.
Hizo una especie de mueca nerviosa, respiró hondo una y otra vez para tranquilizarse.
– Albert... Albert... – apenas mencionó el nombre de su esposo.
Como si en verdad se comunicaran mentalmente, su amado entró por la puerta con una enorme sonrisa.
– ¿Qué crees, preciosa?... ¿Candy? – al no verla en la cama, corrió por intuición al baño y su corazón se detuvo al verla inclinada con un gesto de dolor en su semblante y una mano en su bajo vientre.
– ¡Candy! – exclamó yendo a su lado.
– Albert... Ya vienen en camino, me duele mucho.
– Tranquila mi amor, déjame llevarte a la cama.
Entre asustado y nervioso, cargo a su esposa hacia el lecho, acomodó las almohadas y la colocó con cuidado.
– Enseguida vuelvo, llamaré a Dorothy.
– No me dejes sola – a duras penas lo detuvo alcanzando su brazo.
El rubio tomó las manos de su mujer, besándolas, transmitiéndole con ese gesto un poco de valor.
– No me tardo, mi amor, tengo que ir por el doctor. Respira como lo practicamos.
Él inhaló y exhaló instándole a su esposa hacerlo de igual manera. Ella enseguida obedeció, Albert besó su frente y salió como bólido por alguien, por quien sea.
– ¡Dorothy! ¡George! – gritó a todo pulmón ¿Dónde diablos se hallaba todo el mundo? Los nervios le traicionaban dando vueltas y vueltas en los pasillos que le parecieron confusos laberintos – ¡Hans!
Al fin alguien se atrevió a aparecer.
– ¿Señor?
– Llama al doctor Green, es urgente, la señora está a punto de dar a luz... ¡Rápido!
El pobre hombre corrió haciendo el pedido de su amo.
– ¡Mildred!
– ¿Si señor?
– Mi esposa...
La sirvienta entendió y se apuró hacia los aposentos de sus señores.
Albert respiró varias veces tratando de serenarse, recargándose un momento en el gran pilar de la escalera. Dentro de muy poco sus hijos nacerían y los tendría en sus brazos. No lo negaba, se encontraba aterrado, cualquier cosa podría salir mal, su esposa o sus hijos posiblemente... ¡No! Ni pensarlo... Mejor corrió hacia su habitación para estar a lado de su mujer.
Un grito resonó en cada rincón de la mansión alertando tanto a los sirvientes, como a la propia familia. Anthony observaba el jardín, un poco nervioso, su esposa Emma entretenía a sus retoños, pero en el fondo estaba muy angustiada. Elroy y Rosemary se encontraban visiblemente preocupadas por Candy, la joven llevaba varias horas en trabajo de parto. Elroy recordó que una misma situación sucedió hace mas de veinticinco años, precisamente en el nacimiento de su sobrino William. Ella y Rosemary quien contaba en ese entonces con trece años estaban en expectativa, su hermano William no dejaba de dar vueltas y vueltas al tanto de su mujer y de su hijo. En este caso, su sobrino se atrevió a meterse en la alcoba, vaya falta, pero había aprendido a respetar todo lo relacionado en las decisiones del patriarca.
– Muy bien señora Andrew, siga pujando, alcanzo a ver la cabeza.
Candy obedeció, pujó y gritó con todas sus fuerzas, apretando la mano de su esposo quien le daba el ánimo y apoyo necesario para que pudiera aguantar y traer al mundo a sus bebés.
Un llanto insistente volcó de alegría y emoción el corazón de los recién estrenados padres.
– ¡Es una niña! – exclamó el doctor, la auscultó y se la entregó a la enfermera para que la limpiaran ahí mismo. Presurosa, Dorothy tomó a la recién nacida ayudando a la enfermera.
– ¿Oíste, mi amor?... Una niña – al borde de las lágrimas, el rubio le consoló aliviado, besando sus nudillos y apartando unos rizos de su cara.
Ella le dedicó una sonrisa grande y cansada. Que valiente su esposa. El nudo en su garganta le impidió seguir hablando, dedicándose a limpiar el rostro empapado de sudor de su mujer.
– Se que está agotada, señora Andrew, pero tiene que usar todas sus fuerzas. Aún queda un bebé por nacer.
– No puedo mas – dijo débilmente.
