N/A: ¡Hola a todos! ¿Cómo les va? Papi JkAlex ha vuelto y les traigo un regalo anticipado de Navidad. Si ustedes se portan bien y son buenos, tal vez les traiga el próximo capítulo para Año Nuevo.
He escrito este capítulo gracias a la inspiración que me dio leer el nuevo cómic de Avatar, ¡el cual Azula fue protagonista! Realmente he estado esperando ese comic y debo decir que... fue algo decepcionante. No me malinterpreten, el comic me encantó, pero dejó mucho que desear porque no aportó mucho a la historia de Azula como tal. Pensé que sería como lo fueron los comics solitarios de Katara, Toph o Suki, donde conoceríamos más a fondo a los personajes y se desarrollarían. Pero eso no ocurrió con Azula. Al menos, no fue un cambio muy significativo en su personaje como esperaba, solo fue uno pequeño.
Azula en el Templo de los Espíritus se sintió... incompleto. Tal vez por eso me decepcionó un poco, porque esperaba que continuara. El personaje de Azula es genial, y tiene mucho potencial. Tal vez ella llegue a aparecer en la próxima película de Avatar, el cual ya fue confirmada, o en la película de Zuko. Eso sería asombroso.
En fin, solo quería decir eso.
Por ahora, les presento esta capítulo que han estado anticipando. Así que permítante presentarlo correctamente.
Ejem* Ejem*
¡DAMAS Y CABALLEROS! ¡JkAlex les trae la presentación para el primer gran enfrentamiento de esta historia! La alineación de esa noche promete ser una batalla sin cuartel.
En la esquina derecha, proveniente de la ciudad de Hari Bulkan. Una prodigio en el fuego control y con problemas mentales en ciernes. Midiendo 1.48 cm y pesando 43 kg. La hija del Príncipe Ozai y la Princesa Ursa... ¡AZULA!
Y en la esquina izquierda, proveniente del pueblo de Shu Jin. Un novato espadachín que ha demostrado un talento inigualable, junto con una insolencia y sarcasmo sin precedentes. Midiendo 1.46 cm y pesando 48 kg. El hijo de Piandao... ¡PERSEO!
JkAlex, actuando como réferi y colocándose en medio de Percy y Azula: Muy bien, quiero una pelea intensa y épica. Conocen los reglamentos, están prohibidos los golpes bajos, las mutilaciones, y las quemaduras de tercer grado, no queremos a otro Zuko que exclama sobre su honor perdido. Pero están permitidos los insultos y los comentarios ingeniosos. En una pelea de Percy, los fan siempre esperan cierta cantidad de sarcasmos e insultos.
Azula, mirando con intensidad a Percy: Voy a rostizarte como un pato tortuga a las brasas.
Percy, sonriendo con burla: Cuidado, no vayas a despeinarte y armar un berrinche al hacerlo.
JkAlex, interponiéndose entre ambos: Muy bien, atrás. Guarden algo para la pelea. ¡De acuerdo, damas y caballeros, hagan sus apuestas!
Y sin más preámbulos... Let's go!
Capítulo 6
Duelo de prodigios
Azula
La primera vez que Azula vio a Perseo, el hijo de Piandao, pensó que era un niño insolente y perezoso. No solo lo encontró durmiendo descaradamente en su lugar favorito de lectura, sino que también había tenido la osadía de compararla con su inútil hermano y no mostrarle ni una sola pizca de respeto.
A Azula le daba igual que Perseo sea hijo del espadachín más fuerte de la Nación del Fuego. A sus ojos, él no era diferente a un plebeyo sin modales.
Así que cuando demostró ser algo capaz en el manejo de la espada, ella admitió para sí misma de que había captado su curiosidad.
El hecho de que haya hecho ver a Zuko como un tonto incompetente al principio del duelo fue una ligera satisfacción adicional.
Tenía sus dudas con respecto a este extraño chico, así que acudió a la única persona que le daría las respuestas que quería; su padre.
Aunque no esperaba la respuesta que él le dio.
—A su propia manera, él es como tú.
Ella lo miró, confundida.
— ¿A qué te refieres, padre?
A pesar de estar bastante ocupado leyendo distintos pergaminos, cartas y mapas cartográficos más actualizados del Reino Tierra, Ozai accedió a aclarar las dudas de su hija mientras escribía en lo que Azula identificó como una carta, lo que le pareció curioso. ¿Su padre mantenía correspondencia con alguien? ¿Su tío Iroh? Muy poco probable. Por las pocas interacciones que ella había visto entre su padre y su tío, no tenían la relación más cercana.
—A pesar de tener solo doce años y ser un no-maestro, ha logrado vencer a un soldado maestro fuego entrenado, incluso si solo era un recién graduado—reveló Ozai, para la sorpresa de Azula—. Realizó tal hazaña usando un extraño estilo de combate con espada basado en el fuego control que, según él, desarrolló él mismo en tan solo un año de entrenamiento. El propio Piandao, el mejor espadachín de la Nación del Fuego, lo describió como un prodigio que lo superará en unos pocos años.
Azula quedó perpleja al escuchar a su padre. Aquel niño insolente y perezoso era... ¿Un prodigio? ¿Al igual que ella? Parecía inaudito. Ella había visto detenidamente de lo que era capaz al enfrentarse a Zuko y en ningún momento mostró algún movimiento similar al fuego control, lo que solo podía significar dos cosas. La primera es que su padre lo había juzgado erróneamente, lo cual era imposible y rápidamente rechazó la idea. O que ese muchacho se había estado conteniendo al enfrentar a Zuko, siendo esa la opción más factible.
