Por las calles de unos de los barrios más ostentosos del Distrito Stohess, correteaba una pequeña niña de 8 años, de hermosos ojos brillantes color verde con miel. Su larga trenza de cabello rojizo ondeaba con el viento. Había salido a comprar algunos ingredientes que su abuela Sara le había encargado para la cena, y por el camino, iba dejando migajas de pan para los pájaros que volaban cerca de los árboles.

Al llegar a su casa, su abuela le preguntó:

—¿Por qué hay tan poco pan en la bolsa, pequeña?

La pequeña Zoey le respondió con una dulce sonrisa:

—Le dí un poco a las aves, abuela. Necesitan alimentarse para poder volar alto por el cielo.

Sara rió por la ocurrencia de su nieta, mientras observaba como los hambrientos pájaros, comían los trozos de pan que se encontraban cerca de su jardín.

Las dos pasaban la mayor parte del tiempo juntas, solo por el desafortunado hecho, de que el resto de su familia cumplía con sus deberes militares. Sin embargo, a Zoey parecía no importarle mucho, después de todo, le encantaba ayudar a su abuela en la cocina y con ello, aprendía nuevas recetas, sobre todo de pastelería. Cuando no estaban cocinando algo rico, también se dedicaban a cuidar su jardín, un gran espacio verde repletó de plantas, árboles frutales y flores de todo tipo.

Una o dos veces por semana, Zoey visitaba a su padre en el cuartel de operaciones de la Legión de Reconocimiento, donde también su querido tío trabajaba, siendo este, el instructor de los nuevos reclutas, y dónde su hermano mayor Nate, alistado hace poco más de un año, también ejercía sus deberes. A Zoey le encantaba ver a su hermano volando por los cielos con su Equipo de Maniobras Tridimensionales porque le recordaba a los pájaros que revoloteaban por el jardín de su casa. También le gustaba quedarse a observar como su tío entrenaba a los soldados recién llegados.

Cuando acababa con el entrenamiento, él solía quedarse un rato con Zoey para enseñarle algunos movimientos de pelea, por que tanto el aprendizaje del combate cuerpo a cuerpo y el encontrar la perfección ante las distintas técnicas de lucha, siempre habían sido una tradición en la familia Rivaille.

Trevor una vez descubrió a su curiosa sobrina probándose el EDM3D de su hermano.

La pequeña le preguntó entusiasmada:

—¿Esto es lo que usan los soldados para volar, tío?

—Así es. Te explicaré como funciona.

Trevor se arrodilló frente a la niña.

— El equipo ocupa un cilindro de gas comprimido que actúa como combustible y que los soldados usan para impulsarse en el aire. Los ganchos y cables en la cintura, requieren de movimientos precisos de caderas y la parte media del cuerpo para poder moverse en la dirección desada.

La pequeña lo escuchaba con atención.

Si el padre de Zoey llegara a enterarse, se enfadaría mucho con ella. Él estaba en contra de que su pequeña hija realizara esos peligrosos entrenamientos cómo sus soldados. Muchas veces, Matt había discutido con su hermano por eso, pero Trevor le reprochaba ante la rotunda negación que él tenía, el no querer ver el enorme potencial de su hija. A pesar de que todos los hombres de la familia entrenaban para unirse al ejército, las mujeres por lo general, se encargaban de atender a sus esposos y criar a sus hijos. Todo lo que Matt quería para el futuro de su pequeña, consistía en verla casada y con una familia hecha.

Al terminar con sus tareas, su hermano era quien llevaba a Zoey de regreso a su casa antes del anochecer y por el camino, solía platicarle sobre sus exploraciones fuera de las murallas mientras se jactaba de todos los titanes que había matado. A pesar de que esas enormes criaturas sonaran aterradoras ante los oídos de la niña, Zoey tenía mucha curiosidad por ver más allá de esas murallas. Incluso su hermano solía decirle que allí afuera, el aire era mucho más puro y fresco de lo que podían sentirse dentro de estas paredes.

Todas las noches, su abuelo Kitz llegaba puntual para la cena. Zoey corría a abrazarlo con una gran sonrisa y él le compraba bombones o pasteles de chocolate para el postre. Más tarde, ella y su abuelo jugaban a los dardos o al ajedrez mientras bebían un té de hierbas variadas, en tanto lo escuchaba platicarle sobre su trabajo como Comandante de la Policía Militar y sobre sus investigaciones criminales.

A menudo, Zoey extrañaba mucho a su padre. Aunque ella lo fuera a visitar cada tanto a la sede, Matt siempre se encontraba cargado de trabajo y sus visitas parecía no bastarle para estar con él, sabiendo que la niña, de gran corazón y cariñosa, tenía un fuerte apego hacia él. Zoey amaba que su padre la arropara por las noches, y adoraba escuchar esas historias misteriosas o fantasiosas que tanto le gustaba ser leídas por su querido padre para quedarse completamente dormida.

En cambio, Zoey solía pasar mucho más tiempo con su hermano. Ambos eran muy cercanos y unidos, y les gustaba competir y jugar a derribar latas o botellas, lanzando pequeñas piedras con una liga. También podían pasar horas recostados en el césped bajo los árboles, apoyando sus piernas sobre los troncos para contemplar las esponjosas nubes flotando en el extenso cielo azul.

Nate era el típico hermano mayor molesto y mandón, pero también era muy protector con su hermana.