– Vamos, mi cielo, haz un último intento.
– Albert... Siento que en cualquier momento me voy a desmayar.
Y era la pura verdad, se sentía tan endeble que apenas podía tener los ojos abiertos.
– No te rindas, Candy, que mas quisiera ponerme en tu lugar, pero no puedo. Tu eres fuerte, mi amor y aquí estoy contigo dándote mas fuerza – el rubio besó varias veces el dorso de su mano – Tienes que dar todo de ti, hazlo por mi y por nuestro bebé en camino, también por nuestra bebita que nos espera... Hazlo por los tres.
Candy se derritió ante el tono de convicción de su aterciopelada voz, nunca se sintió tan amada como en ese momento de vulnerabilidad. Asintió decidida, nada ni nadie le impedirá traer al mundo a su otro bebé.
– Trate de pujar lo mas fuerte que pueda, señora Andrew.
Candy sentía que se partía en dos ante cada contracción. Pujaba y respiraba con todas sus fuerzas.
– Lo estás haciendo bien, mi amor. Sigue así.
El rubio besaba la frente sudorosa de Candy, alentándola a seguir adelante...
– Ya han tardado una hora desde que escuchamos el llanto del primer bebé.
– Tranquila tía, todo saldrá bien. Candy es fuerte.
Rosemary se levantó del sofá, nerviosa e inquieta se llevó una mano a la mejilla. Aunque trataba de mostrarse serena ante su tía, el miedo invadió sus pensamientos irremediablemente. Rogaba que tanto su cuñada como sus sobrinos salieran de esta.
– Puje mas fuerte, señora Andrew, tengo la cabeza.
Un último intento y un grito que le robó todo el aliento. Por fin, después de interminables horas, sintió que todo el dolor desapareció.
– Al... Bert... Albert...
– Aquí estoy, amor, lo lograste... lo lograste...
Los rubios recargaron sus frentes, ella tomó la mano de su esposo que sostenía su mejilla. Pero algo no andaba bien, ningún llanto o sollozo se escuchó siquiera. Todo el cansancio desapareció en un segundo.
– ¿Q...Qué sucede? ¿Por qué no llora mi bebé?... ¿Albert?
– Tranquila, mi vida... ¿Doctor?
El susodicho estaba ocupado con la enfermera... Dorothy se mantenían distante vigilando al otro bebé quien empezó a inquietarse.
– Vamos pequeño.
– ¿Doctor?
– Un momento, señor Andrew...
El galeno masajeó la espalda del niño sin obtener respuesta. Candy desde su posición lo distinguió inmóvil, las imágenes de su pasado pasar frente a sus ojos, le angustiaron sobremanera.
– Mi... Mi bebé... ¿Qué pasa con mi bebé? – Candy negaba con la cabeza – No otra vez... – musitó horrorizada recordando a la niña sin nombre que nació muerta – ¡No, por favor! – apretó la sábana intentando torpemente levantarse. El rubio al notar a su esposa moverse la detuvo entre sus brazos.
– Candy, tranquila, te harás daño.
– ¡Albert suéltame! ¡Necesito cargarlo!
– Deja que el doctor haga su trabajo.
– ¡Mi bebé!... ¡Nuestro bebé, Albert! ¡No reacciona! ¡No se puede morir! ¡No! ¡No!
Impotente, el rubio la atrajo a sus brazos abrazándola férreamente, refugiándose con ella en el lecho, no soportaba verla tan fuera de si. Él también se encontraba aterrado, a punto de derramar algunas lágrimas que inútilmente trataba de contener, pero tenía que mantenerse fuerte, por Candy y por su bebita en espera de que alguno de sus padres la sostenga en brazos y le calor. Su esposa temblaba y lloraba en su pecho, no sabía que hacer mas que ser su sostén en ese momento de terror, angustia e incertidumbre. Ella ya había experimentado la muerte de un bebé, quien sabe si soportaría la muerte de otro niño, su hijo. Oh, dios mio ¡No! Daría su vida por ese pequeñito que apenas comenzaba su camino en esta tierra, su bebé no podía irse así como así. Sollozando y sin soltar a Candy, alzó una plegaria al cielo pidiendo que no les arrebatara a su precioso hijo.
