TRAVELERS OF TIME
-Blanco-
…
-AÑO: 5317-
-NOMBRE: RUBY OZ-
-ORIGEN: ESPACIO-
-OCUPACIÓN: TRAVELER-
-AFILIACIÓN: INSTITUTO DE FORMACIÓN 'BEACON'-
-ESTATUS: DESPLEGADA EN SR679-K-
Ruby disparó, el impulso del disparo provocándole un dolor extraño.
No, no era extraño, porque estaba ya acostumbrada.
Pero si era incierto, ya que, dolía, pero no.
No le dolía a su cuerpo, le dolía a su mente, al fin y al cabo, ahí, no era nada más que un androide siendo usado a distancia, uno que tomaba su forma, que tomaba su apariencia, y seguía sus comandos. Pero ella, a años luz de distancia, podía sentir lo que ahí ocurría, podía ver el cielo rojizo, los dos soles iluminando el lugar, así como podía sentir el aroma de los campos floreados, también podía sentir el frio en su piel a pesar de su traje.
Todo era real ahí.
Ese lugar era real.
Ella era real.
Pero ese momento no lo era.
Era difícil de definirlo en palabras, y no iba a usar tecnicismos para darse a entender, no era necesario.
Disparó de nuevo, el retroceso del arma causándole el mismo dolor, como la impulsaba hacia atrás, y si no fuese por la gravedad intensa en aquel lugar, habría salido despedida hacia atrás, pero al mismo tiempo, tal vez si hubiese poca, no le pesaría tanto el aire sobre el cuerpo.
Uno de los insectos fue herido con su ataque, explotando, reventando de dentro hacia afuera por la intensidad del disparo, su sangre con tintes morados desparramándose por la nieve.
Manchando la sal del suelo, que parecía nieve.
El líquido sanguinolento comenzó a cambiar de color al contacto con el sodio de la sal, tornándose más y más rojo, no como su propia sangre, la cual se oxidaba y se volvía negra. No, la de esos insectos se volvía roja, como si imitasen la de un humano.
Por un momento se quedó inerte, olvidando por completo su misión, como debía proteger los campos tras ella, los cultivos que mantenían a las civilizaciones alimentadas, vivas, del enjambre de insectos que se acercaban, sus siete pares de patas como aguijones permitiéndoles avanzar rápidamente, deseosos de devorar ese festín, sin afectarles la gravedad del planeta.
Hacer esa limpieza era un trabajo permanente, al menos una vez a la semana un grupo debía ir y proteger la zona, evitar que el enjambre se comiese todo. Esos bichos emigraban solo para eso, para destruir esos campos, y ni las torretas ni los drones eran suficientes para destruirlos a todos, así que los Travelers, como ella, eran enviado ahí para ponerse en las puertas, evitando el paso.
Y ahí estaba ella, completamente distraída por la sal, por la sangre alienígena.
¿Por qué?
Porqué lucía como nieve, y la sangre antes morada, ahora lucía humana.
Rojo en el blanco.
Nieve y sangre.
Su cabeza comenzó a doler, y no por el dolor, no porque algún insecto la hubiese alcanzado, no como si alguien la hubiese atacado, no, solo era el dolor de los recuerdos abrumándola. A pesar de los años que hoy en día se podían vivir, los humanos cada vez más longevos, más vivos, más activos a pesar de los años, deseaba tener un poco de la antigua humanidad, y perder, aunque sea un poco de sus recuerdos.
Pero no, esa no era la solución.
Ni eliminar sus recuerdos ni volver al pasado, ninguna opción era factible.
El dolor pasó de su cabeza a su pecho, y tuvo que agarrar su arma con una sola mano, solamente para llevar la otra a su pecho, sintiendo su corazón adolorido bajo su traje, bajo su carne, bajo sus huesos, aunque solo era una máquina bajo esa imagen. Y no, tampoco era un ataque, no, solo era la angustia que sentía.
Ojalá poder eliminar eso.
