Francis emergió del taxi como si dentro hubiera un incendio a punto de calcinarlo hasta que no quedaran de él ni los huesos. Al otro lado de la calle, en una terraza bonita cubierta por un toldo rojo, Antonio se reía con un chico joven que bromeaba y le palmeaba el brazo. La cercanía le laceró con un filo preparado para la caza. Tuvo que recordarse respirar al ritmo ideal para evitar caer en la hiperventilación.

Sólo había pasado una semana y Antonio ya había pasado página. Eso era. Había encontrado otro chico que lo hiciera reír, que le abrazara, que le toquetease el brazo. El semáforo de peatones cambió a verde y él, con el rojo en la mirada, cruzó y se fue hacia ellos. Se quedó plantado frente a la mesa, los hombros cuadrados y el ceño fruncido. Los puños se apretaron al lado de sus caderas.

— Disculpe, ¿quería algo? —preguntó el acompañante de Antonio. Su pelo castaño rozó las mejillas redondeadas y sus ojos miel le observaron confundidos.

— No puedo… —tartamudeó Francis—. No puedes estar con él. No. He cometido un error, lo sé, pero Antonio no puede estar contigo. Me niego a que todo acabe de esta manera. Aléjate de él.

La confusión y la pizca de miedo tendrían que haber sido pistas que le hicieran sospechar que algo iba mal, pero no lo fueron. Francis notaba un ardor en los ojos propios, la antesala de unas lágrimas que no sabía si podría contener. El teléfono del acompañante sonó, llenando el incómodo silencio. Antonio le hizo un gesto al chico, que se alejó a hablar por teléfono sin quitarles la vista de encima. Una mano enganchó a Francis y lo arrastró a una de las sillas. El olor de Antonio le abofeteó.

— ¿Qué estás haciendo? ¿No se suponía que tú tenías que estar en una rueda de prensa? ¿Por qué estás aquí? —le preguntó Antonio, siseando cada pregunta. Los interrogantes venían aderezados por un pellizco de ira.

— He venido porque he pasado un infierno estos días. Me da igual lo que pueda pasar con mi empresa, no quiero que nos distanciemos. Si no quieres volver al trabajo, está bien, pero hablemos… O eso pensaba, hasta que me han mandado una foto contigo y otro hombre.

— ¿Eres idiota? Es mi primo Feliciano. Ha venido de vacaciones unos días y le estaba enseñando los sitios más turísticos. ¿Crees que soy tan cabrón como para encontrarte un reemplazo en unas semanas?

— ¿Tu…?

— Sí, mi primo. ¿Y has salido de la rueda de prensa sin pensarlo?

Francis agarró la mano de Antonio entre las suyas. El corazón se le estremecía, vibraba en su pecho, parecía dispuesto a salir o dejar de latir. Sólo era su primo. Cerró los ojos y sus comisuras se humedecieron con unas lágrimas que dejaron impactado al español.

— Estoy donde debía estar desde el principio. Lo siento, Antonio. No te he dado la importancia que mereces y he sido un capullo. No quiero perderte. ¿Crees que podrías perdonarme?

Antonio puso el codo del otro brazo sobre la mesa y apoyó el mentón sobre su mano. Rehuía la mirada de Francis y sus mejillas poseían un leve carmín que Francis, que se secaba los ojos, no percibió.

— Si sabes de algún sitio que Feliciano deba visitar antes de marcharse, a lo mejor podrías acompañarnos. Mientras, pensaré en lo que me has pedido.


Prompt fictober 2022, día 15: ¿Qué estás haciendo?