Al último minuto, el recién nacido empezó a chillar fuerte ante la conmoción de sus progenitores.
Candy no se lo creía, no obstante su llanto lastimero no cesó hasta que se convirtió en uno de felicidad al igual que el de Albert. Oír a su hijo dar señales de vida les devolvió el alma al cuerpo.
– ¡Es un varón! – exclamó el médico.
El doctor y las dos mujeres ahí dentro también se llenaron de alivio y gozo, el médico lo auscultó otra vez asegurándose que el niño respirara, luego le pasó el bebé a la enfermera quien inmediatamente se lo entregó con cuidado a Candy, Dorothy le entregó la niña a Albert. Ambos rubios contemplaban con infinita adoración a sus hijos, extasiados, saludaron a sus retoños, guardando en sus memorias sus pequeños gestos y descubriendo rasgos de ambos en cada uno.
Candy besó la frente de su bebé, agradeciendo a dios por conservar su valiosa vida, permitiéndoles ser padres de un extraordinario niño y una hermosa niña.
– Un milagro... – susurraron los dos todavía ensimismados.
– Este es el mejor regalo que me pudiste haber dado, mi amor, son preciosos.
– Juntos los concebimos, sin ti esto simplemente no estaría ocurriendo.
– Te ves bellísima, eres la mujer mas hermosa y valiente que he conocido.
– Mi amor... – Candy recibió encantada el tierno beso de su esposo – Bienvenidos mi niños hermosos.
Los ahí presentes los dejaron solos para que tuvieran mayor privacidad y comodidad luego del terrible susto que todos se llevaron. El silencio se apoderó en un segundo, los felices padres ni cuenta se dieron de la salida de los demás, dedicándose religiosamente en admirar a sus bebés.
Después de estar un buen tiempo adentro con su amada familia, Albert salió de su habitación con una enorme sonrisa.
– ¿William?
El susodicho levantó la mirada, aun abstraído en un torbellino de emociones por el nacimiento de sus bebés.
– Tengo un niño y una niña... – susurró quedo, sin poder creérselo todavía – ¡Tengo un niño y una niña! – exclamó esta vez lleno de júbilo – ¿Pueden creerlo? ¡Están sanos y son los bebés mas hermosos que he visto en mi vida!
Abrazó primero a su tía, ella se acomodó el peinado ante el arrebato de su sobrino quien ahora abrazaba a Rosemary.
– Me alegro mucho por ustedes – dijo la anciana, respirando aliviada de que sus sobrinos nietos estuviesen bien.
Ya se veía malcriarlos como toda abuela, aun no los conocía pero ya sentía que los amaba. Definitivamente, el convivir con Candy sacó a relucir su instinto maternal que se contuvo durante tantos años.
– ¡Felicidades, Albert! ¿Cómo está Candy?
– Cansada pero muy bien. Ahorita ya se encuentra durmiendo, la enfermera y Dorothy asean a mis niños.
– Me siento tan orgullosa de ti, hermanito.
– Gracias, Rose.
Horas después...
Recostada en el lecho y luego de haberse aseado, Candy amamantaba a su hijo sin dejar de contemplarlo, era tan parecido a su padre; su cuerpecito alargado, su carita arrugada, el color de sus ojos, su pequeña nariz, la forma de su boca, su escaso cabello rubio. Un bebé perfecto a los ojos de mamá.
Miró a su esposo quien traía en brazos a su hija, sonriendo con todo el amor de un orgulloso padre.
– ¿Qué te parece, Catherine Ellen Andrew?
– Un hermoso nombre para una hermosa niña, nuestra hija.
– ¿Verdad?... ¿Tu que dices mi princesita? ¿Te gusta tu nombre?
La niña gorjeó moviendo sus manitos, el rubio se sentó junto a su esposa en la cama. Candy le sonrió a su niña, idéntica a ella, pero con algunos rasgos de su papá. Simplemente preciosa. Acarició la pequeña cabeza de su nena, luego la de su niño.
– Albert... Tu sabes que Michael fue alguien importante para mi y quisiera que nuestro bebé lleve su nombre si no te molesta.
– En lo absoluto, amor, estaba pensando lo mismo... – el rubio suspiró – Michael fue mas que un amigo, fue como mi hermano, y sería un honor para él que nuestro hijo porte con orgullo su nombre. Michael W. Andrew.
