— 6 —
¡Joder!
Ese fue el primer pensamiento coherente que vino a la mente de don Lorenzo al emerger otra vez de la bruma de la inconsciencia, porque ahora, además del dolor en el hombro, en la cabeza, en la cara, en la nariz, y casi por todas partes de su cuerpo —exceptuando el dedo gordo del pie izquierdo y sus cojones, que de momento aguantaban como campeones—, también le costaba mucho respirar. Esos dos últimos golpes bajos al abdomen seguramente le habían fracturado un par de costillas, aunque ya llevaba alguna un poco tocada tras el accidente. Y para acabar de arreglarla, respirar a través de una nariz rota que no para de sangrar mientras le tiran agua a uno a la cara, tampoco era una tarea fácil, coño.
¡Dios, tendría que aprender a callarme la boca!
Toda la vida igual. Mira que se lo habían dicho veces, en especial su hija Lola: "contrólate, papá, y no pierdas las formas, que te pones como un energúmeno…" Pero si se irritaba, no había nada que hacer. Cuando la ira le poseía, era incapaz de medir sus palabras. Y ahora mismo estaba muy cabreado, a la vez que acojonado, y usaba los insultos como vía de escape, pero también como escudo, porque si no, probablemente acabaría llorando y suplicando como un niño, y por ahí no podía pasar, que encima ese anormal le estaba grabando. Su orgullo le impedía mostrar ningún atisbo de debilidad, ni por supuesto, de miedo. Aunque se estuviese cagando patas abajo, o como dirían los ingleses, "cagando ladrillos", que olé sus cojones con la frasecita... ¡Vaya lo que podía dar de sí un esfínter anal británico!
En ese oscuro sótano, totalmente a merced de ese hijo de puta, se estaba haciendo a la idea de que no iba a salir vivo de allí, y por esa razón le había dejado ese mensaje a Paco, por si alguna vez se topaba con esa grabación. Y ojalá la llegase a ver algún día, porque tal y como era su yerno, y cómo se lo tomaba todo siempre tan a pecho, el sentimiento de culpa le iba a corroer por dentro, aunque no hubiese podido hacer nada para evitar el secuestro. Lamentablemente, si alguien tenía la culpa de esta situación dantesca en la que estaba, no era Paco, ni Gutiérrez, ni nadie más, sino él mismo, por imbécil. Por rechazar la escolta, y por volver a casa a buscar lo que ni siquiera tenía que haber guardado allí nunca.
¿Y qué decir del resto de sus hombres, y de todos los efectivos de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado? ¿Que estarían haciendo ahora mismo? Porque si no habían conseguido identificar a el carnicero en ningún control de carretera, probablemente ahora casi daba igual lo que se esforzasen en conseguir otras pistas del primer vehículo, ese Corsa azul. Si ninguna cámara de vigilancia ni ningún testigo habían registrado el cambio del Opel Corsa al Ford Mondeo gris en aquel polígono, estaba claro para él: nunca le encontrarían a tiempo. Morir en ese sótano durante las próximas horas era casi una certeza, y ya era solo cuestión de descubrir si iba a tener una muerte rápida, o si iba a sufrir una agonía lentísima. Y por supuesto, prefería la primera opción.
Poco a poco empezó a considerar que ese defecto suyo de insultar a cualquiera que le irritase, en vez de una desventaja, en ese momento podría considerarse hasta una buena estrategia, porque antagonizar a ese capullo cada vez que abría la boca solo lo encabronaría más y más, y con un poco de suerte, en un arrebato, el psicópata acabaría por pegarle un tiro en la cabeza en vez de desollarlo vivo. O de cortarle los huevos, porque tampoco podía quitarse de la cabeza esa amenaza.
La expresión "te voy a cortar los huevos" era una de esas cosas que simplemente se dicen por decir. Él mismo la usaba a menudo con sus hombres. Pero ahora se presentaba como una advertencia muy real, porque ese tío estaba como unas maracas. Y la verdad, quién no preferiría morir de una buena hostia, instantáneamente, que no desangrado como un cerdo en la matacía mientras era cortado en pedacitos, empezando por las partes nobles.
Nada. No era lo ideal, pero pasase lo que pasase a partir de ahora, se agarraría al insulto y al desdén para aparentar entereza, porque no tenía otra alternativa. Eso, o hundirse en la mierda, abandonándose a la desesperación, y humillándose a sí mismo a través de la súplica.
No. De ninguna manera le iba a suplicar nada a ese hijo de puta. No le iba a dar esa satisfacción. Antes se cortaba la lengua de un mordisco.
