La mañana del sábado 16 de abril amaneció con nubes sobre la ciudad de Nagoya. Un viento frío intenso barría la ciudad. El ruido del viento había hecho que Taki durmiera agitadamente durante la noche. Pero no solo a causa del ruido del viento. Lo que más lo intranquilizaba eran las revelaciones que le había hecho Mitsuha respecto de los problemas en la familia Miyamizu, incluso por sobre el desafío de las actividades laborales que debería afrontar esa mañana de sábado.

A eso de las seis de la mañana no pudo dormir más, así que se levantó, se dio una ducha rápida y bajó a tomar desayuno a la cafetería del hotel.

Al llegar a entrada de la cafetería, un empleado del hotel le preguntó por su número de habitación, lo registró en un cuaderno, lo escoltó hasta una mesa desocupada y se retiró de inmediato después de una rápida reverencia.

Taki se quedó sentado por unos segundos, perplejo respecto de lo que tenía que pasar después. Se giró y vio que había un par de pasajeros del hotel circulando por un pasillo cercano donde había diferentes platos para servirse. «Ah, esto es un autoservicio,» pensó, sintiéndose un poco tonto mientras se ponía de pie e iba al buffet. Quedó asombrado de la variedad de comida que había disponible para desayunar. Dio dos vueltas mirando todos los platos, sopesando las diferentes alternativas. Había tantas, que elegir apenas unas pocas se tornó una tarea difícil. Al final se sirvió kishimen y otras cosas típicas de Nagoya. Antes de darse cuenta había llenado su plato con cosas que jamás hubiera comido al desayuno en su propio hogar.

Taki volvió a su mesa, y estaba a la mitad de su desayuno cuando apareció frente a él Ozamu Gondō, vistiendo una tenida deportiva bastante informal.

—Buenos días, Taki.

—Buenos día, Ozamu.

—Veo que despertaste temprano hoy.

—Sí, no pude seguir durmiendo, así que vine temprano a desayunar.

—¿Nervioso por lo de hoy?

—Tal vez un poco —dijo Taki, sintiéndose algo azorado.

—Tranquilo, hoy será un día relajado, solo esperemos que no llueva. Miré por la ventana y está corriendo un viento que se ve molesto.

—¿Eso es un problema?

—No necesariamente, pero tenemos que tomar fotografías, y el viento puede complicar. Espera, iré a buscar algo de comer.

Ozamu se alejó paseando entre las bandejas del buffet. Volvió a la mesa de Taki y dejó su plato. Volvió a alejarse y luego volvió con una taza de humeante café en una mano y un cuenco de sopa miso en la otra. Mientras se sentaba, no pudo dejar de notar la cara de asombro de Taki.

—Ah, no suelo tomar café por las mañanas, pero en ocasiones como ésta lo amerita. Es café de grano importado —dijo Ozamu guiñando un ojo a Taki.

Taki miró la taza de café. Su aroma era realmente atractivo, pero no era algo a lo que él estuviera muy acostumbrado.

—Yo estoy probando cosas que nunca había comido al desayuno—dijo Taki, luego de mirar el plato de Ozamu, que se veía aún más exótico que el suyo.

—Bueno, no todos los días tomas un desayuno preparado por un chef de hotel. Este lugar no es tan caro, por eso lo elegimos, pero la comida no se ve nada mal. Itadakimasu —dijo Ozamu, comenzando a comer.

Taki siguió comiendo en silencio por un minuto, ya casi terminando su comida.

—¿Tú sabes manejar una réflex? —le preguntó de pronto Ozamu.

—Sí. Aprendí con una vieja 35 milímetros de mi padre. Y en la universidad usábamos una SLR digital.

—Yo traje una Nikon, mi regalona ¿sabes manejarlas?

—Claro, he usado una de esas antes —dijo Taki con orgullo.

—Bien. Espero que tomes todas las fotos que necesitaremos. Nuestro contacto del ayuntamiento nos verá en el lobby del hotel a las 9 en… —Ozamu miró su reloj quedándose en silencio por unos segundos, calculando cuidadosamente la cantidad de cosas pendientes por hacer— …en un poco más de una hora. Espero que Tsuyoshi no se haya quedado dormido y baje pronto a desayunar.

Ozamu se acomodó en su asiento, miró discretamente en todas direcciones, y se inclinó hacia Taki, hablándole en un tono de reserva.

—Quiero que tengas algo claro. Las propuestas serán evaluadas con al menos un 50% de ponderación por gente del ayuntamiento de Nagoya. Y eso significa que lo que ellos piensen es vital. Lo que ellos digan vale más que cualquier idea genial que tengamos nosotros.

—Y… espera, pero que alguien del ayuntamiento nos diga esas cosas… ¿no es acceder a información privilegiada? —preguntó Taki con preocupación.

Ozamu levantó su cuenco de sopa, tomó un gran sorbo, y lo dejó vacío sobre la mesa. Y luego se inclinó hacia adelante, haciéndole un gesto para que acercara. Entonces Ozamu le habló con un tono algo irónico.

—¿Y tú crees que… el resto de la competencia no hace lo mismo para ganarse el pan?

Ozamu se echó para atrás, riéndose de su propia ocurrencia, mientras tomaba algo más de su plato para comer.

Taki quedó perplejo, pensando en las implicancias de lo que acababa de escuchar.

—Pero… yo leí las bases, y ahí ya están… todos los detalles —finalmente planteó Taki— ¿Para qué vinimos entonces?

—Las bases dicen casi todo. Pero no dicen que les importa a los evaluadores, ni sus gustos. Necesitamos saber eso de primera fuente. Necesitamos muchas imágenes y material para saber con exactitud que hay ahora, y saber qué opinan ellos de lo que tienen. Y sobre ese material tú tienes que afinar la propuesta, una que les dé en el gusto a los principales evaluadores.

—Entonces, ¿hoy tenemos que…? —preguntó Taki, algo confundido con todo el plan.

—Tenemos que escuchar atentamente a nuestro contacto. Las críticas a lo que hay, y qué les gustaría a ellos que hubiera en el futuro. Y en base a eso nuestra propuesta debe ser mejor que la del resto. Por supuesto, tiene que ser aterrizado a lo que nosotros podemos hacer como constructora.

—Ah… y por eso vino Tsuyoshi con nosotros ¿verdad?

—Ha, ha, veo que ya estás aprendiendo, muchacho —dijo Ozamu con una sonrisa—. Esta tarde revisaremos todo, partiendo por nuestro boceto de propuesta. Necesitamos que la actualices con lo que obtengamos hoy. Pero tus ideas tienen que pasar el filtro de realidad de Tsuyoshi.

