— ¿Estás seguro, Francis? —preguntó Antonio alzando la vista a la vía que se retorcía sobre imponentes pilares metálicos.

— ¡Pues claro! Te encantan las montañas rusas y la atracción es nueva¿Por qué lo dices?

— No sé, —respondió el primero encogiéndose de hombros—, siempre he pensado que las atracciones muy fuertes te daban miedo. Por eso acostumbro a esperar a venir con Arthur para montarme.

— ¿Estás diciendo que tu novio es un enclenque que no puede aguantar una estúpida montaña rusa y por eso vienes con el cejudo, sin gusto culinario, a mis espaldas?

Abrió la boca para replicar, pero en ese mismo momento Francis colocó una mano entre los dos. En sus ojos brillaba la furia e indignación más estúpida que había presenciado y que le dejó sin palabras.

— Te voy a demostrar que Francis Bonnefoy, tu hermoso novio, no es ningún debilucho. ¡Vamos a la cola!

Resignado, se dejó arrastrar por el inusual ímpetu de Francis. Su verborrea no encontraba el final y Antonio aguantaba estoico el chaparrón, adornando su soliloquio con puntuales afirmaciones o negaciones. A medida que se acercaban al inicio de la cola, el discurso de su acompañante se volvió más torpe, inconexo y no le pasaba por alto aquellos momentos en los que sus ojos azules danzaban entre las figuras humanas y vislumbraban el coche de turno que abandonaba la estación a toda prisa. Subidos en el asiento al fin, después de casi una hora esperando, Francis no atinaba a abrochar el cinturón y ajustar la sujeción. Casi se desabrochó el suyo para asistirle, pero la llegada de uno de los trabajadores le disuadió. Con las piernas colgando en el vacío, Francis parecía una estatua de mármol, tanto por la rigidez de sus miembros como por la palidez de su rostro. Suspiró y atrapó la mano de Francis, que se sorprendió al contacto.

El coche salió disparado a toda velocidad y los gritos de los asistentes se mezclaron con el zumbido del viento. Tan sólo unos segundos después, la atracción frenaba y Antonio se inclinaba para intentar ver a Francis. Despeinado, pálido y con los ojos cristalinos, parecía que le iba a dar un infarto en cualquier momento. Se dejó arrastrar por las manos gentiles de Antonio. Parecía un fantasma y harto del hilo de pensamientos que casi podía leer, se plantó delante de él. Francis al fin reaccionó y lo examinó inseguro.

— Lo has demostrado de sobras: no eres ningún debilucho, ni un cobarde o enclenque. ¿Me oyes? Te quiero así.

— Antonio… —susurró sorprendido por su arrebato.

— No más montañas rusas para ti. Sólo me faltaría que ahora que tengo un novio tan guapo, se muera de un infarto.


Francis and Antonio go to a fair/amusement park and Francis wants to go on the roller coaster and Antonio agrees. Later, Francis regrets their decision and ends up clinging onto Antonio for dear life.