Tras ese momento de clarividencia, el carnicero volvió a tirarle un vaso de agua a la cara, por tercera vez. En vez de dejarle beber, con la sed que tenía, el muy cabrón.
La reacción de don Lorenzo fue instantánea. Un diez para su estrategia suicida.
"¿Puedes parar ya, anormal de carrito? ¡Si no me vas a dejar beber, puedes meterte el agüita por donde amargan los pepinos, mamarracho!"
El carnicero le soltó un tortazo de los que dejan la mano marcada al rojo vivo, y acto seguido, le acarició otra vez la cabeza, casi con amor sadomasoquista, pero del bipolar.
"¿Dónde está?" le preguntó entonces mientras le acariciaba. Don Lorenzo tardó unos segundos en volver la cabeza para responder. Desorientado, solo acertó a decir:
"¿El… qué?"
El carnicero le soltó una colleja de esas de desnucar conejos, y luego le volvió a preguntar.
"¿Dónde está?"
"Dónde está… ¿quién?"
Don Lorenzo se llevó otro guantazo.
"¿Dónde está?"
Esta vez solo obtuvo el silencio por respuesta, pero don Lorenzo se llevó otra hostia igualmente. Lo mismo que las tres siguientes veces que le preguntó.
Esto podría seguir así por horas, en bucle, pensó entonces el comisario, porque él no iba a admitir que sabía lo que quería ese desgraciado. Mejor continuar con el insulto y la confrontación para agilizar las cosas.
"¿Dónde está?"
"¿El qué, mamonazo? ¡Si quieres que te conteste, dime de qué coño me estás hablando, pedazo de imbécil! ¡Anormal de taca-taca!"
"Ay, Lorenzo, Lorenzo… Tú siempre tan cabezón, y tan gruñón," dijo el carnicero, palmoteándole la coronilla como al calvo de Benny Hill. "Mira, esto me va a doler mucho más a mí que a ti, de verdad."
Entonces, se alejó unos pasos del comisario, y buscando el ángulo adecuado en cámara, sacó una pistola y le apuntó con ella.
Don Lorenzo cerró los ojos, y encomendándose a la Virgen del Camino Seco, deseó fervientemente un tiro entre ceja y ceja. Algo rápido, sencillo y definitivo, para acabar con esa mierda cuanto antes.
"Bueno, eso es un decir," añadió el carnicero con una carcajada malévola.
—
"Pero, ¿para qué sacan ahora to'as las imágenes de la tortura en la tele, y en horario infantil?" dijo Paco. "Que no hay derecho hombre, ¡que no todo vale para conseguir audiencia, leches!"
"Esos no tienen vergüenza. Ni la tienen, ni la han conocido nunca," dijo Lucas. "Silvia, ¿habéis encontrado algo?"
"No, todavía no. Pero voy a seguir, que aquí no estoy haciendo nada más que hacer mala sangre."
Silvia se dirigió a la puerta, pero Lucas llegó antes.
"Tranquila, que le vamos a encontrar, ¿vale?"
"Sí, claro que sí. Pero espero que sea a tiempo," añadió, echando una última ojeada a la pantalla, y a su padre. Justo entonces sonó su móvil. "Es Lola. A ver ahora qué le digo a la pobre."
Cuando abrió la puerta para salir, oyeron varios teléfonos sonando.
"Ya están llegando las primeras llamadas," dijo Montoya. Entonces señaló a la unidad de Paco. "Vosotros, seguid analizando la imagen. Los demás conmigo, a contestar llamadas, a ver si alguien nos dice algo útil."
"Povedilla, apaga esa mierda de noticas ya, y vuelve al video original, por favor," dijo Lucas. "Y trae más monitores."
"Sí, subinspector. En seguida."
Al poco de volver a la imagen del vídeo online, vieron como el carnicero le arrojaba otro vaso de agua a don Lorenzo.
"¿Otra vez? Pero hace falta ser hijo de puta, hombre," dijo Aitor. "¡Que le des de beber ya, hostias!"
Don Lorenzo compartía esa misma opinión, y no tardó en expresarla.
"¿Puedes parar ya, anormal de carrito? ¡Si no me vas a dejar beber, puedes meterte el agüita por donde amargan los pepinos, mamarracho!"
"Pero no entre al trapo otra vez, don Lorenzo, que lo estaba haciendo muy bien ahora, ahí calladito, sin recibir más hostias," dijo Kike.
"¡Pero si le va a machacar igual, aunque no diga nada!" dijo Curtis. "Déjale, así por lo menos se desfoga un poco, el hombre. Yo haría lo mismo, ¿sabes? De perdidos, al río. ¡A insultar a ese hijo de puta, pero a saco! Cuanto más, mejor."
