¿Qué había sido lo que le había dicho a Antonio mientras entraban en el aparcamiento del IKEA? Sí, lo recordaba, le había dicho que ni se le ocurriera separarse de su lado. Muchos se habían perdido en IKEA, parejas que antaño habían estado enamoradas y que en el árido desierto poblado por muebles prefabricados habían visto cómo su amor caducaba y caía al suelo. ¿Podía decir que la culpa de la separación la tenía Antonio? Por desgracia, no. Él se había desviado a ver unos pomos muy cucos para puertas de armarios. Tenía en mente cambiar los de la habitación, así que se fue hacia ellos como si fuera la luz que admira una polilla.
Cuando se decidió por uno, se giró para enseñárselo a Antonio y entonces se dio cuenta de que no estaba y que no lo había avisado antes de desviarse a ese pasillo. Huérfano, deambuló con pasos inseguros por los corredores sin fin, entre lámparas y muebles, buscando entre los puntuales individuos la cabellera despeinada de su pareja. Nada. Empujó el carrito, preocupado. ¿Lo dejaría allí? Antonio era capaz de largarse al aparcamiento. Para rematar la jugada, no tenía su teléfono encima, lo llevaba él, mientras revisaba la foto que le habían hecho al papel con las medidas que habían tomado en casa.
Escuchó un sonido rápido a su espalda y, antes de girarse, algo lo empujó contra la barra del carrito, que se le incrustó dolorosamente en el hueco de las costillas. El aire le faltó y entornó el rostro para ver a su atacante. Casi se come de lleno la cara de Antonio.
— ¿¡Se puede saber dónde coño te metes!? —le reclamó el susodicho iracundo.
— He encontrado los pomos para el armario de la habitación —se justificó Francis con un hilillo de voz ronco.
— ¡Me dijiste que no me perdiera y vas y te pierdes tú! ¡Y sin móvil! ¡Ya pensaba que tendría que llamar a los de megafonía! Venir al IKEA es un peligro. Más contigo. Después dices de mí.
Cuando le soltó, Antonio, cruzado de brazos, miraba hacia un lado enfurruñado. De alguna manera, su alivio también era patente. Sonrió resignado y le acarició una mejilla.
— ¿Te he preocupado?
— Mucho —admitió Antonio.
— Lo siento, mi amor.
Antonio and Francis getting lost in IKEA.
