Capítulo 17. El cuarto de Draco y Astoria.
El idílico y primaveral mes de abril había terminado aquella tarde con un cielo encapotado por las oscuras nubes que amenazaban con una fuerte tormenta primaveral que había ocultado a todos los animales a la vista normalmente en los jardines y bosques que rodeaban la mansión a buscando un refugio seguro donde pasar la tormenta. Así, la madrugada del primero de mayo comenzó con una escalofriante tormenta, cuyos rayos cruzaban constantemente el oscuro cielo nocturno, partiéndolo e iluminándolo macabramente, seguidos del espeluznante sonido de los truenos que rompían en la noche, dando la sensación de que, en algún momento, el cielo se caería sobre la tierra. El viento rugía ferozmente y el agua golpeaban los ventanales de la mansión con violencia y agitaban los árboles y arbustos de la mansión. Un terrorífico panorama que parecía anunciar el fin de los tiempos, la naturaleza recordándole a todas las criaturas que vivían en la tierra su dominio y voluntad.
Pero, aunque lo de fuera pudiera parecer temible a la vista de cualquier mago o bruja, no era para nada comparable con lo que se estaba desarrollando en el mundo onírico de Draco Malfoy, aquejado por otra de sus terroríficas pesadillas que le atormentaban de vez en cuando, por suerte con menos frecuencia cada vez, gracias en gran parte a Astoria. Sueños que le hacían unas veces revivir el pasado que le había tocado sufrir, las muertes que había presenciado, las torturas que había sufrido, la oscura presencia del que fue su Señor por un tiempo. Pero otras veces, las pesadillas creaban situaciones que lo enfrentaban a sus más profundos miedos. Solo la casualidad pudo hacer que el espanto nocturno real se encontrara con una de las más horribles pesadillas que había tenido hasta ese momento:
La media noche se cernía sobre la ancestral casa de los Malfoy, convertida en cuartel general de los Mortífagos y residencia del Señor Oscuro. Los mortífagos se encontraban reunidos entornos a un gran óvalo en el antiguo salón de baile de la mansión, convertido en sala de ceremonia donde los mortífagos se reunían con su señor para ofrecerle las presas y recibir castigos por sus fracasos. En uno de los bordes de ese óvalo, sobre una tarima de madera oscura recubierta por un terciopelo negro, se alzaba un oscura y negra silla de brazos, a modo de un trono que se encontraba vacío por el momento. Todos vestían completamente de negro, con las túnicas y capas características de los mortífagos, ataviados con las máscaras plateadas que ocultaban su rostro dando ese aspecto tan malvado que caracterizaba a los seguidores del Señor Tenebroso. Draco se encontraba en primera fila, frente de ese trono, también vestido totalmente de negro, pero sin la máscara, dejando al descubierto su blanco rostro. A su lado, pero unos pocos pasos por detrás, se encontraba Astoria, también vestida de negro riguroso (algo raro en ella, pensó Draco recordando que su esposa rara vez se vestía de negro salvo en ocasiones de luto), con el rostro descubierto, y con los ojos enrojecidos que mostraban que había estado llorando hasta hacía poco, por razones que desconocía. Al lado de su mujer, estaba Narcisa, con su expresión fría y neutra, conteniendo sus sentimientos, emociones y pensamientos como solo ella sabía hacer, agarrando a la joven mujer por la cintura, dándole apoyo. Scorpius no estaba allí, y sintió verdadero alivio de ello. La incertidumbre de qué estaba pasando no le gustaba. Estaba verdaderamente incómodo.