—Por cierto, ¿a qué se debe tu interés en este chico, Azula? —cuestionó Ozai, dándole una mirada inquisitiva.
Azula hizo un evidente esfuerzo en no retorcerse ante la mirada de su padre. Sabía muy bien que él no toleraría tal muestra de debilidad.
—Él y Zuko se enfrentaron en un duelo de espadas—explicó ella, no queriendo que su padre se haga una idea equivocada—. Al parecer, Zuko ha decidido a aprender a empuñar una espada bajo la tutela de Piandao. Y Perseo lo ayuda con las lecciones básicas.
—Ya veo... —comentó Ozai, sin levantar la mirada de la carta que estaba escribiendo—. El potencial de ese muchacho se desperdiciará si pasa tiempo con Zuko. Tu hermano no sabría cómo aprovechar el valioso activo que podría llegar a convertirse ese chico en el futuro. Pero tú... tú podrías hacerlo.
Ozai dejó de escribir y le dio a Azula una mirada seria.
— ¿Padre? —inquirió ella.
Él se levantó de su escritorio y observó por la ventana que había a sus espaldas a la ciudad que se extendía más allá de las murallas que rodeaban en el Palacio Real.
—Azula, como miembro de la realeza, debes de rodearte de personas que destaquen por sus talentos o cualidades. Y tú debes de saber cómo usar esos talentos a tu beneficio. Esas niñas con las que te relacionas en la academia son hijas de familias nobles con mucha influencia y riqueza dentro del círculo social de nobles. Elegiste bien al relacionarte con ellas, ya que serán buenas subordinadas en el futuro.
Azula asintió ante las palabras de su padre, incluso si él no la estaba mirando. Era una de las lecciones que él le había dado sobre cómo debe de ser un gobernante, alguien que solo tiene como subordinados a personas competentes y destacables. Si se rodeaba de débiles, entonces eso significaba que ella también era una. Y Azula se negaba fervientemente a ser débil. Su padre no toleraba la debilidad.
—Tienes visión para el futuro, Azula, algo que tu hermano no posee—continuó diciendo Ozai, mirándola sobre su hombro—. Es por eso por lo que te insto a relacionarte con este niño Perseo. Si demuestra ser un destacable guerrero como lo fue su padre, será un valioso subordinado en el futuro.
Esas fueron las palabras de su padre. Palabras que la impulsaron a tomar la decisión sobre un pensamiento que se había estado formando en su mente desde que vio a Perseo pelear.
Al día siguiente, cuando ella leyendo los pergaminos de fuego control que había en la biblioteca del Palacio Real, Azula vio a Perseo a través de una de las ventanas que daba al jardín. Él estaba sentado a la sombra del árbol donde había estado la primera vez lo que vio. Sus brazos estaban detrás de su cabeza y tenía los ojos cerrados, presumiblemente tomando una siesta mientras esperaba a Zuko.
Luego de unos segundos de consideración, Azula enrolló su pergamino y se dirigió al jardín, dispuesta a averiguar si Perseo realmente tenía potencial de volverse un valioso subordinado tal y como su padre le había dicho.
—Así que estás aquí de nuevo—dijo ella, dando a conocer su presencia.
Perseo abrió los ojos y Azula quedó intriga al verlos. Era la primera vez que veía a alguien con ojos verdes, los cuales eran más brillantes que cualquier piedra jade que haya visto. Su cabello era tan negro como la tinta, similar al de Mai, pero era rebelde y desprolijo. El tocado que usaba hacía poco para mantener a su cabello en orden.
—Es un buen lugar para tomar una siesta—dijo Perseo, acomodándose con la intención de seguir durmiendo.
— ¿Eso es todo lo que haces? —preguntó ella, molestia filtrándose en su voz—. ¿Tomar siestas?
—Sí, la mayor parte del tiempo.
Un ceño fruncido se formó lentamente en el rostro de Azula ante la despreocupada actitud de Perseo, fomentando aún más la imagen que tenía sobre él de un chico holgazán.
—No puedo creer que seas como yo...—musitó ella.
— ¿A qué te refieres con igual que tú? —cuestionó él.
Al parecer, él tampoco era alguien muy agudo.
—No importa. Lo probaré yo misma.
Decidida a ponerlo a prueba, ella se paró frente a él y lo miró directamente.
—Te desafío a un duelo.
Perseo la observó en silencio, viéndose ligeramente perplejo, como si no entendiera las palabras que había escuchado.
— ¿Qué...? —dijo él con desconcierto luego de unos segundos—. ¿Por qué?
—Mi padre ha dicho que eres un prodigio en el arte de la espada y deseo poner a prueba eso—explicó Azula.
—Oh, ya veo... No, gracias.
Perseo volvió a recostarse, claramente no interesado en batirse en duelo con Azula, quien se sentía cada vez más irritada ante la actitud despreocupada del chico.
— ¿Acaso no deseas saber qué tan fuerte eres? —preguntó ella—. ¿Comparar tus habilidades con la espada con las de alguien que controla el elemento más poderoso de todos?
—Ya hice eso hace unos días. Y gané.
Azula resopló. No con burla, sino una forma de desestimar lo que Perseo había hecho. Tal vez muchos se sentirían impresionados con el hecho de que un niño de doce años haya vencido a un maestro fuego adulto, pero no ella. Admitió que fue intrigante que un no-maestro haya vencido a un maestro fuego, pero para ella no fue sorprendente o algo digno de elogio.