"Como le pegue más veces en la cabeza, me lo va a dejar tonto, al pobre," dijo Paco, cubriéndose la boca una vez más con su manoseado pañuelo mientras el psicópata se volvía a ensañar, preguntando una y otra vez lo mismo.
"¿Dónde está?" ..… (hostia) …. "¿Dónde está?" … (otra hostia) … "¿Dónde está?" … (y otra hostia más, de regalo)
"¡Hala, que ahora le está haciendo la del "Maratón Man", como al Dastin Jofman!" dijo Mariano.
"Ah, sí, la escena esa del dentista nazi, que está venga a preguntarle ¿están a salvo?, refiriéndose a unos diamantes, y el tío no tiene ni puñetera idea de qué le está hablando," dijo Kike, asintiendo con la cabeza. "Es un clásico de la tortura."
"Esa escena, sí, la del dentista nazi. Que mientras le pregunta, el tarao le va taladrando los dientes a lo vivo, y da muchísima grima verlo, y una dentera que te cagas."
"¿Dónde está?" seguía insistiendo el carnicero en la pantalla mientras golpeaba a don Lorenzo, hasta que el comisario no pudo más, y saltó otra vez.
"¿El qué, mamonazo? ¡Si quieres que te conteste, dime de qué coño me estás hablando, pedazo de imbécil! ¡Anormal de taca-taca!"
"Ahí, don Lorenzo, con un par," dijo Curtis. "¡Que se joda ese mamón!"
"Ay, Lorenzo, Lorenzo… Tú siempre tan cabezón, y tan gruñón," dijo el carnicero entonces, palmoteándole la cabeza. "Mira, esto me va a doler mucho más a mí que a ti, de verdad."
"Una buena patada en los cojones sí que te iba a doler más, hijo de la gran puta," dijo Lucas. "¡Y encima el capullo se permite darle palmitas como al calvo de Benny Hill!"
—
"Dime, Lola," dijo Silvia saliendo de la sala de briefings, de vuelta al laboratorio. "Sí, sí lo he visto, sí….. Tienes razón. No tienen vergüenza, ni propia ni ajena….. Ya estamos recibiendo alguna llamada, sí….. No lo sé aún… Escucha, quédate en casa, que aquí no vas a hacer nada útil. Ya sé que es fácil de decir, pero intenta no preocuparte, y no ponerte en lo peor. Y apaga la tele, por favor….. Sí. Te llamo en cuanto averigüemos algo."
Al llegar al laboratorio estaba a punto de llorar. Intentaba parecer profesional, y no un manojo de nervios como su hermana, pero la procesión iba por dentro. Y ver todas las imágenes de los golpes que se había llevado su padre en la televisión, uno detrás de otro, como en un film sadomasoquista, había sido demasiado para ella. Y saber que todo el planeta estaba pendiente de ese vídeo, le encendía y le frustraba sobremanera.
Pero las llamadas estaban llegando. Solo cabía esperar que, entre la paja, alguien llamase para aportar algún dato de valor que les ayudase en la investigación.
Ya en el laboratorio, volvió a conectar el portátil. Entonces reparó en la bolsa que le había traído Montoya. Sin otra cosa mejor que hacer, la abrió para ver qué había ido a coger su padre a casa. Revolviendo entre sus cosas, pensó en lo patético que resultaba perder la vida por ir a buscar un par de mudas y un pijama, hasta que se topó con algo más. ¿Qué demonios es esto?
"¿Puedes parar ya, anormal de carrito? ¡Si no me vas a dejar beber, puedes meterte el agüita por donde amargan los pepinos, mamarracho!"
El nuevo exabrupto de su padre le hizo mirar a la pantalla una vez más.
¡Papá, por favor! ¡Que te calles la boca, que eso no te va ayudar!
"¿Dónde está?" insistió el carnicero entonces una y otra vez, mientras se ensañaba con él, repartiendo galletas a diestro y siniestro.
Entonces, Silvia no pudo evitar mirar hacia el extraño objeto que había encontrado en la bolsa de su padre.
—
"¡Me cagüen la puta! ¡Que le ha sacao una pipa!" dijo Aitor cuando el carnicero apuntó con su pistola al comisario.
"¡Dios, no puedo mirar!" dijo Paco, cubriéndose los ojos cerrados con el pañuelo. "¿Pero por qué sigue mi suegro empeñao en insultar a ese tío? ¿Por qué no se callará la puñetera boca de una vez? Que calladito está más guapo, leches."