Ojalá ser tan apática como un día lo fue.
Habían logrado tanto como especie, habían logrado erradicar tantas enfermedades, tantos problemas, pero aún no podía quitarse la angustia de encima, el dolor de la separación, de la traición, de la pérdida.
No, porque desde aquel día, fue capaz de sentir.
Y maldito ese día.
Sangre y nieve.
Nieve y sangre.
Escuchó un chillido grotesco, así como los disparos del resto de Travelers que estaban ahí, limpiando la zona. Se obligó a mirar hacia adelante, a omitir los sentimientos que le llegaron de la nada, a ocultarlos, y apuntó al frente, hacia una de las creaturas que se le acercaba velozmente, con la intención de atacarla, de enterrar esas patas filosas en su carne metálica.
Y disparó, una vez más, el insecto explotando frente a ella, la sangre morada saliendo despedida en todas direcciones, pintando una vez más la sal, tornándose roja, tan roja, como la sangre fresca y humana que pasaba por sus venas.
Que pasaba por las venas de ella…
Tontamente, volvió a mirar, volvió a quedarse ensimismada mirando la escena, y vio, de reojo, su propio cabello pasando frente a su rostro, y le causó extrañeza, porque su cabello estaba corto, lo suficiente para no poder verlo, y se aseguró que su modelo era el correcto, era el propio.
Pero el cabello no era negro, no era rojizo…
Era blanco.
En pánico se miró a su misma, sintiéndose dentro de una pesadilla, sintiendo que su mente había enloquecido, que finalmente había perdido la cabeza. Sus propias manos, las que debían ser iguales a las propias, eran diferentes, lucían diferentes, más pálidas, su ropa era diferente también, más clara, más azulada, y su cabello… su cabello era blanco como la nieve, blanco como esos campos salados, blanco como ella…
Se veía como ella.
Escuchó un grito, sus compañeros alertándola, existiendo para ellos en esa peligrosa realidad, pero no en la real, de carne y hueso, de piel y sangre, pero ella no escuchó, su mente aun dando vueltas, confusa, nublada, imprecisa, intentando entender algo lógico que, en ese momento, para ella, era nada más que algo imposible de ocurrir. Aunque incluso teniendo toda su cabeza en aquel lugar, tal vez tampoco los habría escuchado, se ignoraban mutuamente, así era su vida, así siempre fue, oscura, siempre oscura.
Sin nada, infinitamente nada, como el mismo espacio.
No, ahora no era nada, porque sentía.
Y ahora sentía el dolor, de nuevo.
No el dolor de su cabeza, de los recuerdos.
Tampoco el dolor en su pecho, de la angustia.
Efectivamente fue el dolor de un ataque.
Los insectos la rodearon, grandes, intimidantes y horrendos, y sintió las garras de estos enterrándose en su cuerpo, en su torso. No le estaba ocurriendo, no era real, solo era un androide que estaba siendo destruido por las creaturas, androide que necesitaba ser usado por un soldado entrenado para tener mejor rendimiento, como lo era ella, y ahí estaba, volviendo al pasado, volviendo a cometer los mismos errores.
Pero el dolor lo sentía, así que era real, incluso sentía la textura de las extremidades alienígenas en su carne, penetrándola.
Y sangró.
Tampoco era real, solo era una esa sangre no era real, solo era lubricante, pero era roja.
Y su ropa, era clara.
Y el suelo, era blanco.
Y el blanco se tiño de rojo una vez más.
Dolía, dolía mucho, pero lo que más le dolía, era ver ese cuerpo, esa apariencia que conocía, sangrando, siendo atacada, pereciendo, dejando rojo en el blanco.
Porque ella siempre dejó rojo en el blanco.
Porque jamás se perdonaría por eso.
Por teñir el blanco de rojo.
Gritó, agobiada, incluso lloró, como aquella única vez en la que desperdició lagrima alguna, teniendo esa reminiscencia del pasado ahí, de vuelta, años después, en un planeta alejado, en un cuerpo que no era el suyo, que ni siquiera era humano, pero dolía.