—Te enfrentaste a un soldado recién graduado—dijo ella—. Alguien que apenas ha rasgado el conocimiento del fuego control. En cambio, yo soy diferente. Soy una prodigio en el fuego control.
Perseo abrió un ojo y le dio una mirada evaluadora.
—Sí, eso me han dicho... Dime, ¿desde hace cuánto tiempo has entrenado el fuego control?
Extrañada ante su repentina muestra de curiosidad, Azula respondió:
—Desde que demostré tener el don del fuego control a los ocho años.
—Entonces, supongo que has dominado los movimientos básicos del fuego control.
—No solo los he dominado, los he entrenado durante años para alcanzar nada menos que la perfección—declaró ella con orgullo—. Durante cuatro años he entrenado rigurosamente para comprender las complejidades del fuego control. No sería una exageración decir que me he vuelto un maestro en el fuego control.
Su propio padre se lo había dicho. El talento, la destreza y, sobre todo, la disciplina que Azula había demostrado en su entrenamiento la habían hecho una de las maestras del fuego control más jóvenes de la historia de la Nación del Fuego. Poniéndola al mismo nivel que su propio abuelo, el Señor del Fuego Azulon, quien fue considerado un prodigio en su propia época.
—Una maestra del fuego control... —musitó Perseo en un tono reflexivo, como si estuviera considerando algo. Luego, él se levantó de su posición debajo del árbol, sacudiéndose la tierra de su ropa y miró a Azula—. Está bien. Acepto tu duelo.
— ¿A qué se debe tu cambio de parecer? —cuestionó ella con recelo.
—Supongo que quiero lo mismo que tú. Ver lo que un prodigio del fuego control puede hacer. Me ayudará con mi propio entrenamiento. Entonces... —Perseo agarró su espada envainada que estaba a los pies del árbol—. ¿Comenzamos?
Ante la perspectiva de enfrentarse a alguien de su edad que era considerado un prodigio en su propio arte, Azula sintió un fuego de emoción comenzar a arder en su pecho.
—Sígueme—ordenó ella, volteándose y comenzando a caminar.
Luego de unos segundos, ella escuchó los pasos de Perseo que la seguía.
—Eh... ¿Dónde estamos?
Perseo miró el lugar donde llevarían a cabo su duelo. No era el campo abierto donde él se había enfrentado a Zuko el día de ayer. En cambio, ahora estaban dentro de una espaciosa habitación sostenida por enormes columnas de piedra pintada de oro. La habitación carecía de las ostentosas decoraciones que había en todo el palacio. A los lados había las grandes ventanas que llegaban hasta el hecho, ubicadas de tal manera que miraban al este y al oeste, permitiendo ver los primeros rayos de luz del sol al amanecer y los últimos al anochecer.
—Es la habitación privada que utilizo para mi entrenamiento—dijo Azula—. Siéntete honrado. Aparte de mi padre y mis tutoras de fuego control, eres el primero en poner un pie en este lugar.
—Oh, sí. Me siento tan honrado que podría llorar.
Azula ignoró el obvio sarcasmo en su voz y caminó hacia el centro de la habitación, donde había una depresión en el suelo de piedra que tenía la forma de un rectángulo.
Perseo, en lugar de seguirla, siguió inspeccionando la habitación, caminó hacia las ventanas donde podía ver la ciudad extenderse más allá de las murallas del Palacio Real. Y miró dentro de los distintos jarrones de arcilla a los lados de la columna.
—Vaya, esta agua se ve tan pura que hasta podría limpiar mis pecados—comentó él.
— ¿Quieres dejar de perder el tiempo y bajar aquí para comenzar de una vez? —habló Azula, sintiendo que su paciencia se agotaba con cada segundo que pasaba junto a este chico.
—Al parecer la impaciencia también es de familia—musitó Perseo, colocando la tapa de madera sobre el jarrón y bajando los peldaños para estar al mismo nivel que Azula—. Entonces, ¿cómo hacemos esto? ¿Gana el primero en acertar tres golpes?
—Normalmente, en un duelo entre maestros fuego gana aquel que logre quemar a su oponente. Pero en vista de que eres un no-maestro y empuñas una espada, ¿qué te parece si el ganador es aquel que haga al otro admitir la derrota?
—Me parece bien—dijo él, desenvainando su espada y arrojando su vaina.
—Una advertencia justa—dijo Azula, adoptando su postura de fuego control— No soy como el incompetente de mi hermano. Zuzu ni siquiera posee un tercio de mi habilidad.
—Tampoco tiene un tercio de tu arrogancia, aunque ambos comparten el temperamento.
Azula entrecerró los ojos al ver como él adoptó la misma postura que utilizó con Zuko el día de ayer. Así mismo, Perseo también la observó detenidamente, sus ojos reflejaban el interés que sentía al examinar su postura.
"Él logró vencer a un maestro fuego entrenado usando movimientos de combate con espada basado en el fuego control" reflexionó ella "Entonces estará familiarizado con las posturas básicas"
Ambos se observaron detenidamente por unos segundos, estudiando la postura del otro. Azula vio que él tenía una postura sólida. Decidida a ponerlo a prueba, ella hizo el primer movimiento al arrojar una bola de fuego que él esquivó con facilidad al hacerse a un lado. Al enviar otra, ocurrió el mismo resultado, por lo que Azula se acercó a él rápidamente y realizó dos patadas horizontales, enviando líneas de fuego. Perseo esquivó la primera al agacharse y saltó por encima de la segunda para luego descender con un corte de espada que Azula logró evitar al retroceder, contorsionando su cuerpo hacia atrás. Ella se sostuvo con sus manos y realizó una voltereta a la vez que enviaba una línea de fuego con sus pies, el cual Perseo pudo defenderse al usar su espada y brazos para cubrirse.