Pasó un buen rato sin saber nada y Draco se encontraba cada vez más nerviosamente descolocado en aquella sala, sin saber qué hacer ni atreverse a hablar o preguntar, solo con la quemazón en su brazo izquierdo en el que lucía impresa en la oscura marca tenebrosa, más clara y visible que nunca. No recordaba verla y sentirla así desde hacía mucho tiempo. No había atisbo de duda. El Señor Tenebroso les había convocado a todos. Por un momento tragó saliva y respiro hondo tratando de tranquilizarse y bloquear su mente. "No puede ser, está muerto, Potter se lo cargó en el Gran Comedor, yo lo ví" repetía mentalmente en su cabeza. No vio a su padre entre ellos, o al menos, no lo reconoció por su máscara. Reconoció a otros mortífagos que estaban presos en Azkaban, como Rowle, Avery, Roockwood, Goyle y Parkinson, pero observó mascaras nuevas, máscaras que no reconocía de las reuniones a las que había asistido o de los ataques que había presenciado, preocupándole un poco más de lo que ya estaba en ese momento. Aprovechó aquel momento de espera para buscar respuestas de su madre y de su esposa.
- ¿Qué está pasando aquí? – preguntó en un susurro a su esposa, pero también siendo escuchado por su madre.
- Por favor, Draco, sabes perfectamente que hacemos aquí – contestó fría y seriamente su madre antes de que Astoria pudiera siquiera emitir algún sonido de su garganta.
Draco iba a replicarle cuando un escalofrío le recorrió el cuerpo al ver entrar por la puerta de aquel lujoso salón lo que fue, durante su adolescencia, una de sus mayores pesadillas. Todos los mortífagos se arrodillaron en cuanto notaron la oscura presencia de su señor. Astoria, viendo a Draco absorto e inmóvil, le pegó un tirón de la manga para que se arrodillara, y rápidamente, recuperó la compostura y agachó la cabeza, como tantas veces había hecho en el pasado. Lord Voldemort, majestuoso, sonrió de ver a todo su sequito reunido y sumiso a sus pies.
- Mis fieles siervos, alzaos – ordenó Voldemort con voz tranquila indicando con su mano que se levantaran – me alegra profundamente veros a todos reunidos esta noche, para este rito de iniciación de un nuevo elegido para formar parte de nuestras filas.
Draco se estremeció cuando escuchó esas palabras, y empezó a temerse lo peor cuando recordó en su cabeza las duras y frías palabras de su madre, los vestigios de las lágrimas de Astoria y la ausencia de su hijo en ese lugar. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz del Señor Tenebroso.
- ¡Qué entre el muchacho! – bramó Voldemort desde su trono.
Entonces la peor pesadilla de Draco se hizo realidad. Scorpius, vestido completamente de negro con algunos rotos en su túnica, su pelo despeinado y algunas marcas de golpes en el rostro, signo de haber sido golpeado recientemente, entró en la sala y se situó en el centro a la vista de todos, empujado por su tía abuela Bellatrix y su abuelo, Lucius, ante la estupefacción de Draco. Los ojos de padre e hijo se cruzaron, y pudo vislumbrar el miedo en los ojos del chico. Draco quería parar todo aquello antes de que pasara, pero se sentía impotente ya que, si osaba alzarse contra su señor, no le esperaba otra cosa que la muerte para él y para su hijo. Voldemort sonrió de forma malvada y entonces Bellatrix habló con su macabra voz de desquiciada.
- Señor – dijo a modo de saludo – le presento al vástago de Draco y Astoria Malfoy, nieto de Lucius y Narcisa, Scorpius Hyperión, para que lo aceptéis en nuestras filas como su fiel servidor y luche por erradicar la impureza y devolver el poder a los magos.
- Bien, Bellatrix, – comenzó Voldemort – ¿Y es digno para ello, Lucius?
- Mi nieto tiene un linaje mágico puro intachable, y cualidades dignas de estar entre nosotros – dijo Lucius con la prepotencia y orgullo que le caracterizaba.
- ¿Deseas formar parte de nuestras filas, joven Malfoy? – preguntó Voldemort a Scorpius, aunque ya sabía su respuesta - ¿Estás dispuesto a dar tu vida por la causa, si fuera necesario?
- No, señor, no lo haré – dijo Scorpius negando con la cabeza y mirándole a los ojos, llenándose de valor como un verdadero Gryffindor.
- ¡Malnacido! – gritó Bellatrix mientras le lanzaba un Crucio a su sobrino nieto que cayó al suelo rabiando de dolor.