"Pero mírele, qué tranquilo y qué templao está, afrontando la muerte sin suplicar ni nada," dijo Curtis, visiblemente emocionado. "Cualquier otro, con un cañón apuntándole a la cara, se habría cagado patas abajo. Que su suegro es el puto amo, inspector. ¡El puto amo!"
"¡Un puñetero bocazas, eso es lo que es mi suegro!¡Un bocazas suicida!"
"Bueno, eso es un decir," añadió entonces el carnicero con una carcajada digna de villano de película, justo antes de apretar el gatillo.
Todos pegaron un respingo, sobresaltándose con el ruido del disparo, y Rita, además, dejó escapar un grito. Paco, todavía con los ojos cerrados, empezó a sollozar y a lamentarse como un agonías en la procesión de Semana Santa.
"¡Ay, que me lo ha matao! ¡Que me lo ha matao!"
"Tranquilo, Paco, que ha sido un tiro en el hombro," dijo Lucas. "Que está bien."
"Sí, inspector, tranquilo, que ese gilipollas es malo hasta para disparar," dijo Aitor. "Solo le ha dao en el hombro, y eso que lo tiene a un palmo de sus narices, que ni queriendo falla."
"Yo creo que eso ha sido un tiro de aviso," dijo Mariano.
"¿Un tiro de aviso de qué, Mariano, por Dios? ¿De a la próxima que me insultes te vuelo la tapa de los sesos?" dijo Paco, abriendo los ojos para mirar a la pantalla. Don Lorenzo aullaba como un loco, aunque más que de dolor, sus gritos parecían más bien de pura rabia. Al poco rato, continuó con su estrategia suicida, casi reclamando el tiro de gracia definitivo.
"¿En el hombro en vez de en la cabeza? ¡Eres tan gilipollas que no le darías a una tapia a un metro de tus narices, pedazo de capullo! ¡Que hace falta ser capullo! ¡So inútil!"
El carnicero solo se rio otra vez, y dejando la pistola en una mesa, desapareció de pantalla brevemente para acercarse poco después a don Lorenzo por la espalda. Entonces, desde atrás, le apartó la chaqueta para examinar la herida.
"Nada, esto no es nada. Loren. Un agujerito de entrada y otro de salida. Pero déjame ver mejor…"
Sin darle tiempo a volverle a insultar, de repente le metió un dedo en el orificio de entrada, hurgando en lo profundo de la herida como el que se hurga la nariz en busca de un moco perdido.
"Arrrgh! ¡Hijo de puta!" gritó don Lorenzo, retorciéndose como una anguila para alejarse de ese cruel dedo perforador.
"Nada, está perfecto. Ya verás qué bien encaja."
Seguidamente, mientras todavía se quejaba, le ensartó un gancho de carnicero a través del agujero, y luego empujó con saña hasta encajárselo bien dentro, siguiendo la trayectoria de la bala.
Un clamor general de indignación plagado de insultos se propagó por la comisaria, y mucho más cuando el psicópata estiró de una cuerda, y por medio de una polea en el techo, levantó al comisario. Los gritos de don Lorenzo mientras pataleaba suspendido en el aire, todavía esposado a la silla, se mezclaron con las exclamaciones de angustia y los insultos proferidos por todos los policías que miraban la pantalla. Una vez más, "hijo de puta" fue de los más sonados, seguido de "cabrón de mierda".
"¡Joder! ¡Que ese desgraciao le ha hecho la de Moriarty!" dijo Mariano mientras don Lorenzo seguía gritando.
"¿La qué?" preguntó Curtis.
"Huy, la silla…. Espera un momentito…" dijo el carnicero, abriéndole las esposas a don Lorenzo para soltarle, dándole una patada a la silla, que arrojó a un lado. "Así está mejor."
"Sí, que le ha hecho como el chiflado ese, el profesor Moriarty, el archienemigo de Sherlock Holmes. Que en una peli lo colgaba de un gancho en una fábrica de armas, y le ponía una canción de no sé qué pez en alemán mientras le metía caña."
"¡Pero qué tonterías dices! ¡Es que no riges, Mariano! ¡No riges!" dijo Paco, con el alma en vilo. "¡Qué Moriarty ni qué cojones! ¡To'l día igual con las puñeteras películas! ¡Mi suegro ahí ensartao, y tu diciendo chorradas!"
"No, sí que rijo, Paco. Lo que pasa es que yo esto de encontrar analogías con los productos del Séptimo Arte lo llevo muy bien. En las películas, siempre hay un ejemplo pa' tó, que lo sepas."
Hiperventilando, Paco empezó a tener arcadas, pero Povedilla fue más rápido que su estómago y le colocó una papelera en las rodillas justo a tiempo.
—