—Entiendo, pero si veremos ahora a la gente del ayuntamiento ¿qué haremos con ellos entonces el lunes?

—El lunes es la reunión formal. Obviamente no podemos comentar que nos vimos con su gente el fin de semana ¿verdad? Eso es con-fi-den-cial. Tenemos que darnos a conocer como constructora, y venderles los conceptos de diseño que irán en la propuesta final, esos que tú vas a afinar en profundidad las próximas semanas. Si los convencemos que nuestras ideas son lo que ellos de verdad quieren, ellos nos van a elegir ¿Entiendes?

—Creo que esto es más difícil de lo que pensaba… —dijo Taki algo preocupado.

—¡Claro que es difícil! Será un trabajo duro, muchacho. Mañana domingo, a eso de las siete de la tarde, tú y Tsuyoshi tienen que tener nuestra propuesta ajustada a las nuevas líneas de diseño, con ejemplos y algunos bocetos. Eso vamos a mostrarles pasado mañana. Yo seré quien hable en el ayuntamiento, pero tú estarás ahí para apoyarme, si hay alguna duda o pregunta específica ¿Entiendes?

—Ya… ya lo estoy entendiendo —dijo Taki.

—Bien. Yo ya terminé de desayunar, así que iré a ver qué pasa con Tsuyoshi. Nos vemos en un rato.

Ozamu se puso de pie para irse, cuando Taki casi sin pensar sintió que necesitaba preguntar algo que le preocupaba, así que interrumpió su retirada.

—Ozamu-san, espera. Quería saber si yo… tuviera que atender un tema personal urgente este fin de semana… ¿es posible que se pueda hacer algún espacio en el plan de trabajo?

Ozamu frunció el ceño, extrañado, y se volvió a sentar.

—Espera, Taki. ¿De qué estás hablando?

Taki vio la cara de preocupación en Ozamu, y se arrepintió de haber abierto la boca. Pero, ya no podía echar pie atrás.

—Es que, sucede que mi novia, Miyamizu Mitsuha, ¿la recuerdas? Puede que ella necesite de mi ayuda este fin de semana, algo relacionado con su familia. Ellas viven en Shizuoka. Esa ciudad está a mitad de camino de aquí a Tokio.

—Y con darles ayuda… ¿de qué estás hablando, concretamente?

—Mitsuha va a visitar a su familia este fin de semana, y hay algunos problemas que ellas necesitan resolver, pero si pasara algo malo, tal vez yo necesitaría, bueno, ausentarme por algunas horas para ayudarle…

—¿Por algunas horas? Taki, creo que te dije que este fin de semana necesitamos dejar las cosas terminadas para la reunión del lunes ¡No puedes pensar en desaparecer justo ahora!

—¡No! Yo no digo que vaya a desaparecer. Solo pregunto si sería posible, si es que fueran unas pocas horas, de ser necesario… pero me comprometo a tener todo el trabajo terminado, ¡no importa como!

Ozamu entrecerró los ojos, mirando a Taki, sopesando la situación. Finalmente dio un suspiro.

—Mira… sé que te pedimos que vinieras con nosotros de forma repentina. Pero tú lo aceptaste. Si ibas a tener problemas, si sabías que no podías, ¡deberías haberlo dicho desde el principio!

—¡Es que no lo sabía! Ella me lo dijo recién anoche cuando volvimos al hotel, después de cenar —intentó explicar Taki.

—Te das cuenta que este viaje y todo el proyecto podrían fracasar si te ausentas y no cumples con tu parte del trabajo, ¿verdad?

—Sí, lo sé. Pero créeme, Ozamu-san, si ese… problema, llegase a ocurrir, haré todo lo que está en mí para no afectar los planes. Podría llevar mi portátil y trabajar en la propuesta incluso durante el viaje en tren, para no perder tiempo. Y así tendremos todo listo mañana domingo en la tarde, tal como me lo pediste. Sólo necesito que… que confíes en mí, sé que puedo hacerlo.

—En este instante, casi no tengo opción, Taki, más que confiar en ti. Pero no hagas que me tenga que arrepentir de haberte elegido y de haberte traído con nosotros…

—No haré que te arrepientas, Ozamu-san. Me comprometo a tener todo listo según el plan.

—Espero que ese problema, sea lo que sea, entonces no ocurra, muchacho. Por el bien de ella, y por el tuyo…; y ahora, anda y prepárate, nos vemos a las nueve en el lobby del hotel.

—Sí, ahí voy a estar.

Ozamu se puso de nuevo de pie, y comenzó a caminar a la salida, pero se detuvo apenas dar un par de pasos, y se giró hacia Taki.

—Mira, sé que estás enamorado, y no dudo que ella debe ser una gran chica, pero nosotros somos hombres con responsabilidades, Taki. Tenemos que cumplir nuestras obligaciones, nuestros compromisos, a pesar de nuestros sentimientos ¿Entiendes? Ten eso en mente, muchacho—y Ozamu dio media vuelta y se fue.

Taki quedó helado. Sintió que tal vez había destruido su carrera laboral con ellos antes de siquiera completar veinticuatro horas de haberla iniciado. Pero, si Mitsuha estaba en apuros, él sabía que jamás la dejaría sola. Decidió que se jugaría el todo por el todo, y respondería en ambos frentes de ser necesario.

—Bien, Tachibana, ¡demuestra de lo que estás hecho! —se dijo a si mismo con determinación, y se puso de pie para volver a su habitación.

Mientras caminaba por los pasillos del hotel, Taki se propuso que ese fin de semana les iba a demostrar a todos su calidad como arquitecto. Por él y, en especial, por ella, tal como Mitsuha se lo había pedido la noche anterior.


§

Ya comenzada la tarde del sábado Mitsuha por fin estaba terminando las tareas domésticas que había dejado abandonadas durante toda la semana. Terminó de recoger y doblar las toallas que había dejado secando en el balcón y las puso sobre el canasto de la ropa limpia. Miró con satisfacción que toda la ropa que había dejado secando ya estaba cuidadosamente doblada. Tiró su teléfono sobre las toallas y entró con el bulto a su habitación, donde comenzó a guardar cuidadosamente cada prenda en su propio espacio. Ordenado por tipo de prenda, y luego por color...

Cuando terminó, tomó su celular y vio que faltaba poco para las tres de la tarde.

«Ya es la hora de prepararme,» pensó, luego inspiró profundamente, cerrando los ojos, e intentando eliminar la tensión que apareció de golpe al pensar en la visita a casa de su abuela.

Media hora después ella iba saliendo vestida casualmente, con un abrigo largo color verde musgo y un bolso mediano de vestir al hombro, que llevaba ropa de cambio y sus objetos personales para el fin de semana.