- ¡Basta! – gritó Draco mientras intentaba acercarse, retenido por los mortífagos que tenía detrás, luchando por liberarse - ¡Soltadme, malditos bastardos! ¡Maldita loca, para de una vez!
Astoria rompió a llorar en el suelo, impotente, abrazada a Narcisa que intentaba calmarla inútilmente, mientras escuchaba a la gente reírse de los gritos de agonía del pequeño Malfoy y de los bramidos de su padre, que intentaba inútilmente zafarse del agarre de sus compañeros de filas. Voldemort parecí divertirse con aquella escena. Bellatrix paró la maldición dejando al joven jadeando en el suelo, con pequeños espasmos.
- ¡Eres valiente, Scorpius Malfoy! ¡Un auténtico gryffindor! – dijo Voldemort riéndose - ¡Y también decidido!
- Señor, disculpad la terquedad de mi nieto – se disculpó Lucius algo avergonzado – pero pronto entrará en razón.
- Draco, Astoria – dijo Voldemort – mi pareja favorita, deberíais sentiros orgullosos por este honor que le concederé a vuestro hijo, un premio por el servicio fiel de vuestra familia.
- Señor, dejadme un momento con el chico – dijo Bellatrix – yo le haré entrar en razón.
- No Bellatrix, no – negó Voldemort – con el tiempo descubrirá que este es su auténtico lugar y se someterá a nosotros.
- Si, mi señor – dijo Bellatrix
- Comencemos – ordenó Voldemort.
Entonces tres mortífagos agarraron a Scorpius y lo pusieron de rodillas frente a Voldemort, que se levantó de su silla y se puso frente al muchacho. Uno de los esbirros lo obligó a estirar el brazo y le remangó la negra camisa hasta dejar su antebrazo libre. Scorpius intentó resistirse, pero le agarraban firmemente del cuello que apenas podía respirar.
Voldemort sacó su varita y con un hechizo no verbal conjuró un puñal plateado con una calavera en un pomo. Con su mano derecha cogió el puñal y cortó con su filo el antebrazo de Scorpius, quien, a pesar del dolor, no emitió sonido alguno. Dibujaba Voldemort la silueta de la serpiente y la calavera mientras murmuraba unas palabras en pársel que solamente él sabía. Después, el Señor Tenebroso tiró el puñal al suelo y volvió a sacar la varita. Puso la punta en la herida sangrante del muchacho y conjuró el maléfico hechizo en voz alta y clara para que todos lo escucharan.
- ¡Morsmodre! – conjuró fuerte y de forma terrorífica Voldemort.
Una mancha negra y verde desprendida de la varita se mezclaba con la sangre de Scorpius, que sintió un dolo parecido a como si se estuviera quemando con un hierro candente. Intentó ser fuerte y no emitir sonido de queja paa no darles el gusto de verlo gritar, pero el dolor era tan fuerte que de sus ojos cayeron unas pequeñas lágrimas y de su boca salió un alarido que partió el corazón de Draco en dos. La marca fue tomando forma hasta aparecer completamente visible en el antebrazo de Scorpius, aquella negra calavera con la serpiente saliendo de su boca enroscándose en un ocho. El proceso había concluido.
- Ya eres uno de los nuestros – dijo Voldemort, quien se desapareció mientras los mortífagos celebraban aquel "feliz" acontecimiento.
Los esbirros soltaron el agarre de Scorpius y este cayó agotado al suelo, casi sin sentido. Draco consiguió zafarse de aquellos quienes lo agarraban y se lanzó a por su hijo, que yacía en el suelo sin apenas fuerzas. Draco se maldecía por dentro por no haber podido hacer nada. Cogió a su hijo y lo abrazó fuerte contra él. Astoria también corrió a su lado y abrazó a su pequeño.
- ¡Mi pequeño! – gimió Astoria acariciando el rostro de su hijo - ¡Pero qué te han hecho!
- ¡Perdóname, hijo! – lloraba Draco con su hijo en brazos - ¡perdóname!