Como dolía.
Dio un salto en su asiento, despertando, sintiéndose agobiada, sintiendo el dolor aun en su cuerpo, el del ataque, el de los recuerdos, y el de la angustia. El artefacto en su cabeza estaba hecho para sacarla de su cuerpo ajeno cuando perdiese el control, cuando fuese atacada, para evitar sentir más secuelas de una posible muerte, y lo agradecía, pero al mismo tiempo sintió ira.
Porque tuvo la oportunidad de ver esa apariencia de nuevo.
De ver ese cabello.
De ver esas manos.
De ver el blanco, antes de que ella lo tiñese de rojo.
Y ya no podía hacerlo, porque esa era la realidad, y a quien más añoró estaba lejos, muy lejos de ella, y probablemente jamás la volvería a ver, no, no debía volver a verla, no luego de lo que le hizo. No merecía verla, no merecía siquiera su perdón, así que debía aceptar ese dolor, vivir con ese dolor, ser castigada con ese eterno dolor.
Aun así, a pesar de convencerse de eso, de que su realidad en ese instante era lo que se merecía, llevó una mano a su cabello, tirando unos mechones, deseando que por un instante fuesen unos centímetros más largos, deseando de que por un instante fuesen unos tonos más claros.
Blancos.
Pero no, no era así, se topó con su pelo corto, apenas capaz de llevarlo hacia adelante y que sus ojos los viesen, pero incluso desde ahí, podía notar como eran oscuros, negros, rojos, pero jamás blancos, porque lo que vio solo era una corrupción de los datos, solo eran sus recuerdos haciéndola cambiar la percepción de esa realidad que veía. Para sus compañeros, para los insectos, su cuerpo real estaba ahí, como lucía en ese universo, batallando, muriendo, pero para ella, podía ver a esa mujer ahí, solo para ella, siempre en sus recuerdos, su existencia aun nítida, tal y como lo eran el día en que la perdió, en el que la traicionó.
Siempre presente en su mente, a pesar de todo.
Ni siquiera merecía tenerla ahí, en su mente.
Quería extirparla de su cabeza, para siempre.
¿Soportaría eso siquiera? ¿Perderla por completo, incluso en sus recuerdos?
Cerró los ojos, quitándose el aparato de la cabeza, permitiéndose un momento para descansar de las ondas electromagnéticas que pasaban por su cerebro, ya que al final, había fallado en la misión, ya no podía volver y luego sería multada por sus errores, pero eso sería un problema para el futuro.
Su presente era el problema.
O más bien, su pasado.
El pasado siempre fue su problema, y siempre lo sería.
Se masajeó las sienes, sintiéndose dolorida, de diferentes formas, pero no era nada más que mental. Y, honestamente, ahora prefería el dolor físico, ahora siempre lo prefería al dolor de su mente, siempre permanente, pero ya no había terapia que la ayudase, solo una inyección que la calmaba, pero era por un tiempo, solo unos momentos de paz, y luego volvía.
Y hace tiempo que no volvía.
Pero volvió, y con fuerza, agobiándola, haciéndola fallar, y si hubiese sido ella, nadie más que ella, ahí, con su humanidad expuesta, habría sido su final.
Y le aterraba morir.
Porque si moría, ya no la volvería a ver.
Y era iluso de su parte siquiera creer que la vería de nuevo.
No, sus vidas eran diferentes que antes.
Giró el rostro, mirando a el resto de personas a su lado, todos luciendo como si durmiesen, tranquilos, cómodos en sus sillas, con los artefactos en sus cabezas, sus ojos moviéndose bajo sus parpados. Estaban quietos ahí, pero estaban en otro lado, haciendo mucho más.
Ella debía de estar ahí a su lado.