Se detuvo en un local cerca de la estación Kinshichō para comprar una caja de delicados dulces namagashi, que sabía que le gustaban a su abuela. Al guardar la caja cuidadosamente en su bolso no pudo dejar de pensar que era una especie de ofrenda de paz.

Siguió su viaje por la línea Sobu hasta llegar a la estación Tokio, donde hizo el transbordo para el próximo tren bala Tokaido-Sanyo con dirección a Shizuka. Compro el pasaje en la misma estación y a los pocos minutos ya se estaba acomodando en su asiento.

Una vez sentada en el shinkansen, sintió el impulso de llamar a su hermana para avisar que iba en camino. Pero se detuvo antes de apretar el botón de llamada. Pensó que su hermana tal vez ni siquiera le respondería. Con un suspiro consideró las opciones: llamar directamente a su abuela, que definitivamente era algo que prefería evitar, o bien enviarle un mensaje de texto a Yotsuha. Después de sopesarlo, optó por lo último, así al menos ellas no podrían reprocharle que no les había avisado.

«Hola Yotsuha. Acabo de subir al shinkansen. Estaré allá a eso de las cinco y media,» escribió. Para su sorpresa su mensaje fue marcado de inmediato como 'visto' por la aplicación de mensajería. Mitsuha se quedó un par de minutos mirando la pantalla y esperando por si su hermana respondía de vuelta, pero Yotsuha no dijo nada.

Al final Mitsuha se rindió, y prefirió dedicar su atención a escribir un mensaje a Taki.

«Ya estoy en el tren a casa de abuela Hitoha,»

«Llegaré a eso de las cinco y media. Te contaré como está todo allá».

Vio que Taki no estaba en línea, así que se dedicó a revisar las imágenes que el arquitecto le había estado enviando durante el día. Había gran cantidad de preciosas tomas de parques, de puentes, de jardines, de construcciones, y varias otras donde aparecían él y su equipo de trabajo. Mitsuha sintió envidia de no poder estar con Taki en Nagoya en ese preciso instante.

Volvió atrás para revisar la fotografía de un puente de madera que pasaba por sobre una pequeña laguna. Taki había enviado muchas de ese lugar, del puente mismo y algunas con él en las imágenes. Taki había dicho que ese era el diseño que él había hecho en un trabajo anterior, y que se había construido en Nagoya.

Mitsuha miró las imágenes del puente de Taki por largo rato, y no pudo dejar de admirar los detalles y lo bien que estaba integrado con el entorno. De alguna forma, ella pudo sentir que Taki había puesto su alma en ese trabajo, y por ello el resultado era maravilloso a sus ojos. Entonces recordó que Taki le había hablado antes de ese trabajo, pero nunca se lo había mostrado con imágenes. Se sintió molesta por haber estado al margen de eso.

«Las fotos están preciosas, y me encantaron las fotos de tu puente de madera ¿Pero por qué no me las habías mostrado antes?» le reprochó.

Guardó el teléfono, y se dedicó a mirar por la ventana. El paisaje urbano de Tokio se desdibujaba por la velocidad vertiginosa, y apenas se apreciaban los techos y estructuras que se asomaban por sobre los muros en los que se encajonaba la línea de alta velocidad. Solo el cielo celeste manchado de nubes parecía mirar inmóvil su viaje.

De pronto los recuerdos de su viaje a Tokio en 2013 volvieron a la memoria de Mitsuha. Cuando ella había viajado a ciegas para encontrar a Taki ¡Ahora podía recordarlo todo! Ella se dio cuenta que hace una semana atrás apenas si tenía un vago recuerdo de haber visitado Tokio en 2013, buscando a alguien, y de haber vuelto derrotada a Itomori, sin nunca poder entender a quien había ido a ver o porqué se había sentido con el corazón desecho. De hecho, Yotsuha le había preguntado insistentemente durante varios meses qué había pasado en su viaje a Tokio, y con quién ella había tenido una cita. Mitsuha se enojaba con su hermana porque pensaba que le estaba tomando el pelo, pero más le enfurecía no podía recordar casi ningún detalle.

Ahora lo recordaba todo con claridad. Cerró los ojos y recordó su ansiedad durante el viaje de ida, la incertidumbre de si ella encontraría a Taki, y la angustia de pensar que, si lo encontraba, tal vez él estaría todo amoroso con Miki Okudera y que entonces el muchacho la rechazaría en frente de Miki. Y entonces recordó como al caer la tarde ella había logrado encontrarse cara a cara con Taki. Y recordó las emociones que había sentido cuando él la había ignorado como si no la conociera. Un dejo de dolor volvió a asomar en su pecho, tal como ese momento, pero se difuminó por su certidumbre de que ahora ella estaba con él.

Mitsuha se rió ahora de su necedad. Ese Taki de 2013, el muchacho de unos 14 años que iba en el tren, de verdad no la conocía. Pero ella lo había interpretado como un signo de que ella no le importaba a su Taki. Se rio con tristeza de lo tonta que había sido por no darse cuenta que el Taki que había encontrado en 2013 no solo era más bajo, sino que aún usaba un uniforme de secundaria. Pero la tristeza que había sentido en ese momento había sido genuina. Un dolor de una pérdida que ella había continuado sintiendo por los siguientes 9 años…

—Taki, gracias por encontrarme… —dijo sin darse cuenta que lo dijo en forma verbal, en voz baja, casi hablando para sí misma, mientras se hundía en el asiento, abrazando sus hombros y mirando el cielo por la ventana.

Mitsuha se perdió en la ensoñación de sus recuerdos por largo rato, hasta que el sonido de un mensaje en su teléfono la sacó de su trance. Lo sacó de forma algo atolondrada, y leyó ansiosa los mensajes recién llegados. Eran de Taki.

«Yo hice el diseño, pero nunca había visto el puente en persona»

«Verlo hoy fue increíble. Fue como encontrarme con un hijo»

¿Un hijo? Mitsuha se rio de esa idea extraña de Taki.

«¿Siempre los arquitectos piensan que sus obras son hijos?» preguntó Mitsuha de vuelta.

Mitsuha se quedó mirando el teléfono, expectante. Taki estaba escribiendo. ¡Estaba en línea! Unos segundos después obtuvo la respuesta.