Draco abrió los ojos de pronto jadeando y con el pelo aplastado por el sudor. Astoria lo había despertado cuando se percató de que estaba teniendo una pesadilla que lo estaba haciendo gritar en sueños. Abrazó a su marido con ternura, calmándolo como hacía cada vez que tenía una pesadilla y besándole en la cabeza para darle apoyo. Draco se sintió aliviado de que todo hubiera sido una pesadilla, tanto que varias lagrimas le cayeron por el rostro por la emoción del momento. Poco a poco, su respiración fue volviendo a la normalidad y recobró la serenidad. Cuando Draco volvió a la calma, Astoria encendió las luces y se levantó de la cama para ir al cuarto de baño, y le trajo un vaso de agua que se lo bebió rápidamente. Pensó en traerle alguna poción relajante, pero se abstuvo. Se volvió a acostar a su lado, semi incorporada y dejando que Draco apoyase la cabeza en su hombro mientras ella le acariciaba el pelo, como hacía cada vez que había tenía mala noche.
- Perdóname Tory – se disculpó Draco avergonzado – te he despertado.
- No te preocupes por eso – dijo Astoria un poco preocupada– estabas teniendo una pesadilla, una muy mala por lo que gritabas.
- Una de las perores que he tenido en mi vida.
- ¿Quieres hablar de ello? – preguntó Astoria sin recibir respuesta. No quería hablar de ello en ese momento. Solo quería disfrutar de la paz que estaba disfrutando en ese momento.
Se quedaron dormidos los dos abrazados. La tormenta, al igual que la amarga pesadilla de Draco había cesado y los primeros rayos de sol se empezaron a colar a través de las cortinas la habitación. El matrimonio se había quedo dormido en esa posición sin darse cuenta.
Draco, que tenía un sueño muy ligero, se despertó cuando notó un poco de claridad que se había colado por una cortina mal cerrada. Giró la cabeza y observó a su mujer durmiendo plácidamente como una princesa de cuento de hadas. Draco sonrió y se alegró de tenerla junto a él. Volvió la cabeza al frente y observó con detalle la habitación que ocupaban en la mansión desde que volvieron de su exilio autoimpuesto en Francia, muy parecida a la que tenían en su villa francesa del Bois de Boulogne.
Cuando regresaron a la casa ancestral de los Malfoy, como cabeza de la familia y de acuerdo con el estricto protocolo, le hubiera tocado ocupar la habitación reservada al jefe de la familia, que, hasta entonces, había ocupado sus padres. Sin embargo, ni Astoria ni él se veían cómodos expulsando a su madre de la que había sido su alcoba durante tantos años, así que, eligieron otro de las múltiples y lujosas habitaciones de la primera planta. Eligieron la que estaba en el ala este de la mansión, cerca de la antigua habitación de Draco, ahora de Scorpius, frente a una sencilla fuente que servía a los pájaros de bebedero.
El cuarto era bastante amplio, las paredes estaban pintadas en un blanco hueso, decoradas con molduras doradas. Colgaban algunos cuadros de escenas de la naturaleza y también algunas fotos, como la del día de su boda. En el techo, una cenefa de estucos con distintas figuras de ángeles y querubines rodeaba el fresco del techo que representaba el cielo estrellado, que parecía moverse. Unos hermosos ventanales, ofrecían a los ojos uno de los múltiples jardines, concretamente, uno de los laterales donde habían plantados unos lirios junto a una fuente sencilla. Las cortinas, unas blancas de lino y otras de terciopelo verde con flecos dorados permitían cerrar el paso a la luz por las mañanas. Enfrente de los ventanales, en el centro y pegado a la pared de la izquierda estaba la cama, con un dosel neoclásico con decorados de madera dorada que colgaba de la pared, sosteniendo las colgaduras de terciopelo blanco y dorado, que caían con un aspecto casi teatral. Había un conjunto de sillas, sillones y cómodas de estilo neoclásico de madera blanca y remates de bronce dorado estaban repartidos por la habitación. Un hermoso tocador con un espejo dorado destacaba sobre el resto de los muebles. Oculta como si se tratase de una pared, una puerta daba paso al enorme vestidor y al aseo privado.