Azula cayó sobre sus pies y observó como las llamas de su fuego control comenzó a quemar las mangas de la ropa de Perseo.
—Maldita sea, ¿por qué mis mangas siempre terminan quemadas cuando peleo con un maestro fuego? —se quejó él con molestia.
Azula vio con curiosidad como Perseo comenzó a golpear rápidamente las llamas de su manga hasta que logró extinguirlas, todo sin demostrar ningún signo de dolor o incomodidad por el calor. Arqueó una ceja con extrañez cuando vio que su piel ni siquiera estaba enrojecida por el calor de las llamas.
—Interesante. Veo que estás bastante familiarizado con el fuego control—comentó Azula, sin bajar la guardia—. Muchos entrarían en pánico al ver que se queman. Aunque no los culpo por eso. Todos deberían de temer al fuego.
Ella recordó a aquel hombre que se hacía llamar su maestro, Kunyo. Recordó la manera en la que entró en pánico cuando ella quemó sus pantalones. Una reacción patética considerando que era un maestro fuego. Perseo, en cambio, ni siquiera se vio alterado en lo más mínimo.
—Bueno, entrené junto a un maestro fuego que apenas había descubierto su propio control—respondió Perseo con un encogimiento de hombros—. Los accidentes fueron bastante frecuentes. Así que, como tú dices, estoy bastante familiarizado con el fuego.
Una sonrisa maliciosa estiró de los labios de Azula a la vez que adoptaba una postura de fuego mucho más agresiva.
—Oh, créeme. ¡No estás familiarizado con un fuego como el mío!
Ella saltó con fuerza, realizando una voltereta hacia adelante en el aire y descendiendo con su pierna envuelta en llamas para golpear a Perseo. Él esquivó rodando hacia un lado y rápidamente se levantó, lo que fue la acción correcta porque Azula no desistió en sus ataques, realizando un barrido con sus pies que él logró evitar al saltar, aunque nuevamente tuvo que cubrirse con su espada y sus brazos cuando Azula levantó un muro de llamas hacia él.
Actuando con rapidez al ver a su oponente momentáneamente cegado, ella envió una bola de fuego concentrada. Perseo intentó bloquearla con su espada, pero fue enviado hacia uno de los jarrones, destruyéndolo y golpeándose contra la columna de piedra.
— ¿Eso es todo lo que tienes? —cuestionó Azula con desdén al ver como Perseo se levantaba lentamente, empapado con agua del jarrón—. Debo decir que estoy bastante decepcionada. Mi padre te sobreestimó cuando te llamó un prodigio. Dijo que usaste los movimientos de un maestro fuego durante tu duelo con un soldado y tu padre dijo que tú mismo los creaste. Dime, ¿por qué no los usas ahora?
Perseo se sacudió los guijarros del jarrón y apartó los mechones mojados de su cabello que se adherían a su frente.
— ¿Quieres que los use? —inquirió él con los dientes apretados—. Bien, tú lo pediste.
Azula vio con curiosidad como Perseo adoptó una nueva postura y tuvo que admitir que veía una inquietante similitud con la postura del fuego control. Piernas abiertas a la altura de los hombros y ligeramente flexionadas, los brazos alzados sostenían su espada a la altura de sus ojos, colando la hoja paralela al suelo mientras apuntaba hacia adelante. Una postura sólida y agresiva.
Aunque lo que más llamó la atención de Azula fueron sus ojos. Reflejaban un brillo feroz que antes no estaba presente. Una expresión digna de un maestro fuego.
Decidida a ponerlo a prueba, Azula envió una bola de fuego concentrada. Perseo, en lugar de esquivarla como lo había hecho antes, blandió su espada con fuerza y cortó la bola de fuego, disipándola. Ella no esperaba que pudiera cortar el fuego con su espada. Eso, sumado a la velocidad alarmante que antes no tenía, Azula quedó estática cuando Perseo la atacó con un corte dirigido a su abdomen. Ella pudo sentir como la hoja sin filo hizo contacto con su cuerpo para luego desaparecer rápidamente, dejando atrás unan sensación de ardor en su piel y causando cayera sobre una rodilla mientras se sostenía el estómago con una mueca de dolor en su rostro.
— ¿Eso te parece aceptable, princesa? —se burló Perseo, colocando su espada sobre su hombro y mirándola con una sonrisa juguetona y a la vez burlona.
—Un golpe de suerte, eso es todo—gruñó ella, irguiéndose—. Y no te atrevas a llamarme así.
Por primera vez desde que comenzó el duelo, Azula se dio cuenta de lo peligroso que era enfrentarse a un espadachín como Perseo. Si él no tuviera una espada sin filo, un golpe certero suyo era todo lo que se necesitaría para vencerla y, posiblemente, matarla. Él solo necesitó dos movimientos con su espada para demostrar eso. Lo que le causaba una inquietud que nunca había sentido.
— ¿Ah, sí? Ya lo veremos. Además, creo que el apodo te queda—dijo Perseo con un encogimiento de hombros—. A menos que quiera que te llame de otra manera. ¿Cómo llamabas a tu hermano? Ah, sí, Zuzu. Entonces, tú serías... ¿Az-az? ¿Zula? ¿Lala?