«Tal vez no todos. Pero para mí es así. Dejas tu esencia en cada diseño. Es algo único, algo íntimo. Como un hijo»

Las palabras de Taki dejaron a Mitsuha con un extraño sentimiento. «Ese puente… es un hijo de Taki…» pensó ella. Cerró los ojos y se hundió en el asiento, imaginando que ella estaba a su lado, tomando su mano, mientras ambos miraban ese puente…; logró visualizar la escena de forma clara, como si estuviera ahí…; de pronto en su imaginación apareció una niña de unos 5 años caminando hacia ellos, sobre el puente de Taki, llevando de la mano a un niño aún más pequeño, de no más de unos 3 años. El niño reía, y la niña también lo hacía mientras daban pasos juguetones, como si estuviera marchando. A medida ambos se acercaban, vio que la niña se parecía a ella misma cuando era pequeña, y ¡el niño era como un mini-Taki! Ellos llegaron hasta estar delante de ella, a menos de un metro de distancia. Se detuvieron y la miraron a los ojos, estirando sus pequeños brazos hacia arriba y moviendo sus labios, hablándole, sin que ninguna voz saliera de boca. Pero su cerebro leyó con claridad la palabra que esos pequeños labios habían dicho sin voz, solo por su movimiento:

«Mami».

Mitsuha abrió los ojos de golpe, asombrada por lo vívido de la imagen que acababa de ver. Un extraño calor recorrió su pecho. Acababa de imaginar no a un hijo abstracto de Taki, sino a hijos de carne y hueso de Taki y… ¡de ella!

La idea la sobrecogió. Por primera vez se dio cuenta de que no era una idea que le chocara. Algo en ella comenzó a desear ese futuro. Formar una familia con ese hombre.

Miró el chat, y pensó en contarle a Taki lo que había pensado. Para su sorpresa, miró el teléfono y se dio cuenta que habían pasado casi 10 minutos. ¿Se había quedado dormida?

Se quedó pensando que hacer. Encontró difícil de explicar a Taki lo que acaba de ver o sentir. O peor ¿pensaría que ella se estaba volviendo loca?

Mitsuha se rio de la ocurrencia. Sí, tal vez era algo de locura, pero una locura que la hacía estar feliz. Finalmente escribió un mensaje que resumía todo lo que estaba pensando.

«Me gustaría estar en Nagoya contigo. O donde fuera, y ser una familia».

A los pocos segundos Taki le respondió.

«También quiero eso».

Mitsuha leyó el mensaje y sintió ganas de gritar de alegría. Se contuvo, pero se dio cuenta tarde que había dado un chillido de felicidad, y un par de personas que viajaban sentadas cerca se habían girado extrañadas mirándolas por un instante. Se sonrojó y se hundió en su asiento un poco más, riendo para sí misma. Sí, estaba segura. Una familia, eso es lo que ellos tenían que formar.

Entonces recordó que ella iba camino a visitar a la suya. A su abuela y a su hermana. A su propia familia Miyamizu. Y tenían mucho que hablar. Tanto que decir, y por más que ella le había dado vueltas, hasta ahora ella aún no sabía ni siquiera cómo comenzar esa conversación.

Había sido en cierta forma fácil contarles a Sayaka y Tesshi. Y con Yotsuha había sido una experiencia al límite, pero decirle todo al final había fluido en forma natural. Pero en ambos casos había estado con Taki a su lado, y ahora ella estaba viajando sola. Esta vez estaría ella sola frente a frente con su abuela, y eso le hizo apretar su estómago. Presagió que iba a ser una conversación difícil.


§

Yotsuha estaba ansiosa. Desde que había recibido el mensaje de su hermana, pasadas las tres de la tarde, ella había comenzado a sentir una extraña presión en su pecho que la sofocada. ¡Mitsuha venía en camino! Finalmente podría verla, encararla y decirle todo lo que sentía, todo lo que la había estado torturando durante esa semana.

Después de leer el mensaje de su hermana, Yotsuha fue consciente de que su cuerpo se puso a temblar, ajeno a su propio control, como si tuviera un frío incontrolable. Sintió la necesidad de avisarle del mensaje a abuela Hitoha, pero se contuvo. Debatió consigo misma qué debía hacer por un largo rato. Finalmente concluyó que, si le avisaba a su abuela y la esperaba en casa, su abuela interferiría entre ellas y no podría hablar libremente. Lo que ella más necesitaba en ese instante era conversar con su hermana a solas. Así se vistió y se preparó para salir a la calle a encontrala.

Yotsuha se asomó lentamente por la puerta de su habitación, y cuando se convenció que su abuela no estaba a la vista, se escabulló fuera de la casa de la forma más silenciosa que pudo.

Pero Yotsuha no sabía por dónde llegaría su hermana. Comenzó a caminar por la calle principal de Miyamaecho con la mente en blanco, guiada solo por su instinto. Cerca de las cinco llegó sin saber cómo a una esquina concurrida. Miró a su izquierda y vio que, cruzando la calle, la entrada a la estación local de trenes Yunoki estaba a una veintena de metros de la esquina opuesta, en una calle lateral. Cruzó la calle hasta llegar a la estación. Como era parte de la línea local Shizuoka-Shimizu, era muy pequeña, con apenas una sala donde se podía comprar los boletos y acceder a los andenes. Había algunas personas entrando y saliendo. Yotsuha se sintió incómoda. No quería estar con gente alrededor.

Retrocedió sus pasos y volvió a cruzar la calle hasta la por donde había llegado. Ahí había un árbol que daba amplia sombra a todo ese sitio, que tenía varias máquinas expendedoras abarrotadas en ese rincón más fresco. Sin saber qué más hacer, se quedó parada bajo la sombra del árbol, apegada al muro e intentando pasar desapercibida de la gente que circulaba a su alrededor.

Desde donde estaba Yotsuha, ella no podía ver el interior de la estación, pero sí veía a quienes entraban y salían a la mitad de la manzana opuesta.

«¿Por qué vine aquí?» se preguntó Yotsuha después de un rato, cuando se dio cuenta de lo descabellado de su aventura: Mitsuha podía haber tomado otra ruta, llegando por alguna estación más grande como Higashi-Shizuoka en la línea Tokaido, o incluso podría haber tomado un taxi, y entonces ella no la iba a encontrar. Miró en la dirección de donde había venido, y sopesó si debería volver sobre sus pasos y esperar a Mitsuha en un punto intermedio, donde su hermana tuviera que pasar sin importar qué ruta tomara. O tal vez… podría llamar a Mitsuha y preguntarle por donde venía. Pero una extraña certidumbre la embargó. Sintió que este era el lugar correcto, el lugar preciso donde ella debía estar en ese instante.

Pasaron los minutos, y nada ocurría. Vio en el fondo de la calle llegar e irse varios trenes en ambas direcciones. En cada ocasión, pequeños grupos de entre 5 a 10 personas salían de la estación. Pero en ninguno venía Mitsuha.

Yotsuha comenzó a impacientarse. Pensó que tal vez se estaba engañando a sí misma. Sacó su celular y miró la hora. Eran las cinco trece. Dejó escapar un sonoro suspiro, pensando en rendirse, cuando levantó la vista y vio un nuevo tren llegando desde la estación Shin-Shizuoka. Decidió darle una última oportunidad.