Draco se alegró de la paz de la que disfrutaba actualmente. Hace veinticuatro años jamás hubiera imaginado que podría ser un buen padre de familia, haber podido educar a su hijo en unos valores mejores que con los que le educaron a él y disfrutar de la vida como lo estaba haciendo. Es verdad que, de vez en cuando, su pasado llamaba a su mente, recordándole qué había sido y lo que había hecho, como un fiscal implacable. Pero contaba con Astoria y su luz, que le hacía salir de ese pozo negro que intentaba absorberlo y condenarlo a la desesperación. Si, tenía mucha suerte de contar con ella.
Astoria abrió los ojos y sonrió al encontrarse a su marido sonreír, con los ojos abiertos pero embobado, como cuando estaba inmerso en sus pensamientos. Comenzó a acariciar su rubio cabello, que lo sacó de su ensoñación. Draco giró la cabeza y le dio un beso en los labios, como solía hacer cada mañana cuando ambos se despertaban.
- ¿Cómo estás? – preguntó Astoria refiriéndose a su estado emocional de hace unas pocas horas.
- Mejor, mucho mejor – dijo Draco – gracias a ti, amor mío.
- Sólo fue una pesadilla, cielo – dijo Astoria
Era muy real Astoria, la peor que he tenido en mucho tiempo.
- Nuestros peores temores se hacen presentes en nuestras pesadillas – dijo Astoria – y a veces recuerdos del pasado se hacen presentes en nuestros sueños, aunque de forma distorsionada.
- Aparecía ÉL – dijo Draco casi en un susurro – con la loca de mi tía y el arrogante de mi padre.
Astoria asintió y siguió escuchando la confesión de su marido.
- Estábamos todos, los mortífagos enmascarados, tú, mi madre, todos reunidos – explicó Draco tragando saliva – era, era la ceremonia de iniciación de Scorpius como mortífago.
Astoria se sorprendió y se llevó la mano a su rostro.
- Nuestro niño se negaba, y era torturado por Bellatrix mientras todos reían y no podíamos hacer nada – continúo su esposo algo compungido – y después, a pesar de su negativa, le clavó la Marca Tenebrosa en su brazo, a pesar de que él no quería, y yo no pude hacer nada para evitarlo.
- Cielo, es solo un sueño – dijo Astoria mientras abrazaba a su marido – solo una horrible pesadilla, nada de lo que viste es real ni es un presagio.
- Se sentía tan real – relató Draco – la presencia de Voldemort era tal y como la recuerdo, temible y poderosa.
- Están muertos, todos están muertos, incluso ÉL – le recordó Astoria – no pienses más en ello, quédate con las cosas buenas que has vivido hasta ahora.
- Creo que, en parte, estaba recordando mi propia iniciación – dijo Draco – pero a diferencia de Scorpius, yo si acepté de buen grado la Marca Tenebrosa.
- Todos hemos cometido errores, algunos más grandes que otros, pero nadie está libre de culpa – dijo Astoria – lo importante es reconocerlos y enmendarlos todo lo posible, como has hecho durante estos más de veinte años.
Se quedaron un rato más en la cama hasta que decidieron que ya era hora de ponerse en pie y comenzar su jornada. Astoria, con una sonrisa pícara le hizo saber a Draco que el baño iba a ser para ella. Él, subió una ceja, pero antes de que pudiera reaccionar para entrar primero al aseo, su esposa había dado un salto y ya estaba casi metida en el baño, mientras se reía. Draco no pudo hacer otra cosa que sonreír con ese pequeño juego mañanero de ver quien se quedaba con el baño. Era muy típico de su esposa esos juegos infantiles de vez en cuando, sobre todo cuando necesitaba que lo animasen.
Eran ya las ocho de la mañana, hora de que bajaran a desayunar antes de que los elfos de la mansión empezaran a ponerse nerviosos al no haber bajado sus amos. Ambos estaban ya listos, vestidos con su sencilla pero elegante ropa de diario. Astoria con un vestido largo de manga corta de color verde y su pelo recogido en una coleta detrás del cuello, y Draco con su habitual atuendo oscuro. Listos ya para bajar al comedor de diario, bajaron cogidos de la mano, dejando la estancia vacía por el momento.