– ¿W? Por William ¿Verdad?
– Exacto, sabes que por tradición el primer hijo varón debe portar el nombre de William, solo que haremos una excepción por esta ocasión, este pequeñín es muy especial. Si tenemos otro niño su primer nombre será William.
Candy contemplaba maravillada el perfil atractivo de su esposo. Su seguridad y comprensión la enamoraban cada día.
– Gracias mi amor... Te amo.
– Y yo a ti.
Los rubios se fundieron en cortos y castos besos, los bebés sonrieron dormidos, percibiendo sin saber, la calidez y el gran amor que sus padres se profesaban.
Tres años después, los mellizos corrían con Richard, Juliette e Ian. Patty vigilaba a su niño de un año, mientras Annie cargaba a su preciosa niña de días de nacida.
– ¡Mami! – gritaron los mellizos en cuanto vieron entrar a su mamá con un vientre de cinco meses, Albert abrazó a sus hijos para que no se fueran de lleno hacia su esposa.
Los pequeños rieron y chillaron de emoción ante tanto abrazo de su papá.
Toda la familia estaba reunida, la tía Elroy sentada en la mecedora platicando con los padres de Annie, los señores Cornwell ayudando a sus nueras y los hijos de ellas. Rosemary y su esposo viendo muy felices a sus nietos y sobrinos correr alegres por todo el jardín. Anthony y Emma venían ayudando a Dorothy y George a servir el almuerzo.
Albert volteó el rostro, atraído por las risas de su adorada esposa siendo asediada por sus dos retoños, quienes la tomaban de las manos y no paraban de abrazarla y darle sonoros besos en las mejillas. La contempló enamorado. Recordó entonces la primera vez que la vio esa fría mañana, llorando desconsolada por las perdidas en su vida. Él nunca imaginó que aquella enfermera se convertiría en su roca y su felicidad... En su esposa. Nunca imaginó llegar a este punto donde sus memorias habían vuelto, donde sus piernas le respondían, donde amaba con locura a la hermosa mujer con la quien compartía sus penas y alegrías, y en donde vería crecer y educar a sus hijos hasta que se convirtieran en adultos de bien. Dios le dio otra oportunidad de vivir y la aprovecharía al máximo amando a su preciada familia.
Candy volteó el rostro, atraída por una intensa mirada azul cielo. Lo contempló enamorada. Su amado esposo bromeaba con sus tres sobrinos, todos buen mozos, pero su hombre se distinguía tan alto, tan guapo y tan sexy. La paternidad lo hacía ver irresistible a sus ojos. Recordó entonces la primera vez que lo vio, sentado muy retraído en esa silla de ruedas, su semblante lleno de tristeza, dolor y rencor hacia todos, sus deseos de morir, sus arranques, luego el rechazo por parte de los dos en un principio. El cambio se fue dando paulatinamente. Hoy en día es un hombre distinto a cuando lo conoció, ninguno imaginó que se acercarían con el paso del tiempo. Mas bien, ella nunca imaginó volver a enamorarse precisamente de él creyendo que estaría siempre de luto por la perdida, mas sin embargo, aquí se encontraba, casada con el hombre mas maravilloso del mundo, con quien tiene la dicha de criar una preciosa familia.
Ambos no dejaban de irradiar una absoluta felicidad por una segunda oportunidad de vivir y volver a amar.
– Con cuidado – dijo Albert, ayudando a su mujer a subir los tres escalones de piedra en el jardín que los dirigía a su alcoba.
– Estoy embarazada, Albert, no lisiada – le mencionó con una sonrisa, apegándose a su cálido y fornido cuerpo.
– Eso lo se muy bien princesa, pero me gusta ser precavido y consentirte.
Candy lo besó ante sus muestras de cuidado y cariño.
Una vez adentro, tomaron un baño caliente, sumergidos en la tina conversando de todo y nada a la vez, unos besos por aquí, risitas traviesas por allá, varias caricias por acullá. Se relajaron y se dejaron llevar por el aroma de las sales y la comodidad y el calor de sus cuerpos.
Candy se acomodó en la silla del tocador mientras su príncipe cepillaba su cabello, desenredando cuidadosamente cada hebra dorada. Ella volteó hacia su marido, él le sonrió y la besó fugazmente.