Un día, ella y Nate se dirigían a comprar frutas al mercado. Zoey vio a tres niños de unos once años molestar a una niña y su hermanito, quienes lloraban de la desesperación de ser atacados. A ella le molestó muchísimo esa actitud tan abusiva, y sin pensarlo, corrió a ayudar a los hermanitos, interponiendo su cuerpo frente a los bravucones, escondiendo a esos niños detrás de su espalda

—¿Por qué están molestándolos? Déjenlos en paz. —dijo Zoey, arrugando su expresión ante su enojo.

—No te metas en nuestros asuntos, enana. —respondió uno de los niños, tomando entre sus manos, un mechón de cabello rojizo para jalarla y empujar a Zoey lejos de ellos.

Zoey estabilizándose sobre sus pies, enfurecida le dio un puntapié al niño que la empujó, recibiendo a cambio, un fuerte quejido ante el dolor del golpe que ese chiquillo recibió.

Enfadados, los tres se acercaron a ella con la intención de atacarla. Uno de ellos cerró su puño y alzó su mano, pero rápidamente Nate lo sujetó y con una mirada amenazante le preguntó:

—¿Acaso tienes la intención de golpear a mi hermanita?

El niño se quedó mirándolo asustado a Nate, recibiendo de los otros dos, la misma expresión de espanto.

—Si se atreven a ponerle un dedo encima, los tiraré de cabeza a un bote de basura. —amenazó Nate.

Los tres niños, aterrados ante la dicha de ese chico mayor, salieron despavoridos del lugar.

Zoey, suspirando relajada, volvió a mirar a los hermanos. Sacó de su cesta una manzana roja y brillante para entregarla como regalo a esos pobres niños y dejaran de llorar. Al verlos bien y felices, Zoey los saludó en despedida y se retiró de nuevo al camino con su hermano.

—Creí que empezarías a llorar como una bebita. —dijo Nate, con un claro tono vacilón.

Zoey se quedó en un completo silencio. Ella sabía que a su hermano no le gustaba que llorara, solo por el simple hecho de que la haría ver indefensa.

Nate no quería que el carácter de su hermana fuera débil, más bien quería que sea fuerte y que tuviera la capacidad de defenderse por sí sola ante cualquier amenaza. Nate, viendo la expresión vacía que había puesto Zoey, le dio unos golpecitos en la cabeza.

—Ya... eres una enana muy imprudente, pero valiente. Tuviste suerte de que estuviera contigo o te habrían lastimado, esos niños eran mucho más grandes que tú. —dijo Nate, regañandola un poco —. Pero eres más ruda de lo que creí, hermanita. Aunque... si vas a seguir metiéndote en problemas, procura ser tú quién les patee el trasero la próxima vez.

Zoey sonrió tiernamente, mientras asentía frenética a su hermano.

—Lo haré. Muchas gracias, hermano. —Le respondió mientras lo abrazaba por el brazo, dejando que sus pies casi no tocaran el suelo.

—Ya, ya, suéltame. Pareces una garrapata— dijo Nate bromeando con ella, intentando separarla de su brazo.


A pesar de que la vida de la pequeña Zoey parecía ser normal y tranquila, la niña no ignoraba lo que ocurría a su alrededor. Aunque tuviera solo 8 años, era una niña muy lista y perspicaz. Sabía lo que significaba vivir en un mundo rodeado de murallas y titanes que esperaban la oportunidad para devorarlos.

Por ello, Zoey muchas veces, envidiaba a las aves por poder volar hacia donde quisieran.

La gente de Paradis no era capaz de salir de sus jaulas. Debían vivir atrapados, porque era la única forma de estar a salvo y alejados de los monstruos que esperaban del otro lado del muro. A pesar de que los únicos que habían visto a los titanes en persona eran los soldados de la Legión de Exploración, el pueblo eldiano les tenía un temor inmenso a esos monstruos.

Los soldados que eran capaces de regresar a sus hogares con vida, les contaban a sus familias el horror que habían vivido en el exterior. Aún cuando lo que contaban, parecían ser fábulas de terror, Zoey sabía que todas esas historias eran ciertas, por qué muchas veces, su padre, su hermano y su tío, regresaban heridos de sus misiones –lo que para su suerte– solo se trataban de daños superficiales que no los matarían. Aun así, las posibilidades de regresar sanos y salvos eran relativamente bajas.

Su abuela se preocupaba muchísimo cada vez que ellos partían a una misión, pero intentaba ocultarlo para que su nieta no estuviera angustiada por ello.

Muchas veces, la pequeña esperaba con ansias a su familia volver, sin saber a dónde iban. Al ver a los soldados sangrantes y malheridos junto a otros que arrastraban carretas repletas de cuerpos de sus compañeros fallecidos, ella entendía que regresaban de unas de esas misiones de exploración.

Zoey no era ingenua. Sabía muy bien los riesgos que implicaba la vida de ser soldado. Ella había crecido en una familia de militares y conocía las historias de guerra que su abuelo le contaba sobre sus antepasados.

Saber por todo lo que habían luchado, la hacía sentir orgullosa de su familia, y a pesar de los momentos difíciles, la alegre niña siempre mantenía una encantadora sonrisa y un brillo intenso en sus ojos.

Pero hasta el brillo más deslumbrante puede extinguirse en algún momento, porque muy pronto, la atroz realidad del mundo en el que vivía, iba a sacudir la vida de la pequeña Zoey por completo.

Continuará...