Azula apretó los dientes. Un gruñido escapó de su garganta y frunció el ceño fuertemente. Sabía que Perseo la estaba provocando, incitándola a dejarse llevar por su ira y atacar con furia, sin ningún tipo de técnica. Bueno, no funcionaría.
—Soy Azula, hija del Príncipe Ozai—gruñó ella, adoptando una postura de fuego control agresiva—. Y te enseñaré a respetar a tus superiores, niño insolente.
Azula no sabía cuál fue peor para ella. Ser golpeada por un no-maestro o ser receptora de sus burlas. Lo que sí sabía, era que ambos eran un claro golpe a su orgullo. Y no dejaría pasar tal flagrante falta de respeto.
—Tráelo, chica fuego—Perseo sonrió con desafío y adoptó su propia postura, el cual se veía igual de agresiva.
Ambos se miraron fijamente por unos segundos con los ojos entrecerrados, evaluando la postura del otro.
Al unísono, ambos atacaron.
Zuko
Era pasado el mediodía para el momento en que Zuko terminó sus lecciones del día. Debido a que el día de ayer había faltado por su entrenamiento con la espada, la maestra Jia había considerado oportuno que recuperara el tiempo perdido, por lo que extendió las lecciones 1 hora más donde estudió las colonias más importantes de la Nación del Fuego y el cómo fueron construidas. Y por si eso no fuera suficiente, también le dejó el doble de tarea, investigar los aportes más destacados que brindaban las islas más importantes de las Islas de Fuego. Zuko tenía la sospecha de que aquella mujer sentía un placer sádico al ahogarlo con tareas y estudios.
Casi saltó de su asiento cuando le dijo que habían terminado por hoy y guardó sus cosas a la velocidad en la que un lagarto mangosta que iba tras su presa. Salió del estudio y rápidamente se dirigió al jardín, sin molestar en llevar sus cosas a su habitación mientras iba en busca de Perseo, con quien había acordado a reunirse una vez que sus lecciones del día culminaran.
Zuko esperaba encontrarlo durmiendo a los pies del árbol que estaba al lado del estanque, como lo había estado haciendo todas las veces desde que comenzó a enseñarle. Pero cuando llegó no había nadie, salvo los patos tortuga que nadaban en el estanque. Lo buscó por todo el lugar, pero no lo encontró. ¿Acaso se cansó de esperarlo y se fue?
— ¡Hey, Zuko!
Él volteó y vio a las amigas de Azula, Ty Lee y Mai acercarse a él.
— ¡Hola! —saludó Ty Lee animadamente.
Mai, en cambio, dio un saludo más reservado mientras mantenía su distancia. Ella se negaba a mirarlo directamente, solo mirándolo de reojo y poniéndose nerviosa cuando sus ojos se encontraban. Zuko no pensó mucho en ello, Mai siempre había sido rara.
— ¿Qué quieren? —preguntó él con cautela.
Si sabía algo de la animada chica, era que cuando ella y Mai estaban juntas, Azula no estaba muy lejos. Y se acercaban a hablar con él, eso significaba que estaban buscando una manera de burlarse de él o jugarle una broma como siempre lo habían hecho en el pasado.
— ¿Has visto a Azula? —preguntó Ty Lee—. La hemos estado buscando por todo el Palacio Real y no la encontramos.
— ¿Por qué habría de saberlo? —cuestionó él con molestia.
—Caray, relájate. Ese comportamiento tan temperamental es malo para tu piel, ¿sabes? Y tu aura se vuelve bastante agitada.
Zuko se corrigió a sí mismo. Mai no era la única rara, Ty Lee lo era aún más. Las amigas de Azula eran raras, tal vez por eso se juntaban.
—Eh... ¿Estás buscando a alguien, Zuko? —preguntó Mai, algo vacilante.
—Sí, a Perseo—respondió él desinteresadamente.
— ¡Oh, el chico lindo de ayer! —recordó Ty Lee, mirando desenfrenadamente por los alrededores con la intención de verlo—. ¿Está aquí?
—Se supone que estaría esperándome aquí para luego ir junto al Maestro Piandao. Hoy es el día en que él me pondrá a prueba para ver si me convierto en su discípulo.
— ¿Tal vez se perdió? —supuso Mai.
—Es probable—dijo Zuko.
— ¿Qué tal si lo buscamos? —propuso Ty Lee—. Tal vez también encontremos a Azula.
El primer pensamiento de Zuko fue negarse. Él no necesitaba ayuda, y mucho menos de las amigas de su hermana. Pero tenía que encontrar a Perseo. Después de todo, era él quien hablaría a su favor con el Maestro Piandao para ser aceptado como su discípulo.
Diez minutos después de una búsqueda que resultó infructuosa para él, Zuko volvió al jardín, sintiéndose frustrado e irritado. Buscó en todos los lugares donde posiblemente podría estar Perseo, pero no lo encontró. El Palacio Real era inmenso, con decenas de habitaciones y pasillos. Si buscabas a alguien sin saber dónde hacerlo, podrías pasar horas sin encontrarlo. Había preguntado a los guardias, pero ninguno de ellos había visto a Perseo o a Azula.
Ty Lee llegó al jardín no mucho después. A juzgar por la expresión en su rostro, ella tampoco había tenido éxito en su búsqueda.
—No lo entiendo—dijo ella, confundida—. ¿Dónde podrían estar?
Doblando la esquina de un pasillo, Mai apareció repentinamente, trastrabillando con sus propios pies y casi cayendo de bruces sobre el piso, pero logró recuperar el equilibrio. Se veía aún más pálida de lo normal y respiraba pesadamente, como si hubiera estado corriendo.