Algunas personas comenzaron a salir de la estación, y entre ellas una chica vistiendo un abrigo largo gris claro, pantalones color marrón ajustados al tobillo y sujetando en su hombro un bolso de mediano tamaño. Era Mitsuha.

Mitsuha comenzó a caminar a paso firme en la dirección en que estaba su hermana. Al llegar a la esquina dobló al noreste sin cruzar la calle y sin percartarse que su hermana estaba mirándola desde esquina opuesta. Continuó caminando en dirección a la casa de su abuela con paso firme.

Yotsuha quedó paralizada. No supo cómo había acertado a esperarla ahí, pero de verdad esa era su hermana. Pero Mitsuha se estaba alejando de ella rápidamente. Sintió dudas de cómo presentarse. Tragó saliva y se dio ánimos. Cruzó la calle casi sin mirar, y comenzó a caminar tras su hermana.

Mitsuha ya llevaba por lo menos unos cincuenta metros de ventaja. Después de un minuto de perseguirla Yotsuha pudo reducir la distancia a unos quince metros, pero se dio cuenta que no la iba a alcanzar pronto a menos que se pusiera a correr, y se estaba cansando, así que decidió llamarla.

—¡Mitsuha! —dijo la chica, pero su voz salió de forma ahogada. Y su hermana no dio señales de haberla escuchado.

—¡MITSUHA! —llamó de nuevo, esta vez casi gritando. Su voz sonó extraña, y fue tan inesperada que hasta una pareja de ancianos que caminaba en la vereda opuesta se giró para mirar a la chica, sorprendidos por el repentino grito.

Mitsuha se detuvo en seco y se volvió hacia su hermana, sin poder ocultar su sorpresa al ver que Yotsuha la estaba siguiendo.

Yotsuha se detuvo en seco, y quedó en blanco. Todos los sentimientos negativos parecieron cristalizarse en la persona de su hermana, que ahora la miraba de vuelta. No pudo moverse, y sintió como su cuerpo se crispaba.

—¿Yotsuha? ¿Qué haces aquí…? —dijo Mitsuha, cada vez más extrañada ya que se dio cuenta que su hermana menor estaba clavada a la vereda, haciendo un puchero, con los brazos rígidos pegados a su cuerpo y los puños tensos, sin acercarse a ella.

La niña no soportó más, y comenzó a avanzar hacia su hermana dando largas zancadas, con la vista fija en los ojos de Mitsuha.

Mitsuha vio la cara de tensión en la niña, y sintió un súbito miedo. La actitud de su hermana le hizo recordar el incidente de hacía apenas unos días cuando Yotsuha casi había matado a Taki ¿Qué le pasaba ahora a su hermana? La embargó un deseo inminente de correr, pero sus pies no se movieron, y antes de que pudiera hacer nada más, Yotsuha se había detenido a un brazo de distancia, frente a ella, mirándola a la cara con los ojos llorosos.

—Yotsuha, ¿Qué te pasa? —dijo suavemente Mitsuha, con la voz algo temblorosa, sin saber cómo reaccionar.

—Tú… ¡realmente viniste! ¡Por fin… viniste! —dijo Yotsuha dando un salto adelante y abrazando a Mitsuha con todas sus fuerzas, y deshaciéndose en un llanto desesperado, dejando escapar toda la angustia acumulada durante toda una semana.

—Ya estoy aquí, hermanita, ya estoy aquí —respondió Mitsuha, abrazando de regreso a su hermana, acariciando su cabeza e intentando reconfortarla—. No sé qué te ha pasado estos días, y yo sabía que estabas molesta, pero ya estoy aquí y podremos arreglarlo todo. Ahora tranquila, Yotsuha, tranquila…

La muchacha siguió llorando largo rato abrazada a su hermana mayor, que la consolaba en silencio. Cuando Yotsuha comenzó a calmarse un poco, Mitsuha se separó suavemente de ella y la tomó por los hombros.

—Sé que has estado pensando cosas difíciles todos estos días. Y creo que es por mi culpa. Pero ahora estoy aquí y vamos a hablar ¿está bien? —dijo Mitsuha mientras limpiaba con suavidad la cara llorosa de su hermana con la manga de su chaqueta.

Yotsuha asintió débilmente.

Mitsuha miró alrededor y vio que cruzando la calle estaba un edificio de una empresa de taxis que tenía una máquina expendedora a un costado del estacionamiento frontal.

—¡Mira! Compraré algo de beber, creo que nos vendrían bien, podemos beber algo mientras hablamos camino a casa. Ven conmigo —dijo Mitsuha tomando de la mano a su hermana, quien cedió y se dejó llevar mientras cruzaban a la vereda de enfrente.

Afuera del edificio había un taxista, que tenía el vehículo estacionado a la esperar clientes. Lo había estado limpiando mientras observaba con extrañeza la escena de ese par de chicas que parecían discutir y llorar en la vereda de enfrente. Cuando las vio acercarse, se detuvo de limpiar y las interpeló.

—Hola señoritas ¿Se encuentran bien? ¿Necesitan transporte?

—No, en realidad vamos aquí cerca —dijo Mitsuha—. Mi hermana está algo sensible, y quisiera comprar algo de beber de esa máquina ¿podríamos…?

El conductor las miró por un segundo y se encogió de hombros.

—Bueno, es para clientes y conductores, pero no creo que haya problema. Ahí atrás hay un sofá, por si necesitan sentarse a la sombra mientras beben su bebida —dijo el conductor, indicando el garaje que estaba a sus espaldas.

—Oh, es muy amable, aceptaremos su ofrecimiento —dijo Mitsuha haciendo una pequeña reverencia.

Mitsuha compró un par de zumos de fruta, y luego volvió a tomar de la mano de Yotsuha, que había permanecido cabizbaja todo el tiempo. Cuando llegaron al sofá que el taxista les había indicado, se sentaron y Mitsuha le pasó un jugo a su hermana.

—Toma, bebe esto. Te va a reconfortar.

Ambas bebieron de sus latas de bebida en silencio. Mitsuha observaba a su hermana discretamente, viendo que poco a poco se estaba tranquilizando.

Yotsuha finalmente se limpió la cara con su mano, hasta borrar las marcas de lágrimas. Cuando terminó miró de frente a su hermana.

—¿Qué hacemos aquí, Mitsuha?

—Eh, pues, esperaba que te ayudara a tranquilizarte…

—¡No! Tú sabes a qué me refiero. ¿Por qué estamos aquí de nuevo, vivas? Si de verdad morimos en otro… mundo ¿Es todo esto real?