Ambas debían de estar juntas, fueron entrenadas para eso, para estar ahí, para ser Travelers. Pero ver el mundo a través de ojos artificiales no fue suficiente para esa mujer, esa mujer quería más, mucho más, quería experimentar esas sensaciones por sí misma, ver esos mundos por sí misma, prescindiendo de todo lo demás. Aun la recordaba en el mando de la nave, indicándole los posibles lugares a los que podrían ir, las diferentes galaxias que podían conocer, ambas, vivas, reales, en carne y hueso.
En piel.
En sangre.
Y como deseó que ese tiempo fuese mucho más largo de lo que fue, que pudiesen hacer más, que pudiesen ver más, que estuviesen una al lado de la otra mirando hacia afuera de la nave, viendo el universo infinito, viendo las estrellas, los planetas, las galaxias brillando en la oscuridad. Y si bien a ella misma jamás aquello le interesó, el ver la oscuridad, la nada, el infinito y aburrido vacío, el ver a esa mujer a su lado, era suficiente.
El verla feliz, era suficiente.
Así era esa mujer para ella, una estrella que iluminó su oscuridad.
Porque sin esa mujer, el espacio no era nada más que un infinito vacío, una infinita oscuridad llena de nada, así como su propia vida antes de conocerla.
Su vida no tenía sentido, era insípida, carente, no tenía deseos, no tenía motivaciones, pero esa mujer era diferente, parecía hacer miles de cosas, intentar miles de cosas, ver miles de cosas, para ella, el ver la oscuridad del universo no tenía interés alguno, no le parecía en lo más mínimo fascinante, porque siempre podía ver por la ventana y ver esa oscuridad, siempre podía cerrar los ojos y ver esa oscuridad.
Esa mujer veía todo con otros ojos, como si desease tener todo en sus manos, el vivir una vida plena, aprovechando cada segundo de esta, viendo cada segundo de esta, y si podía ver todo el universo en un día, lo haría. Por lo mismo decidió ver más, tomó su nave y salió a explorar, a ver más, sin poder soportar el encierro, la rutina que tenían en sus vidas.
Ella podía soportarlo.
Pero no esa mujer.
Y tal vez no deseó eso para sí misma, tal vez se conformaba con su rutina, con su normalidad, con sus responsabilidades como el soldado que era, pero le fue imposible dejar ir a esa mujer, eso era algo en lo que no podía tranzar, porque su vida comenzó a tener un sentido, el blanco llenó toda su cabeza, así que tomó esa mano, y la siguió, la siguió sin dudarlo.
Dejó que el blanco llenase su negro, su oscuridad.
Y todo hubiese sido perfecto de ser así, de mantenerse así.
Pero ella manchó el blanco con rojo.
Llenó de oscuridad toda esa luz.
Tal y como creyó que sería cuando los ojos de ambas conectaron, ya que todo lo que tocaba, terminaba oscurecido, terminaba perdiendo color, vida. Le devolvió la mano, de la más terrible forma, y aun recordaba ese momento, siempre nítido en sus pesadillas, en sus pensamientos. El olor a sangre, sus manos manchadas con esta, roja tan roja, tiñendo el blanco tan blanco, haciéndolo desaparecer.
Aun se preguntaba a si misma porqué lo hizo, su corazón oscuro se lo preguntaba.
Aun no lo entendía.
Nunca lo entendería.
¿Qué era lo correcto?
¿Qué era lo incorrecto?
¿Su lealtad o sus sentimientos?
Siempre fue un ser carente de sentimientos, tampoco le sorprendía que hubiese traicionado a la única persona que realmente la quiso, y podía viajar entre realidades, viajar entre galaxias, pero jamás podría viajar al pasado y remediar lo que causó, lo que provocó.
¿Por qué lastimaría a lo que más deseaba proteger?
Nunca tendría respuesta, y, de hecho, ni merecía tenerla, porqué así solo se excusaría, y no podía hacerlo, porque ese acto no fue nada más que imperdonable, hubiese sucedido de la forma que fuese, no importaba, jamás se perdonaría por eso.
Así que se quedaría callada y se tragaría su dolor.
La pérdida, era su castigo.
