¿Cuántas horas llevaban a caballo? Francis había perdido la cuenta. Cuando los síntomas de la picadura de araña habían empezado a manifestarse, tuvo claro que no podrían ocultarse mucho tiempo más. Febril, Antonio pasaba por diferentes estados de ánimo. Lo mismo le pedía ayuda que le exigía que lo matara. De las amargas lágrimas pasaba a la ira más profunda. Su piel oscura palidecía hacia el gris, como si se estuviera secando. No dudaba que no tardara mucho en desarrollar una dentadura adicional.

Ambos iban sentados en la misma silla de montar. Francis al frente y Antonio detrás. Su amigo le rodeaba la cintura con poca fuerza, como si temiese perder en cualquier momento el control. A pesar de la camisa que llevaba, Francis podía notar el calor de la fiebre que le atravesaba incluso la ropa.

Su compañero se quejó y le soltó la cintura. Lo siguiente que Francis supo es que escuchó un fuerte golpe. Tiró con fuerza de las riendas y detuvo al caballo. Antonio se había caído de la montura y, echado de lado en el suelo, se aferraba la cabeza como si algo se la estuviera partiendo por la mitad. Francis se agachó a su lado, con la respiración entrecortada. Sus manos flotaban por encima del cuerpo de Antonio, sin saber cómo ayudarle.

Sólo encontró el consuelo de acariciarle el pelo y decirle que estaba allí, a su lado. Si perdía el control y lo hería, lo aceptaría con tal de estar junto a él. Por suerte, el acceso de dolor se diluyó hasta dar cierto margen a Antonio. La fiebre, por desgracia, no cesaba y Francis tuvo que ahogar aquella preocupación que insistía en manifestarse en su rostro. Por la manera en que Antonio se mordía el interior del labio, diría que él también ahogaba unas emociones en carne viva.

—¿Qué estamos haciendo? ¿A dónde vamos? No sé cuánto voy a aguantar, Fran…

—¡Precisamente por eso! Voy a encontrar la manera de curar la infección. No dejaré que te transformes.

—No podemos hacer esto por nuestra cuenta. Si de verdad lo quieres intentar, tienes que encontrar a alguien que te ayude. Aunque lo mejor sería que me dejaras morir.

Los labios de Antonio estaban secos y también se notaba que había perdido peso porque se le marcaban algunos huesos. Francis le agarró con una mano y la apretó. Al instante se arrepintió, con el miedo grabado a fuego en la piel. No soportaría hacerle más daño.

—¡No lo permitiré! ¿¡Me oyes!? —gritó Francis con la voz aguda y temblorosa—. Vamos a encontrar una solución a esto. No te vas a ir de rositas y me vas a dejar aquí solo.

Antonio lo miró fijamente con unos ojos que le parecía que eran menos verdes que antes. Él le aguantó la mirada todo lo estoico que pudo, que no era mucho. Sus manos temblaban, así que las cerró en puños. Estaba caído en desgracia y había perdido a su familia y amigos. El único que había permanecido a su lado era Antonio, con sus más y sus menos. El único que le había sonreído como si fuese un humano decente. Lo vio cerrar los ojos y sonreír con debilidad. Hasta de esa manera parecía que sufría.

—Está bien. Seguiré peleando.


18. Silla de montar / No podemos hacer esto por nuestra cuenta