—Los... los encontré—jadeó ella, intentando recuperar el aliento.
— ¿A los dos? —preguntó Zuko—. ¿Dónde?
—En la habitación de entrenamiento de Azula, un guardia lo vio entrar. Ellos... —Mai tenía una expresión de preocupación en su rostro—. Ellos están peleando.
Sintiéndose curioso y a la vez confundido de que Perseo y Azula estuvieran peleando, Zuko no perdió el tiempo en seguir a Mai hasta la habitación de entrenamiento de Azula. Desde que el Maestro Kunyo había sido desterrado a las colonias en el Reino Tierra por orden de su padre, Azula no solo había conseguido nuevos tutores, sino que también había conseguido una habitación privada para sus entrenamientos. Zuko, en cambio, se había quedado sin un maestro y su entrenamiento de fuego control fue puesto en pausa indefinida.
Cuando llegaron a la habitación de entrenamiento de Azula, los tres se quedaron plasmados y perplejos ante la escena que se desarrollaba frente a ellos.
Azula y Perseo estaban en un acalorado e intenso enfrentamiento. Las llamas anaranjadas de Azula volaban de sus manos y pies con una intensidad y ferocidad que Zuko nunca había visto en ella. Todos sus ataques fueron con la intención de abrumar a Perseo, pero él usó su espada para cortar y disipar las ardientes llamas en una muestra de destreza y habilidad que no creía posible para un niño de doce años para luego atacar a Azula con una ferocidad digna de un maestro fuego.
—Increíble... —musitó Ty Lee con fascinación, la luz de las llamas se reflejaba en sus ojos, los cuales veían hipnotizados el enfrentamiento que ocurría frente a ella—. Es como si estuvieran bailando... Un baile mortal y hermoso...
Zuko podía entender por qué ella pensaba así. Los movimientos de Azula eran gráciles, elegantes, incluso podría decirse que eran hermosos, pero también eran letales y muy peligrosos. El fuego control era un arte volátil y destructivo, dispuesto a quemar todo a su paso si no sabías como controlarlo. Y Azula lo hacía, mejor de lo que él nunca lo ha hecho.
Pero incluso con toda su habilidad y poder, Azula se veía incapaz de someter a Perseo. El joven espadachín atravesaba sus ataques con una habilidad que no solo rivalizaba, si no tal vez superaba a la de Azula. Cada balanceo de su espada era certero y letal. Y cada paso que daba, obligaba a Azula a retroceder, a mantener su distancia de la espada.
Esto era un duelo entre dos prodigios en sus propias artes.
Azula envió una andada de bolas de fuego, las cuales fueron disipadas con cada balanceo de la espada de Perseo mientras él se acercaba cada vez más hacia ella, como un ariete imparable que atravesaba cualquier cosa que estuviera en su camino. A Zuko aún le parecía sorprendente que pudiera disipar las llamas, era algo que solo había visto hacer a un maestro fuego.
Cuando estuvieron a solo un paso del otro, Azula retrajo su puño envuelto en fuego y Perseo levantó su espada, dispuesto a dejarlo caer. Zuko miró con total conmoción como ambos ataques chocaron con tal fuerza que provocó una pequeña explosión de fuego y envió a ambos a derrapar hacia atrás.
Azula cayó sobre una rodilla mientras respiraba pesadamente, intentando recuperar el aliento. Su rostro estaba empapado de sudor y su cabello desaliñado se pegaba su frente. Se veía exhausta, lo que hizo preguntarse a Zuko cuanto tiempo habían estado peleando.
Perseo, por otro lado, no se veía tan cansado. Los únicos indicios de que había estado peleando fue la leve capa de sudor en su frente y las mangas chamuscadas de su ropa. Su respiración apenas era pesada mientras se erguía.
Él volteó a mirar a Zuko, Mai y Ty Lee, quienes habían estado observando el enfrentamiento.
—Bien, creo que es suficiente—sentenció él.
— ¿Qué...? —la voz de Azula salió como un jadeo ahogado mientras miraba a su oponente, incrédula de que decidiera terminar su duelo—. ¡Esto aún no ha terminado!
—Créeme, esto terminó cuando mi espada te "cortó" por primera vez.
Él fue a recoger la vaina de su espada para luego envainarla, dando por finalizado el duelo.
—Entonces... ¿Es un empate? —inquirió Ty Lee, confusa mientras veía que Azula y Perseo no seguían el duelo.
—Más bien parece un... cese al fuego—comentó Mai.
—No, Perseo ganó—sentenció Zuko, viendo la manera en la que Azula se sujetaba el estómago y los cortes lineales que tenía en sus ropas.
Si Perseo no empuñara una hoja sin filo, Zuko tenía la absoluta certeza de que este duelo habría terminado hace tiempo.
— ¿Qué están haciendo aquí? —preguntó Perseo, acercándose a ellos.
— ¿Nosotros? ¿Qué estaban haciendo ustedes dos? —cuestionó Zuko, frunciendo el ceño de manera acusadora.
Perseo se encogió de hombros.
— ¿No es obvio? Estábamos teniendo un duelo. Tu hermana fue bastante insistente en querer enfrentarse a mí.
— ¡Me niego a aceptar esto! —declaró Azula, acercándose a ellos y parárandose directamente frente a Perseo, su ceño fruncido reflejaba el disgusto que sentía—. ¿Me escuchaste? No pienses que esto ha terminado.