– Vuelvo enseguida, este bebé aprieta mucho mi vejiga.
Albert acarició su brazos de arriba a abajo, besando su cabeza.
Michael y Catherine entraron a la alcoba seguidos de Mildred. La sirvienta hizo una reverencia y se retiró cerrando la puerta.
– ¿Se portaron bien con Mildred?
– ¡Si, papá! – exclamaron los dos.
– ¿Dónde está mamá? – preguntó la pequeña niña.
– Aquí estoy, cariño.
Candy salió del baño ataviada en una bata, besó la cabeza rubia de sus niños y luego se recostó en el lecho. Albert dejó un rato a sus hijos jugando en la alfombra para acompañar a su esposa.
– ¿Cómo esta mi bebé ahí dentro? – dijo el rubio besando su vientre y colocando su cabeza de lado de modo que pudiera sentirlo. Candy jugaba con el cabello corto de su hombre.
– El bebé exige un enorme tazón de helado de fresa.
– ¿Segura? Acabas de ir al baño.
Ella asintió.
– ¡Uy! ¿Sentiste? Mas bien quiere un helado de fresa cubierto de mucho chocolate con nueces y almendras.
– Como usted ordene, mi señora Andrew.
– ¡Siii... helado, helado!
– Solo porque comieron sus verduras – aprobó Candy.
– Somos niños buenos ¿Verdad, Catie?
Su hermanita asintió.
– Papi ¿Cuándo podremos ver bebé? – preguntó la niña.
– Esa es una buena pregunta, cariño – el magnate agarró la manito de su hija y mirando a los dos, mencionó contando los deditos de la niña – En cuatro meses, todos, incluyendo a mamá lo veremos.
– ¿Cómo llegó bebé a pancita de mamá?
– Lo único que puedo decirte es que fue hecho con mucho amor.
– Albert... – Candy se contuvo una risita – Mis amores, lo que papá quiere decir es que eso lo sabrán cuando crezcan.
Ella le guiñó el ojo a su esposo.
– ¿Grande cómo papá?
Michael estiró los brazos tanto como pudo.
– Tu lo has dicho, campeón – respondió el rubio alzando a su hijo al igual que a su hija, paseándose con ellos corriendo por toda la habitación. Candy reía al ver a su esposo e hijos divertirse.
Luego que las risas terminaron, los cuatro se encontraban en el lecho matrimonial. Albert rodeó a su esposa mientras sus hijos rodeaban el estomago de su mamá, los niños se sorprendieron y emocionaron por el movimiento sobre la tela de su camisón. Los padres extasiados y los niños curiosos por la llegada del nuevo integrante.
Albert y Candy se sentían plenos. Nunca creyeron encontrar el amor así, enamorarse y formar una familia. Tenían sus altibajos como cualquier pareja, no eran perfectos, pero ponían de su parte para afrontar cada reto a base de comunicación, confianza y mucho amor.
Y es que, antes de ser novios, Candy era parte de la vida de Albert, pero hoy en día, ella es su vida entera, Candy y sus hijos le complementan. No hay mayor felicidad que esta. Deseaba eso, que su familia; sus hijos y por sobre todo su esposa sea para siempre su felicidad.
Fin.
Hemos llegado al desenlace de este fic, tal vez no es una gran historia, pero me siento satisfecha, escribir un fic largo y terminarlo fue todo un reto. Este fic nació gracias al haber visto esa imagen de Candy y Michael en la torre. Espero no haber dejado cabos sueltos, que por lo visto creo que no, he de confesar que tenía planeado escribir un poco mas de drama con respecto a Amelia y Archie, también otras cosillas mas sobre Michael, tenía un montón de ideas locas, pero al ir escribiendo cada capítulo, decidí cambiarle esto, agregar aquello y cosas así. Al final ya no quise meterle tanto drama a la trama de lo que ya tiene y ya vivieron nuestros rubios en sus respectivas historias.
En fin, colorín colorado este cuento ha acabado. Debo agradecerles a ustedes, sin sus lindos comentarios esto simplemente estuviera estancado y no hubiera avanzado. Infinitas gracias a quienes siguieron, leyeron y comentaron, fueron un impulso para seguir escribiendo.
Hasta luego.