Mitsuha dejó salir un suspiro de cansancio. Lo que había temido era exactamente lo que estaba pasando con su hermana. Sonrió con algo de tristeza, y le acarició la cara.

—Es tan real para mí como siempre ha sido nuestra vida, hermanita. Y no eres la única que se ha estado cuestionando eso. Ayer vi a Sayaka, y me contó que ella y Tesshi también estaban pasando por las mismas dudas… existenciales.

—¿Ellos también…?

—Si, Tesshi se ha estado cuestionando cosas parecidas. Pero ellos ya son adultos, y creo que lo han logrado manejar mejor. Pero siento que tú has estado abrumada ¿verdad?

—¿Cómo no voy a estarlo? Tú me revelaste que… que… que estuvimos muertas, y ahora de pronto, todo volvió a la normalidad, y de pronto vivimos de nuevo, así, como si nada ¿Qué quieres que piense entonces? —dijo Yotsuha, levantando la voz.

Mitsuha miró preocupada al taxista que se había girado por un segundo para mirarlas.

—Sssshh, ¡no vuelvas a gritar algo así en público, Yotsuha! —reconvino Mitsuha a su hermana, bajando la voz y acercándose a su hermana para hablar con más disimulo—. No queremos hacer un escándalo o que la gente se entere de algo así de delicado… o que nos encierren en un manicomio ¿verdad?

Yotsuha la miró con chispazo de rabia en los ojos. Y le respondió en voz más baja, pero con claro rencor en su voz.

—Entonces… ¿te das cuenta que todo esto es una locura? Me dijiste algo con lo que me podrían internar en un hospital para locos, y ¿esperabas que simplemente me lo tragara y siguiera viviendo feliz como si nada?

Mitsuha se hecho hacia atrás, sorprendida del razonamiento de su hermana. Se dio cuenta que ella no había pensado en nada de eso. Y Yotsuha, intuyendo los pensamientos de su hermana, continuó.

—Claro, tú… tú encontraste a ese chico, y parece que han estado toda esta semana como un par de tortolitos, pero en realidad ¡son un par de estúpidos enamorados que no están usando ni un poco sus cabezas!

—Yotsuha, no hables mal, ni de mí ni de Taki. No somos ningunos tontos…

—¡Entonces respóndeme! ¿Por-qué-estamos-aquí-de-nuevo, vivas?

Mitsuha abrió la boca para responder, pero… se quedó muda. Cerró la boca, y miró la lata que tenía en sus manos. Apenas quedaba un poco de su contenido. Apuró un trago, y la terminó. Entonces la apretó, casi sin darse cuenta, mientras respondía a la muchacha.

—No lo sé, Yotsuha. No lo sé. No lo sabemos. Ni yo ni Taki sabemos por qué pasó todo esto. Solo sé que lo vivimos juntos, y sé que él nos salvó, que de alguna manera lo que él hizo nos trajo de vuelta. Pero ni yo ni él tenemos ningún poder que sepamos, o al menos ninguno que podamos controlar. Todo esto tiene que ser cosas… de los dioses. Cosas de… Musubi.

—¿De Musubi? —repitió Yotsuha, como embobada—. ¿Eso es todo lo que puedes decir? ¿Acaso te estás poniendo senil como abuela Hitoha?

—¿Y qué quieres que te diga? ¡Es lo único que sé! Ahora sabemos que esto del intercambio de cuerpos es algo que las Miyamizu vivimos desde siempre. Estuvimos por generaciones sirviendo en nuestro santuario, sirviendo a Shitori-no-kami, y esas cosas han estado pasando así desde quien sabe cuando. Y luego, cuando… cuando cayó ese cometa, Taki regresó a salvarnos cuando bebió el kushikami sake que nosotros habíamos ofrendado al dios. ¿Y quién más que un dios tendría el poder de… de cambiar la realidad? Si no es Musubi, entonces ¿Quién?

Yotsuha se quedó mirando su lata ya vacía. La comenzó a mover entre sus manos, pensando, pensando, hasta que sus pensamientos explotaron. Levantó el brazo para lanzar la lata lejos.

—¡Entonces no sabes nada!

Pero el brazo de Yotsuha se mantuvo en alto, temblando sin control y sin ser capaz de arrojarla. Después de un par de segundos bajó su brazo, poniendo la lata en su regazo, y ella se dobló sobre sí misma.

—Entonces no sabes nada —repitió Yotsuha—. No sabemos nada… ni siquiera sabemos a merced de quién estamos, si esto es real o no, o si despertaremos en cualquier momento… y simplemente, volveremos a la realidad… al mundo real donde estamos muertas.

—¡No hables así, Yotsuha! ¡Eso no es cierto!

Mitsuha se acercó a su hermana y la abrazó, obligándola a incorporarse un poco, poniendo la cabeza de Yotsuha sobre su pecho, mientras acariciaba su pelo.

—No tengo respuestas, hermanita —continuó Mitsuha—, pero sé que algo, o alguien, quiso que volviéramos de la muerte. No sé quién, no sé por qué, pero sé que es verdad, y sé que pasó. Y si algo así pasó, tuvo que ser por razones muy poderosas, demasiado poderosas como para que todo vuelva a ser como antes solo porque sí.

—Tengo miedo, Mitsuha —dijo la chica acurrucándose más en el pecho de su hermana—. Desde ese día he tenido muchas pesadillas, tengo miedo de perderlo todo de nuevo. Lo perdimos todo, y me costó años poder volver a dormir tranquila. Y ahora estaba siendo feliz. Estaba teniendo una vida normal, tenía amigos en el instituto, estaba haciendo lo que me gustaba… y ahora sé que… que tal vez todo esto solo sea una fantasía, un estúpido sueño y que podría perderlo de nuevo ¡por los deseos de algo o de alguien que ni siquiera sabemos quién es!

Yotsuha se separó de su hermana de golpe y la tomó por los hombros.

—¿Cómo puedes tú dormir tranquila, y estar feliz sabiendo todo eso?

Mitsuha suspiró, y no pudo sostener la mirada de su hermana. Bajó la vista mientras hablaba en un hilo de voz.

—Nunca he dormido tranquila. Por casi nueve años, muchas mañanas despertaba llorando, sin saber por qué. Muchos días los viví sintiéndome vacía, sintiendo que faltaba algo en mi vida, que había perdido algo para siempre, tan importante, y sin embargo… que no podía recordar…

Mitsuha levantó la vista y puso sus manos también en los hombros de Yotsuha, casi aferrándose a ellos.