—Uh... ¿Okay?
Ella entrecerró los ojos con frialdad al mirarlo antes resoplar y dar media vuelta e irse. Mai y Ty Lee se miraron por un instante con confusión antes de seguirla, aunque Ty Lee se detuvo por un segundo para despedirse de Perseo y Zuko al agitar la mano.
— Amigo, ¿cuál es el problema de tu hermana? —preguntó Perseo, confundido mientras veía a Azula marcharse.
— ¿Crees que yo lo sé? Azula siempre ha estado un poco loca—Zuko lo miró de reojo—. Aunque nunca la había visto de esa manera. Supongo que no le sentó bien perder ante ti.
—Genial, ahora tengo que cuidarme de una loca que arroja fuego—él miró con irritación sus mangas chamuscadas, resultado de su duelo con Azula—. A ustedes, maestros fuego, les encanta quemar mis ropas.
Zuko miró a Perseo con intriga. Las mangas de su ropa quedaron completamente chamuscadas, exponiendo la piel de sus antebrazos. Pero lo que llamó su atención fue que, a pesar de enfrentarse a Azula y quedar expuesto a las ardientes llamas de su fuego control, su piel no mostraba signos de quemaduras, ni siquiera enrojecimiento.
—De acuerdo, andando—dijo Perseo, sacándolo de sus pensamientos—. Necesito un cambio de ropa. Y será mejor que nos reunamos con papá antes de que todos los candidatos a ser sus discípulos lleguen. Tú eres uno de ellos, así que debes de estar allí antes de que él comience a evaluarlos.
Zuko asintió en señal de acuerdo y caminó junto a Percy, animándose ante la perspectiva de finalmente aprender del Maestro Piandao y comenzar su entrenamiento de volverse un espadachín.
Luego de recoger sus espadas dao que había guardado en su habitación y despedirse de su madre, quien le deseó buena suerte y le dio un beso en su mejilla (para vergüenza de Zuko) él y Perseo caminaron hacia la salida del Palacio Real. Lo que ninguno de los dos esperaba era encontrar un palanquín en la entrada, el cual era cargado por cuatro sirvientes reales.
— ¿Qué demonios es esta cosa? —preguntó Perseo, mirando el artefacto de arriba abajo, como si nunca hubiera visto cosa semejante.
—Se llama palanquín y dudo que un plebeyo como tú sepa para qué se utiliza.
La tela que cubría los lados del palanquín se hizo a un lado para que ambos pudieran ver a Azula, acompañada de Mai y Ty Lee. Azula se había cambiado de sus ropas dañadas por el duelo con Perseo y había arreglado su desaliñado cabello. Parecía como si nunca hubiera tenido un intenso enfrentamiento con un no-maestro donde se vió superada.
—Azula, ¿a dónde vas? —preguntó Zuko, extrañado de ver a su hermana salir del Palacio Real. Las únicas veces que ella salía era cuando iba a la Academia Real de Fuego para chicas.
Azula apoyó su codo sobre la palma de su mano y miró sus uñas, buscando alguna imperfección en sus uñas perfectamente limadas.
—Al mismo lugar que tú, hermano—dijo ella—. Acompañaré a nuestro padre para ver la creación de este selecto grupo de espadachines de élite que serán entrenados por Piandao. Será un buen entretenimiento, ¿no es así, chicas?
Ty Lee y Mai asintieron. Curiosamente, se veían algo emocionadas de ir.
Zuko se animó ante la idea de que su padre esté presente en las pruebas. Si lograba destacarse de entre todos los candidatos a ser discípulos del espadachín más grande de la Nación del Fuego, tal vez podría impresionarlo y demostrar su valía. Demostraría que era digno de ser alguien de la realeza, alguien por cuyas venas corría el linaje del Señor del Fuego.
Pero la presencia de Azula hizo que se sintiera cauteloso. Incluso si la mayoría de las veces Zuko no podía decir qué es lo que pasaba por la mente de su hermana, él podía distinguir algunos comportamientos suyos. Había algo más que ella estaba ocultando. La sonrisa misteriosa, junto con lo críptico que eran sus palabras, solo señalaban una verdad absoluta que él conocía muy bien; Azula siempre miente.
Zuko resopló ante la ironía que representaba eso.
— ¿Y necesitas ir en esa cosa en lugar de caminar un par de manzanas? —cuestionó Perseo, él seguía mirando el palanquín como si fuera la cosa más extraña que había visto—. Y dicen que yo soy el perezoso.
—No espero que un plebeyo como tú entienda las costumbres de la clase alta, mucho menos de la realeza—respondió Azula condescendientemente. Ella aún se veía molesta por la manera en la que concluyó su duelo.
—Al parecer caminar no es una de ellas.
Ty Lee se rio entre dientes por lo bajo, pero una mirada de Azula en su dirección hizo que se callara inmediatamente.
Azula observó a Perseo por unos segundos con una expresión irritada y frustrada en su rostro antes de resoplar y ordenar a los sirvientes que se movieran.
—Deberías dejar de actuar de esa manera—aconsejó Zuko una vez que Azula estuvo lejos, aunque sonó más como una advertencia.
— ¿Así cómo?
—Tan impertinente, especialmente con los miembros de la realeza—señaló—. No sé como es la vida en tu pueblo, pero aquí en la capital las cosas son diferentes. Te meterás en problemas si no muestras respeto.
Normalmente, a Zuko no le habría importado mucho si Perseo se metía en problemas por su actitud. Aunque era hijo del espadachín más famoso de la Nación del Fuego, seguía siendo un plebeyo. Y la insolencia e impertinencia que había mostrado hasta ahora sería motivo de una fuerte represalia.
