La puerta del despacho del señor de la casa, el vampiro de cinco siglos conocido como Antonio Fernández, se abrió con tanto ímpetu que chocó contra la pared que había justo al lado. El castaño entrecerró los ojos y se tensó, incómodo por el ruido. Levantó la mirada verde y la clavó en la expresión aterrorizada de su criado. El joven Lovino, neófito al que había transformado hacía cosa de 50 años, lucía una inusual palidez en el rostro y el labio inferior le temblaba. Sólo con su apariencia, Antonio tuvo la impresión de que las noticias que traía no le iban a gustar un pelo.
— Está aquí. Ha vuelto. ¡El maldito murciélago ha vuelto!
— Yo me cago en la puta de oros…
Arrastró la silla, abrió las puertas de un armario y agarró una escopeta de caza que hasta el momento había descansado en un elegante aparador. Recorrió el pasillo de la mansión cargando cartuchos en la recámara, dando pesadas zancadas. En el exterior, contra una luminosa noche de luna llena, un murciélago extravagante de un color cercano al plateado daba tirabuzones y revoloteaba por encima de su jardín mientras chirriaba como si se estuviera riendo.
Lo hacía; lo sabía. El muy hijo de…
Apoyó la culata de la escopeta contra su hombro, alzó el cañón y disparó. El murciélago esquivó los tiros, demostrando una agilidad extraordinaria. El chasquido seco del gatillo que no encontraba carga lo hizo insultar en una versión más antigua de su lengua. Abrió la recámara para sacar los cartuchos vacíos y echó la mano a su bolsillo para cargarla de nuevo. En ese instante, el murciélago voló hacia él y, en un parpadeo, desapareció para dejar paso a un hombre esbelto de cabellos rubios y ojos azules. Éste cayó literalmente sobre Antonio, que sucumbió bajo su peso.
Aturdido por el golpe, le tomó unos segundos darse cuenta de la manera obscena en que el vampiro sobre él se presionaba contra su cuerpo. Unos delicados dedos aguantaron con fuerza su mentón.
— ¿Ahora me recibes con disparos, mon amour? Me rompes el corazón.
— Te he dicho mil veces que dejes de revolotear sobre mi jardín, Francis. Podrías llegar como las personas normales, en carruaje.
— Creo que ahora los llaman coches, cheri. ¡Sería demasiado aburrido! Alguien tan excepcional como yo no puede llegar en un insulso automóvil, Antonio. ¿Y bien~? ¿No vas a invitarme a cenar? He venido de muy lejos para verte~ Tengo hambre, de diversas cosas.
El susurro de Francis le ensuciaba el cuerpo, como si unas manos fantasmas lo estuvieran recorriendo. La que sí era real era la que le había agarrado una nalga. Antonio agarró la escopeta y la puso contra sus partes nobles, apretando para recordarle que, aún sin cartuchos, podría hacerle más daño del que un humano cualquiera podría.
— Pasa. A cenar. Si intentas cualquier cosa, puedo mutilarte.
Sus manos se lo sacaron de encima y se levantó del suelo. Mientras se expulsaba la ropa, dirigió una mirada hacia el suelo.
— Te recuerdo que ya lo he hecho antes.
— Oh, Antonio… —replicó Francis con media sonrisa terrible—. Si sólo supieras que con tus palabras me asustas lo mismo que me excitas…
Antonio gruñó y se adentró en la casa. No se molestó en cerrar la puerta; Francis encontraría la manera de acceder. Había cometido el error de invitarlo siglos atrás. Tendría que darle fiesta a Lovino mientras el gabacho no volviera a casa.
Prompt fictober 2022, día 3: Murciélago
