Hay un límite que todo ser humano posee y yo lo alcancé un día que, a todas luces, se parecía mucho al resto. Cuando un nuevo rechazo de Antonio fue más parecido a recibir una puñalada que a una molestia que enterrar en un baúl. Mi fama me precedía, era consciente de ella, ¿pero acaso no le había demostrado en más de una ocasión que había cambiado?
Así que el vaso se derramó, mi amor propio había dicho basta. Si no quería romperme, tenía que poner tierra de por medio entre nosotros. No importaba el dolor que me apretaba el pecho. A fin de cuentas, el tiempo se encargaría de diluirlo hasta que no quedara ni rastro.
Sin embargo, incluso las guerras más cruentas tienen treguas y por eso lo busqué cuando me enteré del fallecimiento de Pirineos. Un oasis, un recuerdo diluido de lo que habíamos sido y lo que nunca llegaríamos a ser. El dolor fue insufrible y la carta de la nueva universidad, a kilómetros de distancia, supuso una ráfaga de aire fresco en una habitación que huele a rancio.
Necesito dejarlo todo atrás. Olvidar los buenos momentos, las risas, las caricias y los besos compartidos. Ansío el momento en que se pierdan los recuerdos de la curva de su cuello, de la forma de su mentón, del brillo de sus ojos verdes y de la sonrisa que siempre conseguía calentar mi corazón.
Ahora mismo, no creo que encuentre una manera de no sufrir que no sea olvidando a Antonio.
Prompt fictober 2022, día 12: Olvidar