—Tú no sabes lo que es sentir que tu vida es incompleta, día tras día. No sabes lo que es estar viviendo en Tokio, cumpliendo tus sueños y aun así sentir que a ratos todo era una pesadilla. ¡No lo sabes, Yotsuha! Pero ahora lo recuerdo todo, recordé a Taki, recordé que mi mayor anhelo era encontrarlo, volverlo a ver y ¡por fin estamos juntos! Por fin esta última semana siento que encontré eso que siempre busqué. Y tiene que ser por una buena razón, Yotsuha. Puedo dormir tranquila porque ahora sé que todo está bien, y tiene que ser por algo importante que…

Mitsuha soltó los hombros de Yotsuha y se puso de pie.

—No puedo creer que todo esto sea algo maligno —continuó—. Hay un gran poder detrás de lo que nos pasó. Algo poderoso nos devolvió a la vida, y no puedo creer que ese poder esté en nuestra contra. Yo no… no lo podría aceptar ¡No lo acepto! Y…

Mitsuha se quedó en silencio, parpadeando y de pronto dándose cuenta que ella había pasado algo muy importante por alto, todo este tiempo. Su cara de pronto mostró preocupación.

—¿Qué…? ¿Qué sucede, Mitsuha? —preguntó Yotsuha súbitamente preocupada por el extraño cambio de actitud de su hermana mayor.

Mitsuha se quedó mirando en todas direcciones, como buscando algo.

—¿A-algo está mal? —volvió a preguntar la niña cada vez más nerviosa.

—No, no es eso… pero creo que tienes razón en algo…

—¿T-tengo razón? —dijo con temor en la voz Yotsuha.

—Es que… si volvimos a vivir, y todo esto fue obra de Musubi ¿acaso no deberíamos agradecerle?

—No… no lo entiendo…

—Bueno, tú tienes miedo… estás preocupada de que perdamos esta nueva vida que tenemos ahora ¿verdad?

La chica asintió con los ojos muy abiertos.

—Entonces, si esto fue obra del dios del santuario Miyamizu, y queremos que él… bueno, si queremos que Shitori-no-kami, el dios del santuario, mantenga esta realidad donde estamos vivas ¿no deberíamos, como mínimo, hacerle ofrendas y agradecerle?

Yotsuha se puso de pie también.

—Pero… pero ya no tenemos nuestro santuario ¿Cómo podríamos hacerlo?

—No lo sé, pero… al menos podríamos emperzar por ir a algún santuario Shinto, deberíamos pedir a los dioses que le lleven nuestro agradecimiento a Musubi ¿verdad?

—¿Ahora?

—Claro, vamos ahora, pasemos por el santuario Gokoku que está camino a casa. Ven, vamos.

Mitsuha estiró una mano y se la ofreció a Yotsuha. Y ambas comenzaron a caminar de regreso hacia la calle.

—¿Están seguras que no necesitan un vehículo ahora? —preguntó el taxista cuando las chicas pasaban al lado de su taxi.

—De verdad se lo agradecemos, pero ahora iremos al santuario Gokuku que está aquí cerca.

—Oh, ya veo. Sí, está apenas a un par de manzanas —dijo con desánimo el hombre—. Aunque, espere un segundo, señorita…

El hombre abrió la puerta del taxi, metió la mitad del cuerpo adentro, buscando algo, luego se incorporó, dio unos pasos y se puso al frente de Mitsuha, pasándole una tarjeta de presentación mientras hacía una reverencia.

—Si necesitan transporte, pueden llamarme. También está el número de la central, si es que no estoy de turno.

—Es muy amable, se lo agradezco —dijo Mitsuha tomando la tarjeta, examinándola por un par de segundo y luego guardándola cuidadosamente en su bolso.

Las mujeres salieron del estacionamiento y continuaron caminando por la vereda en silencio. Mitsuha iba mirando con preocupación a Yotsuha, que iba tranquila a su lado, pero cabizbaja y pensativa. De pronto la muchacha levantó la cabeza e interpeló a su hermana mayor con una vehemencia que sobresaltó a Mitsuha.

—Si todo esto fue a causa de Musubi… entonces ¿él nos envió ese cometa? ¿Nos estaba castigando por algo? ¿Por algo que tú hiciste?

Mitsuha se detuvo, parpadeando sorprendida por la inesperada pregunta y la peor acusación.

—¿Por algo que yo hice?

—¡Sí! ¿No habrás ofendido a Musubi?

Mitsuha de pronto sintió un impulso de reír que intentó reprimir, pero no lo pudo, y estalló en carcajadas.

—Ja, ja, pero, pero que ocurrencias, hermanita.

—¡Estoy hablando en serio, Mitsuha! —dijo la muchacha molesta por la actitud de su hermana.

Mitsuha le puso la mano en la cabeza, como si fuera una niña pequeña.

—Mira, en esa época yo tenía la misma edad que tú ahora. Piensa ¿qué cosa podrías tú hacer hoy que ofendiera a un dios como para… para destruir todo un pueblo?

Yotsuha bajo la vista, y se quedó pensando. Mitsuha interpretó el silencio de la chica como una señal de victoria, y se puso de nuevo a caminar. Su hermana la comenzó a seguir, pero siempre pensando.

—Recuerdo que tú siempre te quejabas de tu vida, y una vez incluso gritaste en la escalera del santuario, que odiabas tu vida, odiabas servir en el santuario y todo eso —dijo Yotsuha, como conclusión de su largo pensar—. Y eso fue apenas unos días antes de la estrella ¿No será que tú… causaste que Musubi nos odiara?

Mitsuha quedó sorprendida por ese razonamiento. Redujo el paso, sopesando las palabras de su hermana.

—No… no lo creo —respondió Mitsuha—. Si fuera así, si Musubi se hubiera enojado conmigo ¿porqué entonces me premió permitiendo cambiar de cuerpos con Taki? Si eso no hubiera pasado, no nos hubiéramos salvado. Y si estuviera enojado con nosotras ¿para qué volvernos a la vida? No parece que Musubi haya estado pensando en destruirnos, sino todo lo contrario.

—Entonces, ¿quién… quién causo todo eso?

—Esa es una buena pregunta. Tal vez… sea algo que debamos preguntarle esta noche a la abuela.

Yotsuha dejó salir un sonoro suspiro.

—Apuesto que va a decir que no tiene ni idea, que todo es culpa de ese maldito Mayugorô…

Mitsuha levantó una ceja ante la inesperada imprecación de su hermana, pero por dentro estuvo de acuerdo con ella.

—Tal vez ella sepa algo, o recuerde algo que le enseñaron nuestros ancestros. Algo que tal vez siempre pasamos por alto… pero… espero que ella esté dispuesta a hablar. Tú sabes que ella ha estado siendo muy dura conmigo desde que decidí quedarme en Tokio.