Pero Perseo lo había ayudado a comprender los fundamentos básicos de ser un espadachín. Lo había aconsejado y guiado en sus primeros pasos. Así que le devolvería el favor al hacer lo mismo. Su honor se lo exigía.
—Oye, son los problemas quienes me buscan a mí—se defendió él—. Además, ¿por qué debería de respetar a alguien solo porque nació en una posición privilegiada? Si me lo preguntas, suena bastante tonto.
Zuko no sabía si sentirse asombrado o indignado ante la insolencia que mostraba Perseo ante los miembros de la Familia Real. Era algo inaudito para él. Incluso los más altos nobles de la Nación del Fuego se inclinaban en presencia de un miembro de la realeza, mostrando sumisión y respeto absoluto, reconociéndolos como un linaje superior. Perseo, en cambio, no tenía reparos en decir lo que pensaba, incluso si eso lo metía en problemas.
— ¿Tu padre no te enseñó a respetar a quienes están por encima de ti? —preguntó él.
—Me enseñó a respetar a aquellos que se lo merecen.
—Y, según tú, ¿quiénes son las personas que merecen ser respetadas?
Perseo guardó silencio por unos segundos, pensando profundamente en la pregunta de Zuko. Luego, él abrió levemente los ojos, como si hubiera tenido una epifanía.
—Aquellas personas que demuestran los siete grandes valores—declaró él.
Zuko lo miró, confundido.
— ¿Qué?
Perseo volteó a mirarlo con una extraña muestra de seriedad que solo había visto en él cuando se batía en duelo con alguien.
—Cuando comencé mi entrenamiento para ser un espadachín, mi papá dijo que no solo me enseñaría el camino de la espada, sino también el camino del guerrero. Alguien que es impulsado por las siete grandes virtudes. Justicia, respeto, valentía, honor, benevolencia, honestidad y lealtad. He intentado seguir ese camino, pero no es fácil. Es realmente... realmente duro. Es por eso por lo que respeto a aquellas personas que tengas esos valores.
Zuko permaneció en silencio, reflexionando sobre sus palabras. Se preguntó si ese sería el camino que tomaría si Piandao llega a aceptarlo como uno de sus discípulos.
Cuando llegaron a la mansión donde Perseo y Piandao vivían, ambos pudieron ver a una gran cantidad de personas aglomerarse frente a las puertas cerradas. Eran personas entre quince y dieciséis años que vestían ropas que reflejaban su estatus social.
Hubo quienes vestían elegantes túnicas de seda con colores brillantes de negro, rojo y dorado. Sus cabellos estaban perfectamente peinados y arreglados con ostentosos tocados. Zuko había visto a aquella clase de personas caminar por las calles de Hari Bulkan, eran miembros de la clase alta.
Luego, hubo otros que vestían atuendos más simples y modestos. Eran aquellas personas que Zuko veía transitar por las calles de la ciudad Harbor City. Comerciantes, pescadores, carpinteros, gente perteneciente a la clase media.
Pero hubo una pequeña minoría de personas que vestían prendas descoloridas y algo andrajosas. Algunos ni siquiera usaban botas o algún tipo de calzado, simplemente iban descalzos. Zuko quedó perplejos al verlos. Era la primera vez que veía a gente vestida de aquella forma. Personas que se encontraban en un estado tan... lamentable.
Pero incluso con las diferencias en sus aspectos y maneras de vestir, hubo algo que todos compartían y era que cada uno de ellos portaba algún tipo de espada.
Zuko supo quiénes eran esas personas, candidatos a ser discípulos de Piandao.
—Dime, Zuko, ¿crees que tienes lo que se necesita para ser un espadachín? —preguntó Perseo, mirando a todos los candidatos.
— ¿De qué estás hablando? Tu padre ya me preguntó por qué deseo ser un espadachín. Y ya se lo dije. Tú estabas allí.
—Él te preguntó la razón para empuñar una espada. Yo te pregunto si crees que tienes lo que se necesita para hacerlo.
— ¡Pero tú dijiste que estaba listo! —replicó Zuko.
—Eso fue lo que yo dije. ¿Pero qué es lo que tú crees?
Él no respondió. Al menos, no inmediatamente. Volteó a ver a todas aquellas personas que habían venido a buscar seguir las enseñanzas de Piandao.
Justicia, respeto, valentía, honor, benevolencia, honestidad y lealtad.
El camino del guerrero.
Desde que tenía memoria, había sido instruido a respetar a su familia, honrarse a sí mismo y ser leal a su nación encima de todas las cosas, así que podía entender esas tres virtudes. Respeto, honor y lealtad. Y, aunque muchas veces resultaba abrumador, se esforzaba cada día por estar a la altura de las expectativas que tenían en él como miembro de la realeza, como hijo del Príncipe Ozai. Solo esas tres virtudes requerían de todo su esfuerzo e incluso con eso, él sentía que no era suficiente. Nunca lo sería.
Pero Perseo, un niño dos años menor que él, había decido ir más allá, seguir un camino mucho más duro. Un camino que exigía no solo lo mejor de ti, sino también uno de crecimiento constante.
¿Tenía lo necesario para transitar por ese camino?
—No lo sé... —admitió.
Por alguna razón, Perseo sonrió al escuchar su respuesta.
—Bueno...—dijo él, palmeándolo en el hombro de manera amistosa—. Entonces vamos a averiguarlo.
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