—Sí, pero tú tampoco la provoques, aunque… no lo sé, hoy ella ha estado actuando rara.

—¿Rara como qué? —preguntó extrañada Mitsuha.

—Es que, anoche… anoche yo estaba angustiada, no podía hablar con ella, no… no quería hablar con nadie, y… anoche ella entró a mi pieza, discutimos y exploté. Abuela Hitoha me consoló, no sé cómo, pero me quedé dormida, y esta mañana desperté y ella estaba, no lo sé, diferente.

—¿Está enferma? —preguntó preocupada Mitsuha—. ¿Diferente de qué forma?

—No, no es que esté enferma, sino al contrario. Estaba animada. No estaba taciturna como todas las mañanas. De hecho, andaba canturreando tonadas del santuario. ¡Hasta me llevó el desayuno a la habitación! Y repitió varias veces que hoy ibas a venir.

—¿Te llevó el desayuno…? Si, eso es raro. A mí solo me lo llevaba cuando yo estaba muy enferma. Espera ¿ella dijo que yo iba a venir? Yo nunca le confirmé a ella eso. Solamente te avisé a ti está tarde… Uhm, ¿y le dijiste que yo venía en camino?

—Eh… no, no se lo dije.

Mitsuha exhaló cansada. Bueno, ya estaban casi por llegar, así que a esas alturas daba lo mismo.

—Mira, ahí está el santurio Shinto ¡Entremos! —dijo Mitsuha, animada.

Las chicas cruzaron la calle y se internaron en el complejo, tomando la senda que llevaba al santuario Gokoku. Pasaron en silencio bajo el arco Tori que les daba la bienvenida. Se internaron por un camino totalmente rodeado de árboles. Por la hora de la tarde, estaba comenzando a estar ya oscuro. Caminaron un largo trecho en silencio, cruzaron un puente de madera, hasta llegar a un espacio más abierto donde había algunos automóviles estacionados.

Las chicas pasaron a la fuente temizuya a realizar el ritual de purificación. Siguieron caminando hasta llegar a un gran arco tori que daba a un ancho camino central, que separaba dos grandes zonas de césped que terminaban a cada lado en un denso bosque. Al fondo, el gran edificio del templo se distinguía contra el verde follaje de los árboles que cerraban el espacio.

—Vaya, hacía mucho tiempo que no visitaba un santuario Shinto —dijo Mitsuha, sobrecogida por lo bello de la vista.

—Con abuela Hitoha hemos estado viniendo con frecuencia. El sumo sacerdote conoce a la abuela y le ha permitido que vendamos a través de este santuario algunas cuerdas kumihimo. Incluso una vez le pidieron que enseñara cómo hacerlas. Lo hizo un par de veces.

—¿Y venden muchas? —preguntó sorprendida Mitsuha.

Yotsuha se encogió de hombros.

—Yo aún le ayudo a veces a hacerlas. Pero no creo que vendan demasiadas. Tal vez unas dos o tres al mes.

—Ya veo… pero ella nunca me ha pedido más dinero, ¿acaso…?

—No creo que lo haga por el dinero. Es por mantener la tradición…

«Una tradición que tal vez muera con ella», pensó con algo de culpabilidad Mitsuha.

Mitsuha fue observando extasiada las filas de cerezos en flor que aún tenían sus rosados brotes, hasta que llegaron al pabellón principal del santuario. En el centro de él las puertas estaban abiertas y una gran caja de ofrendas daba hacia el exterior.

—Bien. Hagamos una ofrenda y pidamos que Musubi reciba nuestra plegaria de agradecimiento.

Mitsuha sacó varias monedas de 5 yen, entregó algunas a su hermana, y ambas se acercaron respetuosamente a la caja de ofrendas. Hicieron el ritual en silencio, una al lado de la otra, con los ojos cerrados. Luego se retiraron en silencio. Ya las lámparas del camino estaban comenzando a encenderse.

—¿Pediste al kami que llevara tu plegaria a Shitori-no-kami? —preguntó Mitsuha mientras caminaban de regreso.

Yotsuha asintió con la cabeza.

—¿Y te sientes más tranquila ahora?

—Le pedí a Musubi que nos permita a las Miyamizu volver a tener un santuario, para honrarlo, para mantenernos vivas a nosotras mismas, y también su culto.

Mitsuha se quedó en silencio el resto del camino de regreso. La ruta entre los árboles ahora estaba iluminada por las lámparas de piedra que se habían encendido. Llegaron a la entrada del complejo, y salieron a la calle, encaminándose a la casa de Hitoha, que estaba a un costado del complejo santuario, a apenas unas dos cuadras de ahí.

—Oíste lo que dije, ¿verdad? —preguntó Yotsuha, extrañada del repentino silencio de su hermana mayor.

—Sí, te oí. Toda mi vida quise alejarme del santuario para vivir mi propia vida. Ahora, ahora soy yo misma. Pero también soy una Miyamizu. Y no sé qué decir ¿Estamos destinadas a tener que servir en un santuario Shinto por toda la eternidad?

Yotsuha la miró y luego bajó la cabeza.

—Después que nos fuimos de Itomori, yo también en un momento pensé que era liberador no tener que ser una miko de un santuario por el resto de mi vida. Pero si lo que nos pasó… si en esto están los dioses, tal vez nuestro destino sea ese…

Mitsuha suspiró. El destino que querían los dioses ¿Qué quería Musubi de ellas?

Y llegaron frente a la entrada de la casa de la familia Miyamizu.

—Bueno, ahora… será bueno que conversemos las tres —dijo Mitsuha.

—Entraré a avisarle a la abuela que tú estás…

La luz de la entrada de la casa se prendió, y las chicas se encontraron de golpe con su abuela Hitoha, parada en la entrada, mirándolas.

La anciana las observó por unos segundos, mientras ajustaba un chal sobre sus hombros. Ninguna de las dos jóvenes atinó a decir nada. Al final Hitoha se concentró en Mitsuha, y le brindó una sonrisa.

—¡Bienvenida! Sabía que de verdad vendrías hoy —dijo Hitoha.

—¡Abuela! —dijo Mitsuha aún sorprendida, dando una reverencia— Escuché tu mensaje, y vine como me pediste.

—Pasa, pasa, Mitsuha, tenemos muchas cosas de qué hablar.

Hitoha se giró y desapareció dentro de la casa, dejando la puerta abierta y a las dos chicas sin habla.

—De verdad está actuando extraña —dijo Mitsuha después de despabilar—. Hacía mucho que no me recibía… tan bien.

Yotsuha simplemente se encogió de hombros, como queriendo decir «te lo dije».

Y ambas entraron, en silencio, sin saber qué esperar.